Antonio Badú: de vender al menudeo a la cumbre del cine de oro

Antonio Badú: de vender al menudeo a la cumbre del cine de oro

Ramón Aureliano A.
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 57.

Reproducimos aquí una conversación de 1976 donde el actor, cantante y productor relata sus amistades con Jorge Negrete, Pedro Infante y René Cardona, de los inicios en la radio y la consagración en el cine, y de la relevancia económica del cine mexicano del siglo pasado en Latinoamérica.

Actor, productor de cine y cantante popular, Antonio Badú fue hijo de emigrantes libaneses, ‒Antonio Namnum y Virginia Nahes‒. Nació el 13 de agosto de 1914 en el estado de Hidalgo y murió en la ciudad de México en 1993. Se dice que el nombre de Badú lo tomó porque su madre acostumbraba a llamarlo badué, palabra árabe que quiere decir beduino. Cuando vivió en la capital, en el barrio de La Merced, hizo amistad con el después famoso actor Mauricio Garcés, con quien en la década de 1960 realizaría sus últimas películas como actor, y con el aún desconocido abogado y periodista Jacobo Zabludovsky.

Ramón Armengod lo presentó con el compositor Gabriel Ruiz Galindo, y desde allí inició su carrera como cantante. Actor estelar y de reparto, transitó exitosamente desde la denominada época del cine de oro en México hasta el cine de color y continuó su carrera como cantante prácticamente durante toda su vida.

En 1985 se retiró definitivamente de la actividad artística por problemas de salud y, dos meses antes de morir, el 29 de junio de 1993, publicó sus memorias bajo el título de Sortilegio de vivir: la vida de Antonio Badú en conversaciones con Jorge Mejía Prieto, publicado por la editorial Diana y con prólogo de su amigo Zabludovsky.

El texto que sigue a continuación fue editado de la entrevista realizada al actor por María Isabel Souza el 19 de enero de 1976, en la ciudad de México, y que forma parte del Archivo de la Palabra del Instituto Mora bajo la signatura PHO/2/54.


“El cine es un negocio de personalidades y de estrellas”

Me llamo Antonio Namnum Nahes y nací en Real del Monte, Pachuca, en 1914. Fuimos tres hermanos, mi hermana Consuelo, mayor que yo, cinco años, y mi hermano menor dos años. Mi padre murió cuando era muy pequeño.

Por necesidades económicas tuvimos que vivir en Pachuca, Oaxaca y la ciudad de México. Ahí en México estudié en la escuela Niños Héroes hasta el cuarto o quinto año de primaria; en Pachuca, en la escuela Número 3; en Oaxaca iba de oyente al Instituto Científico y Literario. Ser oyente en el Instituto me ayudó mucho. No quiero decir que sea un erudito, pero me sirvió de base para después leer, y me gusta mucho leer, desde Agatha Christie, que son novelas policiacas, hasta los clásicos. En Oaxaca trabajaba como agente viajero con mi cuñado. Llevaba “barilla” para ofrecer, es decir, mercancía al menudeo para vender de forma ambulante. Como le decía, cuando estaba en Oaxaca, viajaba por todo el estado, comerciaba con los vendedores ambulantes o las tiendas pequeñas. En aquel entonces había lugares donde no había, por ejemplo, luz eléctrica, como en Nochixtlán o en Etla. Le estoy hablando del año ‘30 o ‘29.

De Oaxaca venimos otra vez a la ciudad de México a trabajar, y mi madre volvió a realizar labores de costura como lo había hecho desde hacía años para mantenernos; hasta que un día conocí a Gabriel Ruiz, el compositor. Yo tendría 20 años entonces. Mire usted, a mí me gustaba mucho la cosa de la canción, cantar en el grupo de amigos, en la vecindad de República de El Salvador donde vivíamos. Entonces unos amigos me llevaron a la casa de Gabriel; que tampoco había debutado, había hecho canciones, pero no había trabajado. Me oyó cantar Gabriel y un día nos fuimos a la XEW, a hablar con Pedro de Lile que conducía La hora azul. Fue en marzo de 1935; debutamos juntos en la radio. A mí siempre me gustó, lo mismo que ahora, la canción romántica; lo ranchero solamente lo interpreté en el cine por necesidades de argumento, canciones argumentales. Lo que he grabado siempre ha sido cosa romántica; de Agustín Lara, de Gonzalo Curiel, de Gabriel o de Luis Arcaraz.

