Espejo

Espejo

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 57.

Hay personajes que se la creen. Se colocan delante de la cámara y fluyen seguridad, arrogancia, ego, narcisismo. Nuestro hombre de la imagen va por la contraria. Timidez en la mirada, cierto cansancio quizá –uno podría pensar lo contrario si el reloj a su espalda nos dice la verdad: cuarto para las tres de la tarde–, tranquilidad en sus manos estratégicamente ubicadas, cierta incomodidad también, porque por más pose que se acepte realizar, la fotografía no deja de generar ese fastidio entre salir correcto y hacerlo ya. Al fin y al cabo, nuestro reflejo no siempre se lee con la certeza de lo que uno cree que es.

“Una fotografía nunca es privada”, dice Annie Leibovitz. El médico cirujano y eminencia de la oftalmología en México, Fernando López y Sánchez Román, transmite prestancia y decoro ante la requisitoria de dejar un testimonio de vida, pero pronto parece levantarse para apurar un imperioso regreso a las actividades en el consultorio. Tanto parece que el fotógrafo atinó en su ángulo aislado de contrastes, fusionar su imagen de cuerpo menudo con las tonalidades del magnífico escritorio, como si fuera una misma pieza indivisible que se ampara en la discreción. Espejo, en realidad, de lo que fue su vida profesional, capacidad, reconocimiento, liderazgo en lo suyo, y con toda intención de dejar huellas que otros debían descubrir.

Fue el primer director del Hospital General de la Ciudad de México, por encargo de su colega Eduardo Liceaga, cuando lo inaugurara Porfirio Díaz en 1905. Antes había estado en el Hospital Militar y en ambos fundó sus escuelas de enfermería. Pasó por París para especializarse en oftalmología y aquí perfeccionó conocimientos en medicina en los que fue pionero: el uso de la cocaína como anestésico en afecciones oculares (aliviaba el dolor causado por el tracoma, reducía la secreción ocasionada por las afecciones oculares y la vasoconstricción), la aplicación de la asepsia en cirugías −introducida junto con su colega Julián Villarreal− y la primera aplicación pública del salvarsán (marca de la arsfenamina, el compuesto con el cual se comenzó a combatir la sífilis y que luego Alexander Fleming reemplazaría con la penicilina).

La puerta abierta a su lado invita a salir. Tanto al fotógrafo como a nosotros, fisgones. El doctor Fernando López y Sánchez Román debe regresar a sus tareas

Darío Fritz

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