Retazos de una vida: Gertrude Duby

Retazos de una vida: Gertrude Duby

Diana Guillén
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 14.

Gertrude Duby realizó una última expedición a la Selva Lacandona a mediados de agosto de 2010; cobijados con caoba artesanalmente labrada sus restos (y los de Frans Blom, el compañero de vida y de aventuras de la fotógrafa, luchadora social, etnóloga, protectora de las comunidades, defensora del medio ambiente y tantos otros atributos a los que se podría recurrir para hablar de ella), llegaron a Nahú.

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Trudy y Pancho, como coloquialmente fueron bautizados en suelo chiapaneco, cerraban así el ciclo que habían iniciado en la d´dcada de 1940, cuando ambos participaron en la primera expedición gubernamental a aquella zona de la entidad. Su encuentro con la selva marcó el comienzo de una relación afectiva e intelectual que los uniría hasta la muerte de Frans en 1963 y paralelamente selló un compromiso con el mundo indígena que refrendarían día con día a lo largo de su existencia.

Los caminos de Gertrudis Duby y Francisco Blom confluyeron porque compartían valores, intereses y pasiones. Tal vez el destino movió algunos hilos y propició que se cruzaran en Ocosingo, Chiapas y descubrieran juntos un ambiente cultural y físicamente muy lejano de la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX en la que les había tocado nacer, pero la labor que a partir de entonces emprendieron para proteger a la Selva Lacandona y a sus habitantes difícilmente tuvo que ver con la actividad de los astros.

Oriunda de los Alpes suizos (donde nació en 1901) y de Copenhague él (1893-1963), adoptaron a San Cristóbal de las Casas como lugar de residencia; la selva, su otro hogar, estuvo sin embargo presente todo el tiempo, pues terminó colándose por los distintos rincones de la casa que adquirieron y a la que cariñosamente llamaron Na Bolom (Casa del Jaguar). Aun cuando la pareja se asentó en los Altos, las referencias lacandonas eran las que ocupaban los lugares centrales en su cotidianidad.

Los frutos de esa simbiosis espiritual y material que los une a a la selva se prolongan hasta el presente; Na Bolom le da el nombre a una asociación civil que promueve la protección del medio ambiente y de los recursos naturales de la zona, así como la preservación y el desarrollo de los grupos indígenas (especialmente de los lacandones) y la conservación y difusión de su patrimonio cultural.

A través de proyectos de aprovechamiento sustentable de los recursos, de salud y turismo comunitario y de empresas rurales consolidadas, el patronato que en un primer momento fundaron los Blom-Duby enfrenta con bríos renovados los retos que el siglo XXI plantea a las comunidades indígenas y simboliza los frutos de la semilla a favor de estas últimas que sembraron y cuidaron en vida los dos europeos naturalizados mexicanos.

Pero su legado rebasa los bienes materiales que destinaron para apoyar a quienes, aun sin tener lazos de consanguinidad con ellos, llegaron a ser parte de su familia cercana; la herencia más jugosa que dejaron fue un profundo respeto hacia aquellas culturas que resultan distintas del modelo occidental y la apuesta por replantear los cánones que este último ha establecido para transformar a su imagen y semejanza a quienes construyen otras formas de sociabilidad.

Gertrude Duby con un lacandA?n en NajA?, ca. 1948
Gertrude Duby con un lacandón en Najá, ca. 1948

Cuando eligieron que sus cuerpos fueran trasladados a la Selva Lacandona en un último viaje cargado de recuerdos y emociones, dejaron fiel constancia de donde había quedado atrapado su espíritu y enviaron un mensaje de reconocimiento a quienes supieron conquistar su corazón. Trudy murió en diciembre de 1993 y fue enterrada junto a su marido en San Cristóbal de las Casas, pero después de más de una década y media se cumplió el deseo que tanto ella como él habían hecho explícito y se les permitió reposar en Nahú; a decir de quienes los acompañaron, el trayecto hacia su última morada se vivió como una auténtica fiesta de despedida, más que como un rito funerario cargado de dolor.

Con Chan K'in Viejo, ca. 1976
Con Chan K’in Viejo, ca. 1976

El único llanto fue de felicidad y lo protagonizó el cielo que en el centro de la selva dejó caer un torrencial aguacero en el momento en el que bajo la protección de Hach’kium (el Creador), Gertrudis llegó al paraíso de los antepasados Hach Winik (Hombres Verdaderos). Por lo menos así interpretó su amigo Kayuai’um Maa’ax lo sucedido y no soy quien para contradecirlo. Sólo agregaría que antes del entierro lacandón en Nah’ hubo otros momentos igualmente emotivos; vistos en conjunto recogen la variedad de afectos y la mezcla de culturas que a lo largo de su existencia cosechó Trudy: del cementerio de San Cristóbal de las Casas sus restos pasaron a la capilla de Na Bolom, porque durante tres días se concentraron allí personas provenientes de distintos puntos de Chiapas, de la ciudad de México e inclusive de otros países para despedirse de ella.

