Ana Buriano – Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 15.
La prensa mexicana del 15 de junio de 1943 se vio desbordada de noticias y avisos fúnebres alusivos a la muerte de Leocadia Felizardo Prestes. La madre del líder comunista brasilero Luis Carlos Prestes, apresado por el gobierno de Getulio Vargas, expiró en su domicilio de Luz Saviñon núm. 10, de la colonia Del Valle, la madrugada del 14, donde vivía junto con su hija Ligia y su nieta Anita Leocadia de siete años de edad. Inmediatamente se hicieron presentes en la casa Alfonso Reyes, Vicente Lombardo Toledano, Amalia Solórzano de Cárdenas y Gabriel Leyva Velázquez. Poco después llegó el comité nacional de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) encabezado por Fidel Velázquez. En la tarde, el cuerpo fue embalsamado en espera de la respuesta del gobierno de Brasil a las peticiones que le hicieran personalidades y organizaciones políticas y sociales mexicanas. Los telegramas pedían a Getulio Vargas que permitiera el viaje de Luis Carlos a México para presidir los funerales de su madre. La más impresionante de estas solicitudes, según recuerda la memoria familiar, fue el cable que envió Lázaro Cárdenas, entonces secretario de Defensa del gobierno de Manuel Ávila Camacho, al presidente de Brasil, ofreciendo enviar un avión militar para trasladar al preso y su persona como garantía y rehén de que Prestes regresaría a prisión una vez que se produjeran las exequias fúnebres.
Se abrió entonces una larga espera de cuatro días en vigilia junto al cuerpo de Leocadia. La capilla ardiente fue instalada en el salón de la Unión de Empleados de Restaurantes, Cafés y Pastelerías del D.F., en la calle Orozco y Berra núm. 80, permanentemente rodeado por guardias de honor en las que se turnaban dirigentes y primeras figuras de la CTM, la Universidad Obrera, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), la Confederación Nacional Campesina (CNC), el Partido Comunista Mexicano (PCM) y la Confederación de Trabajadores de América Latina, así como representantes del exilio antifascista. Getulio no respondió. Lo hizo en su lugar la Embajada de Brasil en México a través de una declaración que transcribe El Universal del 18 de junio de 1943. Frente a la conmocionada opinión pública mexicana la Embajada puntualizó que “Luis Carlos Prestes fue el primer condenado por el Tribunal de Seguridad Nacional como culpable del crimen de sedición y levantamiento en armas contra el gobierno constituido”, responsable de un asesinato y por lo tanto “prisionero por crimen común”. Negó así toda entidad política a su detención, siete años atrás.
Perdidas las esperanzas fue necesario proceder al sepelio en ausencia del hijo. El Comité Antifascista de México convocó a todas las agrupaciones obreras y democráticas a participar. Las honras fúnebres fueron apoteóticas según da cuenta una “Crónica gráfica” de El Nacional. El entierro, celebrado el 18 de junio, contó lo más significativo del mundo político y sindical mexicano: todos los secretarios y subsecretarios de Estado encabezados por el general Cárdenas, los sindicatos mexicanos, el exilio y las organizaciones civiles. A las 10:30 de la mañana la caja mortuoria, cubierta por la bandera de Brasil, fue llevada en hombros 10 km por un cortejo fúnebre que se encaminó por el jardín de San Fernando hacia las calles de Rosales para tomar después Paseo de la Reforma, el Bosque de Chapultepec y llegar al Panteón Civil de Dolores. Precedido por la banda de guerra de las milicias obreras caminó lentamente durante dos horas hacia las lomas de Tacubaya, rodeado por una guardia de honor que llevaba las banderas de las naciones aliadas que luchaban contra el nazifascismo.