Seguí en la XEW, y no cobrábamos, porque La hora azul era para promover gente nueva. Pero, entonces me llamó Lorenzo Barcelata, un gran compositor que dirigía la XEFO y me ofreció un sueldo de cinco pesos diarios. Podía hacer un programa cada día, y me fui; era una estación de radio que pertenecía al gobierno. De ahí, en 1938 o 1939, me hicieron una prueba para el cine. Mientras sucedió eso, yo seguía trabajando por las mañanas de repartidor de pan árabe, en la panadería de mi tía, pues la familia Nahes es de origen libanés, y me iba al radio en la tarde.

La prueba de cine que me hicieron fue de fotografía y de voz pues ya había cine sonoro. Por el año 1939 me contrataron para la película Sangre en las montañas, que por cierto era bastante mala. Me aceptaron, aunque yo no hice el estelar, lo realizó Víctor Manuel Mendoza y María Luisa Zea; yo hacía una primera parte. Recibí 500 pesos por toda la película, pero era mucho dinero en aquella época. Después de esa película me llamaron para ir de nuevo a la XEW, pero entré ya cobrando y entonces me convertí en artista exclusivo de Max Factor como cantante.

Después de esa película me llamó Jorge Negrete. Me hice muy amigo de Jorge y fui su padrino de boda cuando se casó con María Félix. Me invitaron para cantar dos canciones en ¡Ay, Jalisco, no te rajes! en 1941. Pero no como actor, solamente cantante. Con María Félix, tiempo después, trabaje en La mujer sin alma, de Fernando de Fuentes.

Aunque no recuerdo muy bien los años, tengo otras tres películas realizadas por esos tiempos: Adiós mi chaparrita, se llamó, era una obra de Rosa de Castaño titulada Repatriados, que hice con Rafael Falcón y Josefina Escobedo, que dirigió René Cardona. Antes de ¡Ay, Jalisco…! hice El gavilán, con Ramón Pereda, y Por una mujer, esta última fue antes de esas dos, y fue el primer estelar que hice, cobré, creo, 1 000 pesos y era mucho dinero en esa época. Pero, si se puede decir colocar, agarrar nombre, fue con La feria de las flores, donde me llamaron también para hacer un estelar, y se requería un trío, entonces me llevé a Fernando Fernández y a Pedro Infante, que aún no lo conocía nadie. Mi auge ya fuerte fue a partir de 1944, cuando trabajé en Me he de comer esa tuna.

Mire usted, más que gustarme mis inicios en el cine, lo fui necesitando, el motivo más que nada de subsistir, ¿no? Es igual ayer que hoy, ¿no? A partir de entonces me dediqué definitivamente a cantar y al cine.

En relación con el tipo de filmación de aquellos años le puedo decir que era de mucha camaradería, de amistad; por ejemplo, cuando hicimos Adiós, mi chaparrita, nos quedamos empeñados en Puebla porque no había con qué pagar el hotel, ni nuestro sueldo; no había sindicato. Existía uno, pero el fuerte lo hizo Jorge Negrete. Y lo hizo porque me consta; salimos un día del baño turco del hotel Regis, Jorge y yo, a buscar firmas, en ‘43 o ‘42, no recuerdo; a Jorge se debe eso.

Le quiero comentar que con los años también me convertí en productor, aunque el director tiene toda la importancia. Para mí ejerce más relevancia el productor, porque una película se hace en el escritorio, en el libro; que es lo que están haciendo ahora en los Estados Unidos. Porque el argumentista, ¿de quién depende?, del productor, que es el que paga. El responsable directo de un éxito o un fracaso es el productor, ya que él sabe si contrata un argumentista malo o uno bueno. En esos años, en cuanto a los actores, en el cine no éramos actores, salimos todos de la radio, digo, yo no estuve en la escuela. Ahora, después que formamos el sindicato, hicimos una escuela, que fue la academia de la ANDA. Pero yo le soy franco, no creo que el cine requiera ser actor para trabajar en él. El cine es un negocio de personalidades y de estrellas, pero nunca de actores, el actor se ve en el teatro. Obviamente que existen también algunos actores del cine, como Fernando Soler, a quien yo admiraba mucho y con el que me hubiera gustado trabajar más. Era un señorón, él marcaba la pauta, porque siempre hay gente que en el set le merecen a usted respeto, y uno de esos es precisamente Fernando, es un actor extraordinario, pero no necesariamente se tiene que ser buen actor para ser estrella. Para ser estrella depende de la personalidad de la gente, el buen papel que le den, el responder en un trabajo. Hay muchos factores: la publicidad, la promoción de la producción, el buen argumento. Es mi opinión como actor, yo nunca fui ni director ni argumentista.

