Archivo de la categoría: Cuento histórico

Modesta Fonticoba Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 47. Lorenzo cabalga veloz sin rumbo fijo por sus amadas sierras. Un instante después de montar su caballo sintió una bala pasar rozándole el hombro. Escapaba de su casa, escapaba de la ira de su padre. Su padre le había disparado. Después de galopar por largo rato, aminora la marcha sin saber qué hacer ni a dónde dirigirse. Luego se detiene sin dejar de pensar: “Una bala pasó rozándome el hombro, mi propio padre quiso matarme.” Lorenzo no ha cumplido aún los quince años, aunque parece un poco mayor. Una incipiente pelusa ha empezado a asomar encima de su labio superior. Se baja de su montura cabizbajo y triste, camina con el corazón estrujado. Está acostumbrado a trabajar duramente y a recibir golpes de su padre, Eulalio. “Mi padre me insulta y me maltrata, a pesar de eso, yo…

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Kenji Hernández Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 46. Mi nombre es Hernán Colos y trabajé 35 años para el servicio secreto de mi país. Sólo que, en mi país, lo secreto es bien sabido por todos y lo que debería ser sabido por todos es un secreto. Inicié mi carrera en las Fuerzas Militares de Choque y Control de Situaciones que surgió a raíz de las fuertes luchas del gobierno contra el pueblo. No se crean, ese gobierno y ese pueblo eran uno mismo hace apenas cinco generaciones, cuando, juntos, formaron una gran fuerza que se enfrentó con las armas al antiguo gobierno. La historia de siempre, no se crean, nada es nuevo bajo el sol. Hace 40 años, a falta de servicio secreto (cuando yo aún era un niño preocupado por el hambre y no por llegar a tiempo a pasar lista al batallón de…

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Adaptación de Eduardo Celaya Díaz Basada en el texto de Laura Esquivel En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44. – Te he estado esperando. – No puedo apresurar el paso, sabes muy bien cómo son las cosas ahora. – Distintas, lo sé, pero aun así es reconfortante cuando llega el final del día y podemos conversar, después que cumples tus actividades. – Mi tiempo es extraño, pero siempre es conveniente tener estas conversaciones. – Eres un buen marido, cuidas de tu mujer a pesar de todo. – Prometí cuidarte. – Y lo haces bien, eres un buen marido. – ¿Te han tratado correctamente? – Cual merece una mujer de nuestra posición. Pertenecer a una de las familias más importantes de la Nueva España confiere ciertas ventajas sobre los demás. – ¿Y tus reflexiones? – Me siguen atormentando las mismas preguntas. – Sabes que no lo dijo…

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Iván Lópezgallo Instituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 43. Los odio. Malditos sean. Ayer volví a soñar con mi familia. Fue igual que siempre. El mismo maldito sueño que tengo desde hace más de 20 años: soy un niño pequeño y meriendo tranquilamente junto a ellos, pero de repente se escucha un estruendo, siento un golpe y se desata el infierno. Por unos segundos pierdo el conocimiento, pero cuando despierto veo fuego por todos lados… y escucho gritos que piden auxilio y lamentos de dolor. Mis hermanos se calcinan junto a mis padres, que yacen aplastados bajo los escombros que cayeron sobre ellos. Veo a mi madre, su hermoso rostro no existe ya: los ojos que tanta paz me transmitían han desaparecido y en su lugar encuentro dos cuencas vacías, mientras que su piel blanca y tersa parece ahora un pergamino que se arruga…

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Ana Suárez Instituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41. Ganaste, Mariano. Piensa en eso ahora que, otra vez, como tantas madrugadas desde hace cuatro años, las pesadillas vuelven a despertarte y prefieres no dar vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño y ponerte de pie, silenciosamente, para no despertar a Andrea. La noche se ve muy oscura por la ventana de la habitación, ni un rayo de luz ilumina las sombras, tampoco iluminaba la lobreguez de tu celda. Entonces, como el profeta Job, te preguntabas cuándo sería de día. Sientes que has perdido todo y es de entenderse, ¡vaya que sí!, la experiencia fue aterradora: un hombre de leyes arrancado con lujo de violencia de su hogar, sin explicación alguna y sin que los ejecutores del poder de Tacubaya mostraran la menor compasión, ya no por él sino por los suyos que…

