Archivo de la categoría: Cuento histórico

Diego Covarrubias Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60 La oferta de trabajo me llegó a través de la Asociación de Restauradores de Casas Antiguas, asociación sin fines de lucro que lucra restaurando casas antiguas. Suelo negarme a estas invitaciones, no porque no me interesen, sino porque mi tiempo no tiene sobrantes, dividido entre la academia y Elvira, mi demandante y amorosa esposa. Pero esta vez dije que sí, porque la casa a restaurar era la famosa Casa Negra, casona edificada en la colonia Roma de la ciudad de México, y porque, además, necesitaba unas vacaciones sabáticas para descansar de la rigurosa academia y, sobre todo, para descansar de Elvira, mi sofocante y quejumbrosa esposa. Hoy, después de lo que acaba de pasar, me doy cuenta que esta decisión fue un error. Debí decir que no, o por lo menos, informarme mejor del tipo de asignatura en que…

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Silvia L. Cuesy Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 54. Mucho gusto, mi general, tantos años penando por saber de usted… Empecé con las ganas cuando llegué a trabajar aquí, hace ya harto tiempo… Y nadie me daba razón. Anduve pregunte y pregunte por todos lados. De algunos asuntos supe casi sin yo indagarlo. Averiguar su historia se me volvió una testarudez, no sé por qué. Nadie me daba razón, le digo. ¡Chin!, como si usted no existiera; hasta topar, ¿a qué no adivina con quiénes?: con los vendedores de libros viejos del rumbo que tanto saben… Pero cómo no va a existir, si aquí estamos, ¿no? Yo frente a usted y usted frente a mí. Quizá su excelencia no se imaginase nunca este momento; la verdad es que yo mucho menos. Curiosa la vida, ¿verdad?, ni aunque lo hubiese yo pedido me habría imaginado llegar a conocerlo.…

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Silvia L. Cuesy En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 59. Mi hermana nació en una cueva, y a veces ese era el motivo de reclamo a mis padres y de rencor y envidia conmigo, que nací en una casa. Humildosa, sí, pero al fin casa. –¿Yo qué culpa tengo? –Le repetía cada vez que nos lo echaba en cara. Después de ese reproche se detonaban viejos pesares en el corazón de mamá y papá. Las carencias y sufrimientos de aquellos tiempos aciagos asomaban en los ojos de ambos como si fueran nubes de terciopelo negro. Pero a veces, muy pocas, los reclamos de Genoveva, en lugar de nubes cargadas de lágrimas, traían a las miradas de mis padres un sol resplandeciente de orgullo patrio. –Lo volvería a hacer mil veces, viejo. ¿Y tú? –Sólo si me prometes que no tendremos una hija que nos atormentará con quejas…

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Tatiana Carolina Candelario Galicia Investigadora independiente En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 56. Los años treinta se pierden como fantasmas. Entre los documentos revisados en el archivo, el pasado se hace presente. I  Tras una larga noche de sueños claros, Anna se despertó con una dulce sensación que inundaba su cuerpo. El sol comenzaba a salir y, sin quererlo del todo, debía despertar. Sus ojos se resistían a captar el mundo a través de las partículas de luz que entraban en esas rendijas semiabiertas, pero era inevitable, la realidad se colaba tras la finísima tela de las cortinas. Aún dentro de su cama, Anna se movió lenta y torpemente tratando de recordar qué día era. Tenía la sensación de estar perdida en el tiempo: bien podría amanecer en 1937 o en 2019. Su cerebro aún no sabía qué tiempo habitaba y, por un instante, permaneció flotando…

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Ana SuárezInstituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 55. “Nada más mis hijas, no quiero que me cuide nadie más.” Las palabras de doña Refugio resuenan en sus oídos mientras la procesión se dirige al cementerio y se repite una y otra vez: “Dios perdona todas las iniquidades.” Acató la voluntad de su madre quien, desde que cayó en cama, postrada por la misma enfermedad de la abuela, se negó a que la atendiera nadie más. Su hermana, en cambio, se asomó de vez en cuando, dizque porque la hacienda exigía toda su atención. Todo terminó. Ahora siguen a los peones que cargan el cajón de madera sobre los hombros. Avanzan luego los criados y, al final, los vecinos y demás trabajadores. Al arribar, el cortejo entra en el camposanto y enfila hacia el sepulcro. Si Carmen, su hermana, hubiera compartido su carga, ahora se…

