Archivo de la categoría: Sepia

Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 33. A estos señores la puntualidad no les trae preocupación. El horario en la ciudad es mero ardid para cubrir apariencias. Con overol o con corbata, todo a su debido momento porque es hora de ganarse una pronta inmortalidad en foto. Una selfie, podría decirse hoy, y seguimos, que es mi segundo de fama, antes de que nos ganen el mandado. A estos jóvenes, en cambio, le va aquello de Umberto Eco, de que una cosa es ser famoso “el mejor chofer, por ejemplo, en el recorrido Tacubaya-Mixcoac-San Ángel, si eso interpretamos del joven que lleva peinado con brillantina, o el mejor obrero de la fábrica, en el caso del moreno de sombrero”, pero muy distinto es estar en boca de todos. Ese era otro menester. Estar en boca de todos, así sea por un desliz de esos que…

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Darío Fritz. En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 32. Todas las profesiones se asocian a los cinco sentidos. Pero en algunas se fortalecen más. El olfato en el político, el gusto en el sommelier, el tacto en el masajista, la vista en el guardaespaldas, el oído en el adulador. Hay profesiones atribuíbles a las manos como la de los artesanos o a los pies en el caso de los desaparecidos pisadores de uvas. A los brazos en el campesino. Están las del sexto sentido, si es que eso existe: espiritistas, tarotistas, chamanes o apostadores. Profesionales de la suerte como los alpinistas, de la muerte como los taxidermistas o de la vida como los paramédicos. Y hay también profesiones asociadas al sedentarismo. Qué podían hacer ante eso empleados de comercio como los de la imagen si pretendían combatir la rutina detrás de un escritorio haciendo cálculos, revisando estados…

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Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 31. Quién no detesta estar varado en algún lugar, sin noticias sobre cuándo continuará el viaje, ansioso por llegar a destino y que alguien llegue para decirnos que estemos en calma porque la demora va para largo. Una huelga en la aerolínea, sobrecupo de pasajes, una tormenta que conflictúa llegadas y salidas, son razones suficientes para echar a andar la verborragia del desencanto. La impotencia toma cuerpo de enojo y derroche de bilis, mientras las agujas del reloj pasan a cuentagotas. El señor de barba de candado da sus explicaciones al grupo, atento a que le resuelva su encrucijada. La calma no se ha roto. Hay atención, pero no se ve exasperado. La sufren las maletas en su función de asientos mullidos. No había celulares por entonces para distraerse. ¿Caminamos hacia la izquierda?, podría decir el hombre con su…

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Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 29-30. Eso de bañarse se agradece. Sana heridas, purifica el espíritu, recupera energías, elimina tensiones y, sobre todo, no aleja amistades ni obliga a tapar los orificios de la nariz cuando el vaho que dejamos sabe a fragan­cias de El Cairo, un viejo dicho ya demodé que daba cuenta de la mala fama de las calles en la antigua capital de los faraones. Estos hombres y mujeres de la imagen se refrescan del fuerte calor de la temporada estival de Aguascalientes en una acequia de aguas termales, la as­piración mínima que podían tener los menos agraciados por el desarrollo económico en 1888, cuando fue tomada la foto. El estadounidense William Henry Jackson, un amante de la naturaleza, incluso en pinturas, lo retrató junto a otras estampas urbanas de entonces. No podían nadar allí, claro está, en esa larga…

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Darío Fritz Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 28. La mano mece la cuna. La mano dispara. La mano ca­llosa. La mano que toma el pico. La mano quemada. La mano del niño, de la adolescente, del anciano. La mano que sostiene el libro. La mano de Dios. La mano sudorosa. La mano que mata. La mano del pobre y la del rico. La mano que calma el dolor del enfermo. La mano que toma el bisturí, la pluma, el arma. La mano con cigarrillo. La mano que pasea al perro, esconde la piedra, pinta el cabello. La mano del gobernante que decreta la guerra. La mano que atrapa el balón, pinta el cuadro, saluda a la multitud, abofetea. La mano tierna, la mano húmeda, la mano tiesa del fallecido. La mano en el pecho. La mano exhumada. La mano que ora. La mano temblorosa, que se…

