Arturo Garmendia
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 35.
Militar por vocación, deportista multifacético y avezado esgrimista, por un corto tiempo diputado suplente, el teniente coronel oaxaqueño se hizo a la sombra del general Felipe Ángeles y fue hombre leal al proceso revolucionario, primero junto a Francisco I. Madero y luego a la par de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Su temprana muerte en el campo de batalla no le quito méritos para ser reconocido como una de las figuras destacadas de aquellos días en que la vida implicaba comprometerla por un ideal
De todos los hombres de la Revolución, Gustavo Garmendia Villafagne es el único que integra en su personalidad compromiso con la causa, valentía, coraje y alegría de vivir.
La familia Garmendia Villafagne era oriunda de Oaxaca. Don Demetrio y doña Delfina procrearon 15 hijos, entre ellos Emilio Garmendia [mi abuelo, el mayor de todos] y Gustavo, el noveno. Este último nació en 1883. Su vocación por las armas lo llevó a inscribirse en la Academia Militar de Chapultepec cerca de 1897, a la temprana edad de 14 años, donde destacó desde un principio. Al año siguiente recibió sus insignias de cabo y poco después la de sargento. Era un atleta consumado, y practicaba la gimnasia, la lucha grecorromana y el boxeo. También era experto en el tiro con rifle o con pistola y a todo ello agregó el cultivo de la esgrima.
En 1904 se llevaron a cabo las primeras competencias de esgrima en México, aprobadas por la Secretaría de Guerra. En ellas Garmendia estuvo presente en el cuadro de honor, ganando el primer premio en la justa de espada de combate, el segundo lugar en la competencia de sable y una mención honorífica en florete.
Cuenta una leyenda del Colegio Militar que en esa oportunidad un maestro visitante retó a los asistentes a medir armas con él. Los cadetes del Colegio Militar propusieron a coro: “¡Garmendia!, ¡Garmendia!” y este pasó a combatir. Como se recordará, los esgrimistas visten en estas oportunidades coto y careta para protegerse y la punta de su arma está cubierta por un botón de acero. La prueba consiste en lograr tocar con la punta del florete el cuerpo del adversario, que así protegido no sufrirá daño, pero como obligación de honor deberá reconocer haber sido vencido gritando ¡Touché! [¡Tocado!].
Tras unos asaltos, Garmendia tocó a su adversario, pero este no lo reconoció. Nuevas escaramuzas, nueva derrota y ningún reconocimiento. Ante tan poco caballeroso comportamiento, Garmendia golpeó con su arma el piso de mármol botándole la protección; atacó con renovados bríos y de un certero golpe le arrancó la careta a su adversario. Tal era la casta de Garmendia.
A continuación, participó en Argentina como representante de México en los festejos del Centenario de la Independencia, en la rama de tiro al blanco. Estos episodios le dieron cierta notoriedad, y así fue convidado a un suntuoso banquete ofrecido por la orden del Águila Intelectual Porfirista, evento reseñado por el novelista Heriberto Frías en el último capítulo de su obra ¿Águila o sol?, donde detalla la presencia de la crema y nata de la intelectualidad porfirista: periodistas como Filomeno Mata y el propio Frías; novelistas como Federico Gamboa, José López Portillo y Rojas y Ciro B. Ceballos; poetas como Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Luis G., Urbina, Efrén Rebolledo y José Juan Tablada; el escultor Jesús Contreras y el pintor Julio Ruelas; políticos como Querido Moheno, Antonio Díaz Soto y Gama y el mismísimo sobrino de don Porfirio, Félix Díaz. El cadete Garmendia estuvo acompañado por Felipe Ángeles, después apodado “el primer artillero de la Revolución”, quien era su maestro y a cuya sombra finalmente se graduaría como teniente de la Plana Mayor de la Facultad de Artillería, arma dentro de la cual en 1911 fue ascendido al grado de Capitán Primero de Ingenieros.
