Vicente Guerrero afianza el bastión del sur

Vicente Guerrero afianza el bastión del sur

Reveriano Sierra Casiano
Facultad de Filosofía y Letras – UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 53.

La incorporación de la poderosa fuerza militar insurgente del arriero sureño a la estrategia de Iturbide fue el gran impulso –vendrían luego otros acuerdos militares– para la consumación de la independencia, concretada pocos meses después del pacto entre ambos en la zona de Teloloapan.

Román Sagredo, Abrazo de Acatempan, óleo sobre tela, 1870, Museo Nacional de las Intervenciones. Secretaría de Cultura-INAH-MEX. Reproducción autorizada por el INAH.

En 1820, la guerra por la independencia de Nueva España, que había iniciado diez años antes en el Bajío, había menguado. El historiador conservador Lucas Alamán escribió en su Historia de Méjico… [1852], que el reino estaba totalmente pacificado, “excepto un ángulo de poca importancia en el sur de México”. En esa zona operaba principalmente Vicente Guerrero (1792-1831). Oriundo de Tixtla, Guerrero había dejado su trabajo de arriero y se unió al movimiento rebelde a finales de 1810, durante la primera campaña que José María Morelos realizó en el sur. El conocimiento de la tierra y de la gente, que tenía hombres como él, posibilitó el arraigo de la rebelión.

Bajo el liderazgo de Morelos, el sur de Nueva España había sido el principal centro de operaciones de la insurgencia. La región sureña también fue el escenario de la definición del proyecto político republicano insurgente con la convocatoria al Congreso de Anáhuac, −que se reunió en Chilpancingo en 1813−, y la promulgación del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, también conocida como la Constitución de Apatzingán, en 1814.

Después de la captura de Morelos a finales de 1815, Manuel Mier y Terán disolvió el Congreso insurgente en Tehuacán y propuso un gobierno político-militar a Guerrero, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo. El proyecto no se concretó y la insurgencia quedó a la deriva. En esos años, Guerrero fue uno de los jefes militares más preocupados por mantener las instituciones formadas a partir de la Constitución de Apatzingán y ejerció su autoridad territorial siempre en nombre de la Junta Subalterna Gubernativa o Supremo Gobierno Provisional. Era consciente de que la insurrección necesitaba respaldo institucional, pero el proyecto del movimiento insurgente tuvo un alcance territorial limitado por las rencillas de legitimidad política y autoridad militar dentro de la insurgencia. La división favoreció la estrategia del régimen virreinal de atacar uno por uno los focos insurgentes más importantes para evitar su crecimiento y colaboración. A partir de 1814, el comandante realista del sur, José Gabriel de Armijo, empezó a recuperar el control del sur y el territorio de acción de Guerrero quedó reducido a unos cuantos poblados y las serranías de la Mixteca y la Tierra Caliente.

Varios historiadores aseveran, como Alamán, que en 1820 la insurgencia estaba prácticamente derrotada. Sin embargo, otros estudios históricos que en años recientes analizaron las condiciones militares de Nueva España han valorado que la guerra estaba estancada y lejos de la pacificación pretendida por las autoridades. En 1820 sobrevivían jefes importantes como Guerrero, Pedro Ascencio, Juan Álvarez o Gordiano Guzmán, pero también numerosos grupos que sin un liderazgo destacado obstaculizaban el tránsito de los caminos principales y tomaban pueblos momentáneamente. Por tanto, la guerra generó condiciones precarias para los insurgentes, pero también para sus adversarios.

Dos hechos aislados uno de otro, pero que tendrían incidencia en la consumación de independencia, muestran este desgaste de las tropas del régimen español: por un lado, la solicitud de José Gabriel de Armijo para ser sustituido en el sur novohispano y, por otro, el pronunciamiento militar en España, el 1 de enero de 1820, de las tropas expedicionarias que se preparaban para partir a reconquistar Río de la Plata y se pronunciaron a favor de restablecer la Constitución liberal y las cortes que el rey Fernando VII había proscrito unos años antes.

Obligado por la asonada militar, el rey juró la Constitución de Cádiz, con lo que ponía fin a su reinado absolutista y depositaba la soberanía en las Cortes. En Nueva España, la Constitución fue jurada por Juan Ruiz de Apodaca en mayo, quien con la entrada en vigor del texto constitucional dejaba de ser virrey y se convertía en jefe político superior designado por las Cortes. Como virrey, de 1816 a 1820, Apodaca había combinado una estrategia de combate a los insurgentes y ofertas de indulto a las que se acogieron importantes figuras del movimiento rebelde, como Manuel Mier y Terán, Carlos María de Bustamante, Ignacio Rayón, entre otros, pero Guerrero rechazó la propuesta en reiteradas ocasiones, incluso la que se le hizo llegar por medio de su padre. Las negociaciones entabladas para atraerlo a las filas del gobierno virreinal también lo llevaron a aplicar la misma estrategia a los oficiales realistas. Así, el 17 de agosto de 1820 escribió al coronel Carlos Moya una carta que contiene interesantes elementos sobre su situación y las alternativas políticas.

