Y llegó el karate coreano

Y llegó el karate coreano

Iván Lópezgallo
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51.

La historia de las artes marciales en México está marcada por un proceso sinuoso y persistente, que comienza en tiempos del porfiriato y que da su gran salto a partir de finales de los años cincuenta del siglo pasado, cuando la cultura oriental –de donde provienen sus diversas disciplinas– se integra al país de manera acelerada.

Isaías Dueñas en el Primer Campeonato Mundial de TKD, Corea, 1973. Colección particular de Isaías Dueñas.

Para el maestro y medallista mexicano
Reinaldo Salazar, quien falleciera
el 21 de junio de 2020 de COVID-19

De acuerdo con la Historia de los indios de la Nueva España e islas de Tierra Firme, de Fray Diego Durán, el emperador mexica Moctezuma ordenó que en las escuelas de todos los barrios se practicaran ejercicios de guerra y corporales. En ellas, los jóvenes aztecas aprendían que era vergonzoso morir por alguna enfermedad o ser ejecutados –ya fuera por ladrones o por cobardes– y que fallecer como un guerrero garantizaba una vida futura junto al sol, por lo que si algo deseaban los estudiantes era caer en combate.

Marco Antonio Cervera, investigador de la arqueología e historia militar en Mesoamérica, menciona en El armamento entre los mexicas, que en todo el mundo se practicaron sistemas marciales de los que se tienen bien documentados el nombre, la historia y las técnicas, como la lucha greco-romana y el jiu-jitsu que los samuráis japoneses empleaban en el siglo XVI. Afirma, también, que es posible que los mexicas hayan desarrollado sistemas similares y que la diferencia radica en que no se tienen evidencias suficientes de sus técnicas o sus nombres, mismas que desaparecieron tras la conquista.

Durante la época colonial, dominada por el pensamiento religioso, se desdeñó el ejercicio físico. Esta idea cambió en el siglo XIX, cuando se consideró que los cuerpos sanos y fuertes favorecían el desarrollo moral e intelectual. Al final de esta centuria, ya se pensaba que el gobierno debía fomentar el ejercicio, y la población realizarlo, para mejorar la raza, como sostiene la historiadora María José Garrido en su libro Para sanar, fortalecer y embellecer los cuerpos. Historia de la gimnasia en la ciudad de México. Por ello, en México, durante el porfiriato, comenzaron a practicarse deportes como el futbol y el ciclismo, además de organizarse funciones de lucha en diversos teatros de la capital.

El japonés Mitsuyo Maeda vino a México en 1909 para participar en estos espectáculos. Su baja complexión y musculatura provocaban poco respeto entre los asistentes, quienes tras iniciar la contienda veían asombrados cómo el Conde Koma –nombre con el que era presentado– hacía volar a sus oponentes por los aires o los inmovilizaba con dolorosas llaves. Algunos autores sostienen que con Maeda, practicante de jiu-jitsu–sistema de combate sin armas de los samuráis–, fue que las artes marciales orientales llegaron a nuestro país. Sin embargo, por lo menos desde cuatro años antes hay registros documentales del jiu-jitsu en la prensa mexicana, ya que la edición de El Mundo Ilustrado, del 13 de agosto de 1905, muestra a dos integrantes del Club de Cultura Física Ugartechea ejecutar técnicas que, explica el diario, “hacen temibles a los pequeños nipones, aun para los hombres de más peso y mejor musculados”.

Un año después, Harada Shinzo, quien originalmente vino a trabajar en el ferrocarril, enseñó jiu-jitsu en el Colegio Militar, y tuvo entre sus alumnos al hijo de Porfirio Díaz, y estuvo entrenando, tras el estallido de la revolución, a soldados zapatistas, villistas y carrancistas. Con el tiempo, más japoneses llegaron a nuestro país, aumentando los centros de enseñanza, y el judo –una versión más sistematizada y deportiva del jiu-jitsu– despertó el interés para practicarlo e incluso para participar en competencias. Por ello, el maestro Daniel Hernández registró, en 1953, la Asociación Mexicana de Judo, base de la federación mexicana de esta disciplina fundada tres años después, representando sus alumnos a México en el Tercer Campeonato Panamericano de Judo, que se llevó a cabo en 1958.

