Ana Karen Hernández Hernández
Universidad Autónoma Metropolitana
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41
Una deuda de juventud trajo por casualidad a México a este conde que se transformaría en uno de los hombres de confianza en la seguridad de Maximiliano de Habsburgo. Luchó contra Porfirio Díaz y fue derrotado, aunque supo negociar para escapar de una posible muerte. Luego se convertirían en amigos. México tuvo una impronta tan fuerte en su vida que atesoró objetos en su castillo en Austria, convertidos tras su muerte en piezas de museo.
Uno de los aristócratas que llegó a México como consecuencia de la intervención francesa fue el conde Carl Khevenhüller. La huella del paso por el país de este austriaco de noble cuna es poco conocida, a pesar de que fue una de las figuras sobresalientes del segundo imperio. José Luis Blasio, secretario particular del emperador Maximiliano, lo describió así:
Era el conde Khevenhüller un guapo mozo de 25 años, recién llegado al país, y desde los primeros días de su llegada, llamó la atención por su elegancia, su distinción y varonil postura. En muy pocos días fue héroe de varios lances amorosos, de varios duelos y de otros acontecimientos ruidosos que demostraban su alma aficionada al género de aventuras, pero siempre muy estricto en el cumplimiento de sus deberes militares.
Johannes Franz Carl von Khevenhüller-Metsch nació en Ladendorf, al norte de Viena en 1840. Fue el hijo primogénito del príncipe Rikard von Khevenhüller-Metsch y de Antoine Lichnowsky. Sus tempranos talentos para la esgrima y la equitación lo llevaron a alistarse en el ejército imperial austriaco. Gracias a su apellido logró convertirse en capitán de caballería a los 24 años. En febrero de 1863 participó en el carrusel de equitación en Viena; para dicho evento compró un traje al sastre de la corte imperial Vincenz Harapatt y un caballo al tratante Herman Herscheless. Al año siguiente, el adeudo por esas compras ascendía a 150 000 florines. Pero los ingresos de Carl eran de 162 florines al mes, por lo que dicho monto era impagable y, como consecuencia, fue demandado.
Ante ello, la madre de Carl acudió a su tío, el comandante Franz Thun, primo del conde Guido von Thun, representante de Austria ante la corte de Maximiliano, para que a su hijo se le concediera una licencia en el extranjero y así pudiera salir de Viena. Le fue concedida y el joven moroso salió rumbo a Francia en agosto de 1864. Agotadas las vías legales, no se llegó a ningún arreglo con los acreedores, por lo que la familia Khevenhüller tomó la última salida: por recomendación del general Franz von Thun Hohenstein, recién nombrado líder de las tropas que se enviarían a México, el capitán Carl Khevenhüller quedó integrado al cuerpo austriaco de voluntarios: formado por 6 500 efectivos, tropa escogida y personal de Maximiliano, así como núcleo del Ejército Nacional Imperial Mexicano que debía formarse.
Aventura en México
El primer destacamento se embarcó en Saint Nazaire el 19 de noviembre de 1864, con 1 120 hombres en total, repartidos en varios barcos. El capitán Khevenhüller viajó a bordo del Floride. La flota llegó a Veracruz el 15 de diciembre. Las primeras impresiones que tuvo en México el joven aristócrata fueron los paisajes de Paso del Macho, Córdoba, Camarón, Puebla y finalmente la ciudad de México.
Los emperadores ofrecieron un baile de recepción a las tropas el 8 de febrero de 1865 en el Palacio Imperial. Los eventos oficiales eran un espacio político de interacción para la aristocracia capitalina. En este baile, los altos mandos oficiales convivieron con personajes y familias importantes de la época; al capitán le atrajo una dama en especial: Leonor Rivas de Torres, la esposa del hacendado pulquero Javier Torres Adalid. Mientras la observaba bailar desde una columna, Carl preguntó a Erazú, al parecer amigo cercano de Josefa de la Peña, esposa del mariscal Aquiles Bazaine, quién era la joven de blanco, a lo que Erazú respondió: “es Leonor Rivas de Torres”. Le pidió que se la presentase, se aproximaron a ella. Después de los formalismos, Carl y Leonor se estrecharon la mano y, en palabras del capitán, se miraron con intensidad, “como si ambos se hubieran hallado uno en el otro”.