Al pie de la tumba la despidieron Manuel Luzardo por el exilio brasilero, el senador Vicente Aguirre por la CNC, Vicente Lombardo Toledano por la CTM, Dionisio Encinas por el PCM, Salvador Ocampo por la Confederación de Trabajadores de Chile y Adelina Zendejas por la mujer revolucionaria. Aguirre expresó que “aquí en México los revolucionarios cuentan con un regazo acogedor y un ambiente de simpatía sincera”; Vicente Lombardo exaltó la figura de Prestes entre los luchadores de América Latina y dijo “Doña Leocadia, hasta luego”. La voz de Adelina vibró con una encendida arenga sobre la ideología del hijo de la desaparecida. En su carácter de cónsul general de Chile en México, Pablo Neruda leyó su poema “Dura elegía”. El gran poeta dijo en sus estrofas: “Señora hiciste grande, más grande, a nuestra América”. Y a Vargas le apostrofó: “una madre recorre la casa del tirano, una madre de llanto, de venganza, de flores, una madre de luto, de bronce, de victoria, mirará eternamente los ojos del tirano, hasta clavar en ellos nuestro luto mortal”. La lectura del famoso poema fue “mi suicidio diplomático”, recordó Neruda luego. Considerado injurioso, el gobierno de Brasil le acusó de infringir la neutralidad diplomática. Las grandes presiones que Neruda recibió desde el ministerio de Relaciones Exteriores de su país precipitaron una renuncia que evitó la destitución. Declaró ante la prensa mexicana que los “escritores chilenos tenemos una tradición: al aceptar un cargo público… no acostumbramos a hipotecar nuestra libertad ni nuestra dignidad de hombres libres.”
Cerrada la tumba con la inscripción A la madre heroica, fue cubierta por coronas fúnebres, cuya enumeración ocupó una columna y media del periódico. Entre quienes las enviaron destacaban el presidente de la república Ávila Camacho, los secretarios de estado CÁrdenas, Heriberto Jara, Miguel AlemÁn, Maximino Ávila Camacho y Javier Rojo Gómez, Jefe del Departamento del D.F. Pese a que el gobierno mexicano se deslindó oficialmente de haber tomado una posición, las declaraciones a la prensa del embajador de Brasil generaron un incidente diplomático y reclamos ante Itamaraty.
Madre coraje
El mundo conocía a Leocadia Prestes como “Madre coraje”, en un símil algo forzado con la obra teatral de Bertold Brecht, Madre coraje y sus hijos. Nacida en Porto Alegre, capital de Río Grande do Sul, en 1874, fue una maestra de primeras letras que casó con Antonio Pereira Prestes, un ingeniero militar con quien procreó cinco hijos en Río de Janeiro. Muerto tempranamente el esposo, enfrentó su viudez solventando la vida como maestra nocturna de adultos en las escuelas de las favelas de Río, hecho que la aproximó a la realidad social de Brasil. Madre devota, se mantuvo unida a las inquietudes de Luis Carlos, su hijo mayor. ¡Y vaya que esas inquietudes fueron muchas! El joven Prestes nació en 1898 en la república recién establecida (1889). Estudió ingeniería en la Escuela Militar de Realengo en Río de Janeiro, trabajó como ingeniero ferroviario y con el grado de teniente fue destinado al estado de Río Grande.
La República, conocida como Vieja pese a su juventud, era esencialmente oligárquica. Su nuevo producto de exportación, el café, tenían gran potencial económico y atraía migraciones europeas, alemana e italiana principalmente. El país cambiaba aceleradamente y la república era extraordinariamente restrictiva del acceso a los derechos políticos. Las primeras manifestaciones de descontento se expresaron entre la oficialidad baja del ejército en consonancia con una crisis deflacionaria. La irritación de los tenientes tenían una difusa base social y política. Como en otros países del continente, los reclamos de la joven oficialidad se enfocaban preferentemente hacia las reformas políticas: deseaban transformaciones en el régimen electoral y en la educación pública. Entre 1922 y 1924 se produjeron rebeliones en San Pablo y Río Grande. Los oficiales paulistas insurrectos unieron sus fuerzas con los riograndenses levantados bajo el mando del teniente Luis Carlos Prestes. Conformaron entonces un enorme contingente guerrillero de 1,500 hombres, conocido como la Columna Prestes, que recorrió trece estados y más de 25,000 km durante casi tres años, sin haber sido derrotada pero sin llegar tampoco a una rebelión generalizada contra la República Vieja. La Columna y su jefe acabaron el periplo asilándose en Bolivia. Prestes entró a la historia latinoamericana bautizado por los sectores populares de Brasil como Caballero de la Esperanza, nombre que inmortalizó Jorge Amado cuando escribió su biografía novelada, en 1942.
