BiCentenario #18
Tania Santa Anna Saucedo / Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
¿Qué citadino no ha caminado por el Zócalo capitalino?, ¿quién no lo ha visto por lo menos en fotografías o televisión? Aunque su magnitud se puede ver opacada por la belleza de la Catedral metropolitana o la seriedad del Palacio Nacional, allí está, siempre presente. Así lo escribió Madame Calderón de la Barca en La vida en México: “Hice mi debut en México yendo a misa a la Catedral. Pasamos por la calle de San Francisco [hoy Madero], la calle más hermosa de México, tanto por sus tiendas como por sus casas (entre ellas, el Palacio de Iturbide, ricamente labrado, pero ahora casi en ruinas), y que termina en la Plaza en donde se levantan la Catedral y el Palacio”.
Todos tenemos en la mente la imagen de esa enorme plaza, donde en medio ondea la bandera de México en una enorme asta, pero ¿cuántos conocemos su historia? Por ejemplo, que su nombre oficial es Plaza de la Constitución, y recibió este nombre a finales del virreinato, porque ahí se juró la Constitución de Cádiz de 1812 en la Nueva España de 1813. Antes era llamada Plaza de Armas, Plaza Principal o Plaza Mayor.
De hecho, su origen se remonta a la época prehispánica, cuando era el lugar donde se realizaban las ceremonias religiosas, ya que los palacios donde habitaban los gobernantes y los templos dedicados a los diferentes dioses se encontraban a su alrededor. Más tarde, cuando llegaron los españoles, utilizaron esos mismos sitios para construir los edificios que representarían al poder político, civil y religioso.
A fin de conmemorar en 1843 la Independencia de México, Antonio López de Santa Anna convocó a un concurso para erigir una columna conmemorativa en el centro de la plaza. El ganador fue Lorenzo de la Hidalga, quien ordenó construir primero el zócalo, es decir la base donde iba a ser colocada la futura columna. El monumento nunca fue construido y el Zócalo siguió allí por tantos años que los habitantes de la ciudad comenzaron a utilizar la palabra para referirse a la Plaza Mayor.
El emperador Maximiliano retomaría este proyecto encomendando a Ramón Rodríguez Arangoity la remodelación del ZA?calo, lo cual incluía la construcción de la columna monumental del proyecto original de De la Hidalga. La columna estar a rodeada con esculturas de los héroes de la Independencia y coronada con una gran figura alada. Sin embargo, al ver los planos, el emperador decidió que en vez de una figura alada se pusiera el águila imperial rompiendo una cadena y remontando el vuelo; sus planes también quedaron inconclusos por la caída del Imperio y su fusilamiento.
Poco antes, en 1866, el alcalde municipal Ignacio Trigueros había mandado a hacer los jardines de la plaza, en vista de que los citadinos tenían el hábito de reunirse allí. Se plantaron árboles, colocaron bancas de hierro y construyeron fuentes y para dar seguridad a los paseantes, se pusieron lámparas de hidrógeno. Años después, en 1878, se instalaría un kiosco de hierro en el centro “hecho en París y regalo al ayuntamiento de Antonio Escandón”, a fin de que orquestas y bandas alegraran a los paseantes. En el Porfiriato hubo otro kiosco más pequeño, colocado por las empresas de tranvías y desde el cual ellas ofrecían sus servicios.
Durante la Decena Trágica (en 1913), al ser bombardeado el Palacio Nacional, los jardines del Zócalo fueron dañados, por lo que al año siguiente se retiraron los fresnos; también se cambió la estructura trazando nuevos caminos entre las A?reas verdes, además de que en cada esquina de la plaza se plantó una palmera.
Los jardines permanecerían allí hasta 1952, cuando fueron totalmente retirados. La plaza se quedó vacía, como una gran explanada, en la que años más tarde se colocó la imponente asta bandera que todos conocemos.