Semana tras semana: seleccionar un nuevo repertorio, contratar a los actores, mantener la disciplina en los ensayos, tener a mano a los sustitutos, encender las marquesinas aun en tiempos de guerra, difundir desde dentro la luz hacia las calles ocupadas por la noche, recibir a un público caprichoso e inconforme, sobrevivir a la censura, administrar la austeridad… El teatro en la ciudad de México fue una empresa cansada y riesgosa durante las tres últimas décadas del siglo XIX y la tres primeras del siglo XX. De las miles de puestas en escena que hubo en esos años se desprende la misma cantidad de anécdotas acerca de las innovaciones y extravagancias de este arte efímero, que a la vez fue uno de los medios de información más eficaces y críticos del país. A través de la tanda, expresión teatral que podía agrupar géneros diversos –zarzuela, opereta, comedia, tragedia–, los capitalinos pudieron conocer los matices de muchos de los eventos de gran trascendencia política y reírse de ellos. Así, en 1910, el gran escritor y poeta José Juan Tablada llevó al escenario una sátira titulada Madero Chantecler. Tragicomedia zoológico-política de rigurosa actualidad en tres actos y en verso, que incluía una apología a Victoriano Huerta. A Madero le diría:
¿Qué paladín vas a ser?, te lo digo sin inquinas; Gallo bravo quieres ser, Y te falta, Chantecler, Lo que ponen las gallinas!
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