Testimonio de un mural

Testimonio de un mural

Paulina Maya
Museo Mural Diego Rivera

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 43.

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central nació en el Hotel del Prado a finales de la década de 1940. El edificio emblemático por las obras artísticas de su interior, quedó seriamente afectado por los sismos de 1985, lo que obligó a una tarea compleja de rescate y traslado de la obra. Hoy se puede continuar apreciando en el Museo Mural Diego Rivera.

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central
Diego Rivera, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, mural, 1947. Museo Mural Diego Rivera, Secretaría de Cultura. D.R. © 2018 Banco de México, Fiduciaria en el Fideicomiso relativo a los Museos Diego Rivera y Frida Kahlo. Av. 5 de mayo, No. 2, Col. Centro. Del. Cuauhtémoc, 06059, Ciudad de México.

Antes de la apertura del Hotel del Prado en 1947, el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, responsable de su construcción, invitó a Diego Rivera, José Clemente Orozco, Miguel Covarrubias, Gabriel Fernández Ledesma y Roberto Montenegro para que en cada habitación del hotel se realizaran pinturas y se colocaran grabados y esculturas. La finalidad era apoyar el talento nacional, y hacerlo atractivo para los turistas que viajaban en busca del arte mexicano.

A Montenegro le pidió, antes que a los demás, bocetos para dos murales en los que representara al teatro viejo y al teatro nuevo. A Orozco, una obra para el gran salón de fiestas en el mezzanine de la fachada principal, pero este no aceptó pues le pareció un trabajo muy apresurado y no quiso comprometerse. En el caso de Covarrubias le solicitó la ejecución de dos mapas del país: uno anecdótico y otro de comunicaciones. A Ledesma, cinco naturalezas muertas y una escultura para el comedor y a Rivera le encargó tres murales, uno para el comedor y dos para el lobby, con el tema Oriente y Occidente, que debían cubrir los muros del fondo de las dos entradas principales, desde la planta baja, en toda la altura del lobby. Para el comedor, el tema fue la Alameda, situado  en el muro poniente del salón Versalles, en la entrada del hotel.

Rivera se enfrentó en su caso a un problema complejo. Frente al tablero que debía pintar, tres columnas fragmentaban la continuidad visual en cuatro superficies diferentes. Sin embargo, estética y compositivamente el artista supo aprovechar esta circunstancia y pintó cuatro escenas en grupos pequeños. A la izquierda, representó la conquista, el virreinato, el imperio y la reforma; en la segunda, una escena onírica donde se autorretrató de niño junto a Frida Kahlo, La calavera Catrina y José Guadalupe Posada, entre dos poetas y dos idealistas, Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí, Ricardo Flores Magón y Librado Rivera; en la tercera representó la época porfiriana y la opresión del pueblo. Por último, pintó una escena de su propia familia, en el entorno de la revolución.

El mural fue narrado como un sueño, a través de espacios arquitectónicos representativos de la capital, tales como el Kiosco Morisco, la Alameda, el Palacio de Bellas Artes, la plaza de Toros, el monumento a la Revolución, el Banco de México y personajes de todos los ámbitos en épocas distintas. Hernán Cortés, Fray Juan de Zumárraga, Sor Juana Inés de la Cruz, Agustín de Iturbide, Maximiliano y Carlota, Ricardo Flores Magón, Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, José Vasconcelos y Victoriano Huerta. En la parte superior representó el pensamiento liberal con las figuras de Ignacio Ramírez el Nigromante, Ignacio Manuel Altamirano y Benito Juárez.

El mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central recreó las escenas y algunos personajes históricos, tomando como referencia publicaciones originales y obras de otros autores. Se exaltó más la Alameda como lugar de reunión para personajes, especialmente del siglo XIX, la época virreinal y la posrevolución. Rivera contó con la ayuda de los pintores Rina Lazo y Pedro A. Peñaloza; el maestro Adrián Sánchez Flores se encargó de la preparación del muro de 35 toneladas, con una superficie de 65.42 metros cuadrados, cuatro de alto y quince de ancho, aproximadamente. La obra se terminó el 13 de septiembre de 1947, sólo tres o cuatro meses después de iniciada.

¿Dios existe?

El nuevo mural causó polémica pues los creyentes católicos no vieron con mucho agrado la frase colocada en el papel que sostenía el liberal Ignacio Ramírez el Nigromante: Dios no existe, haciendo alusión a su entrada a la Academia de Letrán, una importante asociación literaria mexicana del siglo XIX, cuyo presidente fue Andrés Quintana Roo y sus fundadores Guillermo Prieto y José María Lacunza. El Nigromante pronunció esta provocativa frase en su discurso de ingreso a dicha academia en 1836: “No hay dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.”

Durante nueve meses, el mural fue visitado por diversas personalidades incluido el presidente Miguel Alemán; fue poco antes de la inauguración cuando el gerente del hotel propuso que el arzobispo de México, Luis María Martínez, lo bendijera, pero como era de esperarse, se negó a hacerlo. El escándalo ocupó la atención por varios días y alcanzó a los medios internacionales.  Por su parte, Rivera propuso que el arzobispo bendijera el hotel y maldijese su obra.