En noviembre de ese año Francisco I. Madero llegó a la presidencia del país, y Garmendia fue electo por Ángeles para formar parte del Estado Mayor Presidencial, con el grado de teniente. La cercanía con Madero y el apoyo de su cuñado, don Fidencio Hernández, en ese momento gobernador de Oaxaca, contribuyeron para que alcanzara el cargo de diputado suplente al Congreso de la Unión por el XIV Distrito Electoral del Estado de México, en octubre de 1912. Poco antes había contraído matrimonio con María Luisa Beltrán, hija del general Beltrán, por ese entonces director del H. Colegio Militar.
Marcha de la Lealtad
La situación política en las postrimerías del porfiriato no se remedió con la elección de Madero. La animadversión de los hacendados, medidas como el desarme de las tropas de Zapata y la integración en su gabinete de personas provenientes del antiguo régimen lo hicieron impopular. En medio de la inconformidad reinante, al siguiente año tanto Emiliano Zapata como Pascual Orozco se levantaron en armas. Para combatir los levantamientos, Madero eligió al general Victoriano Huerta quien, si bien no logró controlar a Zapata, pudo derrotar a Orozco. Mientras esto sucedía Félix Díaz, sobrino de don Porfirio, también se insubordinó pero fue capturado en Veracruz y estuvo a punto de ser ejecutado. Madero, desoyendo a sus colaboradores que aconsejaban fusilar a Díaz, decidió indultarlo.
Un complot estalló la madrugada del 9 febrero de 1913, encabezado por Félix Díaz y Manuel Mondragón, quienes liberaron a Bernardo Reyes (ex gobernador de Nuevo León, quien ya había intentado derrocar a Madero, por lo que estaba encarcelado). Lo proclamaron líder de su movimiento e incluso llegaron a atacar el Palacio Nacional, pero las tropas del encargado de la plaza, Lauro Villar, lograron detener a los invasores y ultimar a Reyes. Villar quedó seriamente herido. Mondragón y Díaz se refugiaron en una fábrica de artillería conocida como La Ciudadela.
Madero, que residía en el Castillo de Chapultepec, había sido informado por teléfono de lo sucedido, por lo que salió hacia Palacio, custodiado por cadetes del Colegio Militar comandados por los tenientes Gustavo Garmendia y Federico Montes, en un recorrido a caballo por Paseo de la Reforma, denominado después la Marcha de la Lealtad.
Al llegar a Palacio, el presidente reestructuró la defensa y mandó llamar a los cuerpos militares de los estados vecinos a la capital. También decidió trasladarse a Cuernavaca para pedir personalmente ayuda al general Felipe Ángeles, que se hallaba combatiendo con sus tropas a Zapata. Le acompañaron en su viaje en automóvil los tenientes Garmendia y Federico Montes. Pasaron la noche discutiendo con Ángeles, qué hacer en esa situación.
Cabe hacer aquí la siguiente reflexión: ¿por qué decidió el presidente Madero ir personalmente a Cuernavaca a solicitar el apoyo del general Ángeles, cuando en esa región los zapatistas estaban levantados en armas? ¿Por qué no mandó un propio, como hizo en los casos de los estados de Guanajuato, México y Querétaro? La única explicación plausible es que, habiendo estallado una rebelión en el seno del ejército, el único general en quien tenía confianza era Ángeles, y a él acudió en el momento de peligro. Quería su consejo para armar su defensa y trazar un plan. Además, llevó consigo a Garmendia y Montes, toda vez que eran gente de Ángeles y se habían ganado su confianza.
En la mañana del 10 de febrero Madero y sus acompañantes volvieron a la capital por Xochimilco siendo recibidos por el ministro de Guerra, Ángel García Peña. Pese a la insistencia del presidente por nombrar a Ángeles jefe de la plaza, el ministro ignoró la petición y decidió respetar el escalafón militar dejando a Huerta en el mando. A cambio, Madero consiguió el nombramiento de Gustavo Garmendia como Inspector General de Policía. Gracias a los refuerzos solicitados, se contaba en total con 6 000 hombres, mientras que los rebeldes ocupaban una instalación estratégica del ejército federal. Félix Díaz y Manuel Mondragón contaban con una fuerza de 1 200 combatientes.
