Rafael de la Colina Riquelme. El buen cónsul en Estados Unidos.

Rafael de la Colina Riquelme. El buen cónsul en Estados Unidos.

Graciela de Garay

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 35.

Los momentos conflictos para los migrantes mexicanos radicados entre los vecinos del norte han sido diversos. la recesión de 1929 dio lugar a una fuerte oleada de compatriotas a los que les convino salir del país antes que se deportados. las acciones de este diplomático fueron destacadas en california donde pudo convencer y repatriar a miles de ellos. su testimonio da cuenta de las dificultades para armonizar las necesidades de personas que buscan mejores condiciones de vida que no obtienen en México y las necesidades de los gobiernos estadunidenses vinculadas a sus procesos económicos y legales.

Al llegar como cónsul de México a Los Ángeles, California, Rafael de la Colina se encontró con dos problemas: primero, la crisis económica mundial de 1929, producto de la caída de las acciones en la bolsa de valores de Nueva York, y, segundo, el gran desafío de repatriar a los miles de compatriotas que habían quedado desempleados en Estados Unidos a raíz del desastre financiero. Muchos de ellos habían emigrado a este país, antes de la recesión, atraídos por las oportunidades laborales en la agricultura, el tendido de vías de ferrocarril y, sobre todo para abastecer de mano de obra a las fábricas que dejaron los obreros locales para pelear en la primera guerra mundial. En 1931, De la Colina devolvió a más de 30 mil mexicanos y gracias a sus labores de protección en Los Ángeles se le llamó “el buen cónsul”.

Dado que la crisis afectó más a las naciones industrializadas, éstas redujeron sus importaciones, entre ellas a México, en particular de petróleo y de productos agrícolas y mineros. La situación ocasionó un déficit en los ingresos del gobierno federal que dependía del comercio exterior. Ahora bien, no obstante la severidad de la crisis internacional, esta perjudicó en menor medida a nuestro país dado que su base industrial era exigua y su población mayoritariamente rural. De cualquier manera, los balances negativos de la dependencia de los mercados internacionales evidenciaron la necesidad de desarrollar una industria propia.

En el contexto de la crisis, el gobierno estadunidense intensificó el rigor de su política migratoria, para garantizar la efectividad de las deportaciones de los mexicanos que se encontraban en su territorio; por ejemplo, se incrementó de uno a dos años la pena de prisión y 1 000 dólares de multa a quienes volvieran a entrar ilegalmente al país.

El historiador Moisés González Navarro apunta que los especialistas estadunidenses distinguieron tres grupos entre los repatriados mexicanos: 1) los que regresaban voluntariamente, 2) los que lo hacían “under polite coerción”, es decir, cuando las autoridades o las instituciones públicas de beneficencia les pagaban los gastos por transporte hasta la frontera; y 3) los deportados.

De acuerdo con las Memorias de la Secretaría de Gobernación, se deportaron a 9 265 mexicanos de Estados Unidos, el 85 por ciento acusados de violaciones a las disposiciones migratorias. A partir de 1929 se suspendió casi en su totalidad la emigración mexicana a Estados Unidos. En ese mismo año se repatriaron a 25 782 trabajadores y de julio de 1930 a junio de 1931 a un total de 91 972, la gran mayoría procedente de Texas y California. El punto máximo del proceso ocurrió en 1931 sumando un total de 124 990 repatriados. Los gastos fueron cubiertos por el gobierno mexicano, los comités de beneficencia organizados por los consulados y los donativos de particulares mexicanos. En 1932 se repatriaron 115 705, y el gobierno erogó 73 404 sólo por alimentos. Muchos regresaron prácticamente sin recursos, aunque trajeron un modesto menaje de casa y algunas pertenencias.

En el Primer Plan Sexenal se propuso organizar un servicio especial de repatriación que, en combinación con los cónsules, alentara el regreso de los repatriados para acomodarlos preferentemente en colonias agrícolas en zonas pobladas, pero cercanas al centro. A pesar de las críticas esbozadas contra la colonización con los repatriados, puede decirse que en 1935 ya era evidente el progreso agrícola de Baja California. Aunque la repatriación disminuyó durante el régimen del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), se mantuvo la idea que el millón de trabajadores mexicanos radicados en Estados Unidos, con experiencia agrícola e industrial, y con disciplina de ahorro, serían de gran beneficio para México. Ramón Beteta, subsecretario de Relaciones Exteriores, realizó entonces una gira por diversos estados de la Unión Americana para promover la repatriación de los que estaban en quiebra. Según las Memorias de la Secretaría de Relaciones 15 295 mexicanos, residentes del sur de Estados Unidos, volvieron gracias a esa campaña. Al estallar la segunda guerra mundial disminuyó la repatriación dada la demanda de trabajadores mexicanos que requirió la industria bélica de los Estados Unidos.

