La malograda contrarrevolución de Victoriano Huerta

La malograda contrarrevolución de Victoriano Huerta

Guadalupe Villa G.
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51.

El general que traicionó a Francisco I. Madero, deshaciéndose de él para ocupar la presidencia de México, combatió infructuosamente a la revolución constitucionalista. Desde su exilio, primero en España y luego en Estados Unidos de América, intentó conspirar para retomar el poder.

Victoriano Huerta a la salida del edificio de la Corte de Justicia de El Paso, Texas, 1915. Cortesía de El Paso Public Library.

A mediados de julio de 1914 Victoriano Huerta presentó su renuncia como presidente de México y con la firma de los Tratados de Teoloyucan el ejército federal se disolvió. El barco se hundía y, como pudieron, muchos buscaron su salvación. Algunos civiles y militares eligieron exiliarse en Centroamérica o en Cuba, otros en Estados Unidos y muchos más decidieron marchar a Europa, entre ellos el mismísimo ex mandatario quien derrotado y caído en desgracia, salió del país con su familia, iniciando así un periodo de trashumancia por Jamaica, Inglaterra, España, Nueva York y Texas.

En la historia de México no es frecuente dedicarle tiempo a los “villanos”; sin embargo, también ellos pelearon por lo que consideraron, de acuerdo con sus convicciones, correcto. Victoriano Huerta tuvo un programa de trabajo breve e intenso que apenas dio frutos, porque sin dinero y en medio de una guerra civil, sumó más tropiezos que logros.

Atrás quedaba su intento “redentor” de sacar al país del caos de la lucha armada, devolverle la paz perdida y restaurar la oligarquía porfirista. Resulta curioso constatar que quien no vaciló en deshacerse del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, dedicara el poco tiempo que duró su mandato a reorganizar el ramo de justicia. Para él las formas legales eran importantes; se propuso hacer de la judicatura una de las corporaciones más respetadas, y del poder judicial una institución independiente. Reordenó los tribunales y se revisaron los códigos de procedimientos penales y civiles.

Otra de sus preocupaciones fue la educación, por lo que se empeñó en hacer obligatoria la asistencia a las escuelas “rudimentarias” o elementales y puso especial atención en las de artes y oficios. Con el fin de fomentar la pequeña propiedad planeó otorgar facilidades de pago a los jefes de familia que desearan adquirir terrenos nacionales.

La crónica falta de numerario lo llevó a idear nuevos impuestos federales sobre alcoholes, tabacos y petróleo crudo. En el Distrito Federal, los gravámenes incluyeron el pulque, el predial y algunos productos alimenticios para hacer frente a los crecientes gastos originados por la guerra.

En abril de 1913, Victoriano Huerta consideró que la pacificación del país era un hecho, y de manera optimista aseguró que antes de un mes todo se reduciría a pequeños focos insurrectos, fácilmente controlables, pero sus acciones lo contradijeron. El antiguo Colegio Militar fue reestructurado y dividido en tres instituciones: la Escuela Militar Preparatoria (destinada a la formación de oficiales de infantería, caballería y artillería), la Escuela Militar Profesional (establecida para ampliar los conocimientos adquiridos en la preparatoria y a especializar a los oficiales en el conocimiento de su arma), y la Escuela Superior de Guerra (dedicada a formar oficiales del servicio del Estado Mayor); además militarizó la Escuela Nacional Preparatoria y en las escuelas públicas se prepararon brigadas de enfermeras escolares.

Este escenario mostraba la apremiante necesidad de Huerta de contar con reservas capacitadas que le permitieran enfrentar de la mejor manera al Ejército Constitucionalista conformado por fuerzas veteranas que habían peleado en contra de la dictadura porfirista y que, día con día, sumaba nuevos combatientes, entre ellos antiguos federales mudados a revolucionarios. El mandatario conformó una nueva división territorial militar e intentó, sin éxito, incrementar los efectivos del ejército federal.            

Es posible que todas las medidas que pretendió instrumentar estuvieran encaminadas a ganarse las simpatías y el apoyo de los beneficiados: atendió la solicitud de reglamentar la jornada diaria laboral, el trabajo de mujeres y niños, y lo relativo a accidentes de trabajo; nombró delegados a la conferencia preparatoria de la Asociación Internacional del Trabajo y comisionados para estudiar las leyes y prácticas establecidas en Estados Unidos para la protección de niños trabajadores; puso en marcha un proyecto para construir casas baratas, excluidas de todo embargo, en beneficio de los obreros, e introdujo un seguro de vida para amparar a las familias que adquirieran una propiedad.