Días después, Khevenhüller se trasladó a Puebla, sede del cuartel general del cuerpo austriaco de voluntarios. De abril a julio de 1865, entrenó a las tropas que mantendrían el orden desde Oaxaca hasta la capital y de Camarón hasta Jalapa, por lo que ese año no tuvo contacto con Leonor. El debut de sus tropas fue a finales de septiembre. Se trasladaron de Tehuacán a Teotitlán, en la región de los valles centrales de Oaxaca, hasta llegar a Tecomavaca; en Río Blanco se toparon con 200 jinetes de las tropas del guerrillero apodado Figueroa. El 22 de septiembre las atacó y resultó victorioso. Un mes después, tuvieron noticia en Teotitlán de que los republicanos estaban por avanzar hacia Tehuacán, y los detuvieron en Río Salado. Estas escaramuzas impidieron una posible toma de Puebla y valieron a Carl ser condecorado con la Orden de Guadalupe en grado de oficial, y recibir la medalla al mérito militar de manos de la emperatriz Carlota durante su paso por Veracruz en su ruta hacia Yucatán en noviembre de 1865.
En 1866 Napoleón III notificó a los emperadores el retiro de su apoyo militar y económico. Ante ello, Maximiliano decidió aumentar su seguridad personal: tenía por más leales a sus compatriotas, y nombró al escuadrón de caballería capitaneado por Carl Kevenhüller, como la Guardia Imperial de México. El 22 de febrero, Kevenhüller se instaló en un cuarto en la calle de San José el Real (hoy Isabel la Católica esquina con Francisco I. Madero), la misma donde vivían Leonor Rivas de Torres y su esposo. Durante los siguientes seis meses, Carl se dedicó a disfrutar de la vida en la capital del imperio, se relacionó con los miembros de la alta sociedad, pero sobre todo vio a Leonor. El adulterio femenino era difícil de probar porque la mujer de alta cuna tenía que ser y parecer pudorosa para evitar la maledicencia pública. Es por estas normas de conducta, además de su condición de clandestina, por lo que se dificulta saber cómo fue la relación entre la señora de Torres y el austriaco.
Maximiliano decidió abdicar en octubre, y regresar a Europa. Khevenhüller encabezó a las tropas que lo escoltaron hasta Orizaba, a donde la comitiva real llegó el día 27. Tres días después, 33 notables votaron por la permanencia de su majestad en el trono. Durante la celebración del consejo de Estado, el capitán de caballería quedó a cargo de la seguridad de Maximiliano, cercanía que le valió recibir la máxima condecoración del imperio: la Orden del Águila en grado de caballero. El 6 de diciembre, el Cuerpo Austriaco de Voluntarios fue disuelto oficialmente al ya no haber fondos oficiales para su mantenimiento. Khevenhüller recibió la tarea de formar un regimiento que no obedecería más que sus órdenes con lo que pudiera conseguir. Aun a cuenta de su propio peculio, logró reclutar así a 173 oficiales y 600 soldados conocidos como los húsares del emperador.
Maximiliano llamó al patio del Palacio Imperial a sus hombres más allegados, incluido Khevenhüller, el 13 de febrero de 1867. Les informó de su resolución de partir a Querétaro y les ordenó quedar al cuidado de la ciudad. Fue la última vez que Carl vio a Maximiliano.
El mes de marzo estaba por terminar, y en la capital tenían varias semanas sin saber de la suerte del emperador. El día 27, Leonardo Márquez llegó procedente de Querétaro al mando de 1 200 hombres. No reveló la razón de su llegada: había sido comisionado por un consejo de guerra como lugarteniente del imperio para salir del sitio queretano y regresar con dinero y la guarnición extranjera para atacar por la retaguardia a las tropas republicanas. Dos días después, concentró todas las tropas en el Paseo de Bucareli; ahí se enteraron de que irían a Puebla a evitar que fuera tomada por los republicanos. Sin embargo, esa ciudad cayó el 2 de abril bajo las tropas de Porfirio Díaz, quien después salió al encuentro de las tropas de Márquez.
Khevenhüller y Díaz se enfrentaron por primera vez en la hacienda de San Diego Notario en Huamantla, Tlaxcala, el 6 de abril de 1867. Khevenhüller salió victorioso gracias a la táctica de pinzas, mientras que en su encuentro en Tlaxco, el 9 de abril, el triunfo fue para Díaz. El militar oaxaqueño persiguió a las tropas enemigas hasta la ciudad de México a la que puso sitio el 13 de abril. Díaz decidió esperar a que la plaza se desgastara y el enemigo se rindiera. Márquez emprendió salidas de reconocimiento que sólo diezmaban a las tropas mexicanas y extranjeras.
