Cacicazgo y apoyo mutuo ejidal en Tepetzintla

Cacicazgo y apoyo mutuo ejidal en Tepetzintla

Úrsula Mares Higueras
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51.

En el municipio de Tepetzintla, en la Huasteca veracruzana, se vivió un periodo conocido localmente como “el cacicazgo”, que trascurrió entre 1938 y 1964. A través de los relatos orales de sus habitantes se han construido memorias en torno a la figura del cacique Basilio R. Miguel, su relación con los distintos sectores de la población y los ámbitos en los que ejerció su poder.

Vista de Tepetzintla, Veracruz, ca. 1960. Colección particular.

Si bien este liderazgo provocó sentimientos de miedo generalizado dentro del municipio, por la represión y amenazas que desplegó sobre sus habitantes, propició también que en el espacio social particular del ejido municipal los campesinos preservaran el apoyo mutuo para sembrar maíz. Es precisamente de esto último que trata este breve relato.

El 2 de mayo de 1964 asesinaron a Basilio R. Miguel. El suceso ocurrió al interior de su oficina ubicada junto a su casa de enjarre y techo de zacate colorado, en la calle que da entrada a la cabecera municipal de Tepetzintla. Algunos habitantes recuerdan que ese día se escucharon varias detonaciones, aun cuando estaban lejos de aquella casa. Después de escucharse los disparos, llegó el rumor al pueblo: ¡han matado al cacique!

La muerte de Basilio R. Miguel fue un parteaguas en el proceso histórico de Tepetzintla y del ejido de la cabecera municipal. Ningún habitante que hable del pasado del pueblo deja de rememorar la etapa del “cacicazgo” como un referente importante en la historia local. La mayoría la evoca como una época de represión, estancamiento y poder centralizado. De hecho, diversos testimonios marcan una diferencia sustancial entre esos 26 años y los procesos de “modernización” y “democracia” que se desarrollaron después de su muerte.

En la década de 1960 Tepetzintla era un pequeño pueblo con su presidencia municipal de madera, quiosco y parque, una galera con techo de lámina, escuela primaria también de madera, la pequeña iglesia, calles de tierra y lodo, pocas casas de ladrillo y un puñado de viviendas de enjarre y madera esparcidas por los alrededores del núcleo urbano. El ejidatario Juan Pérez asegura que Basilio R. Miguel “no quería ni la luz ni las escuelas que se hagan […] no quería ni que hubiera sexto año ni nada de eso [de primaria había] hasta el quinto año”. Los niños que querían seguir estudiando caminaban hasta la primaria de Cerro Azul, comunidad que estaba en crecimiento por la extracción del petróleo desde las primeras décadas del siglo XX.

La electricidad llegaba únicamente al centro del pueblo gracias a una planta que encendía apenas unos cuantos focos. En las casas de los alrededores se alumbraban con candil, quinqué y lámparas de gas o velas. El agua se conseguía en distintos pozos, la vaciaban en latas o bules y se acarreaba hasta las casas en mulas. Para lavar la ropa o bañarse, los habitantes acudían a los ríos cercanos. “Estaba el pueblo atrasadísimo”, “bien amolado”, “era un rancho”, aseguran algunos habitantes. “[El cacique] no dejaba que se fuera pa’rriba el pueblo”, asegura Juan Pérez. “Querían poner las escuelas, él no quería. Querían poner la luz, él no quería. Querían poner el agua, él: ‘no, así está bien’. Después de su muerte, ya se vino el agua, se vino la escuela, se vino la luz, ¡uta!, bendito Dios, todo cambió de volada. Es lo que estaba estorbando.”

Varios habitantes lo recuerdan como un hombre que no salía de su casa más que para cuidar sus terrenos y su ganado. Siempre recorría los pastizales montado a caballo, con pistolas y sombrero. Un ejemplo de ello es el recuerdo de Pérez, quien relata: “yo salí de la escuela y fui a buscar leña por allá, como a esta hora. Que me encuentro un señor que llevaba un caballo, ¡pero caballo!, dos carabinas así y una atravesada, dos pistolas y una chamarra que le colgaba de acá y un sombrerote, así como mariachi.”