El camino de la mano vacía

En ese mismo año llegó a territorio nacional Nobuyoshi Murata, licenciado en Filosofía y Lengua en español; además de cinta negra Segundo Dan por Shito Ryu, una de las escuelas más tradicionales de karate-do, disciplina que para el gran maestro Gichin Funakoshi puede traducirse como mano china (kara: china, te: mano) o mano vacía (kara: vacía, te: mano), dependiendo de la manera en que se escriba kara. Do, por otra parte, significa camino. La acepción que hoy se da a karate-do es: Camino de la mano vacía.

Contra lo que uno puede pensar, Murata no viajó a América para enseñar artes marciales, sino para trabajar en la sucursal de una de las farmacéuticas asiáticas más importantes en el país. Su gusto por el karate-do lo llevó a dar una exhibición en la inauguración del Club Japonés de la Ciudad de México, que se llevó a cabo el 31 de enero de 1959, muestra que despertó mucho interés.

Manuel Mondragón y Kalb, quien en ese momento era cinta café de judo, recordó 60 años después, en entrevista con el autor de este artículo, que Carlos Vila, un amigo suyo con el que hacía ejercicio, le dijo:

–Oye, hay un maestro de karate.

–¿Qué es eso? Le preguntó.

–Karate. Ayer me dijeron que es como el judo y el aikido, nada más que aquí hay que parar y contraatacar con el pie, con el codo. No es derribar, como lo que hacemos. ¿Por qué no vemos si nos da clases?

Lo buscaron y Murata les dijo que no creía pertinente enseñar a los occidentales, pues carecían del carácter, orden y disciplina que la práctica del karate-do exige; pero al final accedió, poniendo como condición que sus alumnos fueran personas serias y honorables que entendieran la filosofía de las artes marciales y no se enfocaran sólo en sus aspectos técnicos.

Gracias a esto fue que Manuel Mondragón y Kalb –nieto del general porfirista Manuel Mondragón, médico cirujano desde 1959 y considerado padre de las artes marciales en México– fundó la Asociación Mexicana de Karate-Do, en cuyas instalaciones se vivía una atmósfera de disciplina y camaradería en la que no sólo se hacían observaciones técnicas, sino que se motivaba por igual a instructores y alumnos.

Tiempo después, el maestro Murata retornó a Japón, y un poco más adelante, llegaron a nuestro país Hiroshi Matzura y Nobuhiro Yatoh, quienes comenzaron a trabajar en la escuela del doctor Mondragón; cinco años después tuvieron problemas irreconciliables.

–Estoy perdiéndole a usted el respeto –le dijo Mondragón a Yatoh una tarde en su oficina–. De tal manera que se va usted. Y hay dos posibilidades: que se vaya por las buenas o se vaya por las malas. Y si es por las malas, aquí en el gimnasio, en el dojo, o en la calle podemos zanjar cualquier cosa.

De acuerdo con Mondragón, Yatoh no quiso problemas y terminaron su relación en los mejores términos posibles, aunque el japonés sólo estuvo en nuestro país seis u ocho meses más, ya que volvió a Japón por problemas personales. Y aunque Hiroshi Matzura continuó en México y arribaron Tabata y otros personajes, la Asociación Mexicana de Karate-Do se quedó sin maestro, ya que tras el rompimiento con Matzura y Yatoh los japoneses se negaron a enviarle más instructores.

Karate coreano

El boicot japonés hizo que Manuel Mondragón y Kalb viajara a Estados Unidos para hablar con Jack Hwang, dueño de un club de karate coreano en Oklahoma que cada año organizaba un torneo al que habían asistido los alumnos de la Asociación Mexicana de Karate-Do.

