El rebozo en México durante los siglos XIX y XX

El rebozo en México durante los siglos XIX y XX

Ariana Martínez Otero – Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 15.

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El rebozo, prenda de forma rectangular, larga y tejida con hilos de seda, algodón o una combinación de estos materiales, ha sido indispensable para muchas mujeres a lo largo y ancho del país durante gran parte del periodo colonial y los siglos XIX al XXI.

Su origen se remonta a Persia e India, de dónde llegó a México vía España; es más, la palabra chal deriva de xal, manto con que se cubrían los sacerdotes persas. Se dice que fueron los árabes quienes lo introdujeron a la península el rebociño (02toca blanca de un lienzo tenue, ceñido a la cabeza y el rostro femenino, que a veces caía sobre los hombros o el pecho); y también que procede del ayate prehispánico. El hecho es que en nuestro país el chal se convirtió en rebozo, vocablo que viene de arrebozarse o sea, cubrirse el rostro con una capa o manto.

En las novelas del siglo XIX existen extraordinarias descripciones de las costumbres y vestimenta femenil mexicana, lo cual se aprecia a partir de los personajes que cobran vida en ellas. Un ejemplo aparece en El fistol del diablo, de Manuel Payno:

Arturo volvió la cara y se encontró con una mujer tapada con un rebozo y unas enaguas blancas y delgadas, cuya vejez, a pesar de su aseo, se podía notar. […] La muchacha, con uno de esos movimientos admirables y divinos de pudor, cubrió un poco más su cara y sólo dejó contemplar al joven dos hermosos y apacibles ojos azules.

03El rebozo es una prenda cuyo uso no distinguía clase social, siendo utilizado tanto por mujeres adineradas que seguían la moda del momento, como por aquellas cuya condición económica no era tan favorecida. También podía recibir un mal uso. Fanny Calderón de la Barca cuenta como

El rebozo mismo, tan gracioso y adecuado, tiene el inconveniente de ser la prenda más a propósito, hasta ahora inventada, para encubrir todas las suciedades, los despeinados cabellos y los andrajos. Aun en las mejores clases contribuye al disimulo del desaliño en el vestir, pero en el pueblo el efecto es intolerable.

0406El uso generalizado del rebozo mantuvo esta prenda como una de las mercancías textiles más demandadas por la población a lo largo del siglo XIX. Se le podía encontrar en las tiendas de telas en los portales, pero también en los mercados y con los vendedores ambulantes. El rebozo servía para que las mujeres cubrieran su cabeza al asistir a misa, para protegerse de la lluvia o el viento o simplemente de la vista de quienes andaban los pueblos o las ciudades, como una forma de recato. Se empleaba también como cuna infantil: los niños iban sujetos y abrigados a la espalda de sus madres, mientras éstas se atareaban. Era canasto improvisado para transportar verduras o cachivaches o asiento de los canastos repletos de fruta e incluso cobija con que se tapaban las ollas de los tamales ubicadas en las esquinas de las calles. De igual forma podía llevarse como adorno sobre el pecho.

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A dichos usos, habría de añadirse el que se le dio durante la revolución mexicana, pues las mujeres que acompañaban a las tropas federales o insurrectas y se conocían como soldaderas 07empleaban el rebozo para cargar alimentos o municiones y distribuirlas entre los hombres. Les servía además para cubrir su condición materna y aparentemente frágil, y a la vez para portar un rifle y acudir al campo de batalla. A veces lo aprovechaba para curar heridas y hasta como mortaja.

08La tradición del rebozo, manto de historia, perdura hasta hoy. Si bien su uso ha disminuido en comparación con los siglos precedentes, todavía es visto entre las mujeres que venden artículos en los cruceros de las grandes avenidas, o en aquellas cuyos ingresos son mayores y los destinan a ocasiones especiales.

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Todo esto nos permite considerar el rebozo como la prenda femenina mexicana por excelencia. Sus funciones y la forma de llevarlo sólo tienen por límite la imaginación de su portadora.

Actualmente, hay varios centros reboceros en el país. Los más conocidos son: Santa María del Río, en San Luis Potosí, famoso por sus rebozos de seda; Tenancingo, especializado en el rebozo de algodón fino, y Tejupilco, ambos en el estado de México; Zamora y Tangancícuaro, en Michoacán; Moroleón, Guanajuato, y Chilapa, Guerrero.

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