La entrevista que a continuación se presenta constituye la versión abreviada del conjunto de doce entrevistas que le realicé al embajador Rafael de la Colina en la ciudad de Reston, Virginia, Estados Unidos, en noviembre de 1986, para el proyecto de Historia Oral de la Diplomacia Mexicana, patrocinado por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México con el apoyo del Instituto Mora. La versión extensa fue publicada por la propia Secretaría de Relaciones y el Banco de Comercio Exterior en 1989.


La participación de un cónsul es decisiva

Entrevista realizada por Graciela de Garay

Mi carrera en el Servicio Exterior comenzó en el consulado de México en Filadelfia [en 1918]. Mi jurisdicción se extendía hasta Baltimore, cerca de la Bahía de Chesapeake […] Temporalmente me trasladaron a un puerto que está enfrente de Baltimore, Newport News. La actividad en ese lugar era copiosa.

Filadelfia, aparte de ser un puerto de grandes flujos de mercancías […], cuenta con grandes fábricas que surten a México. Con la revolución una parte significativa de nuestras fábricas e instalaciones gubernamentales sufrió daño […] Eso fue lo que hizo que el puerto de Filadelfia adquiriera señalada importancia, sobre todo para nuestros ferrocarriles.

De Filadelfia salían para Veracruz y Tampico muchos repuestos que se necesitaban para el funcionamiento de las instalaciones productivas. Tenía yo que documentar todo eso y preocuparme muchas veces por la compra de tales o cuales piezas.

La oficina sólo contaba con el cónsul y, a veces, un escribiente o canciller que era yo y hacía las veces de taquígrafo. Muy pocos sabían escribir a máquina. Yo aprendí y escribía velozmente. Trabajaba a las órdenes directas del cónsul.

Trabajadores en Filadelfia

La instalación de los trabajadores mexicanos, a nuestro cuidado, no fue difícil. Tenían todo lo indispensable, en un principio, para trabajar en los ferrocarriles. Eran peones dedicados a la construcción y reparación de vías. Trabajo duro. Para entonces, Estados Unidos había entrado en la primera guerra mundial y estaba enrolando a un gran número de jóvenes en las fuerzas armadas. Por ello, tuvieron que traer a muchachos trabajadores mexicanos para sustituirlos.

Nuestros compatriotas recibirían la totalidad de sus salarios, pues las compañías no escatimaban pagos. Sin embargo, quienes hacían directamente dichos pagos querían quedarse con una parte de ellos. Tuvimos por ello dificultades muy serias. Organicé su defensa para que nuestros compatriotas tuvieran constancias de las horas trabajadas. Tuve la fortuna de contar con el apoyo completo de las autoridades ferrocarrileras, o sea las compañías Pennsylvania y Baltimore and Ohio.

Se cuenta que llegó un momento en que pretendieron reclutar a mexicanos para el ejército. Resulta difícil determinar quién es mexicano y quién estadunidense de origen mexicano […] Y claro, se encontraron casos de mexicanos que habían sido injustamente reclutados.

El rigor del poderoso en sus tratos con el débil puede llegar a ser sofocante, sobre todo por la cantidad de mexicanos que hay en el sur, muchos de ellos no documentados. En este país se hizo una campaña muy grande para descubrir a los ilegales, pues aunque se ocultaban, los atrapaban para el ejército. El reclutamiento era obligatorio. Cuando Estados Unidos entró a la guerra fue sumamente difícil evitar el enrolamiento […] Fue entonces cuando el consulado tuvo dificultades con las autoridades de Pennsylvania. La necesidad hizo que actuara como vicecónsul y así comenzó el aprendizaje.

