Jueces y verdugos. Olvido y condena de Iturbide en los Centenarios de 1910 y 1921

Jueces y verdugos. Olvido y condena de Iturbide en los Centenarios de 1910 y 1921

Joaquín E. Espinosa Aguirre
Doctorado en Historia
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 53.

Durante muchos años el título de paternidad de la patria lo habían compartido Hidalgo e Iturbide. Pero en los festejos por el centenario del proceso de independencia de 1910 y 1921 se consumó, en gobiernos tan disímiles como los de Porfirio Díaz y Álvaro Obregón, el destierro del militar del lugar de los hombres ilustres entre los héroes de la gesta de emancipación.

Representante de Agustín de Iturbide en el desfile histórico durante los festejos del centenario, 15 de septiembre de 1910, inv. 352043, SINAFO. Secretaría de Cultura-INAH-MEX. Reproducción autorizada por el INAH.

El año 1921 determinó el final de una de las más complicadas relaciones dentro de la historia patria: la de Agustín de Iturbide y los mexicanos. Si bien durante el siglo XIX su figura histórica había coexistido con la del resto de los héroes nacionales –Miguel Hidalgo, principalmente–, sería en las celebraciones que llevaron a cabo Porfirio Díaz en 1910 y Álvaro Obregón en 1921 cuando se acabaría de desdibujar su protagonismo, para ser condenado definitivamente al destierro del panteón nacional. No obstante, estos dos regímenes tan desiguales buscaron su legitimación política a través de conmemoraciones históricas relacionadas con los centenarios de la independencia.

El festejo del Centenario, 1910

La organización y el dispendio que hizo en sus postrimerías el régimen porfirista representaron, por la cantidad de obras públicas que se construyeron, un gran éxito. Hasta la actualidad, existe en la memoria histórica un recuerdo de lo fastuosas que fueron estas festividades. Annick Lampérière las ha comparado con las Exposiciones Universales de París de 1889, en las que se celebró el centenario de la revolución francesa. Los festejos con que el gobierno de Porfirio Díaz conmemoraría el año de 1910 fueron planeados por la Comisión Nacional del Centenario, creada en octubre de 1906, de cuyo cargo estuvo Manuel Torres, quien se acompañó por Gustavo F. Silva y Luis Castillo Ledón.

Para la gala de tal efeméride, se proyectó la construcción de algunas edificaciones que aún forman parte de la imagen urbana de la ciudad de México, como el manicomio de la Castañeda y el Palacio de Lecumberri, así como el inconcluso Palacio Legislativo en la Plaza de la República, cuya primera piedra fue colocada el 23 de septiembre de 1910. Además, hubo sendas ceremonias en Palacio Nacional, como la recepción de los representantes internacionales, quienes manifestaron sus enhorabuenas al gobierno mexicano por medio de diversos obsequios, entre los que sobresale el uniforme del general José María Morelos, entregado por la comitiva española.

El 14 de septiembre tuvo lugar una gran procesión cívica, la cual contó con la asistencia de 20 000 personas e inició en la glorieta de Colón para finalizar en la catedral, donde estaban las urnas con los restos de los héroes de la independencia, colocadas ahí para ser homenajeadas. Sin embargo, el evento que mayor cantidad de gente reunió fue el desfile histórico, celebrado el 15 de septiembre como era costumbre y que tuvo cerca de 200 000 espectadores.

Allí fueron representadas las etapas de la historia de México, desde el pasado prehispánico, la dominación española y, fundamentalmente, la independencia, la que concentraba la principal atención. Para ello, se construyeron varios carros alegóricos, con Miguel Hidalgo, José María Morelos y Agustín de Iturbide como protagonistas, resaltando el último, ya que se realizó una representación en vivo de la entrada del ejército trigarante, donde además figuraron exinsurgentes como Vicente Guerrero, Manuel Mier y Terán y Guadalupe Victoria. Según cuenta Genaro García en la Crónica oficial de las fiestas del primer centenario, esta parte del desfile se llevó el aplauso más nutrido.