La Decena Trágica
El 11 de febrero se recrudecen los combates en la Ciudad de México. Los opositores a Madero, ubicados en La Ciudadela, tienen a su disposición 50 mil fusiles y carabinas, 26 000 000 de cartuchos Maüser, 50 ametralladoras Hotchkiss nuevas, cañones, revólveres, y gran provisión de piezas de artillería, así como el instrumental necesario para precisar los tiros.
El fuego cruzado entre La Ciudadela y Palacio Nacional dura ocho horas. Miles de civiles quedan atrapados entre dos fuegos y la Alameda Central sembrada de cadáveres. Victoriano Huerta envía a 800 integrantes del Cuerpo de Rurales a atacar La Ciudadela al descubierto. Masacrados por los rebeldes, son la carne de cañón cuya sangre empapa literalmente las calles de la capital. Tan solo este día hay más de 500 muertos e innumerables heridos. Al día siguiente el bombardeo dura día y noche. Hay escasez de alimentos. Felipe Ángeles ataca denodadamente a los rebeldes y causa entre ellos gran mortandad. Los combates en las calles continúan. Se encienden gigantescas hogueras donde se queman los cientos de cadáveres regados por la ciudad. Como Inspector General de la policía metropolitana, el capitán Gustavo Garmendia hubo de prevenir atentados, detener francotiradores, contener la ola de saqueos a tiendas y casas habitación, mantener el orden y coordinar acciones de rescate y atención a los heridos.
El 14 de febrero llega con su tropa el general Aureliano Blanquet, y Victoriano Huerta dispone que sustituya a la guardia que cuida Palacio Nacional, donde se encuentra Madero. El domingo 16 entra en vigor un armisticio decretado por Madero. La gente sale de sus casas, desesperada, en busca de comida. Pero la tregua se rompe sin previo aviso y mueren docenas de civiles inocentes. Madero es informado de que los rebeldes reciben comida y agua sin ningún problema; le reclama a Victoriano Huerta, pero este le dice que no se preocupe, que todo está bajo control. Madero comete otro error: le cree a Huerta. Como pensaban los griegos: “Los dioses ciegan a los que quieren perder”.
A todo esto, Henry Lane Wilson, embajador estadunidense en México, se confabula con Díaz y Mondragón. El día 17 Huerta se reúne con los antedichos para suscribir el Pacto de la Embajada, por el que se comprometían a derrocar a Madero y colocar a Huerta en la presidencia, a cambio de que éste se la entregara más tarde a Félix Díaz.
El 18, décimo día de rebelión, Gustavo A. Madero llega al restaurante Gambrinus. Allí está Huerta, celebrando. Gustavo se sienta con él y otros generales; Huerta le pide prestada su pistola y él se la da. Huerta se marcha y los otros militares caen sobre Gustavo. Lo arrestan y llevan detenido a La Ciudadela. Es el inicio de su martirio. Esa noche, un “tribunal” lo condena a muerte y lo envía al paredón, no sin antes torturarlo salvajemente.
La traición
Ignorando que su hermano había sido detenido, el presidente convocó a reunión de consejo para examinar la situación. Cerca de la 1:30 de la tarde, mientras Madero y sus colaboradores se encontraban en el salón de acuerdos de Palacio Nacional, el teniente coronel Teodoro Jiménez Riveroll y el mayor Rafael Izquierdo, acompañados por dos filas de soldados, irrumpieron en el lugar para aprehenderlo por órdenes de Victoriano Huerta.
Gustavo Garmendia y Federico Montes se encontraban en el mismo salón. Jiménez Riveroll e Izquierdo se apostaron en la puerta y se dirigieron directamente a Madero. Éste les pregunta qué hacen allí. Riveroll se turba y le dice “que va a poner centinelas en los balcones”. Madero protesta y pide que se retire con sus tropas pero Riveroll, increpándolo con dureza, lo toma violentamente del brazo y Madero le da una bofetada. Gustavo Garmendia exclama: “¡Al Presidente nadie lo toca!” y le dispara matándolo. Entonces el mayor Izquierdo ordena a los soldados hacer fuego, pero Montes dispara su pistola sobre él. Mientras, los soldados también hacen fuego matando a un joven asistente, Marcos Hernández, que se interpone entre las balas y Madero. En la confusión, los ayudantes del presidente restablecen el orden y hacen que la tropa desaloje el salón.