La noticia de la captura de Maximiliano el 15 de mayo llegó vía telégrafo al cuartel general de Díaz en Tacubaya. Intentó hacer llegar la noticia al interior de la capital por medio de granadas llenas de copias del telegrama, pero Márquez, junto con algunos periódicos, desmintieron la noticia, argumentando que era una estratagema del enemigo para entregar la plaza. Khevenhüller se enteró de la situación del emperador por sus abogados defensores: Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre, quienes lo incitaron a que los húsares dejaran las armas. Carl les respondió que, hasta no recibir la orden expresa del monarca, declararía su neutralidad, si bien decidió no decir nada a sus tropas para evitar un enfrentamiento con las de Márquez.
El 16 de junio el diplomático de Austria, barón Lago, llegó a Tacubaya; dentro de un cigarrillo le envió el siguiente mensaje:
Notifico a usted que el emperador Maximiliano está preso en Querétaro, de cuyo punto he regresado esta tarde. Es un hecho que su majestad fue aprehendido con sus generales y el ejército entero. He hablado varias veces con S. M. en su prisión, en el convento de las Capuchinas. Un escrito autógrafo del emperador, en el que pedía a usted y a los demás oficiales austriacos evitar todo derramamiento de sangre, le fue enviada por conducto del señor von Magnus, probablemente fue interceptado por el general Márquez. Me permito comunicarle lo anterior en mi calidad de representante de su patria, y declaro responsables a usted y a los demás señores oficiales por cada vida sacrificada de un conciudadano austriaco. Tacubaya, 16 de junio de 1867. El embajador imperial y real austriaco Barón von Lago.
Tras recibir este mensaje, Khevenhüller se dirigió al cuartel general de Márquez; ahí le reclamó por ocultarle la verdad sobre Maximiliano y le espetó que ya no estaría bajo sus órdenes. Al día siguiente, recibió un recado de Díaz para negociar la rendición extranjera. Ambos pactaron que las tropas austriacas marcharían a Veracruz sin represalias, a cambio de su neutralidad y de no entrar en combate alguno cuando se tomara la plaza. El 18 de junio Carl dejó su cuarto en San José del Real y se dirigió a Palacio Nacional, donde se encerró con sus tropas y posteriormente envió una nota al general conservador Ramón Tavera, en la que hacía oficial la neutralidad de los soldados austriacos.
La ciudad de México cayó el 20 de junio de 1867. Porfirio Díaz dispuso que la ocupación de la capital se efectuara en las primeras horas del día siguiente, y para evitar desmanes, nombró tres batallones de cazadores de Oaxaca facultados para aprehender a todo aquel que consideraran enemigo. Esa noche fue la última vez que Carl vio a Leonor, cuando ella lo ayudó a escapar de los soldados republicanos escondiéndolo en su cuarto, cuando ella lo llamó desde su ventana y le lanzó una escalera de cuerdas. Él logró subir antes de que sus perseguidores lo alcanzaran. Ya en la habitación, en palabras de Khevenhüller, ocurrió lo siguiente:
La encontré recostada en una esquina de su ventana. ¿Qué hacemos ahora? Balbuceó. No puedo esconderte, mi marido, los liberales están aquí ¡Y tú en mi recámara! Quise salir otra vez. Me retuvo por la ropa y me suplicó que no me entregara a la muerte, pero ¡Dejar a mis húsares sin comandante! Sería espantoso que creyeran que los había abandonado. No, tenía que irme. La pobre estaba arrodillada en el piso, retorciendo afligida las manos. Volvió a retumbar, se oyeron disparos. ¡Y las llamas de las poblaciones incendiadas de las afueras iluminaron la pieza alguna vez tan querida por mí! Fue demasiado. Con un grito Leonor se desplomó, y yo salté hacia afuera como un loco, saqué la escalera de cuerdas y estuve abajo con un impulso.
Cuando el militar regresó a la calle, unos sujetos se le abalanzaron; los combatió con un puñal, tras matar a uno, corrió hasta Palacio Nacional.
Khevenhüller se quedó en la ciudad hasta el 14 de julio de 1867. Días después, partió para Veracruz donde permaneció hasta septiembre: no pudo regresar a su hogar sino hasta finales de ese año. Supo entonces lo que sucedió con su deuda: cuando ya estaba a salvo de sus acreedores en México, su padre tuvo que pedir un préstamo al Banco de Crédito del Imperio, pagadero en un plazo de 50 años.
Visita a México
El capitán asistió al funeral de Maximiliano el 13 de enero de 1868, en el convento de las Capuchinas en Viena. En 1871 se casó con la condesa Eduardine von Clam-Gallas, hija de Eduard von Clam-Gallas, alto consejero del Imperio Austriaco, el matrimonio nunca tuvo hijos. Ese mismo año, Khevenhüller fue elegido como representante en la Cámara de Diputados del Reichsrat en Viena. Tras la muerte de su padre, heredó el título de príncipe y lo sustituyó en la Cámara Alta.