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Ana SuárezInstituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 53. La mente de Agustina vuelve a su fantasía, esa que en la medida en que ha sentido su casa vacía, su mesa solitaria, sus noches demasiado tranquilas, cultiva más: de haber estado en sus manos, ella habría puesto al emperador en guardia, lo habría salvado. Es 19 de julio, la misa concluyó. Agustina se despide de los miembros de la liga iturbidista, a la pregunta por Rodrigo, estudia ahora, pretextó. Atraviesa la nave lateral y entra en la capilla, que siente como su hogar, como este debiera ser. Sus ojos recorren los objetos que le rodean y percibe la paz y seguridad que le da saber que nada ha cambiado, que todo continúa igual. Y recuerda su primera visita, hace más de un cuarto de siglo, cómo podrá olvidarlo; su abuelo la trajo a la ciudad…

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Diego Covarrubias Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 52. Los bosques que rodean Valle de Bravo y Avándaro fueron un vergel en los años ochenta para el campismo y escapar del ruido y la contaminación de la ciudad de México. Hasta que el Chopper desapareció. Yo, que no soy capaz de recordar lo que desayuné hoy en la mañana, o peor aún, si desayuné o no, todavía recuerdo con claridad la mayoría de los acontecimientos que nos prodigó la década de los ochenta. Recuerdo, por ejemplo, la fabulosa música; el llanto de nuestro presidente al anunciar la expropiación de la banca y su canina defensa del peso; la irrupción del neoliberalismo y de la cultura pop; la explosión en San Juanico; los terremotos de 1985, los cuales viví como brigadista de la Secretaría de Salud en vecindades del centro histórico; el mundial de fútbol de 1986, que nos…

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Nacho Casas En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51. Vio nacimientos, muertes, suicidios, robos. Escuchó canciones de amor y despecho. Gritos de pregoneros o vendedores. Vio el asombro de chicos y grandes. Hasta que encalló en un taller de desguace. Voy en el metro, ¡qué grandote, rapidote, qué limpiote!¡Qué deferencia del camión de mi compadre Jilemón que va al panteón!Chava Flores Llegó de París, pero no sobre las alas de una cigüeña, zopilote o avión. No. Viajó durante días y noches, entre olas, peces y gaviotas, surcando el Atlántico a bordo de un enorme buque. Desmembrado, conoció el calor de altamar y la brisa fresca en medio de la inmensidad. Un puerto francés, Marsella, le dijo: au revoir y le cantó la despedida; un puerto mexicano, Veracruz, le dio la bienvenida y lo recibió con huapangos y marimbas. En un tren de carga, acompañado de los…

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Yuri LópezgalloUniversidad Tecnológica de México En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 50. Los Ángeles, California, 1969. Joe Martínez, hijo de mexicanos que emigraron a la Unión Americana y teniente del X Batallón de Infantería del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, regresa a su casa después de casi un año de haber terminado su “Tour del deber”. –Te ves diferente, hijo.–Soy diferente, ma’. –¿Por qué no volviste directo a la casa, con nosotros, tu familia? Porque mi intención desde que regresé de Vietnam era volarme los sesos y sé cuánto te molesta tener que limpiar la casa, se dijo para sí mismo. –Tenía mucho que pensar.–Tu hermano quiere enlistarse –agregó su madre.–Por eso estoy aquí.–Déjame llamarlo. Miguel, ven acá, tu hermano está aquí.–It is Mike mom, I’ve been telling you since I was fifteen.–Bro!!! You are really here, you are a fucking hero Joe!–Háblame en español,…

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Ana SuárezInstituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 49. El destino mezcla las cartas, maare, y nosotros las jugamosRefrán yucateco El fraile   Las tumbas que rodean a la ermita hablan de quienes acaban de irse. Paseas entre ellas mientras aspiras el rocío de la madrugada, ojalá que el fresco durara todo el día. Tratas de rezar, no puedes, piensas cuán poco has hecho por tus hermanos, los más pequeños, los más desvalidos, pero piensas además que, de hacerlo, tus feligreses y el mismo obispo se habrían molestado. Santo Dios, de haber cumplido con tu deber cristiano, estarías más sosegado, al menos pudiste intentar que las mujeres y los niños se quedaran, siquiera el crío ese del gorrito azul y el kóotoncito blanco que montaba a la jineta en la cadera de su madre, que se aferró a ella y chilló cuando quisiste abrazarlo y…

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