–Ayúdame, Jack, porque necesito un instructor –le pidió–. Y necesito que sea de karate coreano.

La idea de Mondragón era que Hwang se mudara a nuestro país, pero este declinó la invitación por encontrarse muy a gusto en Oklahoma, aunque le indicó que vería la posibilidad de que un profesor con un currículum impresionante en el campo deportivo tomara la responsabilidad. Se refería a Dai Won Moon, quien estudió bajo la tutela de Yong Ha Chun, alumno directo del maestro Kee Hwang, fundador de la escuela Moo Duk Kwan.

David Moon es un buen muchacho –le dijo tropicalizando el nombre–, un buen competidor. Un hombre que técnicamente es excelente y buen maestro.

Tras este encuentro, Hwang invitó al profesor Moon a impartir un seminario de karate coreano a los alumnos más avanzados de la Asociación Mexicana de Karate-Do.

–Ellos pagan boleto de avión y hay que quedarse diez días de clase –le dijo.

Moon aceptó y lo acompañó a la ciudad de México, donde los primeros cinco días del seminario se llevaron a cabo bajo la instrucción del maestro Hwang.

–Tú dales clase los otros cinco días –le indicó a Moon, tras el quinto entrenamiento.

–¿Qué hago?, tú lo hiciste todo.

–Nada más pelea con ellos.

Así que Moon se enfrentó a todos, que eran como catorce, para después corregirlos.

–Tú no debiste haber hecho de esa manera –decía.

Al término del seminario, que dejó maravillados a los asistentes, el doctor Mondragón pidió a Moon que se quedara en México para enseñar karate coreano. El profesor aceptó y, en mayo de 1969, se estableció en nuestro país para hacerse cargo de la Asociación Mexicana de Karate-Do, donde cambió la forma de trabajar de sus antecesores.

–Vamos a tener las puertas y ventanas abiertas para que todos vean cómo entrenamos –les dijo a sus nuevos alumnos–. Todo el mundo podrá entrar.

Decisión que con el tiempo demostró ser muy acertada, ya que las clases funcionaron como exhibiciones –por lo espectacular del combate libre– y con el tiempo aumentó el número de practicantes.

Sin embargo, poca gente sabe que desde antes de la llegada de Dai Won Moon se enseñaba karate coreano en nuestro país, ya que en el centro de la ciudad de México estaba la Escuela Oriental de Karate de Jesús Hernández, quien hizo su práctica marcial en Estados Unidos; además, cerca del aeropuerto se encontraba la escuela Ji Do Kwan de Agustín Guerra, alumno de An Dae Sup, maestro coreano que enseñó su sistema en México por algún tiempo. Esto es muy importante, ya que suele atribuírsele al profesor Moon el mérito de la difusión del taekwondo en México; pero al celebrarse los primeros 50 años de la llegada a nuestro país de este arte marcial, es un acto de justicia recordar que hubo otros personajes –muchos de ellos anónimos– involucrados en su enseñanza y popularización.

El camino de la mano china

La derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial trajo consigo la independencia de Corea y el surgimiento de cinco grandes escuelas de artes marciales, mismas que dieron diferentes nombres a sus sistemas, siendo tang soo-do uno de ellos; aunque a fines de los años sesenta todos eran agrupados bajo el término genérico de karate coreano.

Tang soo-do significa El camino de la mano china (tang: china, soo: mano, do: camino) y fue el sistema practicado por quienes hoy son considerados los integrantes de las primeras cinco generaciones de cintas negras de taekwondoen México, de acuerdo con los certificados expedidos por la Korean Tang So Do Association Moo Duk Kwan, organización presidida por el gran maestro Kee Hwang y de la que Dai Won Moon era representante oficial en México, como puede observarse en anuncios de la época.

