EL CÓDIGO ITURBIDE
Juan Sahagún
Revista BiCentenario, No. 5, pág.71

Iturbide B-5

Entrada de Iturbide a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821

– No hay nadie; es hora de poner la bomba.

Cosme responde con acción a las palabras de Esteban. Se coloca el pasamontañas negro. El nerviosismo se refleja en sus manos. De por sí, siempre ha sido de manos torpes. La abertura que debe permitir la visión, ha quedado exactamente en la oreja derecha. Con un par de jalones enfadados logra corregir el error. Posteriormente, con la torpeza de un médico bisoño, se enfunda un par de guantes negros; los dedos confunden las entradas y luego de varios intentos descubren su verdadero sitio. Esteban tamborilea el volante al tiempo que mira por el retrovisor temiendo alguna presencia que frustre el plan. Cosme murmura un ametrallado “voy-voy-voy” mientras toma la mochila con los implementos necesarios. Inhala, sostiene el aire cuatro segundos, exhala dando un resoplido equino bajo la sordina de la capucha. Abre la portezuela. Como el impulso es desmedido y la oscilación de la mochila harto peligrosa, Esteban exclama un ahogado “cuidado, pendejo, llevas una bomba”. Cosme se detiene, murmura para sí un “calmado, cabrón”, sale del auto y prosigue su camino midiendo cada movimiento, eso sí, sin perder la prisa.

La madrugada es inmóvil. Impera un aletargado silencio. A lo lejos, el motor de un camión que continúa un viaje trasnochado. Más lejos, ladridos de perros insomnes y necios. Un grupo de estrellas aburridas se cubre con el paso intermitente de nubes rojizas. La calle parece la escenografía de una fracasada obra de teatro.

El revolucionario corre hacia la puerta de la sucursal bancaria como si se tratara de una enorme rata gris salida de una cloaca. Se agacha por instinto. Voltea por precaución. En realidad, podría caminar cómodamente erguido; no hay un alma. Llega hasta el portón de cristal. Se detiene al lado de un letrero. Dólar. Compra 14.30. Venta 15.45

[…]

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