La película que me lanzó al estrellato, como le platicaba, fue La feria de las flores. En mi carrera realicé muchos papeles, creo que soy el único actor que ha hecho de todo. La comedia ranchera, un venezolano, de villano que era el papel que más me gustaba como en Hipócrita, en la Virgen de medianoche o en Vagabunda. También hice Cantaclaro, un libro de Rómulo Gallegos; Ramona que se hizo dos veces en Hollywood, hice de todo. Tengo ciento y pico de películas hechas.

Yo cantaba en muchas de mis películas, aunque la música por lo general es argumental, a veces incidental, pero para la gran mayoría se planeaba asociarla a una canción. En mi época, si una canción pegaba se procuraba ponerle ese título, como El gavilán pollero. Grabamos esa canción Pedro Infante y yo, porque había sido un cañonazo. Un día con Fernando Fernández en un bar le escuché a Carlos Crespo, el compositor, tres canciones: “Hipócrita”, “Amor de la Calle” y “Callejera”. Le compré las tres y fueron titulares de películas, porque la canción predominaba mucho.

Trabajé mucho con René Cardona que me dirigió muchas veces y casi todas las producciones que yo realicé. La última película que hice fue con Elsa Aguirre, Mauricio Garcés, Nadia Haro Oliva y se llamó El matrimonio es como el demonio, que dirigió René Cardona hijo, una comedia bastante digna.

Me incliné hacia la producción porque ganaba más dinero. Mi sueldo como actor, si actuaba, tenía un porcentaje, y como las películas se vendían como pan caliente, nos daban anticipos de Centro y Sudamérica antes de empezarlas a hacer. Porque el cine mexicano llegó a ser un cine extraordinariamente fuerte en Latinoamérica. También llegué a trabajar como coproductor una vez con Agustín Lara, junto con Gabriel Alarcón, para hacer la película de la vida de Agustín, aunque ahí no trabajé como actor, el papel que iba yo a hacer se lo dimos a Tito Junco, Alejandro Galindo y yo. Con Pedro Infante, por ejemplo, también realicé películas como coproductor. Antonio Matouk era su apoderado en ese entonces. Leíamos los libros, qué libreto nos gustaba y ese escogíamos, los pagábamos y lo hacíamos. Hice coproducciones también con España, una con Lola Flores y otra con Lina Rosales, por decirle dos ejemplos.

El cine, socialmente, no le sé decir para qué servía, pero lo que sí le puedo comentar es que fue un gran importador de divisas. El cine mexicano tenía mucha fuerza, tenía una personalidad muy propia; era un cine auténticamente mexicano. Las figuras que hemos tenido, para mí, han sido tres: Gabriel Figueroa, “el Indio” Fernández, Jorge Negrete… e indiscutiblemente, y sigue siéndolo, Mario Moreno. Mario era el único que se podía dar el lujo de hacer una película al año, era el actor mejor pagado del mundo. No hay en el mundo una persona que gane lo que gana Cantinflas, es una persona que se administra de maravilla. Además, es muy bueno, aparte de estimarlo yo como amigo lo admiro mucho.

Gabriel Figueroa, un monstruo para mí de la fotografía no porque sea un gran amigo mío; a Gabriel todos querían contratarlo, pero ya estaban Jorge Stahl, Ezequiel Carrasco, había muchos fotógrafos. México siempre ha tenido grandes artistas en la rama de la fotografía. Para mí el cine era un modus vivendi, le repito, yo salí de la radio al cine, como salieron Emilio Tuero, Fernando Fernández o Pedro Infante, que creo fue el mejor actor, joven, galán, que tuvimos; era un muchacho intuitivo, que lo traía dentro ¿no? Pero lo que es ahora, si le soy franco, yo no he visto películas mexicanas, me han llamado a participar y no quiero hacer cine ahora; ya no me interesa. Estoy en la televisión desde hace años, que le da a usted una promoción mucho más fuerte, es impactante de un día a otro, y no hay que esperar dos años, como en el cine en la década de los años cuarenta y se gana más dinero. Actualmente tengo el programa Hoy, como ayer y mañana, que lo estamos haciendo Mona Bell y yo, ¿lo ha visto? Es una idea que se me ocurrió para hacer una combinación entre la canción romántica de ayer y hoy, y con una figura del mañana, jóvenes, que hay que impulsarlos. Fíjese que yo no me siento dejado a un lado, hay quien se queja de que ya no lo llaman, pero también fui joven y desplazamos a muchos otros, le hablo en relación con el cine. Actualmente no han quitado a nadie, se acaban todos. Cary Grant está trabajando de gerente de una compañía, un gran actor como él, de perfumes. Todos tenemos un momento en que nos vamos al diablo y hay que dedicarse a otra cosa. Sin embargo, el cine ha sido para mí un medio de vida muy bonito, le tengo un gran cariño, un gran respeto, un gran amor.

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