Sin embargo, el Hotel del Prado abrió sus puertas a mediados de 1947 y fue desde entonces uno de los lugares más famosos y de interés en la ciudad. El imponente edificio tenía una vista privilegiada de la Alameda, lo que atrajo la atención inmediata de turistas nacionales y extranjeros. Contaba con lujosas instalaciones: 509 habitaciones, alberca exterior, un solario, elevadores, establecimientos comerciales, cines y dos restaurantes de gran lujo. El salón Candiles y el Versalles, que funcionaba como cabaret, en donde llegó a presentarse la cantante francesa Edith Piaf, el estadounidense Barry White y el mexicano Agustín Lara.

Un grupo de estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México entraron al Hotel del Prado en 1948 y rasparon la polémica frase de el Nigromante. Al enterarse de la agresión, Xavier Icaza, Jorge Enciso, José Revueltas, David Alfaro Siqueiros, Ángel Zárraga y otros, se dirigieron esa misma noche al hotel y, sobre una mesa, Rivera repuso la frase en el mural, además de colocarla en el libro de Visitantes distinguidos. Unos días después, una persona no identificada raspó nuevamente la frase, pero esta vez dañó también el autorretrato del pintor. Rivera tuvo que reparar el daño por segunda vez. La administración del hotel decidió cubrir el mural con una pantalla móvil, que se retiraba sólo si algún visitante notable quería verlo, si bien, a cambio de una propina, los meseros dejaban de vez en cuando que uno que otro curioso se asomara detrás. Salvador Novo hizo alguna mención en torno al tema, haciendo énfasis en la falta de sentido del humor de la época. Frida Kahlo envió una carta de quince cuartillas al presidente Alemán. Teresa Proenza y Juan O’Gorman también reaccionaron ante esta situación. El poeta Carlos Pellicer, que era amigo del pintor, opinaba que la cita “no lesionaba los sentimientos católicos del pueblo mexicano, mientras que la censura si privaba a los ciudadanos de un bien cultural público”.

Rivera viajó a Rusia en 1955 para tratarse unas complicaciones con el cáncer que desde hacía un tiempo lo afectaba. El deterioro de su salud lo llevó, en vista de que la frase dañaba la sensibilidad católica, a borrarla y en su lugar escribió: Conferencia en la Academia de Letrán -1836. Respetó la verdad histórica, pero eliminó incomodidades. Así, ocho años después de ser cubierto el mural, acompañado de amigos y periodistas, Diego Rivera subió al andamio para corregir la inscripción, en 1956.

Un par de años después de la muerte de Rivera (1959), se tomó la decisión de cambiar el mural de sitio por dos razones fundamentales: la primera, el entorno en que se encontraba, ya que el salón Versalles funcionaba como restaurante y salón de fiestas y las actividades que ahí se realizaban comprometían su integridad. La segunda, porque se detectaron hundimientos diferenciales en esta área provocados por el peso del mural, cuya estructura estaba sostenida con anclas metálicas empotradas a la pared y tenía ya grietas en la superficie. Se formó una comisión de peritos de la que formaba parte la arquitecta Ruth Rivera, hija del artista, que estuvo presente hasta trasladar el mural a su nueva ubicación en 1960. Para esta labor se hizo un armazón metálico que dio soporte a todo el reverso, con un grosor de metro y medio. La obra se movió a 30 metros de su posición original, quedó así liberado de las columnas que rompían su unidad.

Terremoto y recuperación

El 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 de la mañana, el suelo en la ciudad de México se sacudió. Justamente lo siguió otro gran sismo al día siguiente. Cientos de construcciones se habían desplomado, algunas con murales, frescos, encáusticas, temples, acrílicos, mosaicos y piedras naturales de color, que se vieron dañados por fisuras, grietas, cuarteaduras y desprendimientos por compresión. Había obras de Orozco, Siqueiros, Rivera, Montenegro, O’Gorman, José Chávez Morado, Pablo O’Higgins, Isamu Noguchi, Marion y Grace Greenwood, entre otros. El Hotel del Prado sufrió daños estructurales.

Pocos días después de los sismos del 19 y 20 de septiembre, los restauradores responsables del patrimonio elaboraron un inventario de los murales dañados y contaron poco más de cien. Algunos necesitaban intervenciones inmediatas porque los edificios en que se encontraban amenazaban con desplomarse en cualquier momento. Tomás Zurián, entonces director del Centro Nacional de Conservación de Obras Artísticas del INBA comentó:

Entre los murales afectados se encontraba un fresco de casi 70 metros cuadrados, pintado por Diego Rivera en el Hotel del Prado en 1947, titulado Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, un bello mural que nació entre polvo y se rescató entre escombros. El artista lo inició cuando estaba por terminarse de construir el hotel, entre cientos de trabajadores que, como hormigas, realizaban sus labores. Según sus propias palabras, “se instaló para pintarlo en un ancho corredor absorbiendo día y noche polvo, humedad y frío”.