Esa misma noche celebraron la ceremonia del grito. Para ello, los edificios del centro de la ciudad fueron engalanados con una iluminación que repetía las fechas de 1810-1910 y las palabras Paz, Progreso y Libertad. Además, se hizo una gran recepción en el Palacio Nacional para todos los delegados extranjeros, quienes pudieron observar que, en el interior, había un catafalco con un águila que representaba a la nación mexicana. Pero sin duda, el evento que más relevancia histórica tuvo para el régimen se realizó la mañana siguiente, cuando se inauguró la tan ansiada columna de la Independencia, encargada a Antonio Rivas Mercado, el arquitecto afrancesado favorito del régimen, y cuya construcción comenzó desde el 2 de enero de 1901, es decir, casi una década antes de la festividad. Un derrumbe en 1906 había obligado a replantear sus dimensiones y estructura, lo cual no impidió que fuera el atractivo principal de la ceremonia de aquel 16 de septiembre de 1910, cuando a sus pies estuvieron el presidente Díaz y su Estado mayor entonando el himno nacional y escuchando el discurso patriótico dedicado al cura Hidalgo por el poeta Salvador Díaz Mirón.

Ahora bien, justo en esta celebración puede notarse el olvido de la figura de Iturbide, ya que, si bien apareció de manera destacada en el desfile militar, no fue tomado en cuenta para aparecer como una de las figuras principales de la columna, pues se eligió a Morelos, Guerrero, Bravo y Mina para cubrir sus flancos, mientras que el lugar de honor se le otorgó a Hidalgo. Debemos recordar que durante muchos años el título de paternidad de la patria lo habían compartido ambos, pero que fue a partir de este momento cuando el segundo tomó la delantera. Además, los restos del consumador no fueron colocados junto con los de los otros personajes en el mausoleo del monumento, sino que se mantuvieron en la catedral metropolitana, donde se encontraban desde 1838, sólo haciéndose mención de su nombre en uno de los aros que adornan el exterior de la columna.

CIF, Contingente militar desfilando durante los festejos del centenario, 27 de septiembre de 1921, inv. 121067, SINAFO. Secretaría de Cultura-INAH-MEX. Reproducción autorizada por el INAH.

A lo largo del mes patrio hubo más celebraciones, incluidas una ceremonia a Josefa Ortiz de Domínguez y otra más a Morelos, en San Cristóbal Ecatepec, donde se develó una estatua en su honor, pero no se planeó nada para el día 27 de septiembre o algún acto en honor a Iturbide, salvo algunas menciones en las repetidas oraciones patrióticas. No obstante, si bien el consumador aparece como un personaje más, y no en un lugar protagónico, al menos fue considerado dentro de los héroes de la independencia. Incluso, la obra historiográfica que fue premiada y publicada en el marco del festejo, a cargo de Francisco Bulnes, La independencia de México: Hidalgo-Iturbide, lo reivindicó al destacar su habilidad política y sus medios no violentos para terminar el largo y desgastante proceso de la lucha armada. Por medio del Plan de Iguala, dice Bulnes, Iturbide había comenzado una obra de la paz, oscurecida por la anarquía del siglo XIX, pero que al fin el régimen porfirista logró dar a la nación mexicana. Esta obra fue publicada en el mismo año de 1910.

El festejo de la posrevolución, 1921

El festejo del primer centenario de la consumación de la independencia en 1921 distó mucho del que se llevó a cabo una década atrás, principalmente por dos cuestiones: la primera fue que, después del conflicto armado, la economía mexicana sufría una profunda crisis que los gobiernos posrevolucionarios de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y sus sucesores debieron enfrentar, a diferencia del régimen porfirista, el cual había gozado de la salud económica que le permitió destinar grandes sumas a la conmemoración de 1910. La segunda fue que en esta ocasión la conmemoración corrió a cargo de un gobierno cuyo perfil apenas comenzaba a definirse, pero que pretendía distinguirse por su rechazo a lo que podríamos llamar antiguo régimen (el porfirista, por supuesto) y por su intento desesperado de fundar una nueva idea de nación, la revolucionaria.

