La democracia es una forma de gobierno a la que se le atribuyen numerosas virtudes. Una de las muchas razones de tan alta estima se halla en la fuente de la que emana su legitimidad: la voluntad popular. Así como una persona es libre cuando se conduce conforme a sus propios juicios y aspiraciones, así un pueblo es libre cuando se gobierna así mismo, conforme a la voluntad general de todos sus miembros. La democracia que vivimos en el México contemporáneo es producto de una historia rica en coyunturas críticas, imaginarios en disputa y episodios decisivos. Sin embargo, luego de casi dos siglos de vida independiente, la conducción de los asuntos públicos en este país conforme al principio de soberanía popular no ha cumplido todavía las dos décadas. Las dos condiciones que definen a la democracia política sufragio universal, libre y secreto y elecciones competitivas- apenas quedaron institucionalizadas conjuntamente hasta hace poco más de diez años, como resultado de un prolongado y tenso proceso de transición política. En este contexto, surge de manera inevitable una pregunta: ¿qué ha resultado del “gobierno del pueblo” en México?
A decir verdad, se podría decir que el pueblo mexicano, en su calidad de gobernante soberano, difícilmente podría ser elogiado por su sabiduría, imaginación, decisión y firmeza en el manejo de los asuntos públicos. La pobreza y la desigualdad continúan siendo problemas acuciantes. La ley que gobierna numerosas relaciones públicas y privadas y se ejerce en extensas zonas del país, es todavía la ley del más fuerte. Las políticas recorren trayectos largos y accidentados, desde que son concebidas hasta que son adoptadas, y muchas se quedan en el camino. La “voluntad general” tampoco ha conseguido manifestarse de manera decidida con respecto a una nueva Constitución; y uno no acaba de convencerse de que “el gobierno del pueblo” gobierne para bien de los ciudadanos. Por si fuera poco, cuando se trata de actuar, las decisiones públicas se llevan a cabo a la mexicana: de manera improvisada, inconstante, y haciendo del presupuesto la fuente que prodiga beneficios a quienes lo administran.
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