En 1893, Khevenhüller asistió a la Exposición Universal de Chicago, donde recibió la invitación personal del presidente Porfirio Díaz para visitar México, pero la declinó por sus compromisos parlamentarios. Cuatro años después, regresó con su esposa a Estados Unidos; en esa ocasión, aceptó la invitación del mandatario mexicano para regresar al país que había dejado tres décadas atrás, pero como visita personal. El príncipe ingresó por Torreón: el tren presidencial lo recogió y lo llevó hasta la capital, no sin antes hacer una escala en Querétaro para conocer el lugar donde fusilaron a Maximiliano. Finalmente llegó a la ciudad de México el 7 de enero de 1897, y fue recibido por Díaz en el Castillo de Chapultepec. Durante su estancia en el país, se hospedó en el hotel Sáenz. Partió con rumbo a Europa vía Veracruz a finales de ese mismo mes.
Carl regresó una tercera vez a México en marzo de 1901, ahora en calidad de visita oficial. Gracias a la amistad que nació entre él y Díaz se había logrado la construcción de una capilla en el Cerro de las Campanas. A principios de ese mes, los príncipes Khevenhüller llegaron a Veracruz como representantes del emperador austriaco Francisco José, para la consagración de la capilla.
La misa se llevó a cabo el 10 de abril. Esta visita se consideró como el primer acto oficial para reestablecer las relaciones diplomáticas entre México y el Imperio Austrohúngaro.
No hay alguna fuente que indique si volvió a ver a Leonor, ya que ella continuó casada con Javier Torres Adalid, del cual enviudó en 1893. Dos años después volvió a casarse con su primo Carlos Rivas Gómez, fallecido en 1908. Leonor Rivas Mercado murió el 31 de mayo de 1921, en la ciudad de México a los 79 años.
El príncipe Carl von Khevenhüller-Metsch murió el 11 de septiembre de 1905 en su castillo de Riegersburg a la edad de 63 años. El presidente Díaz, a través de la embajada mexicana, envió una corona con una cinta tricolor donde se leía el mensaje “General Porfirio Díaz a su querido amigo el príncipe Khevenhüller”. Los restos del ex capitán de los húsares rojos en México, fueron depositados en la cripta familiar en el castillo de Hardergg, en la Baja Austria.
En ese lugar, Khevenhüller reunió una extensa colección de objetos sobre el cuerpo austriaco de voluntarios, a tal grado que el lugar llegó a ser conocido como “El museo de México”. Si bien el castillo fue saqueado durante la segunda guerra mundial, se reconstruyó con imitaciones y copias de los objetos, hasta abrir sus puertas al público en general en 1974. Hoy en día sigue en funciones.
Los extranjeros que vinieron a México durante la intervención francesa fueron de diversas nacionalidades y distintos estratos sociales. Maximiliano de Habsburgo no fue el único austriaco de noble cuna cuya presencia dejó huella en México. Lo que hace particular al conde Khevenhüller en la historia del país es que vivió la guerra de guerrillas y el sitio de la capital en 1867. Además, logró entablar una relación que tuvo repercusiones: su amistad con su antiguo enemigo de armas Porfirio Díaz fue el punto de partida para restablecer las relaciones diplomáticas con el Imperio Austrohúngaro. De manera material, logró incluso que México tuviera presencia en el extranjero gracias a su museo.
Se invita al lector a leer las memorias de este personaje para conocer de primera mano. Editadas por la historiadora austriaca Brigitte Hamann, traducidas y publicadas en México por el Fondo de Cultura Económica, en su manuscrito el conde narra sus impresiones sin idealizaciones. A pesar de que los relatos y diarios de algunos de los soldados que llegaron a México también fueron traducidos y publicados, de las impresiones y repercusiones del paso de los voluntarios austriacos que vinieron a México aún se conoce muy poco.
PARA SABER MÁS
- Astié-Burgos, Walter (ed.), Barón Henrik Eggers. Memorias de México, México, Miguel Ángel Porrúa, 2005.
- Bazant, Mílada y Jan Jakub Bazant (eds.), El Diario de un soldado: Josef Mucha en México, 1864-1867, Toluca, El Colegio Mexiquense, Miguel Ángel Porrúa, 2004.
- Hamman, Brigitte, Con Maximiliano en México: del diario del príncipe Carl Khevenhüller 1864- 1867, México, Fondo de Cultura Económica, 1994 (Sección de Obras de Historia).
- Díaz Mori, Porfirio, Memorias de Porfirio Díaz, México, Linkgua, 2014.
- Sitio oficial del Museo Castillo de Hardegg: https://www.burghardegg.at/