Además, el régimen de Obregón rechazaba todo lo que no se ajustara a su visión revolucionaria del México en construcción, condenando fuertemente al catolicismo, relacionado siempre con los grupos conservadores, enemigos acérrimos de la lucha revolucionaria. Ahora bien, si se toman en cuenta las viejas interpretaciones sobre la consumación, se observa que el Plan de Iguala y el propio Iturbide eran considerados como reaccionarios, conservadores y contrarrevolucionarios, opuestos a todo progreso y defensores de los privilegios corporativos, por lo que es natural que en términos generales la figura protagónica del consumador de la independencia fuera rechazada, no obstante que eran sus acciones las que se celebraban.

Esto puso en un predicamento al gobierno obregonista, el cual se encontró entre la espada y la pared, pues no podría honrar al personaje que los católicos ensalzaban como padre de la patria mexicana. Y es que este centenario representaba una oportunidad impostergable para que la Iglesia se adueñara de las interpretaciones alrededor del proceso de independencia, como bien ha señalado el historiador Francisco Tapia, y precisamente era lo mismo que pretendían el presidente y la comisión oficial de las festividades.

Por otro lado, Obregón se había colocado la banda presidencial apenas en diciembre de 1920, y quizá por ello el festejo tuvo un carácter más improvisado que el del porfiriato; sin embargo, pronto se comenzaría a notar que en esta ocasión habría un carácter mucho más popular que pudiera dejar en claro que la paz había llegado y el nuevo orden estaba establecido. No obstante, la elite capitalina no estuvo del todo ausente, pues se manifestó por medio de bailes, cocteles y demás divertimentos a la vieja usanza, que eran una costumbre de la aristocracia, sumándose así a los intentos del sector católico por hacer oposición al gobierno. Tenían además en común el resaltar el nombre y los simbolismos de Iturbide, tratando de emular la imagen imperial de esa corte de ilusos que fue el primer imperio mexicano, retomando la frase de la escritora Rosa Beltrán.

Las acciones y vida de Iturbide fueron reivindicadas por el jalisciense Juan de Dios Robledo, quien resultó ganador en un concurso al que convocaron los periódicos El Universal y Excélsior. Por su parte, el gobierno nombró una comisión de los festejos encabezada por el escritor Martín Luis Guzmán, con la consigna de que fuera al pueblo a quien se reconociera y el principal partícipe de las conmemoraciones. Una clara contradicción de la que resultaron dos distintos festejos en el marco del año de 1921.

El gobierno obregonista buscó aprovechar la coyuntura para llevar a cabo mejoras urbanas en la capital, pues muchas calles y espacios públicos recibieron un remozamiento notable en su apariencia. También se organizaron bailes populares, que distaban mucho de los que hicieron los miembros de la elite, ya que aquí las clases más bajas de la población capitalina tuvieron cabida. No obstante, algunos eventos sí ligaron a la aristocracia con el gobierno, como la “temporada operística del centenario”, patrocinada por las autoridades y contó con artistas de talla internacional, quizá con el objetivo de no quedar al margen de las pretensiones de los sectores adinerados. Se levantó además la restricción a las corridas de toros y de alguna manera fue limitada la participación del pueblo por el carácter elitista de los eventos, como la corrida de Covadonga, a la que el presidente Obregón asistió con su esposa María Tapia.

La Iglesia se hizo presente por medio de una “Carta pastoral colectiva con motivo del centenario de la consumación de la independencia nacional”, en la cual criticó la exclusión en los festejos gubernamentales de una de las garantías trigarantes: la religión. Resaltaba la figura de Iturbide, quien había logrado la independencia sin sangre ni violencia, toda vez que comparaba el inicio del movimiento del cura Miguel Hidalgo con la situación caótica del país en esos momentos. Y, en un intento de llevar a cabo una “cristiana celebración”, invitó a realizar misas de acción de gracias desde mediados desde agosto hasta el 27 de septiembre, que el día anterior se rezara el rosario y se hicieran solemnes funerales al caudillo Iturbide. El día 27 habría una misa en su honor, ya que además se trataba de su cumpleaños, que terminaría con un Te Deum en la catedral metropolitana, lugar donde había sido coronado emperador. El mismo ceremonial se llevó a cabo en el templo de La Profesa.

