Archivo de la etiqueta: Cuento histórico

…gritamos y hasta relinchamos de gusto. No lo podAi??a creer, despuAi??s de tanto batallar, nos habAi??an cedido un cacho del latifundio de la BavAi??cora; ni la revoluciA?n habAi??a logrado que se repartieran esas tierras, propiedad de un gringo, William Randolph Hearst…

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1894. Hacienda ai???Los Tres Zapotesai???. Un cigarrillo y otro mA?s. El patio entero donde se secaba el fruto de higuerilla se le hacAi??a chico y las cuatro horas de espera le parecAi??an veinte minutos.

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Una maAi??ana luminosa de abril de 1812, un barco llegA? de EspaAi??a al puerto de Veracruz. El recibimiento corrAi??a por parte de la Guardia Real y espaAi??oles notables en espera de noticias, A?rdenes y sobre todo de armamento para hacer frente a los motines insurgentes que se sucedAi??an en diferentes puntos.

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Los campos permanecieron intactos, la fragua dejA? de rugir, el mazo no retumbA? en el yunque, las vacas fueron ordeAi??adas mA?s temprano que de costumbre.

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Quiero decirte que para mAi?? asistir a la secundaria nocturna resultaba muy importante, no sA?lo por las clases y el certificado para seguir estudiando, tambiAi??n porque era como subir a una loma y desde allAi?? ver las cosas de otra manera. En la escuela escuchamos por primera vez a los Beatles; oAi??mos grabado en una cinta uno de los mA?s bellos discursos por la paz y la igualdad entre los seres humanos de Martin Luther King; tambiAi??n se vendieron carteles de Angela Davis, expulsada de la universidad de California por su forma de pensar, ostentando con orgullo su negritud, su ropa africana, su libre y natural melena encrespada, al punto que pronto se convirtiA? en el sAi??mbolo sexual de los chavos de la escuela.

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Las tumbas que rodean a la ermita te hablan de quienes acaban de irse. Paseas entre ellas mientras aspiras el rocAi??o de la madrugada, para que el fresco te dure todo el dAi??a. Tratas de rezar, fracasas, discurres que poco hiciste por tus hermanos, los mA?s pequeAi??os, los mA?s desvalidos, pero nadie hubiera podido…

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El revolucionario corre hacia la puerta de la sucursal bancaria como si se tratara de una enorme rata gris salida de una cloaca. Se agacha por instinto. Voltea por precauciA?n. En realidad, podrAi??a caminar cA?modamente erguido; no hay un alma.

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AprendAi?? a hacer tortillas cuando contaba con doce aAi??os, hecho que resulta normal de haber sido hija de tortillera. Pero no fue asAi??.

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