La primera de estas generaciones la integró el estadunidense Travis Lee Everitt. La segunda la formaron Sergio Fonseca y José Luis Olivares. La tercera estuvo integrada por Arturo Farías e Isaías Dueñas. La cuarta incluyó a Ramiro Guzmán, Ernesto Morán, Eduardo Martínez, Luis Alberto Cano, José Luis Torres Galindo y Eduardo Olivares. Y a la quinta pertenecieron Lauro Echevarría, Manuel Echevarría, Jesús Herrera, Héctor Olivares, César Poblano y José Torresnavarrete.

Varios de ellos, como Sergio Fonseca y Eduardo Martínez, practicaron antes karate-do; mientras que Lauro y Manuel Echevarría habían sido judokas; además de que Travis Lee Everitt y Ramiro Guzmán viajaron a nuestro país siguiendo al profesor Moon, por lo que llegaron con un grado avanzado. Los primeros mexicanos en comenzar desde cero su práctica marcial en tang soo-do y alcanzar la cinta negra fueron Isaías Dueñas y Arturo Farías

Ellos, como muchos de sus compañeros, trabajaron junto al profesor Moon para que las escuelas de Moo Duk Kwan se expandieran por el territorio nacional, superando en número a las de karate-do y otros sistemas marciales. Para lograrlo tuvieron que hacer frente a la mala opinión que tenía la gente de las disciplinas de combate desde la época de Porfirio Díaz, cuando las peleas en los teatros contribuyeron a que se les considerara perniciosas y degradantes por expresar las actitudes más bajas del género humano, en público y por una paga, como afirma Arno Burkholder en “El espectáculo de los puños. Deportes de lucha en la ciudad de México al final del porfiriato”, publicado en el número 11 de BiCentenario.

Patadas y puñetazos

Para fortuna de los practicantes de artes marciales, varios acontecimientos ayudaron a cambiar esta percepción en México, siendo uno de ellos la organización de los campeonatos mundiales de taekwondo.

El primero se llevó a cabo en Seúl en mayo de 1973, y su resultado fue muy importante para nuestro país, ya que el equipo integrado por Isaías Dueñas, Ramiro Guzmán, José Luis Olivares, Ernesto Morán, Antonio Puig y José Luis Torres Galindo empató con China en el tercer lugar, detrás de Estados Unidos y Corea, que ganó el campeonato. Un gran resultado si consideramos que al llegar a Seúl los mexicanos no conocían las reglas de competencia. Dos años después, y nuevamente en la capital de Corea, México volvió a quedar en la tercera posición; mientras que, en el tercer campeonato mundial, disputado en 1977 en Chicago, quedó en la cuarta plaza; y en el cuarto, realizado en 1979 en Stuttgart, alcanzó el segundo lugar, coronándose Óscar Mendiola como el primer campeón mundial mexicano.

Tras el campeonato de 1973, representantes de los países asistentes fundaron la Federación Mundial de Taekwondo –WTF, por sus siglas en inglés–, estableciendo que quienes aspiraran a participar en competencias internacionales debían ser cintas negras reconocidos por el Kukkiwon, organismo creado por el gobierno coreano para tal efecto.

El establecimiento de la WTF ayudó a que alrededor del mundo se sustituyera el término karate coreano por el de taekwondo, creado en 1955 y que puede traducirse como El camino de las patadas y los puñetazos (tae: patear o defender con el pie, kwon: golpear o defender con el puño, do: camino o forma de vida). Lo anterior con el objetivo de alejar a esta disciplina del karate-do japonés, ya que la relación entre ambos artes marciales es algo que incomoda a los coreanos, pero es más estrecha de lo que hoy parece.

Es importante mencionar que, al sumarse al movimiento de la WTF, el profesor Moon dejó a un lado el compromiso que tenía con el maestro Kee Hwang de enseñar en México el tang soo-do y la filosofía Moodo, que no se inclinaba a la competencia y ni siquiera estaba a favor de utilizar el nombre de taekwondo, aunque siguió llamando Moo Duk Kwan a su organización, término creado por Hwang 30 años antes.

