El virrey Calleja. La estrategia contrainsurgente

El virrey Calleja. La estrategia contrainsurgente

Joaquín Espinosa
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  39.

Hacia 1813, el virreinato de Nueva España era “un cadáver político”, para el general brigadier Félix María Calleja, y el ejército, principal sostén de la defensa de la constitución de Cádiz y de la paz, estaba “desnudo, mal armado y en la miseria”. Desde que asumió ese año el virreinato se dedicó a organizar las fuerzas militares apoyada en su experiencia, popularidad y lazos políticos. Al cabo de dos años y medio de reacomodos, la situación política y militar parecía controlada después del apresamiento y muerte de José María Morelos.

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La guerra de Independencia provocó que Nueva España atravesara por un sinnúmero de cambios, reacomodos y mutaciones drásticas, que afectaron la minería, el comercio y la agricultura, modificaron a la economía y a la sociedad en general. Además, el gobierno varió entre el absolutismo y el liberalismo y las instituciones más sólidas se transformaron profundamente, ya que del mismo clero se sumaron muchos de los partidarios de la emancipación, mientras que el ejército tuvo que variar su operación en un juego interminable de ensayo-error para hacer frente a un levantamiento cuyas dimensiones no estaba listo para contener. Por ello, cuando Félix María Calleja asumió el gobierno del virreinato, desplegó un reacomodo de las fuerzas armadas con intención de volverlas más eficaces frente a la rebelión que cada vez tomaba más impulso de la mano del cura José María Morelos.

En marzo de 1813, el general brigadier Félix María Calleja fue nombrado virrey de Nueva España por tener, entre otras cualidades, dos de las principales virtudes de un militar: por un lado, contaba con una gran experiencia en los campos de batalla, adquirida al fragor de la guerra, y además poseía un conocimiento del espacio del virreinato del que pocos podían presumir, pues había estado comisionado en muchas regiones, principalmente en el norte. Además, era cercano al modo de pensar y expresarse de los novohispanos, así como de sus demandas. Formaba parte también de la élite potosina por su matrimonio con Francisca de la Gándara, hija de uno de los más acaudalados personajes de esa provincia.

Su designación, que marcó un gran cambio en el gobierno novohispano, principalmente en lo militar, pudo ser resultado de las acciones en las que este comandante había salido triunfante junto con su Ejército del Centro o quizá del juego político que el gobierno liberal español estaba desplegando. Algunos años después y en un contexto muy diferente, el obispo de Puebla Antonio Joaquín Pérez señalaría al mismo Calleja que cuando formó parte de la Corte monárquica, fue consultado sobre la pertinencia del nombramiento:

fui también el americano quizás sólo a quien se consultó reservadamente por la Regencia, si convendría exonerar del virreinato al Excelentísimo Señor don Francisco Xavier Venegas, y si en ese caso sería Vuestra Excelencia a propósito para sucederle en el mando […] apelaron a la vía informativa y me honraron como otras veces oyendo mi dictamen, deducido de la correspondencia que exhibí y de la que resultaba que si el señor Venegas era removido, el Reino todo quedaría satisfecho con ver a Vuestra Excelencia a la cabeza del gobierno, porque eso sería lo mismo que acabar con la rebelión.

Pareciera extraño el testimonio del obispo, pues se presenta como un adepto a la figura de Calleja, no obstante que después sería uno de sus principales detractores y causante de su futura destitución. Sin embargo, la idea de que el brigadier era el más indicado para terminar con la insurgencia estaba muy extendida, ya que, aunado a las habilidades que señalamos arriba, su fama había crecido tanto que los mismos insurgentes lo lamentaban. Así lo refirieron a Morelos los miembros del grupo secreto que operaba en la ciudad de México y que se hacían llamar los Guadalupes:

ha llegado un extraordinario con la noticia de que Calleja es virrey de México, éste posee diversos conocimientos que Venegas, es más sagaz, tiene más valor, más disposición, la tropa lo quiere, cualidades muy oportunas para cometer las bajezas más vergonzantes; México está dividido en tres partidos: el primero los americanos, que llaman insurgentes; el segundo lo forman los gachupines y llaman chaquetas, y el tercer partido los callejistas.