La carta, citada por Ernesto Lemoine, empieza con una alusión a los hechos políticos de España: “Como considero a V. S. bien instruido en la revolución de los liberales de la península […] no me explayaré sobre esto, y sí, paso a manifestarle que este es el tiempo más precioso para que los hijos de este suelo mexicano, así legítimos como adoptivos, tomen aquel modelo, para ser independientes.” En este pasaje, Guerrero se muestra bien enterado de la posibilidad de utilizar la movilización militar dentro del régimen para alcanzar objetivos políticos y sugiere a Moya encabezar una operación de ese tipo: “En este concepto, siempre que V. S. quisiera abrazar mi partido y trabajar por la libertad mexicana, no como subalterno mío, sino como jefe, sabría yo ponerme a su disposición.” Sabía que la estrategia del gobierno virreinal lo había aislado y estaba dispuesto a ponerse a las órdenes de un jefe que tuviera mayores posibilidades de alcanzar la independencia. Finalmente, concluye con un acertado dictamen de la situación política peninsular y novohispana: “Cuando se trata de la libertad de un suelo oprimido, es acción liberal en el que se decide a variar de sistema, más cuando supongo que no ignorará V. S. el rompimiento que entre liberales y realistas yace en la Península y aun se prepara en este hemisferio.”

En efecto, el restablecimiento de la Constitución de Cádiz había dividido a los defensores de la monarquía española entre los absolutistas partidarios del rey y los liberales defensores de las Cortes. En Nueva España pronto se generó una situación de incertidumbre en la que corrían rumores de conspiraciones absolutistas para derogar la Constitución y de otras que pretendían aprovechar el marco constitucional para alcanzar la independencia. Muchos estudios históricos han repetido que la conspiración de la Profesa fue determinante para el nombramiento de Agustín de Iturbide como comandante del sur y rumbo de Acapulco en sustitución de Armijo. Sin embargo, esta conspiración nunca ha sido demostrada.

Iturbide salió rumbo al sur el 16 de noviembre de 1820 con la comisión de derrotar a Guerrero o de convencerlo de aceptar el indulto. Los reveses militares sufridos por sus tropas a finales de 1820, en Tlatlaya, y a principios de 1821, en Zapotepec, le mostraron que derrotar a los insurgentes no sería fácil. El 10 de enero escribió a Guerrero para ofrecerle el indulto del virrey y también le refirió que con el restablecimiento de la Constitución y de las Cortes españolas, los americanos podían esperar una reforma política favorable. También mencionó estar reuniendo tropas para enfrentarlo, pero que prefería terminar el conflicto por la vía de la negociación.

Es posible asegurar que en los meses que permaneció en el sur, Iturbide no dedicó todo su tiempo a la persecución de Guerrero. Sin duda prefería imponerse por las armas antes que negociar, pero tampoco estaba dispuesto a dejar pasar la posibilidad de actuar en la coyuntura política abierta por el restablecimiento constitucional. Apenas instaló su cuartel en Teloloapan, empezó a escribir a antiguos compañeros, oficiales del gobierno, para conocer el estado de las provincias en las que servían y preguntar si estaban en la disposición de ayudarlo en un plan para terminar la guerra. De igual modo comunicó a Apodaca que tenía meditado un plan de pacificación, pero necesitaba reunir el mayor número posible de tropas para realizar una campaña que, si bien costosa, sería corta y definitiva. Apodaca lo apoyó con dinero y tropas porque creyó que su objetivo era enfrentar a Guerrero y debilitarlo hasta que aceptara el indulto. El 18 de febrero, Iturbide le comunicó que el jefe suriano y sus hombres se habían puesto a sus órdenes.

Para ese momento todavía no se realizaba el encuentro que Iturbide había pedido a Guerrero en carta del 4 de febrero. Pero probablemente ya había revelado gran parte de sus intenciones con detalle o incluso una versión del Plan de Iguala, que se publicó el 24 de ese mes. Guerrero había respondido otra vez con una negativa a la oferta de indulto y no confiaba en que el liberalismo español aceptaría abolir las distinciones raciales que limitaban la representación política de los americanos en las Cortes de la monarquía, punto al que él, de origen afrodescendiente, era particularmente sensible. El plan de Iguala, en cambio, decretaba la igualdad de todos los americanos “sin otra distinción que sus méritos y virtudes” y prometía la futura reunión de unas Cortes constituyentes para promulgar una Constitución particular del imperio mexicano. Es seguro que la monarquía constitucional del Plan de Iguala no fuera del agrado de Guerrero, apegado al republicanismo del movimiento insurgente posterior a Morelos, pero, como se ha mencionado, en 1821 no estaba en una posición de imponer condiciones, pero sí de alcanzar algunos de sus objetivos como la independencia, aunque no con la forma de gobierno de su preferencia.