Para estrechar las relaciones entre España y los pueblos hispanoamericanos, se dispuso que en honor a Cristóbal Colón todas las escuelas públicas del país celebraran la “Fiesta de la Raza” el 12 de octubre, y como gesto de simpatía hacia Alemania, con quien mantenía estrechas relaciones por haber logrado su reconocimiento y apoyo, se llevó a efecto el festival conmemorativo del centenario del natalicio de Richard Wagner.

Pero el trabajo realizado en beneficio social se contrapuso a la operación de deshacerse de quienes se atrevieron a manifestar su desacuerdo con los métodos “pacifistas” de su gobierno. Diversos exmaderistas y representantes populares en el poder legislativo fueron asesinados y la relación entre los poderes legislativo y ejecutivo se tornó tirante. El 11 de octubre de 1913, Huerta disolvió las Cámaras por considerar que se habían vuelto un foco de rebeldía. Era, según sus propias palabras, una operación de salud pública que se aliviaría con nuevas elecciones. En su opinión, “el orden constitucional no se había interrumpido con la disolución del Poder Legislativo, sino en el momento en que este había invadido la esfera de acción de los otros dos poderes”, pero aun cuando así no fuera, expresó que siempre resultaría preferible “salvar las naciones aunque padecieran los principios”, y evocó una frase de Napoleón Bonaparte: “No se viola la Ley, cuando se salva a la Patria”, máxima que lo acompañaría por el resto de su vida.

La fragilidad de las lealtades lo persuadió a mejorar la situación del ejército federal, al que incrementó salarios y otorgó ascensos. Paralelamente se reforzó la acción de la leva y dio al servicio militar carácter obligatorio.

Las optimistas declaraciones de Victoriano Huerta, al anunciar que la pacificación del país era un hecho, dado que numerosos alzados habían aceptado su propuesta de amnistía, trataban de ocultar que su gobierno estaba en apuros económicos, que enfrentaba dificultades diplomáticas con Estados Unidos, y que el ejército en el cual se apoyaba estaba desmoralizado, sin avizorarse, en el corto plazo, tiempos mejores.

Con las elecciones presidenciales pospuestas, el no reconocimiento a su gobierno por parte del presidente estadunidense Woodrow Wilson, la suspensión del pago de la deuda externa, la imposibilidad de contratar un nuevo crédito exterior; el distanciamiento de sus antiguos aliados y su derrota militar, su caída fue cuestión de tiempo.

Exilio y conspiración

El historiador Friedrich Katz asegura que las buenas relaciones de Victoriano Huerta con Alemania lo llevaron a solicitarle que lo sacara de México. Desde Puerto México (hoy Coatzacoalcos), porque Veracruz continuaba ocupado por la armada de Estados Unidos, el buque Dresdense encargó de poner rumbo al exilio al ex mandatario, su esposa Emilia Aguilar y cuatro de sus hijas (María Elisa, Luz, Elena y María del Carmen). Lo acompañaban, entre otras personas, su exsecretario de Guerra, el general Aureliano Blanquet, y la mujer de este, María de Jesús Olivos. Los hijos varones lo alcanzarían más tarde. El 17 de julio de 1914 abordaron el barco que los condujo a Kingston, Jamaica. El capitán informó que “Huerta y el general Blanquet estaban abundantemente provistos de dinero para el viaje, lo mismo que las damas con sus joyas. Huerta tenía consigo cerca de medio millón de marcos en oro. Además, una suma mucho mayor en cheques y otros valores.” Tras un largo recorrido que incluyó Londres, Santander, Cádiz y Madrid, el ex mandatario decidió establecerse en Barcelona.

¿Por qué eligió Huerta radicar en España? Es posible esgrimir varias razones: porque los españoles asentados en México le habían demostrado simpatía y apoyo en contra de la revolución constitucionalista, con respaldo económico. Carranza era señalado como el instigador de la destrucción sistemática de la colonia española en nuestro país y de la persecución al clero católico “sin razón alguna”, muchos de cuyos miembros se hallaban en el exilio o en las cárceles. La intromisión del clero en la caída de Madero y el financiamiento al huertismo, fueron argumentos de los revolucionarios para combatirlos.

Victoriano se sentía seguro en España porque este país no tenía relaciones diplomáticas con México y cualquier petición de extradición, no prosperaría. Además, el idioma, la religión, la historia, las costumbres lo hacían sentirse menos desgraciado. Por si fuera poco, al estallar la primera guerra mundial, España se había declarado neutral en el conflicto.