De esa dimensión era el apoyo que tenía el militar entre los vecinos de la capital del virreinato. El nombramiento que las Cortes liberales confirieron a Calleja fue el de “Virrey, gobernador y capitán general de estos dominios, con la presidencia de su Real Audiencia”, quien apenas lo supo, se comunicó a la península con el ministro de guerra para agradecerle la distinción, pero sobre todo para informarle del estado en que se encontraba el reino:

un país dividido en tantos partidos cuantos son las castas y provincias […] destrozado por 30 meses de revolución impolítica y desastrosa que ha arruinado las principales fortunas y hecho desaparecer una gran parte de sus gentes […] un erario exhausto y empobrecido hasta el término de haber agotado todos los depósitos y fondos públicos […] privado de sus ingresos ordinarios por la absoluta interrupción de los caminos que ha paralizado la agricultura, el comercio y las minas, fuente principal de su riqueza.

Hablaba además de Morelos, “sacerdote apóstata y sanguinario” que estaba en pleno despunte militar, y que después de salir de Cuautla se había fortalecido, tomando Orizaba y Oaxaca y que amagaba atacar Acapulco y Puebla. El reporte refería la existencia de la Junta de Zitácuaro, encabezada por Ignacio López Rayón, que dominaba Valladolid y partes de Querétaro, Celaya y Guanajuato, y apuntaba la incomunicación que se vivía con Veracruz, donde los caminos, correos y comercio se hallaban interrumpidos por las gavillas insurrectas. Según sus palabras, sólo quedaban bajo el dominio del gobierno San Luis Potosí, Guadalajara, Zacatecas y las provincias Internas, excepto Texas.

En lo económico, la ciudad de México “se encuentra privada de los ingresos ordinarios de platas, carece por consecuencia de numerario, sin esperanza de adquirirlo por otro medio”, pues sólo llegaban ingresos por el puerto de Tampico y algunos pocos por San Blas. El retrato que daba de la situación del reino era desolador.

Algunos días después, en una proclama al encargarse del gobierno, el nuevo virrey señalaría sus deseos de “sacrificarse por la patria”, y aunque apelaba a la concordia, amenazaba a los que se dejaran “arrastrar del egoísmo, de la imprudencia, del odio y de aquellos vicios que no son compatibles con la paz de Nueva España”, contra quienes, decía, “sabré usar inexorablemente del rigor de la justicia”. Haría lo necesario para revivir ese “cadáver político” que era el virreinato, principalmente por medio de una escueta reorganización del ejército que, según reportaba, se encontraba desnudo, mal armado y en la miseria. Ayudado por las armas, pero también de la política, buscaría solucionar el galimatías en que se vivía, y así lo avisaba: “yo creo que esta misma Constitución [de Cádiz] sostenida y apoyada por un ejército capaz de reprimir a los sediciosos, será el iris que dará la paz a este desgraciado continente”.

El reacomodo que planteó Calleja, muy lejos de ser una “reorganización del ejército expedicionario” en tres divisiones, como señala el historiador veracruzano Juan Ortiz Escamilla, fue un ajuste un tanto apurado y poco detallado, encaminado a encarar las circunstancias urgentes, como la cercanía de Morelos a Puebla y Veracruz, y la crónica escasez de recursos. Por ello, mandó que:

las diferentes divisiones que se hallan en la Provincia de Puebla, teatro principal de la guerra, se reúnan al mando de un solo Jefe a quien reconozcan inmediatamente los gobernadores y comandantes militares de la parte del sur, a fin de que haya la debida unidad en las operaciones militares, formando de todas un ejército que al paso que por su fuerza y opinión sea capaz de contener a Morelos y de batirle si se presentase, asegure los restos del tabaco existentes en las villas de Orizaba y Córdoba, y auxilie y proteja los convoyes de Veracruz a esta capital.

