Felipe Mera Reyes
Universidad de Guanajuato
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 29-30
Las políticas de privatización de la industria nacional cinematográfica de los años noventa han arrasado con la producción nacional, que pese a recientes éxitos internacionales no logra tener un incentivo económico privado o estatal suficiente que le permita competir en las salas con las películas que llegan de Hollywood. el cine ya es exclusivo de las grandes urbes y su consumo alcanza únicamente a las clases media y alta.
Hacia finales de la década de 1970 México vivía severas crisis, la mayoría de ellas producto de las constantes devaluaciones de la moneda y, sobre todo, consecuencia del endeudamiento que trajo consigo la apuesta por la exportación petrolera como único medio para alentar el desarrollo del país. Al parecer, y en respuesta ante tal panorama, México decidió cambiar de sistema político y económico. Se incorporó a la Organización Mundial del Comercio y comenzó a atender las recomendaciones políticas y económicas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, a través de pactos y tratados económicos que buscaban aminorar los efectos de las crisis, y encaminarse a la adopción del sistema económico y político neoliberal.
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Los cambios profundos y estructurales se ofrecían como la panacea para la salvación de nuestro país. Por aquel entonces se comenzaron a abandonar las políticas proteccionistas y se permitió la entrada masiva de capitales transnacionales que, en pos de la libre competencia, barrieron literalmente con las empresas mexicanas. Por otro lado, comenzó un lento desmantelamiento y venta de empresas paraestatales, como parte del cambio hacia una economía de verdadero libre mercado.
La industria cinematográfica mexicana se convirtió entonces en una carga para el gobierno mexicano. Hasta entonces, el Estado había sido dueño de dos estudios de cine (Churubusco y América), un sistema de financiamiento (Banco Nacional Cinematográfico), tres productoras (Conacine, Conacite 1 y 2) cuatro distribuidoras (Pelmex, Pelnal, Pelimex y Cimex), una exhibidora (Compañía Operadora de Teatros), la Cineteca Nacional y el Centro de Capacitación Cinematográfica. La política oficial había sido básicamente proteccionista, ya que participaba en todas las ramas de la cinematografía, produciendo, distribuyendo y exhibiendo.
En 1977 se cerró la productora Conacite 1 y en 1978 se inició el proceso de liquidación del Banco Nacional Cinematográfico. Paradójicamente y al parecer de acuerdo con los tiempos, en 1982 se incendió la Cineteca Nacional, consumiéndose rápidamente entre las llamas parte del legado histórico y fílmico de nuestro país. La quiebra de las empresas distribuidoras fue posterior: en 1988, Películas Mexicanas, y en 1991, Películas Nacionales, que anunciaron sus respectivos cierres.
Estados Unidos y Gran Bretaña habían adoptado previamente el sistema neoliberal y, sobre todo el primero, estaba especialmente interesado en que México lo adoptara y siguiera siendo su aliado latinoamericano número uno. Así que en 1994 entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCSAN), firmado junto con Canadá. Desafortunadamente, México dejó fuera del apartado cultura a la cinematografía nacional, con lo cual adoptó una posición mucho menos proteccionista y más abierta a la competencia de mercados. En realidad se buscaba dinamizar la economía del consumo de cine, colocando en bandeja de plata a los espectadores mexicanos para las grandes productoras de Hollywood.
El cine mexicano dejó de recibir entonces el apoyo en todas sus ramas: producción, distribución y exhibición. Sobre todo en esta última se redujo 50% con respecto al que gozaba desde la década de 1950. Esta situación, obviamente, nada gustó al gremio de directores y productores mexicanos. Todo era producto del plan estatal de desincorporación de la industria del cine mexicano.
Si bien el principal problema era precisamente que el Estado pasaba de un extremo a otro en poco tiempo, se ha demostrado en los hechos que desde aquellos años y hasta nuestros días, la política neoliberal de apertura de mercados no ha mejorado sustancialmente la situación del cine mexicano. El investigador Néstor García Canclini opina al respecto, en su libro Las industrias culturales y el desarrollo en México: Algunos datos sobre la declinación del cine mexicano, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, indican que la liberalización de los mercados no ha cumplido las promesas de dinamizar en esta como en otras áreas. Víctor Ugalde compara los distintos efectos de las políticas con que Canadá y México situaron su cine en relación con el tlc a partir de 1994. Los canadienses, que exceptuaron su cinematografía y le destinaron más de 400 millones de dólares, produjeron en la década posterior un promedio constante de 60 largometrajes cada año. Estados Unidos hizo crecer su producción de 459 películas a principios de la década de los noventa a 680, gracias a los incentivos fiscales a sus empresas y al control oligopólico de su mercado y del de otros países. México, en cambio, que en la década de anterior a 1994 había filmado 747 películas, redujo su producción en los 10 años posteriores a 212 largometrajes.