Cuando llegó a Barcelona quedó prendado de su encanto y los elegantes edificios urbanos con obras arquitectónicas surgidas del talento de Gaudí. Una ciudad diferente, atrevida, con edificios modernistas. Podemos imaginar a Victoriano de paseo con su esposa e hijas por el parque Güell; quizá fue a misa a La Sagrada Familia o disfrutó, en la parte vieja de la ciudad del Palau de la Música o del enigmático barrio gótico. En esta urbe mediterránea solía frecuentar, como en México, el café Colón. En sus memorias el exgeneral escribió: “en este Café Colón donde no hay parrandas ni generales ni muchas otras cosas, yo me aburro. Ya sabe el mozo que tomo coñac, pero hasta el sabor es diferente del que tomaba en México. Ya no me vienen a buscar los señores generales ni los señores ministros, ya no puedo ir de aquí a mi casita de la colonia de San Rafael a jugar siete y medio.”

Diversas crónicas refieren el talante taciturno de Huerta, en cuya mente habitaba un pensamiento fijo, volver a México y quizá recuperar el lugar perdido. El caos que desató el enfrentamiento de villistas y zapatistas contra constitucionalistas, lo convenció cada vez más de que podría materializar sus ideas.

Durante el tiempo que vivió en Barcelona pudo constatar que sus movimientos eran seguidos de cerca por espías carrancistas que trataban de indagar sobre sus planes futuros. No obstante, por alguna razón la entrevista con el emisario del servicio de inteligencia alemán, Franz von Rintelen, no fue detectada. La misión de este personaje era realizar operaciones de sabotaje en contra de los envíos de armas estadunidenses a los aliados; procurar una intervención de Estados Unidos en México con el fin de evitar que aquel país ingresara a la primera guerra mundial. Victoriano Huerta parecía ser el hombre ideal para provocar un conflicto como el que estaban planeando y, al devolverle el poder, conseguirían favorecedores acuerdos. El historiador Michael Meyer destaca que un gobierno amistoso en México podría ofrecerle a Alemania una base de operaciones en el hemisferio occidental y al mismo tiempo mantendría al gobierno de Woodrow Wilson ocupado con los asuntos cercanos a su frontera.

Cuando Rintelen se entrevistó con Huerta en febrero de 1915, le ofreció, a nombre del káiser Guillermo II, todo el apoyo económico necesario para emprender la lucha contrarrevolucionaria en México. El ex mandatario parecía tener al alcance de su mano la posibilidad de regresar al país, vengarse de Carranza y de Estados Unidos a quienes culpaba de su derrota. De acuerdo con Katz, el gobierno alemán dispuso de 12 000 000 de dólares para financiar el plan; 800 000 fueron depositados como anticipo en diversos bancos a nombre de Huerta.

Mientras se llevaban a cabo las negociaciones con Alemania, hizo su aparición otro mensajero, el exgobernador porfirista, exembajador de México en Estados Unidos, terrateniente y empresario chihuahuense Enrique Creel, quien ofreció, además de un amplio respaldo económico, el contingente necesario para iniciar la contrarrevolución. Una conjura puesta en marcha por exiliados mexicanos en ese país pretendía propalar desde Texas a México un movimiento armado contra los ya divididos constitucionalistas. En sus orígenes pensaron que Pascual Orozco encabezara la dirigencia del movimiento; sin embargo, concluyeron en la necesidad de contar con Victoriano Huerta cuya personalidad política tenía mayor peso. Cabe señalar que no todos los conspiradores eran huertistas, pero de alguna u otra manera habían sido agraviados por la revolución. En octubre de 1914 Venustiano Carranza emitió un decreto para juzgar a quienes colaboraron en el gabinete de Huerta, por lo que muchos de aquellos exfuncionarios salieron precipitadamente del país. Alberto García Granados –quien tan sólo había fungido dos meses como secretario de Gobernación– permaneció en México, fue aprehendido, condenado a muerte y fusilado en octubre de 1915. En la familia García Granados existe la versión de que su asesinato fue una venganza de Carranza porque Alberto se negó a devolverle una carta en la que lo invitaba a rebelarse en contra de Francisco I. Madero.

Fascinado por tan tentadoras ofertas, Huerta aceptó asumir la jefatura, no sin antes confesar a Creel el ofrecimiento alemán. De acuerdo con el exdiplomático, Pascual Orozco se comprometía a unir sus fuerzas en la aventura de encumbrarlo en el poder. Su contingente de “colorados” –como se les denominó en la revolución–, y connotados miembros de sus tropas como Marcelo Caraveo y José Inés Salazar, se encontraban ya desempeñando diversas comisiones. Chihuahua era el territorio natural de Orozco, conocía la sierra como pocos y contaba con el apoyo de muchos de sus paisanos. Desde 1912, Enrique Creel y la familia Terrazas lo habían cooptado para rebelarse en contra de Madero, aprovechando su mala relación con el mandatario.

El dinero de la familia Terrazas-Creel, sumamente golpeada por la revolución, se le puso a Huerta en “charola de plata”. Orozco desplegaría una gran actividad en los estados de Texas y Chihuahua en misión de reclutamiento de tropas.

