Agustín Sánchez González – CENIDIAP, INBA
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 15.
Si México no existiera, Gabriel Vargas lo habría inventado.
Vargas vivió 95 años; dedicó casi ochenta al oficio de dibujante, de humorista gráfico. Fue un niño precoz que desde los 16 años ya estaba en los principales diarios mexicanos.
Fue el creador de un grandioso universo, una comedia humana: La Familia Burrón, una de las más expresivas crónicas gráficas, que expresa y refleja la vida cotidiana mexicana a través de una número vecindad ubicada en el callejón del Cuajo.
La Familia Burrón es un fenómeno dentro de la historieta universal; durante más de treinta años, llegó a tirar medio millón de ejemplares y cada uno de ellos era leído por cuatro personas y así, dos millones de mexicanos se deleitaban con estas historias.
Desde niño, Vargas no soñaba otra cosa más que en dibujar. Autodidacta, sólo terminó la educación básica. Apenas entró al primer año, lo pasaron al tercer grado; era un niño lector que devoraba libros, gracias a que su mamá le inculcó ese amor por las letras. Antes de los diez años había leído El Quijote y muchas otras lecturas clásicas.
A los trece años ganó un premio mundial de dibujo en Osaka, Japón; a los quince realizó un esplendido dibujo, el desfile que conmemoraba el “Día del Tráfico”, donde captó más de 5,000 personajes. No es una caricatura de la ciudad, es un dibujo inusual que aun denota los trazos nerviosos e inocentes, pero que ya recogen la aguda observación del cronista visual, del hombre que va a retratar a la sociedad mexicana del siglo XX. El dibujo original es una larga tira que mide 60 centímetros de ancho por ciento sesenta de largo.
Su obra puede entenderse mejor con ese dibujo. Emociona el trazo inocente de un joven que durante varias décadas ha influido en la sociedad mexicana. La historia, y la vida, también, pueden entenderse mejor con la caricatura. A los 17 años comenzó a trabajar profesionalmente en el periódico Excélsior, el decano de la prensa mexicana, y a los 21 realizó su primera historieta: La vida de Cristo. Un año después debutó como humorista gráfico con una tira llamada Virola y Piolita. Su mayor éxito ocurrió con Los Superlocos, cuyo protagonista, Jilemón Metralla y Bomba, se convirtió en el antihéroe ideal por excelencia. Es un vividor, un cínico que logra generar un humor fresco, en donde alcanza un momento de clímax en la historieta mexicana que, al igual que el cine de entonces, entra en su mejor época.
Jilemón Metralla y Bomba forma parte de una historieta para iniciados pues pocos mexicanos la conocieron ya que, tras la aparición de La Familia Burrón, jamás volvió a imprimirse. En 1948, le apostaron a Vargas realizar una historieta en la que una mujer fuera la protagonista. Quien lo hizo, perdió, entre otras cosas, porque no conocía la obra de Vargas, que tenía historietas como Purita Vaca o Las del doce, en donde las mujeres tienen un destacado papel. Así nació La Familia Burrón, una peculiar historieta compuesta por el matrimonio de un peluquero pobre, don Regino Burrón, y su esposa, la aristócrata venida a menos, Borola Tacuche, así como sus dos tlaconetes: el Tejocote, Regino chico, Macuca y Foforito Cantarranas, hijo adoptivo, a quien recibieron de manos de don Susano Cantarranas.
El apellido Burrón se debe a que Vargas pensaba que los personajes nunca lograban realizar lo que querían a pesar de no ser tontos; esté batalle y batalle y nunca prospera, es un burro, es un burrón. Así, don Regino no es tonto, pero como siguió la misma cosa de su papá, peluquero y peluquero, es un burro, relató en una entrevista a la escritora Elena Poniatowska.
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