Otro acontecimiento que contribuyó al cambio de percepción en torno a las disciplinas de combate fue la celebración del Primer Campeonato Mundial de Full Contact en Los Ángeles, California. Esta competencia trató de responder la pregunta recurrente de qué arte marcial es la más efectiva. Con este objetivo, el productor Mike Anderson y un grupo de inversionistas organizaron un novedoso sistema de combate que mezcló las patadas del taekwondo, los golpes del boxeo y algunas técnicas de karate, permitiéndose el contacto completo –de ahí el nombre de full contact– para noquear al oponente.

La nueva competencia dividió opiniones. Sus partidarios aseguraban que era la mejor manera de enfrentarse a un combate real; mientras que para sus detractores se trataba de un evento salvaje que se apartaba del verdadero espíritu de las artes marciales. Corría también la idea de que las autoridades no permitirían que algo así se llevara a cabo.

Pero lo hicieron y tras una serie de eliminatorias en diversos países, el 14 de septiembre de 1974 miles de personas asistieron o vieron por televisión la función en la que se coronaron los primeros campeones mundiales de full contact de la historia, siendo uno de ellos el mexicano Isaías Dueñas. Este logro llamó la atención de la prensa y aumentó la popularidad del taekwondo, que fue considerado un sistema de combate muy efectivo.

De esta manera, la combinación de los éxitos obtenidos en los años setenta en los campeonatos mundiales de taekwondo y full contact–disciplina en la que el mexicano Ramiro Guzmán también fue campeón mundial–, junto con la atención de la prensa escrita y los medios electrónicos, las películas sobre artes marciales –algunas de ellas estelarizadas por Bruce Lee, Jackie Chan y Chuck Norris–, y las series de televisión –como Kung Fu, protagonizada por David Carradine– cambiaron la percepción que se tenía de las disciplinas de combate y aumentaron considerablemente el número de sus practicantes.

El último acontecimiento que impulsó la popularización del taekwondo en México fue su debut en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, donde arrancó una historia de éxitos que lo posicionó, junto a los clavados, como una de las disciplinas olímpicas más productivas para el deporte mexicano. En todas las ediciones olímpicas en que ha participado, el taekwondo le ha dado preseas a nuestro país, entre ellas las seis que se obtuvieron en Seúl 1988 y Barcelona 1992, pero que por ser un deporte de exhibición no se incluyeron en el medallero oficial; además de que, como parte del proceso para convertirse en deporte oficial, no participó en Atlanta 1996, debutando oficialmente cuatro años después. Entre las medallas olímpicas que el taekwondo ha dado a México están las preseas de oro de William de Jesús Córdova (Barcelona,1992), María Espinoza y Guillermo Pérez (ambos en Beijín, 2008).

Sin embargo, la importancia del taekwondo sobrepasa los resultados deportivos, ya que entre otras cosas fomenta la disciplina, el carácter, la autoconfianza, la motivación, el sentido de pertenencia, además del aprendizaje y la práctica de habilidades de combate y autodefensa. También enfatiza la filosofía de resolución de conflictos sin el uso de la violencia. Al final, como dijo el escritor Bo Bennett, las artes marciales no se tratan de pelear, sino de construir el carácter.

Conquistas

En 2001: Odisea del espacio, película dirigida y producida por Stanley Kubrick, un grupo de monos ataca a otra manada para expulsarla de un riachuelo. Están armados con largos huesos que utilizan como garrotes que les permiten derrotar fácilmente a sus rivales. Los sistemas de combate, a semejanza de esos huesos, surgieron como una respuesta a la necesidad de los pueblos, tanto de defender las vidas y posesiones de sus integrantes, como de estar preparados para conquistar nuevos territorios.

PARA SABER MÁS

  • Lópezgallo, Iván, El camino de un guerrero. Vida y legado de Isaías Dueñas, México, Porrúa, 2019.
  • Lópezgallo, Yuri, Taekwondo. Origen, bases y fundamentos, México, LoGo, 2019.
  • Torresnavarrete, José, Tradición marcial. la oculta sabiduría de las artes marciales, México, edición de autor, 2013.

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