Araceli Medina Chávez
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM / Instituto MoraRevista BiCentenario #17
A mediados de la década de 1960 una pareja de antropólogos estadounidenses, James Wilkie y Edna Monzón, procedentes de la Universidad de California en Berkeley, realizaron una serie de entrevistas a personajes destacados por su protagonismo en el proceso de la Revolución mexicana. Estaban interesados en el estudio de la etapa constructiva, que en su concepto se había iniciado en 1917 y aún no concluía en ese momento. Ambos investigadores pueden ser considerados pioneros en la utilización de la metodología de la historia oral para el estudio de dicho proceso, pues por entonces pocos historiadores se habían aventurado a hacerlo.
James Wilkie se interesó en la historia de México desde mediados de los años 1950, cuando escribió su tesis de maestría sobre el conflicto ideológico que surgió desde que Lázaro Cárdenas fue gobernador de Michoacán. Y con mayor razón cuando en su gobierno se pusieron en marcha políticas consideradas de tendencia socialista que hicieron posibles reformas en la educación y el surgimiento de la Confederación de Trabajadores de México. Se sintió entonces atraído por conocer al connotado marxita Luis Chávez Orozco y al estridentista Germán List Arzubide, quien con sus escritos había hecho posible reivindicar la imagen de Emiliano Zapata como activista social y no como el bandolero que en su tiempo la prensa extranjera presentó ante la opinión pública.
Así, Wilkie llegó a vivir en 1959 a la casa de Francisco Múgica, la Quinta Zipecua en Pátzcuaro, Michoacán, donde revisó su archivo privado y se abocó a la tarea de conseguir una entrevista con el ex presidente Lázaro Cárdenas. Cuenta que cuando finalmente logró entrevistarse con él, Cárdenas se sintió muy incómodo ante los aparatos magneto- fónicos y no permitió que lo grabaran, por lo que tuvo que realizar sus apuntes en el momento. Esta experiencia le despertó la inquietud de emplear la historia oral como metodología para estudiar a la familia revolucionaria. Recabar los testimonios de quienes vivieron y sufrieron durante esos convulsos años se convirtió en su meta principal. Le sedujo también el ambiente académico de investigadores extranjeros que halló en la ciudad de México. Pudo conocer a Woodrow Borah y a Stanley Ross, quienes pernoctaban en el Hotel Emporio o en el ya desaparecido Hotel Regis. Él, en cambio, disfrutó mucho de su hospedaje en el Hotel Del Prado y pudo admirar de cerca los murales de Diego Rivera.
Wilkie presentó su examen doctoral en 1962 y al poco tiempo recibió el apoyo de la Universidad de Berkeley y de su maestro George Hammond –director de la Bancroft Library– para poner en marcha su proyecto. Ese mismo año, conoció a Edna Monzón, una estudiante de literatura francesa con quien se casó y a la que contagió de sus afanes por estudiar la historia mexicana. Les interesó saber acerca de los periodos de Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas a través de la historia oral que ellos mismos se encargarían de recabar. Ambos estaban convencidos de que alcanzar la verdad absoluta en la historia es una quimera y existen tantas verdades como los diferentes puntos de vista de cada uno de los actores que interpretan el acontecer.
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