Nunca antes había estado en Estados Unidos. Medio hablaba inglés. Lo aprendí realmente cuando llegué a Filadelfia […] Para ingresar al servicio diplomático y consultar no existía una preparación especial. La mayoría veníamos de jurisprudencia.

Luego me trasladaron a Eagle Pass. La frontera para nosotros siempre ha sido muy importante. Ahí las cosas empezaron a ser más complicadas, pues hay muchos mexicanos que se cuelan a los Estados Unidos.

En ese tiempo, las relaciones México-Estados Unidos se complicaron. El gobierno de Obregón se opuso a la protección diplomática de los propietarios de las haciendas afectadas con motivo de la aplicación de las leyes derivadas del artículo 27 constitucional. De dicha tensión surgió la agencia de reclamaciones. Al principio se tomaron las propiedades, pero después hubo necesidad de pagarlas, lo que originó una serie de conflictos […] A mí me tocó entregar, como embajador en Washington, en la Tesorería de los Estados Unidos, nuestro último pago.

Posteriormente, tuve oportunidad de escoger el nuevo lugar de adscripción. Elegí Boston por ser un gran centro de estudios. Estuve en la Universidad de Harvard en 1924 y 1925, tomando unos cursos especiales que se daban a extranjeros. La verdad es que en Boston había pocos casos de protección y por ello me dediqué a estudiar. Pero no pude seguir adelante […] como hubieran sido mis deseos, pues me trasladaron a Saint Louis, Missouri.

Mi siguiente traslado fue a Laredo, Texas, donde estuve de 1928 a 1930 […] Laredo es una ciudad pequeña, pero importante para México por la entrada y salida de productos y el movimiento migratorio […] Laredo poseía otros atractivos. Todas las autoridades son naturalmente estadunidenses, pero en su mayoría de origen mexicano. Algunos de ellos estaban ensoberbecidos, otros eran enemigos de la revolución.

Un día alguien se imaginó que la población mexicana asentada en el sur de Estados Unidos recuperaría el territorio que habíamos perdido. Pero eso era un sueño sin fundamento. Todos ellos son ciudadanos estadunidenses y muchos ocupan puestos importantes, como autoridades de Laredo, de San Antonio y, sobre todo, de otros pueblos de la frontera. Y aunque tienen parientes en el norte de México, siguen alistándose en el ejército de los Estados Unidos para cumplir sus deberes militares; son totalmente ciudadanos estadunidenses y no tienen interés por regresar. Son los nuevos inmigrantes quienes tienen problema de identidad. Los que llevan años en Estados Unidos, desde el periodo siguiente a la incorporación de Texas y Arizona, después de la guerra de Estados Unidos, son totalmente estadunidenses.

El emigrante pobre no pasaba de los estados del sur […] pocos se quedaron en Chicago como centro ferroviario, para trabajar en las vías […] Yo recorrí la zona para percatarme de cómo era el trato que recibían y hacer las reclamaciones del caso, para ayudarlos […] Al principio tuve serias fricciones en la defensa de quienes laboraban allí.

Repatriaciones

Al llegar al consulado de México en Los Ángeles me encontré con la crisis económica de 1929. Esta crisis suscitó en Estados Unidos un movimiento contra los extranjeros, que en el sur se reflejó contra los mexicanos. Muchos de ellos habían sido atraídos por el gran desarrollo que tuvo este país antes de la llamada recesión […] Se decía que los mexicanos molestaban y desempeñaban trabajos que en esos momentos correspondían a los ciudadanos estadunidenses. Hasta entonces habían visto como poca cosa los trabajos de vía férrea que hacían los mexicanos en el sur de Estados Unidos. En Los Ángeles había ya una crecida colonia mexicana, debido principalmente al enorme desarrollo de California y a la salida de mexicanos por la revolución. Al irrumpir la crisis se quedaron desamparados tantos mexicanos que se volvió inminente su repatriación. Para enfrentar el problema, recurrí a amigos y personas conocidas del condado de Los Ángeles. A ellos les interesaba sacar rápidamente a los mexicanos. Entonces les dije: “Bueno, van a salir” […] “Ya que los van a arrojar, por lo menos ayúdenlos a salir”. Y es por eso que los mexicanos que partieron de Los Ángeles, de donde procedía la mayoría, lo hicieron en mejores condiciones que los de otros sitios a los que simplemente soltaban en la frontera.

