Mariscal-Limantour, un matrimonio del poder

Mariscal-Limantour, un matrimonio del poder

Laura Muñoz
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 58.

El casamiento entre Elena Mariscal, hija de un canciller, y Julio Limantour, proveniente de una familia de comerciantes, muestra cómo los intereses personales, políticos y económicos confluían entre los códigos sociales y culturales de la elite porfirista.

Ignacio Mariscal y José Yves Limantour, ca. 1905, inv. 663108. SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

En décadas recientes, los estudios acerca del porfiriato han cubierto un amplio espectro y en ese marco ha sido de interés saber más acerca del funcionamiento de los lazos políticos, económicos y sociales establecidos. En las siguientes páginas haremos referencia a un caso particular que ilustra algunas de las dinámicas desarrolladas entre los personajes de la elite porfiriana. Se trata del matrimonio Mariscal-Limantour, al que considero el punto de partida de una red de individuos, que, gracias a su posición económica y social, pero sobre todo política, alentaron el desarrollo y modernización del país, vinculados a sus intereses personales y de grupo. Este matrimonio ejemplifica la unión de dos ámbitos: el diplomático y el político, que sustentó su desempeño en el económico.

La ceremonia

Cuentan que la mañana del 10 de febrero de 1887, la gente que llenó la iglesia de Santa Brígida exclamaba su sorpresa al ver la decoración de los muros cubiertos de guirnaldas, cruces y ramos formados de dalias, gardenias, azahares, rosas y pensamientos blancos. En el templo, “siempre el escogido para los matrimonios entre personas de la más alta clase social”, hombres y mujeres admiraron el altar mayor que lucía lleno de bujías, plantas exóticas, canastas de azahares y camelias y de otras combinaciones de flores. Para la ocasión, la música estuvo a cargo de una “magnífica orquesta” y al finalizar la misa oficiada por el padre Rivas, Alejandro Greco cantó el Ave María. La novia, que iba del brazo de su padre, lucía un “lujoso y sencillo traje de otomano y raso, adornado con guirnaldas de azahares y tul bordado de perlas”, un modelo del famoso modisto de París, Charles Frederick Worth, el mismo que vistió a la emperatriz Eugenia, a la reina Victoria y a Sisi de Hungría. Todo contribuía a que la celebración fuera memorable.

Las crónicas publicadas en la prensa capitalina unos días después, nos hablan también de la “atmósfera de misticismo y poesía” que envolvía a la ceremonia y nos permiten imaginar cómo transcurrió todo hasta llegar al momento en que los novios, durante casi una hora, recibieron en la sacristía las felicitaciones y los parabienes de sus amistades y conocidos. Esos detallados relatos, escritos al estilo de finales de siglo, funcionan como instantáneas que registran un acontecimiento familiar, pero son al mismo tiempo una fuente muy rica para saber cómo vivía un sector de la sociedad en ese periodo determinado. Esas crónicas nos ayudan, hoy en día, a rescatar mucha información que favorece a entender los códigos culturales y sociales de prácticas que van más allá del ámbito privado. De ahí el beneficio de utilizarlas.

Sabemos que un día antes de la celebración en la iglesia, el juez del estado civil Wenceslao Briceño había preguntado a la pareja si era su voluntad unirse en matrimonio. Al dar su respuesta afirmativa, los jóvenes fueron declarados “unidos en perfecto, legítimo e indisoluble matrimonio”. Eran las ocho y media de la noche del 9 de febrero; se encontraban en la casa de la novia, el número 8 de la cerrada de la Moneda, rodeados de amigos y familiares. Entre otros testigos, acompañaban a los contrayentes Porfirio Díaz y Manuel Romero Rubio, el presidente de México y el secretario de Gobernación, respectivamente. No era para menos, la novia era Elena Mariscal, hija mayor del secretario de Relaciones Exteriores, Ignacio Mariscal, y el novio, Julio Maturino Limantour, hermano menor del diputado al congreso José Y. Limantour, personaje muy cercano a Romero Rubio y quien a los pocos años fue ministro de Hacienda y confidente de Díaz.