Iturbide y Guerrero se encontraron en marzo cerca de Teloloapan, quizá en Acatempan, aunque el lugar exacto no se sabe con certeza. El día 9 el insurgente avisó que salía para encontrarlo al día siguiente. El historiador decimonónico Lorenzo de Zavala describió en unas líneas el encuentro que después han mitificado la iconografía y la literatura:

Las tropas de ambos caudillos estaban a tiro de cañón una de otra: Iturbide y Guerrero se encuentran y se abrazan. Iturbide dice el primero: “No puedo explicar la satisfacción que experimento, al encontrarme con un patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia, y ha sobrevivido él solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad. Recibid este justo homenaje de vuestro valor y de vuestras virtudes.”

Alamán, en cambio, describió la desconfianza existente entre ambos jefes y el recelo entre ambos contingentes que llevaban tiempo enfrentándose. En todo caso, más allá de versiones encontradas, la alianza entre Iturbide y Guerrero y la suma de sus aproximadamente 2 500 y 2 000 hombres, respectivamente, representaron el origen del Ejército de las Tres Garantías y el principio de su expansión territorial. En la futura organización militar, el primer jefe Iturbide le reservó el mando de la Primera División. Después de su entrevista, Iturbide dejó a Guerrero a cargo del sur y de extender el movimiento trigarante a Oaxaca, mientras él se apresuró en salir hacia Guanajuato y Valladolid, para evitar la posibilidad de que las tropas virreinales lo aislaran en esa región, como habían hecho con los insurgentes, y para actuar en un escenario con mayores recursos materiales y humanos.

En siete meses el movimiento independentista creció mientras se adherían jefes militares defensores del régimen virreinal que sumaban hombres y control territorial a la causa, así como jefes insurgentes que retomaron la lucha, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, por ejemplo. El último episodio militar del proceso fue el sitio a la ciudad de México que Guerrero apoyó en una posición situada al norte de ella. El 27 de septiembre de 1821, 16 000 miembros del Ejército de las Tres Garantías entraron a la ciudad de México, con Iturbide a la cabeza, y su Estado mayor detrás. Guerrero iba en una posición claramente relegada de quien en ese momento era considerado el libertador de la patria, pero, de una u otra manera, se había alcanzado la independencia por la que había peleado una década.

El significado de la unión de Iturbide y Guerrero en particular, y de los insurgentes y realistas en general, ha sido discutido por los historiadores desde el siglo XIX, y de manera ocasional resurge en la actualidad con claros o inadvertidos tintes ideológicos. Mientras una interpretación ha resaltado la resistencia de Guerrero en el sur y la alianza con Iturbide como el punto central y definitivo de la consumación de un largo proceso de lucha con episodios populares, otra versión ha querido distinguir la guerra iniciada en 1810, por un lado, y la de la consumación, por otro, explicada principalmente como un proceso de negociación entre las elites de Nueva España y dirigido en pocos meses por la pericia política y militar de Iturbide.

Este artículo aspira a que ambas perspectivas puedan replantearse a partir de una reflexión histórica más detenidamente acerca de las circunstancias y los actores del periodo 1820-1821. Desde el punto de vista valorativo de las individualidades, es evidente que la figura central del proceso es Iturbide y la alianza con Guerrero fue el primero de varios pactos necesarios para hacer triunfar el Plan de Iguala. Pero la consumación, entendida como el proceso simultáneo de derrumbe de un orden y el surgimiento de otro, fue posible por las numerosas adhesiones –individuales, colectivas e institucionales–, que sumadas una a una, empezaron a dar forma y sentido al México independiente a partir de algunos ideales compartidos y otros principios ideológicos enfrentados que en el futuro volverían a resurgir.

PARA SABER MÁS:

  • Alamán, Lucas, Historia de Méjico…, México, FCE/Instituto Cultural Helénico, 5 vols., 1985 [1852, edición facsimilar].
  • Ávila, Alfredo, “Vicente Guerrero”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid, México, t. LIII, pp. 143-164.
  • Lemoine, Ernesto, “Vicente Guerrero y la consumación de la independencia”, Revista de la Universidad de México, México, UNAM, vol. XXVI, núm. 4, 1971, pp. 1-10.
  • Miranda Arrieta, Eduardo, “La causa de la independencia y la república. Vicente Guerrero, un insurgente mexicano frente a la revivida Constitución española en 1820”, Historia y Memoria, núm. 5, 2012, pp. 73-111.
  • Moreno Gutiérrez, Rodrigo, La trigarancia. Fuerzas armadas en la consumación de la independencia. Nueva España, 1820-1821, México, UNAM, 2016.

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