[…] Me ayudaron a organizar los viajes a Guadalajara. Fue esto más eficaz que lo que ocurría en El Paso, donde simplemente los botaban al otro lado de la frontera, sin ayuda alguna. Además, ahí no contaron con la organización indispensable para conducirlos al centro del país. En Los Ángeles, donde había muchos compatriotas, principalmente de Jalisco y del Bajío, arreglamos sus viajes hasta Guadalajara […] Después nuestro gobierno insistió en que no se los llevara únicamente a Guadalajara, porque allí comenzamos a tener un gran desempleo […] arreglé que los trenes fueran hasta la ciudad de México, y muchas personas se quedaban en Guanajuato, con lo cual se mejoró sensiblemente la situación.

En el periodo agudo de la repatriación arreglé en Los Ángeles que […] se organizaran salidas de trenes hacia la ciudad de México […] que recorrieran la costa del Pacifico, pasando por Guadalajara, Guanajuato y Querétaro hasta llegar a la ciudad de México.

Naturalmente, todos eran trenes mexicanos especialmente arreglados para atender a las necesidades mínimas de sus ocupantes; otras veces, eran coches de segunda clase. Personalmente viajé dos veces a Guadalajara en uno de estos trenes para ver cómo los trataban, cómo los mantenían y atendían las autoridades mexicanas. Varias veces me quejé de que no eran suficientemente buenas las condiciones.

En un principio se afirmó en la ciudad de México: “hay que repatriar primero a los que ya recibieron preparación agrícola”. En realidad, no había preparación alguna, salvo en casos excepcionales. No eran dueños de predios ni conocedores de técnicas productivas. Algunos habían aprendido algo, naturalmente, pero a manejar máquinas, de las que en general carecíamos en agricultura. Poca ayuda nos brindaron los que sabían manejar tractores, pues de estas máquinas teníamos muy pocas. Sin embargo, todas las experiencias traen algo consigo, y algo bueno quedó al iniciarse este desarrollo, particularmente en Sonora y, en menor escala, en Durango.

Con la crisis de 1929 las nuevas leyes migratorias de Estados Unidos negaron la entrada a los trabajadores mexicanos, pero nuestros connacionales siguieron yendo de contrabando, pues entre saciar el hambre o desafiar a los agentes de migración optaban por lo primero […] En México padecíamos los efectos de una crisis grave. Al aliviarse un poco disminuyó la emigración y aumentó la repatriación.

Hay una diferencia política sustantiva entre la deportación y la repatriación. El deportado no puede volver a Estados Unidos. El que se va por su voluntad o sale por su cuenta, puede regresar después, invocando que ya estuvo, lo cual es un antecedente favorable. Eso tiene una trascendencia singular, pues los deportados eran trasladados a la frontera, con lo cual se les impedía volver, porque la ley ordena que el deportado no puede reingresar, salvo en ciertas circunstancias, poco menos que excepcionales. Por eso me interesaba mucho ayudarlos a salir voluntariamente.

En la salida mucho perdieron sus casas, cuando apenas comenzaban a pagarlas. Eso fue lo más triste. Se trató de buscar soluciones para que se pagaran con la ayuda del Banco de Crédito Agrícola en México. Sin embargo, todas esas ideas partieron de la base falsa de que poseíamos los recursos para lograrlo. Otra alternativa que se propuso fue el intercambio de las propiedades estadunidenses en México por las mexicanas del otro lado de la frontera. Hubo algunos casos favorables, pero muy pocos porque eran fortuitos. La dificultad radicaba en convencer a las autoridades norteamericanas de que era más ventajoso que aportaran una parte de dinero para repatriar a los mexicanos, en lugar de mantenerlos […] El gobierno federal de Estados Unidos nada quiso hacer en lo absoluto. Fue el condado de Los Ángeles con el que arreglé las repatriaciones; estas gentes sabían que podían volver, tenían recursos, pero se veían obligados a malbaratar sus propiedades.

Las sociedades de beneficencia que había en Los Ángeles, en mayor número que en cualquier otra ciudad del oeste de Estados Unidos, no se daban abasto para cubrir las necesidades reales de la población. La crisis fue nacional, pero en California se sintió especialmente, no sólo entre los mexicanos sino en toda la población, particularmente de Los Ángeles.