Basilio R. Miguel ayudó a los campesinos con asuntos de dotación de tierras y problemas de linderos. El ex ejidatario y ex presidente municipal, Venancio Hernández, relata que el cacique aconsejaba “la forma de resolver” o “si se trataba de algo grave, que le están quitando las tierras a otro municipio, se iba a Jalapa”. Sin embargo, también se apropió de tierras de campesinos que no podían hacer ningún reclamo, muchas veces porque ellos hablaban náhuatl o por otras situaciones de vulnerabilidad en las que podía emplear amenazas. “Si tenía yo un terreno de este tamaño −dice el ejidatario Fermín Longinos− me decía el cacique ‘te lo compro’, ‘no, no lo vendo’. Cuando ya volteabas a ver ya lo tenía alambrado y no digas nada porque te mandaba a matar.” Él arreglaba todo aquí, recuerda Ignacio de la Cruz: “Si usted tiene un terreno y quiere arreglar, vas con él y entonces él va, dice que va hasta Jalapa. Entonces llevaba los papeles y allá decía: ‘como no apareció tu nombre, entonces yo lo arreglé’, a nombre de él. Entonces ya llegaba aquí y preguntaba ‘¿qué, don Basilio, arregló?’, ‘sí lo arreglé, pero para mí, a mi nombre, ya no es de usted, ese terreno es para mí’.”

Basilio R. Miguel era parte del ejido de la cabecera municipal de Tepetzintla. Lideraba el Comité Regional Campesino y también fungió como director y secretario. En elecciones simuladas se votaba por los miembros directivos del comisariado ejidal que estaban en alianza con él. Junto con otros campesinos promovió la dotación de tierras ejidales al municipio, otorgadas en 1934. Al no haber separación entre parcelas (hasta 1974), hizo uso de 40 hectáreas sin que los ejidatarios pudieran emitir queja alguna.

Algunos de los campesinos lo han considerado como “cacique” porque acaparaba tierras, no pagaba ni daba faena ni se presentaba en las reuniones. Únicamente estaba al pendiente de su ganado y sus terrenos ejidales. Esa es la forma de cacique, asevera el consejo de vigilancia actual del ejido Gumersindo Gabino, “ellos nomás andan en sus tierras, andan por allá, pero ellos de aquí de la junta no querían saber nada, ni de faenas”.

La relación que mantenía con los campesinos ejidatarios era dual. Por una parte, acudía a Jalapa para arreglar los asuntos del ejido y al mismo tiempo fortalecía su figura de líder campesino. Sin embargo, al argumentar su derecho de fundador, acaparó tierras ejidales para su ganado y no permitió que los ejidatarios sembraran cultivos comerciales que pudiesen mejorar su condición económica. La mayoría sembraba maíz y frijol, además de camotes, chiles y tomate, entre otros cultivos menores. Otros empezaron a introducir caña de azúcar, para hacer panela, y plátano. Este último era un cultivo comercial y redituable que se vendía principalmente en Tampico.

Según la versión del ejidatario Juan Pérez, el cacique conminaba a los campesinos a que disminuyeran su producción o abandonaran ese tipo de cultivos cuando percibía que les estaban generando mayores ingresos: “aparentaba ser bueno [con los campesinos], pero andaba viendo quién tiene milpa grande. O sea, no quería que progresara nadie, nomás él […] y si sabía algo que tú dijiste, te mataba. Así era, peligroso. […] Y mi papá ya lo dejó [el ejido], ya no quiso, dijo ‘si voy para allá, me van a matar’.”

Redes de apoyo

La dinámica de dominación caciquil dentro del ejido propició que la producción de la milpa fuera prácticamente el único sustento entre el grueso de ejidatarios, lo que condicionó a los campesinos a mantener un nivel socioeconómico homogéneo. Esto fue un factor importante para que siguieran realizando sus rituales agrícolas en torno al maíz, como la bendición de la semilla y darle de comer a la tierra. Aunado a esto, propició la continuidad de la práctica de “ganar mano”. Una forma de apoyo mutuo para sembrar maíz que se dejó en desuso después de la época del cacicazgo.