Estas inesperadas ofertas vinieron a complementar lo que otras voces de exiliados en Europa le susurraban al oído, diciéndole que sólo él, Huerta, podría salvar a la patria de la anarquía en que se hallaba sumida.

Puestos los conspiradores de acuerdo, Huerta y Creel se embarcaron en el puerto de Cádiz a fines de marzo de 1915 con dirección a Nueva York. Al llegar a la urbe de hierro comenzó a celebrar reuniones con antiguos miembros de su gabinete y exintegrantes del ejército federal, así como conferencias secretas con personal de la embajada alemana, entre ellos Karl Boy-Ed (agregado naval) y Franz von Papen (agregado militar), encargados de proveer armas y parque a los dirigentes del movimiento. Por su parte, el siempre eficiente servicio de espías carrancistas y estadunidenses mantuvo informado a sus gobiernos acerca de los planes para iniciar una contrarrevolución. De inmediato el secretario de Estado, Robert Lansing, pidió al fiscal general de Estados Unidos, Thomas Watt Gregory, que reuniera las evidencias para acusar a Huerta de violación a las leyes de neutralidad. Ambos servicios secretos contaban con toda la información necesaria para implicar a los conspiradores.

Huerta fue advertido de no abandonar la ciudad de Nueva York en ninguna circunstancia, pero a pesar de las advertencias, se dirigió al sur para entrevistarse con Pascual Orozco, encuentro que ocurrió en Newman, Nuevo México. Puestos en marcha rumbo al estado de Texas, donde esperaban parlamentar con sus seguidores y alcanzar territorio chihuahuense, ambos personajes fueron capturados, internados en la prisión militar de Fort Bliss y acusados de violar las leyes de neutralidad.

Cuando se supo de su captura, villistas y carrancistas solicitaron la extradición de quien consideraban su mayor enemigo. La petición no les fue concedida, porque el gobierno estadunidense no reconocía todavía a ninguna de las facciones en pugna. El golpe dado a los conspiradores se ahondó cuando fueron capturados otros connotados orozquistas y huertistas.

Victoriano Huerta y Pascual Orozco rindieron su declaración en la Corte de El Paso, Texas. A su llegada, numerosas personas entre periodistas y curiosos invadieron la entrada del edificio. Los fotógrafos captaron el momento del descenso del tren, la llegada al tribunal y el interrogatorio.

Ambos aliados quedaron libres gracias al pago de una fianza, pero sujetos a prisión domiciliaria. Una vez más Orozco escapó y poco después fue muerto por rangers texanos, quienes alegaron haber repelido su ataque. Huerta, mientras tanto, fue nuevamente llevado a presidio para evitar su escape. Amenazado de muerte y con un deteriorado estado de salud, el exgeneral demandó protección y trato decoroso en prisión. Una vez más fue declarado, culpable de violar las leyes federales de neutralidad por conspirar para emprender una acción militar en contra de México.

En un intento del gobierno alemán por disipar las sospechas en su contra, los agregados de su embajada en Washington, Boyd-Ed y Von Papen, fueron separados de sus cargos a finales de 1915. El gobierno estadunidense tenía evidentes pruebas de que el complot urdido en España había sido maquinado por ellos. Alemania trataba de sacudirse así la responsabilidad, haciendo recaer en sus súbditos maquinaciones de motu proprio.

En octubre de 1915 el gobierno de Estados Unidos reconoció como gobierno de facto a Carranza. ¿Qué habrá pensado Huerta del reconocimiento? Algunos periódicos españoles pusieron en tela de juicio que las naciones europeas hicieran lo propio “teniendo como tiene cuentas pendientes con todas ellas, singularmente con España”. No obstante, también el reconocimiento de esta nación llegó a fines de 1915.

Desarticulado el movimiento contrarrevolucionario, Victorino Huerta murió, debido a su mal estado de salud, a los pocos días de habérsele concedido la liberación, en enero de 1916. Fue sepultado en el cementerio de Evergreen, en el Paso, Texas, concluyendo así su malograda aventura.

PARA SABER MÁS

  • Yo, Victoriano Huerta, México, Contenido, 1975.
  • Ángel Landeros, Erik del, “El regreso político de Victoriano Huerta en 1915. Entre la lucha de facciones del México revolucionario y el enfrentamiento germano-estadunidense durante la primera guerra mundial”, tesis de maestría en Historia Moderna y Contemporánea, Instituto Mora, 2012, en <https://biblioteca.mora.edu.mx/exlibris/aleph/a22_1/apache_media/98F711JLD5RD9UQ5G2JJ6ALF94R1E4.jpg>
  • Katz, Friedrich, La guerra secreta en México, México, Ediciones Era, 2 vols.
  • Ramírez Rancaño, Mario, La reacción mexicana y su exilio durante la revolución de 1910, México, Porrúa, 2002.


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