Al principio mucha gente se desplazaba del centro al norte y del oeste al este de California. El centro de atracción no era San Francisco, no obstante que se trata de una ciudad cosmopolita e importante, sino Los Ángeles con sus campos y las ciudades industriales que están al sur del estado. En esa región se dejó sentir claramente la crisis, porque los primeros que salían eran aquellos que acababan de llegar y, en primer lugar, los extranjeros, casi todos mexicanos.

Se contaba con una serie de asociaciones de trabajadores mexicanos. Lo que yo hice y por lo que me recuerdan fue lograr la unión de ellas. Al principio fue difícil por los celos que se despertaron; pero pronto se dieron cuenta de que las fiestas que podíamos organizar juntos tenían muchos más espectadores y se obtenían mayores fondos que las que individualmente se celebraban. Así, las sociedades continuaron existiendo, pero actuando en forma cooperativa. Eso me permitió lograr la formación del Comité de Beneficencia Mexicano, a través del cual reuní a las sociedades dispersas.

En el ámbito legal, sólo contábamos con tres abogados para defender a los trabajadores mexicanos; uno de ellos se dedicaba exclusivamente a los casos especiales. Estos profesionales eran ciudadanos norteamericanos, pero de origen mexicano. Sus padres eran mexicanos y hablaban bastante bien el español, aunque a veces con frases raras.

El asesor jurídico que enviaban de México tenían su sede en Nueva York y su especialidad eran los negocios. Parecía que no se percataban de la necesidad urgente de contar con personal capacitado para favorecer a los trabajadores que requerían ayuda legal, y especialmente para exigir el pronto pago de los salarios. Claro que en California, regida por leyes o reglamentos especiales en materia de remuneraciones, se presentaban dificultades adicionales. Sin embargo, puedo decir que el plan funcionó correctamente y que fueron muy útiles los servicios de estos abogados, ciudadanos norteamericanos, pero de origen mexicano.

Cónsules y diplomáticos

En mi periodo de cónsul en Los Ángeles se alcanzó el punto máximo de la repatriación. En esa época logré el regreso de más de 30 000 ciudadanos mexicanos. Entonces me comenzaron a llamar “el buen cónsul”. Creo que yo había hecho un trabajo semejante en otras partes, pero en menor escala […] Por la crisis económica de esos años se originó la desocupación de millares de mexicanos. La figura del cónsul se volvió más importante que la del diplomático, porque a éste llegaban pocos suplicantes. Yo he ejercido ambos cargos, por lo que he podido comprobar que los diplomáticos, por regla general, y sobre todo aquellos que han carecido de la experiencia consular, rara vez tienen que resolver problemas concretos de protección. Por ello he recomendado que trabajen primero en los consulados cercanos a la frontera, donde se enfrentan los problemas más difíciles.

Para este tipo de tareas lo esencial es que los empleados y funcionarios mexicanos se interesen, que trabajen y en especial que se ocupen de las tareas ingratas, porque tiene uno que tratar con gente muy pobre, no sólo de recursos, sino de inteligencia a veces muy limitada, que no sabe ayudarse a sí misma y además se queja de todo porque no se les puede proporcionar lo que ellos esperan. En estos casos el cónsul debe ayudarlos de una manera efectiva, procurando conseguirles trabajo, tratando de organizarlos y en muchos casos aconsejándolos para evitar la pérdida de sus escasas posesiones.

A veces, la embajada y los consulados difieren un poco respecto del problema. No por mala voluntad, sino porque los procedimientos burocráticos son distintos. En la embajada apenas tenían noción del tremendo problema al que se enfrentaban los cónsules en el sur de Texas y, en especial, en California. Como he vivido en los dos mundos, me he podido dar exacta cuenta de que hay que trabajar más por la rama consular. Los diplomáticos son los aristócratas del Servicio Exterior.

Es importante dejar a cónsules eficientes en los sitios en que se suscitan los mayores problemas […] Fundamentalmente, lo que uno debe saber es cómo trabajan, cómo les pagan, cuáles son las dificultades para que ellos reciban sin trabas ni retraso sus remuneraciones. Al mismo tiempo debe buscarse la colaboración, hasta donde es posible, de las autoridades locales. Muchas veces ellas protegen a los grandes propietarios. El dinero es todopoderoso.