Más tarde, las autoridades indígenas de Oxchuc organizaron una ceremonia propia del sincretismo religioso que prevalece en distintas partes de la entidad: el escenario fue la iglesia de Santo Tomás y las velas y los refrescos embotellados, las sonajas y las cruces, los cantos de los indios y la música del arpa y de la guitarra enmarcaron el último adiós a Trudy por parte de fieles que practican de manera autóctona los dogmas de la iglesia católica, apostólica y romana.

Pero reconstruir los detalles de la aventura que después de muertos emprendieron Pancho y Trudy merecer a una crónica que rebasa el contenido de la entrevista a Gertrude Duby incluida en esta entrega de BiCentenario. Para confirmar que el paso de nuestro personaje por Chiapas concluyó de la misma manera novelada con que se había iniciado, puede consultarse el reportaje que publicó Kyra Núñez en Suisslatin (http://www.swisslatin.ch/quintasuiza-Ai??1013.htm), mientras que para conocer de viva voz los capítulos iniciales de esa novela, conviene escuchar la plática que sostuvo su protagonista con la historiadora Eugenia Meyer en 1971.

Es un testimonio oral que forma parte del Archivo de la Palabra resguardado por el Instituto Mora y del que aquí recupero algunas partes. Para facilitar su lectura he editado el texto, tratando en todo momento de respetar los argumentos e ideas que se desprenden de la entrevista y la forma de hablar y el estilo de la entrevistada. Con igual idea he construido tres grandes bloques, que sirven de ejes temáticos para recobrar fragmentos que la secuencia original de la entrevista presenta en otro orden.

Aclarados los puntos relativos al trabajo de edición, lo único que resta es dejarlos en compañía de una mujer que vivió y murió retando al mundo.

Trayectos y circunstancias:
de las montañas suizas a los Altos chiapanecos

Nací en Innertkirchen, un pueblo de Suiza donde no había luz, ni carretera, ni nada y viví un tiempo en Wiimmis, que es otro pueblo de los Alpes. Después fuimos a Berna, donde mi padre era el director o inspector de instalaciones para menores, para gente que no estaba totalmente en sus sentidos. Ahí fui a la escuela; luego de un año asistí a otra escuela en la parte francesa y después de esto fui al extranjero: a París y a Londres, donde trabajé en una casa como ayudante y dama de compañía de la dueña y escribiendo para periódicos socialistas en Suiza.

Desde el punto de vista político era totalmente reaccionaria, nada liberal. Hasta que llegué a la escuela-internado para horticultura y hubo una huelga general en Suiza, en 1918, durante la revolución rusa.

El movimiento estaba en el aire ¿no? La revolución rusa era una cosa romántica, fabulosa para la mayoría de las gentes. En Suiza había muchos cantones que eran socialistas. Es una época que ustedes no pueden entender; la gente que la vivía ya es vieja como yo.

Fui después a Italia. Hasta luché contra Mussolini y me metieron a la cárcel. Me expulsaron a Suiza donde participé en el movimiento de las mujeres socialistas y llegué a ser su presidenta. Vino el tiempo del fascismo y fui a Alemania tres o cuatro años, era la época de la lucha contra Hitler. Después hubo un congreso muy grande en Francia contra el fascismo y por la paz. Ahí tuvimos contacto con México, pero mi primera impresión de este país había sido mucho más temprana. En la escuela, por la geografía: hablar del Popocatépetl me pareció una cosa muy romántica. Un país que tenía nombres tan raros.

En 1939 me urgía ir a ayudar a salvar a la gente que estaba atrapada por Hitler, quien avanzaba más y más rumbo a Marsella. Se necesitaba juntar el dinero para conseguir la visa para los Estados Unidos. Fue así que vine con el penúltimo barco desde Génova. Tuve muchas dificultades para salir pues estaba en la lista negra de Italia.

Llegué a México durante el gobierno de Cárdenas, como inmigrante. Era una ciudad transparente, todavía se veían los volcanes, no era tan grande. Era una ciudad fabulosa. Yo tenía muchos amigos de París, los refugiados que estaban aquí. Primero trabajamos con los refugiados que llegaban de Europa, pero mi idea era salir de ello y la primera cosa que hice fue un viaje encargado por García Téllez [se refiere a Ignacio García Téllez, secretario del Trabajo y Previsión Social durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho] para ir a Jalisco, Sinaloa y Nayarit y estudiar la condición atrasada de las mujeres que trabajaban en las industrias del tabaco y del textil. Como trabajadora social debía entregar un informe y sugerir lo que debía hacerse.

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