Lillian Briseño -ITESM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de Mexico, núm. 3.
…por los datos que hemos recogido, por los proyectos que se vienen estudiando y por los que se han aceptado, seguramente que la Ciudad de los Palacio, en esos días robará, aunque temporalmente, el orgulloso título que ostenta París y México será la Ciudad-luz.
El Imparcial, 15 de junio de 1910.
En septiembre de 1910, la Ciudad de México inaugurará una serie de obras estéticas y de infraestructura que posicionaron a esta urbe como una de las más importantes del mundo. Para que la gente pudiera apreciar y disfrutar de estos impresionantes avances, fue necesario que los pudiera ver en toda su majestad, y que ese poder ver se prolongara a lo largo de todo el día, pero también, de toda la noche. Esto se logró gracias a la electricidad que permitió alumbrar las noches del Centenario, dándole con ello un brillo especial y un glamour no imaginado hasta entonces a la capital.
Con la ayuda de la luz artificial, las fiestas que se hicieron en 1910 nos permiten pensar hoy a ese año, no como aquel en que estalló la Revolución Mexicana, sino como el que celebró las fiestas que aplaudían los primeros cien años de vida como nación libre e independiente. y como parte de esos festejos, debemos pensar también a 1910 como un gran año para la electricidad ya que en ese momento el país alcanzó una producción récord de esa fuente de energía.
Lograrlo no fue poca cosa ni producto de la improvisación. El desarrollo tecnológico alcanzado al despuntar el siglo permitió aprovechar la caída de agua para generar, mediante elaborados, complejos y modernísimos sistemas, la energía que requería el país y en especial su capital en los festejos que se organizaron para la ocasión. Para ello, se construyó la presa hidroeléctrica de Necaxa, la cual desde 1905 pudo enviar electricidad a la Ciudad de México, pero que en 1910 alcanzó grandes niveles de suministro, según señaló un alto funcionario de la compañía, sólo comparables con los obtenidos por la presa de Buffalo, en el estado de Nueva York, que aprovechaba la caída de las cataratas del Niágara.
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