Recuperar la memoria de este acontecimiento, sin duda un ejemplo concreto, resulta interesante porque ofrece elementos para conocer prácticas de sociabilidad desplegadas por la elite de la época, las modas, las influencias, y, de manera notable, permite examinar cómo se originaban o se construían y consolidaban vínculos de interés, redes de amigos y de socios. Una estrategia a la que en el pasado habían recurrido las elites –y, por cierto, continúan recurriendo–. Quizá más que ningún otro evento social, los matrimonios evidencian cómo se articulan el poder económico y político con el estatus social. Y aunque pertenecen al ámbito privado, funcionan al mismo tiempo como un escaparate para observar la vida pública, aquella en la que funcionarios del Estado, empresarios, militares, diplomáticos, entre otros, construyen, cultivan y fortalecen lazos, comentan estrategias y llegan a acuerdos. Los matrimonios son también, más allá de los afectos y el romanticismo, alianzas estratégicas que sustentan redes de diferente índole. Parecería que, en el caso de Julio Limantour con Elena Mariscal, podríamos hablar de la unión de dos esferas de interés: las actividades empresariales y las diplomáticas.

La pareja, como otras de su entorno social y económico, estaba inserta en un medio en el que la elite se cuidaba mediante los lazos matrimoniales, las alianzas económicas y las influencias políticas. Desde esta perspectiva, la alianza matrimonial puede ser considerada como el punto de partida de una vida social y de crecimiento económico de la pareja. ¿Constituyen un eslabón de una red más amplia o forman una nueva línea? Esto sólo lo podremos averiguar siguiendo sus actividades a lo largo de algunos años. Por ahora, lo que me interesa proponer es que el evento social mismo, tanto en la casa de la novia como en el “templo elegante y aristócrata” de Santa Brígida, según lo consideraba Jesús Galindo y Villa, es un escenario adecuado para identificar a los más cercanos miembros de la red en la que Julio y Elena actuarán, crecerán y lograrán influencia en distintos campos.

A diferencia del periodo anterior a su matrimonio en el que la prensa se ocupó apenas de ellos, si acaso un poco más de Elena, una vez casados los encontramos regularmente en las crónicas de sociales, organizando festejos, como asistentes a ellos, o anunciando sus viajes a Francia. No son raras las notas acerca del desarrollo de las empresas económicas de Julio o a propósito de los eventos a los que el secretario de Relaciones Exteriores asistía o los que organizaba, y en los que sus hijas Elena y Clara Mariscal cumplían un papel preponderante, de manera destacada después de la muerte de la señora Mariscal. Los bailes, las reuniones en las casas de campo, los banquetes, entre otras actividades, fueron parte de los mecanismos utilizados por el grupo al que pertenecían para impulsar acuerdos de carácter diverso en beneficio del país, pero también de los individuos involucrados.

En una crónica de sociales de septiembre de 1886, con motivo de un baile en honor de Porfirio Díaz, encontramos una de las primeras menciones a Elena y a Julio como pareja. Sus nombres aparecen junto a algunos personajes de la elite porfiriana con los que los veremos interactuar muy de cerca en el futuro, como los Diez Gutiérrez, Romero Rubio, Velasco, Prida y Santacilia, entre otros.

A partir de enero de 1887, varios periódicos fueron anunciando la proximidad del enlace. El Diario del Hogar afirmaba, incluso, en los primeros días de febrero, que ese enlace era el que más llamaba la atención, al que concurriría todo el México elegante “para presenciar la unión de dos jóvenes que gozan de tantas simpatías”. La crónica escrita por Titania, Fanny Natali de Testa, una cantante irlandesa que se había avecindado en la ciudad de México y era amiga cercana de la familia Mariscal, informa de la procedencia del ajuar de la novia, describe con detalle las diversas prendas, las donas del novio, los vestidos de calle, los sombreros, los abrigos e incluso los vestidos que formaban parte del trousseau confeccionado en los talleres de Worth, de Gevrey y Jeanne, de Roger y de otras modistas. El detalle de esta crónica y de otra en la que se habla de los regalos recibidos trasciende desde luego el caso particular que examinamos, pues refleja los gustos, las costumbres, los comportamientos y las tradiciones del grupo social al que pertenecían los desposados. Son atisbos a la cultura material y merecen en un futuro ser revisadas con cuidado.

