Mientras que afuera de la Catedral de la ciudad de México se desarrollaba la hazaña libertaria que separó a la Nueva España de su matriz imperial y permitió el nacimiento de una nación independiente, dentro de la Iglesia metropolitana se celebraban las misas y los oficios divinos que se habían practicado a lo largo de los tres siglos de dominación hispana y, más aún, se seguían elaborando y comprando libros de coro o cantorales para cantar las alabanzas a Dios y ataviar el culto.
Desde la llegada de los españoles y hasta fines del siglo XIX, la Iglesia Catedral de México elaboró y utilizó los cantorales, artilugios surgidos de la tradición judeocristiana, indispensables para sus celebraciones, sin que el final del orden virreinal y el surgimiento de otro orden político, las guerras civiles y exteriores, las reformas socioeconómicas, etcétera, interrumpieran esta labor. Formó así una de las colecciones más ricas del país.
De esta colección se conservan, a la fecha, tan sólo 123 ejemplares, ya que muchos se perdieron por saqueo, ventas, descuido y exposición a diversos desastres naturales, al olvido y la ignorancia que les dio otro uso considerándolos sin valor. Los que quedan deben ser estimados como objetos culturales únicos. Son parte de nuestro patrimonio bibliográfico y artístico y la labor de hallazgo, inventario, preservación, estudio y difusión ha de seguir.
Los cantorales son los libros de coro, escritos por lo general sobre pergamino, si bien los hay en papel artesanal o fabril, con textos basados en la Biblia y una notación musical vinculada a formas medievales y renacentistas. Su objetivo principal era ayudar en la alabanza ritual del Dios católico, alabanza que ocurría en el altar catedralicio, en el coro alto o las naves laterales de los conventos masculinos, el coro oculto de los femeninos y en el altar de cualquier iglesia. Se caracterizan por su gran tamaño pueden medir entre 90 x 65 y 60 x 40 centímetros (alto por ancho) y tener un peso de hasta 50 kilogramos, lo cual resultaba preciso para que pudieran ser leídos por todos los integrantes del coro, situados alrededor del facistol o gran atril que los sostenía.
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