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Silvia L. Cuesy Instituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  40. Una larga travesía lleva a Benito Juárez de regreso a México. Hay sombreros que se pierden, una identidad simulada, náuseas permanentes, un cargamento que cuidar. Y una esposa que lo espera. Los pertrechos pagados por un particular mexicano serían enviados a Acapulco desde Nueva Orleans: 4 500 fusiles y suficiente parque para cargarlos, decenas de piezas de artillería y pólvora. De los arreglos para su envío se encargaría la compañía naviera de dos cubanos: Domingo Goicuría y Pedro Santacilia, amigos de los conspiradores mexicanos exiliados; ellos, los cubanos, eran también expatriados por traer entre manos la independencia de la isla y su anexión a Estados Unidos. Poco a poco el grueso de los desterrados mexicanos en Nueva Orleans se hallaba concentrado en Brownsville, excepto Benito Juárez que en el verano de 1855 desembarcó en…

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Arturo Garmendia En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  39. Pues ahora, de esos que murieron jóvenes te llega el murmullo. Rainer María Rilke. Elegías de Duino La hoguera del vivac ilumina los pies de los soldados que se preparan para pasar la noche. Su luz es incierta y asciende por los cuerpos yacentes con dificultad. Muchos rostros quedan en penumbras, pero el capitán D’Anjou girando la cabeza puede reconocer a los zuavos, tocados con su fez e inconfundibles por sus anchos pantalones rojos; a los húsares austriacos, en su uniforme verde; y a los propios soldados franceses, de chaqueta corta y quepí azul marino. Próximo a él reposa un jovencito, que custodia el estandarte de la compañía. Se descubre para apoyar la cabeza sobre su mochila y por su cuello desborda una cascada de rizos rubios que, junto a su pálida faz, le dan el aspecto…

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Astrid Prisilla Carbonell Chávez Universidad Anáhuac México En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 38. El día primero de noviembre me encontraba lejos de mi patria. El anhelado olor a cempaxúchitl y chocolate acudía a mi imaginación, arrastrándome a la búsqueda de una andanza parisina. Fue así como me encaminé hacia el cementerio de Montparnasse, con la decisión de apreciar un día de muertos afrancesado. Peculiar manera de seguir la tradición latinoamericana, aquella que esconde cientos de misteriosos ritos añorantes de la existencia del más allá. Para mis adentros pensaba que el ojo global mira sin parpadear a las calacas mexicanas. Para el mundo, el paso de la vida a la muerte es un momento emblemático que causa admiración, temor, dolor e incertidumbre, pero en México, la muerte es una carcajada, el mexicano vive seduciendo a la niña blanca, ya sea para venerarla, honrarla e incluso burlarse…

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Ana Suárez Instituto Mora En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 37. Ciudad de México. Mexico City Basta el estruendo del primer cañonazo para despertarla, habría querido dormir otro poco, la madrugada estuvo llena de ruidos que interrumpían su sueño y le negaron el descanso: voces que daban órdenes, carretas que se arrastraban sobre el empedrado, patadas y relinchos de caballos a los que se disponía para el recorrido hacia el mar, botas que andaban, corrían, bajaban, subían. Se acurruca de nuevo, solo quiere un minuto de tregua, no pensar en la nueva realidad que se aproxima. Pero el segundo cañonazo le trae su obligación a la memoria, sí debe presenciar la salida del invasor, mostrar alivio y regocijo en una fecha que será notable en los fastos nacionales, las generaciones venideras recordarán este 12 de junio de 1848 como el día de la liberación, muchos países…

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Silvia L. Cuesy En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 35. Eras una mariposa al vuelo, Josefa. Combinabas desparpajo, donaire, frescura. A través de los años tus aleteos fueron perdiendo gracia, pero el amor que sentía por ti superaba cualquier merma en tu belleza. La jovialidad que esparcías a tu paso era tanta que, al verte, yo me alegraba de ser tu eterno y feliz enamorado… Catorce preñeces le restaron esbeltez al primor de tu cintura, redondearon tu cálido cuerpo y aflojaron tu carne aceitunada. Catorce críos te enloquecieron por turnos con llantos y alborozo infantil; corrías de aquí para allá, jugabas con uno, altercabas con otro, los animabas al baile tocando alguna tonadilla con la flauta; si había enfermitos velabas junto a su cama o, tristemente, diste el adiós a alguno en el camposanto. Sin embargo, ninguna gravidez logró hacerte renunciar a las ideas libertarias que…

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