El apoyo mutuo es una forma de ayudar al otro y de recibir ayuda de ese otro; es decir, es un sistema de reciprocidad con un componente ético. Es un compromiso individual y comunitario que se adquiere con el grupo social que se ha organizado para construir redes de reciprocidad con un objetivo común. En la Huasteca veracruzana han existido distintas formas de apoyo mutuo que se desarrollaron en espacios sociales diversos: en el nacimiento de un hijo, en los rituales de “el costumbre” y en la siembra del maíz, entre otros.

A partir de distintos relatos orales de los ejidatarios se sabe que la primera generación de ejidatarios (1934-1964) practicaba la costumbre de ayudarse entre ellos en las dos temporadas de siembra (mayo y diciembre). La bendición de la semilla iba de la mano con la ayuda mutua, pues el único cultivo al que se le rendía culto era al maíz. Entonces, el día de la siembra, la esposa e hijas del campesino que había pedido “ganar mano” debían llevar los alimentos al terreno, no sólo para el ritual de darle de comer a la tierra y la petición de buenas cosechas, sino también para compartirlos con los hombres que se habían comprometido a “ganar mano”. Esto implicaba construir lazos y compromisos de reciprocidad entre familias y con la comunidad de campesinos ejidatarios.

Bendecir la semilla, darle de comer a la tierra, “ganar mano” y celebrar el elote tierno era parte del cúmulo de rituales destinados a la siembra, cuidado y cosecha del maíz. Al ofrendar las manos en la práctica de “ganar mano” el ejidatario trascendía el bienestar individual. Se mantenían los lazos sociales y se establecía contacto con la sacralidad de la tierra y el maíz.

A pesar de que las expectativas de algunos campesinos ejidatarios en la época del cacicazgo era producir otro tipo de sembradíos, o cambiar los usos de suelo del ejido, la limitación ejercida por el cacique dentro del terreno ejidal en torno a los cultivos provocó que estos mantuvieran sus siembras de maíz criollo. Con ello reprodujeron sus valores de reciprocidad y sus creencias en torno al maíz.

El “ganar mano” era parte de un sistema ritual agrícola de la comunidad ejidal campesina de Tepetzintla. Esta práctica fue un mecanismo de ayuda laboral y comunitaria desarrollado dentro de un sistema de reciprocidad y de “hacer en colectivo”, a diferencia del uso de peones para la producción agrícola, relación laboral que está mediada por el dinero y, por ende, se le otorga un valor económico.

A partir de la muerte de Basilio R. Miguel, los ejidatarios iniciaron un proceso de modernización dentro del ejido que terminó por dividir el terreno ejidal y fracturar los lazos sociales entre ellos. Un factor importante para preservar las relaciones sociales de producción recíprocas fue, precisamente, la limitación que el cacique impuso a los ejidatarios sobre sus cultivos.

Si bien en las memorias orales de los tepetzintlecos se enfatiza el ejercicio arbitrario del poder caciquil, las represiones y amenazas hacia distintos sectores de la población, es posible sugerir que el cacicazgo propició la cohesión social, la continuidad de la práctica de apoyo mutuo y de valores tradicionales como el compromiso comunitario entre los campesinos ejidatarios.

PARA SABER MÁS

  • Argüelles, Jazmín, “El maíz en la identidad cultural de la Huasteca veracruzana”, Bolivia, Universidad de San Simón, tesis de maestría en Educación Intercultural Bilingüe, 2008, en <https://cutt.ly/Of0XPwP>
  • Good Eshelman, Catharine, “La circulación de la fuerza en el ritual: las ofrendas nahuas y sus implicaciones para analizar las prácticas religiosas mesoamericanas” en Johanna Broda (coord.), Convocar a los dioses: ofrendas mesoamericanas. Estudios antropológicos, históricos y comparativos, México, IIH-UNAM, 2016.
  • Pérez, Ana Bella (coord.), Equilibrio, intercambio y reciprocidad: principio de vida y sentidos de muerte en la Huasteca, México, Consejo Veracruzano de Arte Popular, 2007.
  • Serna, Ana María, Manuel Peláez y la vida rural en la Faja de Oro. Petróleo, revolución y sociedad en el norte de Veracruz, 1910-1928, México, Instituto Mora, 2008.

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