Alejandra García Vélez
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 26.
La bicicleta recupera su lugar en estos días en ciudades atestadas de automóviles. Pero hace más de 130 años cuando llegó al país junto a la electricidad y el ferrocarril, como sinónimos de modernidad, también disputaba espacios en las calles y hasta con los transeúntes. La ciudad de México tuvo que poner orden con un reglamento para su uso y dispuso un impuesto. Los clubes de ciclistas contribuyeron a darle popularidad y aceptación.
De las modas que nos llegan de París y Nueva York, hay una sin igual, que nos llama la atención. Son las bicicletas que transitan por Plateros y Colón, Y por ellas han olvidado la sombrilla y el bastón.
Las bicicletas,niña hermosa,son las que andan por ahí. Ellas corren muy veloz igual que el ferrocarril, vámonos pa’ la Alameda con muchísimo placer, y ahí con más violencia las veremos ya correr.
“Las Bicicletas”, Salvador Morlet (1894)
¡Perdí el equilibrio! ¡Me caí de la bici! ¡Choqué contra un árbol!… Todos tenemos anécdotas sobre el momento en el que aprendimos a usar la bicicleta. Pero, ¿cómo lo vivieron los primeros usuarios de la bicicleta en el México del siglo xix?, ¿por qué les gustó tanto a los mexicanos este invento y se popularizó tan rápido?, ¿cómo un objeto que inició principal- mente como una diversión se convirtió, con el paso del tiempo, en un elemento de entrete- nimiento, deporte y un medio de transporte alternativo y ecológico?
La primera bicicleta que rodó sus llantas en el territorio mexicano, a mediados del siglo XIX, fue la francesa llamada “Sacudehuesos”. Por su inestabilidad e incomodidad este tipo de bicicleta no prosperó en el país y rápidamente desapareció. Unos años después, en 1880, llegaron también de Francia las denominadas bicicletas ordinarias, las cuales tenían la rueda delantera más grande que la trasera, lo que provocaba que al tropezar, los ciclistas volaran por encima del manubrio antes de caer. Estas bicicletas fueron utilizadas hasta la década de 1890, cuando llegaron de Inglaterra las seguras que tenían las ruedas del mismo tamaño, lo que ayudó a disminuir los accidentes y gracias a sus neumáticos, transitar por las calles empedradas. Se popularizaron rápidamente y se utilizaron hasta bien entrado el siglo XX.
Vida Moderna
Durante el porfiriato llegaron diversas modas de Europa, que incluían diversiones y deportes, pues se buscaba que el país adquiriera una imagen europea para así reflejar un México moderno ante el mundo. En este contexto llegó la bicicleta, la cual se insertó, dentro de la modernidad tecnológica, junto al ferrocarril y la electricidad, como un elemento más que denotaba el progreso del país. El historiador William Beezley escribe: El ferrocarril señalaba el ingreso de la sociedad a la tecnología; la bicicleta señalaba el mismo fenómeno pero en el nivel individual. Al comprar una bicicleta el mexicano aprendía a manejarla, componerla, correr en ella, cambiarla. Aceptaba así, tecnología, producción masiva, desgaste y otros valores que hacen la vida moderna. Por lo tanto, tener una bicicleta hacía del mexicano un hombre moderno, con acceso a la tecnología y por lo tanto al progreso. A partir de 1890 la bicicleta se hizo cada vez más común y pasear en ella por las tardes en Reforma, la Alameda o la calle de San Francisco se volvió más frecuente.
Sin embargo, como un nuevo artefacto, los citadinos tuvieron que aprender a utilizarla, por lo que escribieron diversos manuales que explicaban desde cómo encontrar el equilibrio y pedalear, hasta cómo alcanzar altas velocidades. José Echegaray y Eizaguirre, ingeniero, político, matemático y premio Nobel de Literatura 1904, es autor del texto
La bicicleta y su teoría, en el que explica el funcionamiento del vehículo y su experiencia al aprender a montarla –incluyendo las caídas que sufrió-, y da útiles consejos para aquellos que quisieran aprender a utilizarla: La bicicleta hace muy poco por el ciclista. El ciclista no consigue el equilibrio en balde; él se lo ha de procurar. Con poquísimo trabajo es cierto, pero como él no se lo procure, a tierra va fatalmente con la máquina encima, por más que se encomiende, como yo me encomendaba al empezar, a todos los giroscopios de la física.
Echegaray y Eizaguirre encontró el lado ventajoso a la bicicleta en el ámbito social, pues señala que esta sería de gran utilidad para los sectores medios y bajos que no tenían acceso a los autos, caballos o choferes: El obrero no tendrá que vivir en cuchitriles antihigiénicos ni antiestéticos, sino a una legua o dos de la población, a veinte minutos sin fatiga. La bicicleta, entonces, representaba para la gente pobre la posibilidad de agrandar la ciudad y conseguir alcanzar una vida cómoda, sana, económica e higiénica. No sólo podía ser una diversión sino también contribuir a la solución de los problemas sociales.