Se convence a Madero de que en Palacio Nacional ya no está seguro y todos salen apresuradamente por el elevador para buscar protección. En el patio se encuentran con el 29º batallón al mando de Aureliano Blanquet, listo para aprehenderlo. Este dispuso que se le recluyera en las oficinas de la Intendencia, en compañía de José María Pino Suárez y del general Felipe Ángeles, en tanto se decidía su suerte.
El embajador cubano, Manuel Márquez Sterling, ofreció a los depuestos mandatarios asilo político en La Habana: su gobierno había dispuesto el crucero Cuba en Veracruz para tal fin. Huerta aseguró que respetaría sus vidas si firmaban sus renuncias y aceptaban el ofrecimiento cubano. El Congreso se encontraba reunido en sesión extraordinaria, para aprobarlas. Victoriano Huerta fue nombrado primero secretario de Gobernación, y después Presidente. De esta forma se cubrió con un manto de legalidad el golpe de Estado.
A las 10:00 horas de esa noche se despertó a Madero y Pino Suárez con la noticia de que serían trasladados a la Penitenciaría de Lecumberri. El general Ángeles se incorporó preguntando si él sería trasladado, a lo cual se le contestó: “No, general, usted se queda aquí”. El ex presidente y el ex vicepresidente fueron bajados al patio de Palacio donde dos vehículos les esperaban. En el momento de llegar a Lecumberri, los automóviles pasaron de largo la entrada principal y se desviaron hacia el extremo más apartado de la penitenciaría. Se le ordenó a Madero: “Baje usted, carajo” y ante su negativa se le disparó en la cabeza, muriendo en el asiento del coche. Por su parte Pino Suárez intentó huir, pero también fue herido de muerte.
La huida
Don Isidro Fabela, destacado jurisconsulto mexicano, recuerda en sus memorias su encuentro con Gustavo Garmendia en Hermosillo, Sonora, cuando acompañaba a Venustiano Carranza en su campaña contra Huerta:
¡Cuán fuertemente le abracé, con cuánto entusiasmo y orgullo lo estreché contra mi pecho. ¡Él entre nosotros! ¡El matador de Jiménez Riveroll! El que fuera fiel ayudante del Presidente Madero, el popular cadete del Colegio Militar que conocí en Chapultepec… Gustavo conservaba las características personales que lo hacían tan simpático y estimable: jovial siempre, charlador, vivaz, caballeroso e irónico, al propio tiempo que dignísimo soldado y caballero sin tacha.
En efecto, tras dar muerte a Jiménez Riveroll y al mayor Izquierdo, Gustavo y Montes habían huido aprovechando la confusión del momento, trepando con los codos por entre los muros de colindancia, corriendo por las azoteas hacia la calle de Corregidora. De inmediato se dirigieron al castillo de Chapultepec, para dar cuenta de lo sucedido a doña Sara P. de Madero, quien con su suegro y sus cuñadas solteras se puso a salvo en la embajada de Japón, desde donde abogaba infructuosamente por la vida de su marido. A continuación, los amigos se separaron y Garmendia se escondió varios días en una casa cercana a su domicilio en Tacubaya, ya que el general Mondragón lo había declarado desertor y ordenado su búsqueda. Con ayuda de su esposa preparó su fuga: para evitar ser reconocido se quemó la cara con un compuesto químico que le dejó temporalmente manchas amarillas.
Isidro Fabela relata que Gustavo salió de la ciudad de México por ferrocarril, para trasladarse a Morelos y de allí a Acapulco. En ese puerto había sido reconocido por la policía, con la cual trabó un verdadero combate logrando escapar sano y salvo para embarcarse en un vapor que salía rumbo a San Francisco, California. Desembarcó allí para marchar a Los Ángeles, donde se enteró de la efervescencia revolucionaria en que se encontraba la República, especialmente en Sonora, Chihuahua y Coahuila.