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En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 27. Darío Fritz Tanta seriedad apabulla. Nadie se sale aquí del libreto. Todos bien planchados, las manos en sus lugares, los calzados lustrosos, las miradas concentradas, ni una pestaña alebrestada, ningún cabello que se aparte de su sitio. No importan edades, sexo, ni jerarquía familiar. Una obediencia ciega ante los flashazos del fotógrafo. Aquí no se mueve una hoja. Nada diría que después de terminada la sesión, esas niñas y niños convertirían el lugar en un jolgorio. Uno se atrevería a creer que el patriarca diría vamos a casa, y todos saldrían en fila detrás de él en busca de la calle. Silenciosos, disciplinados y respetuosos. De allí a la iglesia, posiblemente, para que la niña Guadalupe Suárez recibiera su primera comunión. Miradas, formas de pararnos, vestimenta, dicen mucho de nosotros para explicar lo que somos. Nada haría suponer que…

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Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 26. La fantasía de lo nuevo, de estrenar, de tener lo que otros no pueden o no han podido alcanzar aún, subyace en el inconsciente aunque pasen los siglos. Nos regimos por las diferencias. A veces por imitación, otras por oposición y las menos por creatividad. Pero queremos llegar a lo mismo: tratar de ser distintos. Las diferencias se alimentan de cuanta riqueza podamos llegar a acumular. Material o intangible, muy al estilo consumista de estos tiempos, aunque decirlo pueda resultar una perogrullada. Riqueza en una pintura, en el reloj que adorna la muñeca, los libros de la biblioteca personal, el linaje familiar, el valor de unos muebles, las amistades que cultivamos, los lugares en que vacacionamos. En el pasado tuvo lo suyo también. Durante el Renacimiento era muy valioso contar con un cassone, un arcón decorado por…

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Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  20. La perfección reina por un instante en este patio frondoso de enredaderas y macetas, mientras un caballito de juguete guarda compostura sobre sus ruedas. En Tulancingo corre el año 1910. La figura esbelta de Adolfo Martínez posa orgullosa junto a su carro alegórico que simula una mariposa. El centenario de la independencia se festeja con mucha pompa en todo el país. Porfirio Díaz mostraba el esplendor de México, el esplendor de su marca personal. Abundan las inauguraciones, los edificios brillosos, las fiestas y los desfiles. En la cercana Pachuca se terminaba de construir el Reloj Monumental que lo identificaría como icono de la ciudad. Tulancingo no podía derramar tanta estirpe, pero los vecinos podían participar en un concurso de carros alegóricos que simboliza la primera centuria independentista. El creativo ebanista y carpintero Adolfo Martínez montó su espíritu…

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Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 25. La escenografía ha cambiado, pero el presente y el pasado de los niños que piden ayuda –seguramente unas monedas– se mantienen en su lugar. Manos alzadas que imploran por algo que llevar a casa. Del otro lado de las vías entonces, o del otro lado de una vereda, un camellón, una avenida, en la actualidad. Sólo pueden ofrecer a cambio la bondad de sus rostros aún inocentes. Son solidarios con las necesidades de quienes los arropan todos los días, les aportan unos bocados y los duermen en las noches. Detrás de ellos hay quienes están fuera del mercado laboral, que seguramente pasaron por situaciones similares a sus edades, que por poco rato fueron a la escuela y no les quedó más que aprovechar las oportunidades de hacer los trabajos más duros. Los tiempos cambian y la humanidad…

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Darío Fritz Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México núm. 24. Los que nacieron con el ferrocarril a un paso de sus casas  o formando parte de sus vivencias personales –subir en él para vacacionar, visitar familiares, asistir a una cita médica importante–, saben de los ritos que podía generar y el respeto que deparaba. Desde preparar maletas, llegar con anticipación a la estación, instalarse a conversar en la sala de espera, divagar por los acompañantes que la fortuna deparaba para la travesía (especialmente para los pasajeros de poblaciones intermedias que subían sin asientos numerados) o si la calefacción ayudaría a hacer más soportables las noches gélidas. El andén de una estación ferroviaria podía ser bullicioso, y nadie dejaba de otear en el horizonte para ver al filo de las vías si aquella mole de hierro se acercaba. Un punto de luz en la inmensidad lo delataba en la…

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