Resulta notable lo hecho en Michoacán, donde hubo una serie de festividades, como la de Ecuandureo, donde se puso en escena el drama “El mártir de Padilla”, en el salón “Agustín de Iturbide”, o el que tuvo lugar en la capital del estado, en el cual se iluminó la catedral. Pero sobre todo resaltan los eventos realizados en el mes de diciembre en la misma ciudad, y el día 16 se visitó solemnemente la casa del consumador, se hizo una corrida de toros en su honor y se hicieron declamaciones, interpretaron piezas musicales y se cantó el himno nacional, en el que se incluyeron las estrofas que refieren al consumador de la independencia.

El carácter conservador e incluso hispanista de las celebraciones eclesiásticas quedó manifiesto en actos como la misa realizada en la iglesia de Santo Domingo, en la cual también hizo acto de presencia la esposa del presidente Obregón. Digna de resaltar fue la ceremonia en la cual se coronó a una dama de alta sociedad, empleando la diadema de la emperatriz Carlota y como trono un sillón que perteneció a Hernán Cortés. Con estos ejemplos se hizo patente la atención prestada a la figura de Agustín de Iturbide como emperador, por encima incluso de la faceta como consumador. Es de notarse que las tres garantías fueron izadas por igual, ya que los grupos conservadores representaban a la religión católica, mientras que la independencia era el motivo de la celebración, en tanto que la unión se manifestó con la presencia del sector español.

La otra cara de la moneda fueron los actos cívicos que orquestó el gobierno posrevolucionario, en el intento de tomar la batuta de la conmemoración, así como de imponer sus intenciones políticas. A diferencia de lo hecho por Díaz, esta celebración se ciñó a un día específico, el 27 de septiembre, luego de que en la víspera se recibiera al cuerpo diplomático en Palacio Nacional, acto complementado por una visita a Teotihuacan en compañía del arqueólogo Manuel Gamio, una fiesta de flores en Xochimilco y la inauguración de espacios públicos como el parque España. Otros eventos fueron los discursos patrióticos organizados por Excélsior, en los que participaron algunos miembros de la Academia Mexicana de la Historia y la ceremonia dedicada a los héroes el 16 de septiembre, antes del homenaje a la bandera del ejército trigarante en el Hipódromo de la Condesa, donde se resaltó que tal ejército era antecedente del existente en esos momentos.

Pero sin duda el acto que más llamó la atención fue el desfile alegórico, el señalado 27 de septiembre, que fue seguido por una cabalgata militar en la cual además hubo acrobacias aéreas. Por indicación de un general de apellido Garza, a quien correspondió la logística del evento, se planeó que el acto marcial se llevara a cabo con el mismo número de efectivos con que lo hizo Iturbide, así como la ruta que se siguió en 1821. Por la noche, los edificios del primer cuadro de la ciudad presentaron una imponente iluminación presenciada por muchas personas, cumpliéndose el objetivo de que el festejo fuera popular. No obstante, debe señalarse que la figura central de la conmemoración fue la libertad de la patria, y no el dirigente trigarante. De hecho, y en forma totalmente contradictoria con la festividad, algunos dirigentes revolucionarios hicieron lo que estaba en sus manos para ensombrecer su celebración.

De libertador ilustre a traidor de la patria

En efecto, días antes del festejo, un grupo de diputados, encabezado por Octavio Paz (abuelo del poeta) y el revolucionario Antonio Díaz Soto y Gama, presentaron la iniciativa de retirar el nombre de Iturbide de la galería de los hombres ilustres del recinto parlamentario. Llamándolo traidor y reaccionario, al tiempo que tildaban al proceso que dirigió como una “grotesca superchería”, señalaron que, como revolucionarios y mexicanos, tenían el compromiso de imponer el nombre de Vicente Guerrero como el consumador de la independencia, por ser un “precursor del agrarismo”. Así, el 7 de octubre, luego de acalorados debates y una votación cerrada, se decidió retirar “el odioso nombre” de Iturbide, el cual fue sustituido por el de Belisario Domínguez.