Así se prevenía un eventual ataque del caudillo insurgente sobre esas poblaciones de Puebla y Veracruz a las que el virrey consideraba teatro principal de la guerra, todo por el asecho que ejercía el cura Morelos, lo cual le alarmaba, ya que lo veía como la amenaza más peligrosa para su gobierno. La segunda medida fue relativa al norte, donde dispuso la formación de:

otro ejército que estableciendo su cuartel general en las inmediaciones de Guanajuato o Querétaro, uno de los territorios más ricos y poblados de este reino, reúna el mando de todas las divisiones y tropas dispersas, extendiéndolas o replegándolas según lo exijan los casos; mantenga libre la comunicación con la Nueva Galicia, San Luis Potosí y las Provincias Internas; proteja el envío de platas, ganado y semillas a esta capital; disperse las fuerzas de Rayón y demás cabecillas y dé impulso al tráfico interior que es el único medio de encontrar recursos independientes de la voluntad siempre mezquina de los particulares, para sostener la tropa y recoger caudales con que auxiliar esa metrópoli.

Al igual que en lo relativo al tabaco de Orizaba y Córdoba y a los convoyes de Veracruz, se pretendía asegurar los recursos de estos territorios tan ricos y poblados, los que principalmente se obtenían de la plata, la agricultura y el comercio, únicos medios de que se podía valer el gobierno debido a la mezquindad por parte de los particulares.

Se trató de una medida claramente provisional para reordenar todo el sistema defensivo; el primer intento del gobierno para optimizar los cuerpos armados, y del que parte el posterior reacomodo. Es decir, que se comenzó a implementar una separación entre los que podríamos llamar ejércitos del sur y del norte con jurisdicciones territoriales precisas, con lo que la política militar contrainsurgente del virrey Calleja empezó a tomar forma.

Hasta entonces, fue como si estas organizaciones no hubieran existido, pues sólo había cuerpos (milicianos o regulares) que se movían en ciertas provincias, pero sin contar con una jurisdicción fija, propia de las comandancias. Sin embargo, durante todo el periodo en que Calleja estuvo al frente del virreinato, se fue reconfigurando y perfeccionando ese sistema contrainsurgente, y se implementaron nuevas tácticas y distribuyendo de un modo cada vez más eficaz los cuerpos que estaban a su disposición.

Ya hacia septiembre de 1816 se puede observar claramente la distribución en 19 fuerzas o territorios donde destacan las regiones de México, Apan, Acapulco, Veracruz, Toluca, Querétaro, Nueva Galicia, San Luis Potosí y las Provincias Internas (de Oriente y Poniente), además de los rumbos del Sur y del Norte. Se puede decir que para entonces la zona más relevante del virreinato estaba protegida ante los posibles embates de las gavillas que se mantenían en pie de guerra. Dicho resguardo estaba en manos de comandantes españoles como Manuel de la Concha, Ciriaco de Llano, José Dávila, José de la Cruz, Joaquín Arredondo y Bernardo Bonavía, así como de Gabriel de Armijo y Agustín de Iturbide.

Como señaló el propio Calleja, el ejército se encontraba “diseminado en la vasta ext6ensión de centenares de leguas, repartido en multitud de pequeñas divisiones despreciables al enemigo, sin comunicación ni apoyo entre sí”, es decir, que si deseaba hacer más eficaces las operaciones bélicas, tendría que darles un mejor sentido. Por ello es que promovió la división de las jurisdicciones militares en comandancias, con lo que dio orden a la guerra contrainsurgente, que a partir de entonces se volvería mucho más frontal y agresiva y no se detuvo sino hasta ver la ruina del Siervo de la Nación, apresado y muerto en San Cristóbal Ecatepec, en diciembre de 1815, con lo que la rebelión insurgente pareció tocar sus últimas notas y la causa realista, la causa buena, al fin triunfó.

PARA SABER MÁS

  • Hernández y Dávalos, Juan E. (d.), Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 vols., edición electrónica de Alfredo Ávila y Virginia Guedea, México, UNAM, 2010.
  • Espinosa Aguirre, Joaquín E., “La imperiosa ley de la necesidad. Guanajuato y la génesis de las comandancias militares novohispanas”, Revista Tiempo y Espacio, Caracas, Venezuela, enero-junio de 2017, https://goo.gl/ZhSjj
  • Guedea, Virginia (ed.), Prontuario de los insurgentes, México, Centro de Estudios Sobre la Universidad, UNAM/ Instituto Mora, 1995.
  • Ortiz Escamilla, Juan, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825, México, El Colegio de México/Instituto Mora, 2014.