Carranza, gobernador de este último estado, había proclamado el Plan de Guadalupe, por el cual se desconocía al gobierno golpista de Huerta. Mediante este pronunciamiento se autoproclamó Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y el movimiento armado para derrocar a Huerta se extendió rápidamente al norte del país, uniéndose al Plan Pablo González, Álvaro Obregón, Francisco Villa y Felipe Ángeles. Cuando Garmendia llegó a México, se dirigió a Sonora y se presentó ante el Primer Jefe, quien lo incorporó al ejército revolucionario, ascendiéndolo al grado de teniente coronel y asignándosele el mando del 5º Batallón de Sonora, bajo las órdenes del general Obregón.
El reposo
Para Carranza tan importante era derrotar al enemigo militar como ganar en alianza a los representantes de la estructura social, para los cuales organizó un baile. Así es que antes de entrar en batalla reunió a sus huestes para explicarles su segundo propósito. Les dijo: “Este es un sarao de carácter oficial, por lo que para nosotros significa más un deber que un esparcimiento. Nuestra misión se reduce a lograr que las señoritas y las señoras de Magdalena queden contentas de nosotros. Que ninguna dama se crea olvidada; todas deben recibir frecuentes invitaciones, sea para bailar o para ir a la mesa”.
Don Venustiano no bailaba, o bailaba poco –afirma el cronista Martín Luis Guzmán- pero se sentía en su elemento en el trato con las damas. Siguiendo sus instrucciones, el Estado Mayor constitucionalista en pleno cortejó asiduamente a sus invitadas; y no fue sino hasta las primeras luces del alba que la fiesta se dio por concluida. Tras descansar todo el día, esa noche en el cuartel sus ocupantes dieron rienda suelta a las confidencias: empezó la elaboración del recuerdo. Y el tema recurrente era la marca que había establecido Garmendia: en unas cuantas horas había conseguido cinco novias…
La batalla de Culiacán
El objetivo inmediato era la ocupación de la ciudad de Culiacán, estratégica en un sentido militar. Obregón hizo reconocimientos sobre los sitios neurálgicos para el ataque; y ya enterado de las posiciones que ocupaban los federales se reunió con su equipo para formular el plan de guerra. Las tropas fueron divididas en cinco columnas, que deberían iniciar el asalto en la madrugada del día 10, con el apoyo de la sección de artillería.
El mayor obstáculo eran los dos fortines que custodiaban la plaza, en el llamado cerro de la Capilla. Cayó el que asediaba el 4º. batallón, más el otro fortín mantenía en jaque a las tropas revolucionarias comandadas por Garmendia. Un testigo presencial narró que “venía como los bravos, a la cabeza de sus hombres y seguro del triunfo. Estaba a unos cuantos metros del fortín; los defensores flaqueaban visiblemente. Entonces él, para abreviar la lucha, se lanzó al asalto. Atleta hasta el final, salvó de unos cuantos brincos el espacio que lo separaba de la posición enemiga y llegó a ella solo, o casi solo… Una bala le alcanzó una pierna al saltar el parapeto… Cayó Garmendia herido con bala expansiva que le produjo intensa hemorragia y a pesar de haber sido desde luego ligado fuertemente y sacado del sitio en que con tanta bizarría se batía, sobrevino la muerte en medio de una serenidad que impresionó a los presentes”. Su sacrificio redundó en la victoria constitucionalista.
En diciembre de 1916 sus restos fueron trasladados de Sinaloa a la ciudad de México, por órdenes del presidente Venustiano Carranza. Su sepelio se realizó en el Panteón Francés de México, con los honores militares que su heroísmo y bizarría merecieron.
Las cualidades propias del heroísmo son la valentía, el esfuerzo y la ayuda desinteresada. Gustavo Garmendia hizo gala de todas ellas a lo largo de los 30 breves años de su vida.
PARA SABER MÁS
- Guzmán, Martín Luis, El águila y la serpiente, México, Porrúa, 1995.
- Fabela, Isidro, “En honor de Gustavo Garmendia”, en https://goo.gl/Ixlh7t
- Obregón, Álvaro, Ocho mil kilómetros en campaña, en https://goo.gl/GkEC8