Un ejemplo de la polarización fue que, a raíz de la conferencia impartida por Antonio Ramos Pedrueza en la Escuela Nacional Preparatoria el 13 de agosto, en la que el historiador rescató la figura del fallido emperador y del Plan de Iguala, el rector de la Universidad Nacional, José Vasconcelos, ordenó su cese como profesor de jurisprudencia. Sin embargo, siguiendo con las contradicciones, el gobierno de Obregón permitió la publicación, a través del Museo Nacional, de dos obras históricas donde Iturbide era reivindicado como protagonista de la gesta independentista: la de Pedro Romero de Terreros titulada La corte de Agustín I., en 1921, y la de Rafael Heliódoro Valle, Cómo era Iturbide, aparecida ya en 1922.

Como ha podido observarse, la figura y el “odioso nombre” de Agustín de Iturbide representaron para los gobiernos de Porfirio Díaz y Álvaro Obregón, tan distintos uno del otro, un elemento incómodo, que, si bien no pudieron negar, lo soslayaron en los actos protocolarios de los festejos centenarios que cada uno organizó.

En 1910, el régimen porfirista lo incluyó en el desfile militar, pero sólo como uno más dentro de la presentación de los héroes nacionales. Sobresale, no obstante, que el personaje fuera reivindicado por la obra premiada por el propio gobierno, a cargo de Francisco Bulnes, donde sus acciones pacíficas y conciliadoras sirvieron como un llamado a los agitados pobladores de su tiempo, más que como una legítima remembranza histórica.

Por su parte, en 1921 el recién establecido gobierno revolucionario de Obregón tuvo una tarea aparentemente paradójica; celebrar la consumación de la independencia, pero a la vez ignorar a su promotor, por verlo como agente reaccionario, conservador y mocho.

Muchos problemas se presentaron a estos gobiernos con estos festejos; por ejemplo el aprovechamiento que hizo el sector católico en 1921, ya que, si las autoridades no quisieron nombrar a Iturbide como figura protagónica más que con el desfile del 27 de septiembre, la Iglesia lo ensalzó hasta el cansancio, considerándolo como padre de la patria y animador de las tres garantías, para ella aún vigentes, permitiéndole además mostrar sus empatías por lo hispano y los gobiernos monárquicos. Era complejo para estos gobiernos, presuntamente republicanos y democráticos, considerar como héroe a un personaje tan complejo, poco estudiado y menos entendido, que además era recordado por las razones equivocadas: ser líder de un pronunciamiento asumido como reaccionario y conservador, así como haberse convertido en emperador. Poco se le recordaba como libertador, promotor del Plan de Iguala o dirigente del ejército de las tres garantías.

El papel que desempeñaron la figura y la memoria histórica de Iturbide en los centenarios de 1910 y 1921 nos sirve como una muestra del difícil manejo que ha existido alrededor del personaje. Nos recuerda que las celebraciones de este tipo son antes que nada políticas y, a veces, la idea que se da de los actores de la historia no es sino una respuesta a intereses y sectores determinados, como los diputados de la XXIX Legislatura, quienes tomaron la decisión del destierro de su sede de un hombre (un nombre) que, más que héroe o villano, fue un actor fundamental del proceso de emancipación mexicana.

Otros 100 años transcurrieron y poco se habló de Iturbide en 2010, como tampoco en 2021. Los dirigentes políticos siguen pareciéndose a los diputados Paz y Soto y Gama, asumiéndose como jueces y verdugos de la historia patria.

PARA SABER MÁS

  • Díaz y De Ovando, Clementina, “Las fiestas del ‘Año del Centenario’: 1921”, México: independencia y soberanía, México, Archivo General de la Nación, 1996, pp. 103-187.
  • Guedea, Virginia, “La historia de los centenarios de la independencia, 1910, 1921” en Virginia Guedea (comp.), Asedio a los centenarios (1910-1921), México, Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 21-107.
  • LampériÈre, Annick, “Los dos centenarios de la Independencia mexicana (1910-1921): de la historia patria a la antropología cultural”, Historia Mexicana, 1995.
  • Tapia, Francisco Javier, “Los festejos del primer centenario de la consumación de la independencia, nuevo impulso para el catolicismo social”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, 2010.