Los invitados

Julio Limantour, ca. 1910, inv. 467421. SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

Fijémonos por el momento en quiénes son el “México elegante” invitado a la boda, que ese día llenó con sus carruajes las calles aledañas a la iglesia. En ese grupo encontraremos a varios personajes notables que eran parte de una red a la que se integrarán y en la que se desenvolverán los recién casados. De entrada, frente al altar, había “elegantes sillas para los novios, sus respectivas familias, el presidente de la república y su señora, los ministros y el cuerpo diplomático”. Es decir, el primer círculo de poder, además de los miembros de la familia. Sus allegados.

Sabemos que, además de los personajes políticos, ministros, el cuerpo diplomático y embajadores, asistieron banqueros y otros miembros de la elite económica, la prensa y desde luego “la jeunesse dorée” y las “más lindas jóvenes” de la sociedad. ¿De quién se trata?: en primerísimo lugar se menciona a la esposa del presidente, “la bella e inteligente Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz”; a Amada Díaz, a María Cañas, esposa de José Y. Limantour, a Esther Guzmán de Diez Gutiérrez y a Luisa Romero Rubio de Teresa; aparecen también las señoras de Daelman, de Corona, de Velasco, Cuevas de Escandón, Buch de Ituarte, de Dardón, de Partiot. No faltaron las familias Santacilia, Dublán, Collado, Prida y Romero Rubio. Y entre las amistades estaban Manuela, Emma y Concepción Moncada, la señora Díaz Mimiaga, Juan Navarro y Luis Velasco Rus.

Asimismo, quedaron registrados como asistentes el secretario de Guerra, general Hinojosa; el general Carrillo, comandante militar, y el gobernador del distrito, José Ceballos. Para acompañar a los Mariscal y a los Limantour en un día tan especial, no faltaron los ministros de Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica, el inglés y el español, el cónsul general de Ecuador, el secretario de la legación de España. A ellos los volveremos a encontrar, o a quienes los sucedieron en el cargo, en recepciones en las que Elena y Julio actuaban en apoyo a las estrategias desplegadas por don Ignacio o, incluso, en las que Julio representaría a su suegro. A la boda no asistió Matías Romero, entonces en Washington, pero indudablemente se hizo presente con “el bellísimo espejo de tres lunas” que envió como regalo.

Las crónicas mencionan la presencia de miembros de la banca y del comercio. Para entonces, la prensa identificaba a Julio como un joven capitalista de la ciudad. Ciertamente contaba con la herencia de su padre, en capital y en propiedades urbanas tanto como en relaciones sociales y políticas, las que supo cultivar e incrementar con el paso del tiempo. En los siguientes años lo veremos asociado al desarrollo de la banca mexicana y con algunos de esos banqueros que estuvieron presentes en el enlace. Será socio de Guillermo Landa y Escandón, José de Teresa, y de otros más, como Hugo Scherer y Enrique Tron. Julio será también un gran impulsor de la inversión en ferrocarriles, al igual que Pedro Diez Gutiérrez y López Portillo, esposo de Esther Guzmán, quienes estuvieron en su boda en Santa Brígida.

Al salir de la iglesia y camino al banquete reservado a la familia, los novios visitaron –como era costumbre entre la elite de la época– el estudio fotográfico de Valleto Hermanos, los fotógrafos de la “gran sociedad mexicana”, Claudia Negrete Álvarez dixit. Con los Valleto, Elena y Julio mantendrían vínculos en lo sucesivo, no por la cercanía del estudio ubicado en Plateros y San Francisco, a unos pasos de la casa de Julio –y a la que la pareja fue a vivir por un tiempo–, sino porque este se convertiría unos meses después de su boda en padrino del matrimonio entre Julio Valleto y Luz Hidalgo y Terán. Con Guillermo, otro de los hermanos Valleto, Julio compartió actividades cuando ambos fueron regidores del Ayuntamiento. Guillermo en la Comisión de Paseos, tuvo además el apoyo de Elena en la realización de diversos eventos sociales.

En cuanto al banquete reservado a la familia, las fuentes revisadas hasta el momento no ofrecen elementos para explicar la ausencia de una recepción que convocara a todos los asistentes a la ceremonia, pero lo que si testimonian es que no todos los enlaces de la elite terminaban en fiesta y que las recepciones familiares, íntimas, eran comunes.

