José Francisco Coello Ugalde
Centro de Estudios Taurinos de México, A.C.
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 14.
Cuando el fotógrafo Winfield Scott visitó Tenango del Valle una tarde de enero de 1897 o de 1898 y tomó un conjunto de fotografías en dos sesiones “una de gabinete, otra en la plaza de toros”, nunca imaginó que formaran juntas este foto-reportaje. Lo presentamos a continuación, junto con información complementaria para apreciarlas mejor. Se localizan físicamente en la colección “Felipe Teixidor” del Archivo General de la Nación y en la Fototeca del INAH.
Tenango del Valle es todavía una apacible población ubicada en el valle de Toluca. En su desusada tranquilidad, la fiesta patronal, que ocurre cada 15 de enero, celebración de nuestro padre Jesús, llega a cambiar temporalmente su ritmo y su vida. En el conjunto de celebraciones, las corridas de toros formaron parte, por lo menos entre 1838 y 1928, de las diversas festividades del lugar.
Sin proponérselo, C. B. Waite y su compañero Winfield Scott, fotógrafos y viajeros estadounidenses de fines del siglo XIX y comienzos del XX, rescataron dos sucesos a través de sus imágenes que, vistas desde nuestra perspectiva, enriquecen el quehacer del francés Jean Laurent (1816-1886), quien en su Catálogo de los Retratos (1861), dio a conocer las fotografías que tomó a su paso por la España de 1855 a 1868, incluidas las vistas de algunas plazas de toros y toreros famosos. Por su parte, Waite y Scott son autores de lo que hoy podemos llamar dos foto-reportajes taurinos. El primero, con poco más de 30 imágenes, ocurrió la tarde del 26 de diciembre de 1897 en la plaza de toros Bucareli de la ciudad de México; era la tercera y última corrida de abono, con Luis Mazzantini y Nicanor Villa Villita como matadores y seis toros de Tepeyahualco. El segundo, motivo de este artículo, corresponde a esa tarde de enero de 1897 A? 1898 en Tenango del Valle, en que Scott puso ante nosotros, para siempre, a dos personajes fundamentales en la historia del toreo: Ponciano Díaz Salinas e Ignacia Fernández La Guerrita.
Tanto Waite como Scott realizaban su trabajo con un fin sobre todo utilitario, lo cual no obsta para que se dejaran fascinar por el encanto que les produjo la vida cotidiana de nuestro país. De allí que su trabajo se extendiera ampliamente en estos aspectos de 1896 a 1913, siendo al parecer sus últimas fotografías las tomadas durante la Decena Trágica (9-19 de febrero) en la ciudad de México. De uno y de otro existen varios miles de soportes fotográficos que se publicaron en El Mundo Ilustrado o están en archivos como el General de la Nación, la Fototeca del INAH o la Fototeca de Pachuca, Hidalgo.
La presencia de Ponciano Díaz y Luis Mazzantini en este conjunto de imágenes es clara muestra del fin de una época y del nacimiento de otra; del ocaso de un ídolo y la ascensión de otro con apoyo de patrones tauromáquicos novedosos y esperados en México, luego de la muy larga prohibición de las corridas de toros impuesta entre 1867 y 1887 en la capital del país.
Esta prohibición, a partir de la publicación de la Ley de Dotación de Fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867, resultó de la aplicación y regularización de impuestos o gabelas. Dado que la empresa de la plaza de toros del Paseo Nuevo no estaba al día en ellos, la sanción en su contra se aplicó de manera fulminante. Por años se ha tenido la creencia de que fue el presidente Benito Juárez quien dictó tal decreto; en todo caso, tanto él, como el secretario de Gobernación, Sebastián Lerdo de Tejada, lo firmaron y, si bien es cierto que Juárez no era afecto a estas diversiones, sí condescendía con ellas, y así asistió a varias, en particular las incluidas en festejos con fines de beneficencia. Las corridas se reanudaron en febrero de 1887 y en un lapso bastante corto (de 1887 a 1894), se construyeron hasta ocho plazas de toros en la ciudad de México. Lamentablemente, las desmesuras de empresarios y toreros así como lo malo de algunos toros orillaron a otra prohibición entre 1891 y 1893.
En cuanto a Ponciano Díaz, el “torero con bigotes”, nacido y formado en la hacienda de Atenco (1856-1899), tuvo gran fama, la cual lo transformó en el ídolo taurino de México durante la década de 1880. Vivió la época de transición del toreo propiamente mexicano a un toreo a la española. El “mitad charro y mitad torero” aceptó ambas formas, pero no las hizo suyas de manera total. A su muerte desapareció también una manera muy peculiar de combinar las suertes campiranas con los esquemas hispanos.
Ignacia Fernández La Guerrita llegó hacia 1890 a nuestro país, donde estuvo activa hasta más o menos 1910, ya que decidió quedarse a torear en cuanto festejo le fuera posible. Aunque en general la presencia de la mujer en los ruedos era vista como extraña, lo cierto es que hubo más mujeres toreras en el siglo XIX de las que habría en épocas posteriores. Basta citar, además de La Guerrita, a Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruiz La Barragana, Antonia Gutiérrez y María Aguirre La Charrita Mexicana. Hubo, incluso, al finalizar ese siglo, una cuadrilla integrada por las conocidas como Señoritas toreras (las españolas Dolores Pretel Lolita y Emilia Herrero Herrerita).
Tomando como modelo a Rafael Guerra Guerrita, integrante del “califato taurino”, grupo al que dio forma el imaginario popular desde finales del siglo XIX y hasta nuestros días, formado además por Rafael Molina Lagartijo, Rafael González Machaquito, Manuel Rodríguez Manolete y Manuel Benítez El Cordobés, considerados como grandes matadores originarios de la provincia española de Córdoba, La Guerrita hizo suyo el “remoquete” de Rafael Guerra. Ignacia supo ganarse el afecto de los espectadores, toreando en diversas partes del territorio mexicano.