Resulta curioso que cuando fue rescatado este mural, en un alarde de técnica, las condiciones imperantes eran prácticamente las mismas descritas por Rivera.

El mural sólo había sufrido algunas grietas; tenía además un leve desfasamiento hacia adelante que provocó una compresión de los aplanados. Esto se debió a que, en cada extremo, se encontraba sujeto a dos columnas por medio de un aro de acero para darle mayor estabilidad; pero dada la fuerza de los sismos, el aro de la derecha se fracturó y provocó una inclinación de aproximadamente cinco centímetros en esa zona del fresco.

El equipo de especialistas, ingenieros y restauradores cubrieron el fresco, ante la tragedia, mientras otros trabajadores dictaminaban si era necesario demoler el hotel. Finalmente se tomó la decisión de rescatar la obra de su sitio y trasladarla a un ámbito de exhibición que garantizara su seguridad. Cualquiera que fuera su nueva sede no debería estar alejada de la Alameda pues, cuanto más cerca, conservaría mejor su relación con el entorno urbano al que el muralista la había vinculado. Se acordó la adquisición del terreno en la esquina de las calles de Colón y Balderas, donde existía un edificio de estacionamiento de autos tan dañado por los sismos que sería demolido. Ahí podría construirse un pequeño museo de sitio para exhibirlo.

Había dos opciones para su traslado; una proponía desprender el fresco por medio de la técnica strappo, que consiste en desprender exclusivamente la película de color –tan fina como el ala de una mariposa– y transportarla a un nuevo soporte. La segunda, planteaba trasladar el fresco íntegramente con la enorme estructura metálica que le servía de soporte, en un conjunto que pesaba alrededor de 25 toneladas. Por razones estéticas, técnicas y de seguridad se decidió por la segunda.

Todos los cálculos matemáticos para determinar la seguridad estuvieron a cargo de la Facultad de Ingeniería de la UNAM. El mural fue sostenido por doce gatos hidráulicos para poder aislarlo de su cimentación. Lo siguiente fue comprobar si las armellas soldadas a la estructura aguantarían las maniobras de la pluma hidráulica. En medio de mariachis que cantaban Las golondrinas y Caminos de Guanajuato, en honor a Diego Rivera, la estructura fue deslizada hacia el exterior mediante movimientos rítmicos y con ayuda de una palanca se le desplazaba un par de centímetros en cada movimiento. Ya en el exterior, se elevó con la pluma. El camión al que fue conectada la plataforma se desplazó a una velocidad de dos kilómetros por hora. Al llegar al nuevo terreno ya estaba preparada la cimentación en la que el mural se posaría. Después de doce horas, quedó instalado en su nueva sede; perfectamente protegido por lonas, permaneció a la intemperie mientras se armaba un cobertizo temporal, pues en ese momento no existía ninguna construcción; la proyección era que se edificara por encima del mural. La construcción fue terminada ocho meses más tarde. No fue sino hasta que el edificio estuvo listo, que pudieron realizarse los procesos de restauración:

Se limpió la superficie cromática con detergentes neutros y con una sal orgánica fueron eliminadas algunas afloraciones blanquecinas de carbonato. Como última etapa de los procesos de restauración, las fisuras se reintegraron con color por medio de un fino divisionismo cromático limitado estrictamente a las fracturas, sin tocar el color original para respetar al máximo la autenticidad del mural.

El Museo Mural Diego Rivera, construido para resguardar Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, es una obra del arquitecto José Luis Benlliure. Consta de dos plantas; es una masa de cantera con un basamento diferenciado por estrías horadadas, hacia la Plaza de la Solidaridad hay una hilera de ventanas verticales. Cuenta también con una ventana mayor que da al vestíbulo.

Así culminó el rescate de uno de los más importantes monumentos artísticos, íntimamente vinculado a nuestra identidad estética, histórica y cultural. A la fecha, en su ámbito de protección, conservación y difusión, lo admiran todos los días cientos de mexicanos y turistas de todo el mundo, como debió soñar Diego Rivera cuando lo realizó, asociado a la Alameda Central, una de las áreas de mayor tradición y concurrencia en la ciudad de México.

PARA SABER MÁS

  • López Rangel, Rafael, José Luis Benlliure: Un clásico de la arquitectura contemporánea en México, México, UNAM, UAM, 2012.
  • Tibol, Raquel, “Sueño de un domingo en la Alameda”, Alameda: Visión histórica y estética de la Alameda de la Ciudad de México, México, Landucci Ediciones, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2001, pp. 123-164.
  • Wolfe, Bertram D., La fabulosa vida de Diego Rivera, México, Diana, 1989.
  • “Sueño de una tarde en la Alameda”, https://bit.ly/2D3x1Ho