Guadalupe Villa G. – Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 15.
En todas las sociedades la utilización del tiempo libre ha servido para canalizar el gusto y el placer que dan las horas de asueto. Actividades recreativas como jugar, pasear, conversar o el disfrute de ciertos espectáculos evidencian a través del tiempo, cómo muchas de las formas de convivencia social, pública y privada,se han mantenido con pocas variantes.
A fines del siglo XIX y principios del XX la capital del estado de Durango gozó de una variedad de espectáculos que de cuando en cuando llegaron a interrumpir el letargo urbano. El arribo del Ferrocarril Central a la ciudad de Torreón, Coahuila, acortó las comunicaciones y facilitó nuevas formas de diversión que, aunque esporádicas, imprimieron un nuevo sello en la vida y costumbres de los duranguenses. Así comenzaron a llegar empresas de teatro, ópera y el género chico español, tanto extranjeras como nacionales. Así, la compañía dramática Luisa Martínez y la de zarzuela Vigil y Robles, de España y la compañía nacional de zarzuela de Cleofas Moreno, esposo de la conocida primera tiple cómica Romualda Moriones, quien a partir de 1886 inició exitosas giras a lo largo del país que lo colocaron entre los empresarios favoritos del público.
Otra compañía que llegó a Durango fue la encabezada por la tiple española Prudencia Griffel, quien había debutado en el teatro Principal de la ciudad de México a mediados de 1904. Al poco tiempo ingresó a la compañía de las hermanas Romualda y Genara Moriones, convertidas ya en empresarias tras enviudar la primera. La carrera artística de la Griffel fue en ascenso, convirtiéndose en una gloria de la escena, aunque pronto la abandonaría para consagrarse como actriz. Por su parte, las Moriones supieron aprovechar la fiebre de la zarzuela que acometió al país entero en la última década del siglo XIX y principios del siguiente, ejerciendo el control absoluto del género en México.
El lugar que tuvieron las zarzuelas de corte cómico en la preferencia del público y su representación por tandas llevaron al crítico Figueroa Doménech a escribir que, a fines del siglo, el teatro en México, París y Londres había perdido su esencia original, y que la perversión y el mal gusto habían sentado sus reales, sin que se supiera que lamentar más, si la falta de arte o el exceso de realismo.
Desde 1895 las reiteradas disposiciones del ayuntamiento para hacer del viejo teatro fundado en 1800, llamado Coliseo (hoy Victoria), un lugar decoroso, nos dan idea de la situación reinante en cuanto a las malas condiciones de higiene y deplorable comportamiento de cierto sector del público. Una década después no se habían podido resolver los problemas de desaseo y falta de civilidad: fumar, comer y beber durante las funciones implicaba arrojar al piso toda clase de desperdicios y esa basura, combinada con la fetidez proveniente de los urinarios y el hedor corpóreo de algunos de los asistentes, hacían ingratas las funciones que de suyo se esperaban placenteras.
Era paradójico que, cuando se suponía que los adelantos de la ciencia, la educación y las costumbres habían arraigado en la sociedad, algunos mostraran su lado negativo luciendo sus mejores atavíos que desmerecían con su nocivo comportamiento.
Los preceptos generales en el ramo de diversiones muestran los intentos del ayuntamiento por hacer de los espectáculos esparcimientos seguros y ordenados, tanto para los actores como para el público asistente. La reglamentación da idea de las fallas con que habían venido operando las empresas dedicadas al entretenimiento, entre ellos variaciones en los espectáculos e impuntualidad respecto a la hora anunciada; suspensión de funciones a causa de riñas entre actores o público asistente. Las manifestaciones de descontento en contra de los comediantes iban desde la injuria hasta la agresión mediante el lanzamiento de diversos objetos y las demostraciones de aprobación eran ruidosas y de mal gusto. Para evitar desórdenes o corrupción, se prohibió dedicar funciones a empleados públicos, funcionarios y corporaciones, fueran civiles o militares.
Las medidas de presión por parte de las autoridades comenzaron por un rubro sensible para todos los empresarios: multas económicas que iban de uno a veinticinco pesos; mayor injerencia de las autoridades, entre ellas un juez y la comisión de diversiones del municipio. Por primera vez se mencionaba que los locales o edificios de espectáculos debían contar con puertas suficientemente amplias, fáciles de abrir para allanar la salida de la concurrencia, sobre todo en caso de accidentes, no obstante que la energía eléctrica redujo el riesgo de incendios que la iluminación con velas hizo tan propicia.
Algunas de las crónicas aparecidas en los periódicos introducen al lector no sólo al mundo de las diversiones, sino al de las modas, resultando muy ilustrativas:
Nuestro feo e incómodo gallinero [se refiere al teatro Coliseo] se vio esa noche bien repleto de gente y todos, muy a su pesar, sudaron el kilo. Algunas de nuestras niñas cursis, que por desgracia empiezan a abusar de ciertos afeites, sintieron resbalar por sus sonrosadas mejillas corrientes de polvo de haba y carmín, que hacían aparecer sus traviesas caritas como paredes chorreadas.
Xavier Gómez en su obra Bojedades, destaca que los artículos de belleza no eran tan variados, sin embargo las mujeres hacían gala de su ingenio para hermosearse. En las tiendas podían encontrarse variedad de perfumes, polvos de arroz o de haba y cremas o “pomadas” para el rostro. Los “coloretes” (cosméticos de tonos rojizos para las mejillas), estaban reservados para gente de teatro y ninguna “dama decente” los compraba, éstas se maquillaban los ojos con corcho quemado o humo de cerillo y el tono rosa de mejillas y labios lo obtenían del papel de china rojo.
Durante la temporada teatral las representaciones variaban de noche a noche, pues de ese modo la gente se entusiasmaba para asistir a las seis o siete funciones ofrecidas, sin embargo, el teatro no era en sí una diversión popular pues resultaba relativamente costoso para los trabajadores, ya que el abono para la temporada costaba 4 pesetas, lo que era considerado “una liberalidad exorbitante”. Las crónicas reportaban que las galerías tenían llenos sólo una vez a la semana y no más.
La A?pera, fue otro de los géneros musicales que llegó a Durango. La cantante Luisa Tetrazzini fue una de las divas triunfadoras en México que, en 1905, cosechó triunfos en Chihuahua y Durango. En 1906 se estrenó la ópera La leyenda de Rudel con música del compositor duranguense Ricardo Castro y letra del estadunidense Henry Brody.