El despliegue de adornos en la iglesia, llena de flores; la decoración del altar completamente iluminado; la disposición de los lugares para los asistentes cerca de los novios que hablan de los lazos establecidos y, desde luego, el atuendo de la novia confeccionado por el más famoso de los modistos de París, de acuerdo con los cánones impuestos por este y con la moda adoptada por las elites europeas; la fotografía en el estudio de Valleto Hermanos; el banquete íntimo familiar reflejan de manera nítida las prácticas de sociabilidad de la elite porfirista, las modas, las influencias y desde luego los vínculos con el poder económico y político evidenciados con los nombres y apellidos mencionados en las crónicas de sociales publicadas en esos días.

El enlace y sus alcances

Lic. Ignacio Mariscal, Secretario de Relaciones Exteriores, ca. 1905, inv. 681019. SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

Por sus dimensiones, el enlace civil fue diferente. No en gusto y elegancia, ni en el tipo de invitados, sino por el número de estos. A la casa de los Mariscal Smith, además de los familiares Limantour y algunos Mariscal Fagoaga, solamente asistieron amigos muy cercanos, entre los que no faltaron el presidente y su esposa, los Romero Rubio, Manuela Juárez de Santacilia, Francisca F. de Velasco, Amalia V. de Díaz, G. Moricard, Emilio Velasco, M. Díaz Mimiaga, Francisco P. Segura, Juan A. Navarro, J. J. Giménez, Tomás Morán (quien al poco tiempo se casaría con Clara, otra de las hijas de don Ignacio Mariscal) y Eduardo Cañas Buch. Conviene subrayar que esta ceremonia civil identifica a los personajes que formaban el círculo cercano, íntimo, de la joven pareja. ¿Quiénes de ellos estaban presentes por el vínculo con las familias de los novios y quiénes tenían ya un lazo con los jóvenes contrayentes? Una primera conclusión parece evidente al ver los nombres de esos invitados y, en segunda instancia, los cargos que ocupaban. Se trata de familiares, de miembros del gabinete, de amistades forjadas en la lucha política y en andanzas económicas, que parecerían corresponder más al círculo de los padres, pero sin duda muy cercanos a los jóvenes contrayentes. No identifico por cierto a ningún miembro de la red formal o informal de los franceses radicados en México.

Si seguimos los nombres asociados a Julio y Elena durante algún tiempo, encontraremos cómo se fueron tejiendo los vínculos que los respaldaron para actuar en política, impulsar proyectos económicos, y regocijarse en los eventos y celebraciones sociales. Con Romero Rubio o con algunos de su grupo como Rincón Gallardo, Landa, Escandón con los que Julio y Elena estrecharán amistad, emprenderán negocios, organizarán eventos, o en París con Díaz Mimiaga, así como sociabilizando en bailes en casa de los Prida, entre otros.

Ahora bien, ¿Cuál era el capital político, social y económico de la joven pareja con el que se insertaron en la sociedad porfiriana? Elena, como se ha dicho, era la hija mayor del secretario de Relaciones Exteriores, quien ocupó el ministerio por décadas. Al momento del matrimonio de su hija Elena, tenía más de un lustro desempeñando por segunda vez su encargo. En consecuencia, las áreas de sociabilidad de Elena estaban arraigadas al poder político y en el mundo de los diplomáticos. Había nacido y vivido en Washington cuando su padre fue ministro de México en Estados Unidos. Julio, por su parte, era uno de los herederos de la fortuna de Joseph Limantour, un conocido comerciante y hábil hombre de negocios, miembro de la colonia francesa en México. Su hermano, José Yves, era abogado y su profesión y desempeño le abrió paso al círculo de poder. Con él, además de obtener las ganancias de las propiedades heredadas, Julio emprendió una serie de negocios. Con el tiempo, sus incursiones en la banca y otras empresas, como el ferrocarril, le procuraron una base económica de cierta importancia. Pero estas actividades son tema de otras investigaciones. Lo que me interesa aquí es identificar los inicios de una red que puede rastrearse escudriñando en los directorios de las empresas, en las noticias en la prensa acerca de las actividades de estas o siguiendo los eventos sociales. Creo que el matrimonio de esta pareja puede verse como el inicio de un hilo de relaciones en las que el poder político, el económico y la diplomacia se vincularon para impulsar nuevas áreas de inversión, sociabilidad y progreso.