Además, por si fuera poco, en Estados Unidos existe una completa división de funciones. Sólo en determinados casos la autoridad federal puede intervenir. En otros, sólo cuentan la autoridad local o la estatal. Los estados son sumamente celosos de su autonomía, porque esta nación surgió de la unión de entidades libres e independientes. No es una situación artificial como ocurre generalmente en América Latina.

La experiencia consular diaria es a la postre la más importante […] Al respecto podemos fundamentalmente observar dos tipos de casos que prevalecen en la materia: uno, es el de auxiliar a los jornaleros en defensa de sus intereses para evitar que se les explote, hasta donde ello es posible; el otro, es el de defenderlos en las cárceles por acusaciones indebidas, y por otros motivos que sí entran en el terreno delictivo. Eso también es de suma importancia, porque muchos de estos pobres, por su ignorancia, son víctimas de manejos indebidos y castigados en lugar de los verdaderos culpables. Es una situación casi inevitable.

En cuanto a la protección, bien pronto se percibe que las explotaciones de que son víctimas los mexicanos que más necesitan ayuda se deben a que son individuos de muy escasa preparación. De manera que con mucha facilidad se les engaña. Me he visto en situaciones muy difíciles. Pongo por ejemplo las grandes haciendas de tipo cooperativo que están manejadas por un pequeño grupo que es el que se enriquece. Cuando el cónsul interviene en favor de nuestros compatriotas, es a veces el blanco de amenazas telefónicas: “Mejor váyase a su consulado, porque en los campos es muy fácil matar a cualquiera”. Llegué a recibir amenazas cuando estaba en Los Ángeles. […] En México se enteraban, pero ¿qué podían hacer? Sólo me decían: “Recurra a las autoridades locales”. ¡Qué ilusión! Texas era más peligroso en este sentido, por ser un estado más rudo que California.

Al terminar mis funciones en Los Ángeles me trasladaron a México como jefe del Departamento Consular, bajo las órdenes del secretario de Relaciones Puig Casauranc […] Como director del Departamento Consular logré que se mejoraran algunos aspectos de los trabajos encomendados a los consulados, especialmente a los fronterizos. Era necesario observar cómo se giran las instrucciones a los consulados, pues a veces la persona que las da nunca ha salido al extranjero o tiene una vaga idea de lo que allí ocurre.

En las relaciones bilaterales México-Estados Unidos, el trabajo consular es muy importante. Sobre todo, en asuntos que tienen repercusiones de importancia. La participación de un buen cónsul puede ser decisiva, ya que precisa claramente el problema, recopilando pruebas y presentando informes bien documentados. En el servicio consular se está más cerca de los problemas humanos diarios; ahí estamos sirviendo a los mexicanos más que a México, circunstancia contraria a la que ocurre en el terreno diplomático.

La vida en la diplomacia

Rafael de la Colina Riquelme nació en Tulancingo, Hidalgo, en 1898, y murió en Reston, Virginia, en 1996. Ingresó a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en 1918. Empezó su carrera adscrito a diversos consulados de México en Estados Unidos hasta 1943, cuando fue nombrado ministro consejero en la legación en Washington. Además, desempeñó comisiones especiales en la nueva Organización de Naciones Unidas (ONU). De febrero a marzo de 1945, participó como secretario general adjunto de la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz de Chapultepec, en ciudad de México. También fue delegado de México ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1946 y 1947. En 1949 se le distinguió como embajador extraordinario y plenipotenciario en Washington y de 1953 a 1959 actuó como representante de México ante las Naciones Unidas en Nueva York. En ese último año fue designado embajador de México en Canadá. En 1962 pasó con el mismo cargo a Japón donde estuvo hasta 1964. A partir del año siguiente y hasta 1988 representó a México ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Le tocó la difícil tarea de reestructurar este organismo e intervino en la reforma del Tratado de Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947, lo que cristalizó en el Protocolo de Reforma de San José, Costa Rica, en 1975. También participó en el Proyecto de Reforma a la Carta de la OEA en 1967.

En reconocimiento a su labor diplomática y consular, el Senado mexicano le otorgó la medalla de honor Belisario Domínguez en 1974. Fue autor de Rafael de la Colina. Sesenta años de labor diplomática, (1981) y de El Protocolo de Reformas al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, publicado por la propia Secretaría (1977).

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