Importa aquí subrayar que, al momento de su matrimonio, la pareja formada por Elena Mariscal y Julio Limantour contaba con las bases económicas, políticas y sociales para insertarse de manera sólida en el grupo de elite cercano al poder. Su matrimonio fue el inicio de ese proceso y en él echaron mano, sin duda, de sus lazos de parentesco. Con su enlace consolidaron el dominio que ya tenían familias como la del ministro Mariscal o los Limantour en el ámbito de la política y, debido a ello, el matrimonio, y Julio en especial, ocuparon posiciones políticas y sociales. Las familias fueron soporte para asegurar el éxito en las empresas desarrolladas y en las dinámicas de sociabilidad. Y seguramente, a este apoyo acudieron no sólo sus familias consanguíneas, sino también las familias de sus amistades. Como yerno de Ignacio Mariscal y como hermano del ministro de Hacienda, Julio desempeñó –por sus vínculos con ellos y en su representación– algunas misiones en el exterior, tanto de carácter diplomático como de interés económico.

En el ámbito político, Julio fue regidor del Ayuntamiento y también diputado. Como regidor, a inicios de la década de 1890, logró algunos beneficios tanto en el suministro de agua para sus propiedades como en la apertura de calles para la colonia Limantour que empezaba a desarrollarse. Siendo diputado fue condecorado por el gobierno francés como Caballero de la Legión de Honor en 1899.

Pero volviendo a la pareja y para acercarnos a ella en una primera etapa, las crónicas de sociales y las actas del registro civil consultadas nos han permitido en conjunto ubicar a la pareja Limantour-Mariscal en el círculo cercano al poder, constatar su pertenencia a una elite que compartía costumbres, preferencias, aficiones, actitudes e intereses. Nos hablan de una alianza que más allá de los afectos o el romanticismo, los colocó en un engranaje que participó y apoyó la transformación del país hacia la modernidad. Esta alianza, como ha señalado Graziella Altamirano de otras del mismo tipo, desempeñó “un papel relevante en función del ingreso y permanencia en la Elite, así como del control económico y la preservación del estatus y la riqueza”. El matrimonio Mariscal-Limantour fue un matrimonio que significó lazos de solidaridad, de incremento de prestigio e incluso de poder. En los siguientes años la prensa seguirá muy de cerca el desempeño de Julio como político, diplomático y, sobre todo, como banquero y empresario. Un despliegue de actividad enorme. De igual manera, Elena aparecerá muy cerca de la esposa del presidente Díaz participando en eventos sociales como parte de ese grupo que ostentaba el poder político y económico.

A esa etapa posterior de la pareja Mariscal-Limantour le dedicaremos otras páginas para conocer más de cerca el funcionamiento de la red en la que estuvieron y que les permitió desplegar esa enorme actividad. Red que, por otra parte, no salió ilesa de las transformaciones provocadas por la revolución y no dio soporte a todos los que la formaron una vez acabado el régimen de Porfirio Díaz. Con o sin la red, lo más probable es que, como les fue deseado con motivo de su boda, la ventura y el amor no tuvieron término mientras estuvieron juntos. Julio M. Limantour murió en 1909. La vida de Elena y de sus hijos cambió drásticamente, sin huella en lo que sobrevivió de esa red que alguna vez los sustentó. Ella murió en el exilio pocos años después.

PARA SABER MÁS

  • Muñoz, Laura, “Sombra y espejo. Julio Limantour como diplomático” en Ana Rosa Suárez y Agustín Sánchez A. (coords.), A la sombra de la diplomacia. Actores informales en las relaciones internacionales de México,México, Instituto Mora/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2017, pp. 153-182, en <https://cutt.ly/NXCcTWz>.
  • Negrete Álvarez, Claudia, Valleto Hermanos. Fotógrafos mexicanos de entresiglos. México, IIE-UNAM, 2006.
  • Osuna Romero, Aida Gabriela, “Los banquetes del porfiriato, 1892-1904”, tesis de Licenciatura en Historia con línea de formación en divulgación de la historia, Instituto Mora, 2015.
  • Vargas Aguirre, Alma Liliana, “Redes aristocráticas mexicanas a principios del siglo XX” en Álbum de Damas. Revista Quincenal Ilustrada (1907)”, Revista de Historia de América, núm. 159, 2020, pp. 289-317, en <https://cutt.ly/xXCcZE6>.

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