Impedido de regresar a Brasil, Prestes se refugió en Argentina a fines de 1928. Ahí tomó contacto con el marxismo y el movimiento comunista internacional. La madre le siguió con sus hijas y compartió las difíciles condiciones de este exilio. El golpe de estado de José Uriburu contra Hipólito Irigoyen en Argentina supuso su encarcelamiento y expulsión del país. Prestes debió asilarse en Uruguay. Todos los países de la región sufrían los efectos de la crisis del 29. En el muy afectado Brasil un mal acuerdo entre las oligarquías regionales derivó en una crisis política. Ambos conflictos generaron el clima propicio para la revolución de 1930, liderada desde Río Grande por Getulio Vargas, un abogado vinculado a la política “gaúcha”. Getulio aspiró sumar a su asonada al muy popular teniente Prestes. La historia registra dos encuentros entre ambos personajes incompatibles. En mayo de 1930 se produjo la ruptura definitiva. Prestes proclamó en un manifiesto la necesidad de una revolución popular, agraria y antiimperialista, de perfil socialista. Su retorno a Brasil no era ya posible.
En 1931 viajó a la URSS y poco después le siguieron su madre y hermanas. Desde 1934 se sumó formalmente al partido comunista y asumió responsabilidades importantes en la Komintern. A fines de año inició un viaje clandestino Brasil, una larga travesía en barco, para liderar la oposición al gobierno de Getulio que coqueteaba abiertamente con el nazifascismo. Prestes viajó con una falsa identidad y acompañado por quien fungiría como asistente y responsable de su seguridad, la comunista alemana Olga Beário, radicada desde tiempo atrás en la URSS y perseguida en su país. Durante el viaje surgió un romance entre ambos que incorporaría nuevos lazos a los políticos y daría mayor realismo a la cobertura clandestina.
A su arribo a Brasil, el Caballero de la Esperanza impulsó la política de formación de frentes populares que promovería el movimiento comunista internacional a partir de su VII Congreso. Brasil era un verdadero eje en la política hitleriana de formación de una zona de influencia germana en América del Sur. Para detener esta ofensiva, a principios de 1935 se conformó la Alianza Nacional Libertadora, un frente político con un programa antifascista, agrario y antiimperialista, sintetizado en la consigna Pan, tierra y libertad. La Alianza encontró un gran apoyo de masas pero fue perseguida por Vargas, quien cerró sus locales y aprobó una temible ley de seguridad nacional. En respuesta, la Alianza dirigida por Prestes radicalizó sus posiciones, se insurreccionó en noviembre de 1935 y fue rápidamente derrotada.
La represión que lanzó Vargas fue terrible. Prestes y Olga fueron detenidos en marzo de 1936. Él fue condenado a largos años de prisión. Olga, en su séptimo mes de embarazo, fue deportada a la Alemania hitleriana. Los medios nazifascistas la presentaron ante la opinión pública como la imagen de la judeocomunista. Recluida inicialmente en la prisión de mujeres de Berlín, dio a luz una niña, el 27 de noviembre de 1936, a la que llamó Anita Leocadia. La niña permaneció junto a la madre durante su primer año de vida y luego fue separada de ella por la Gestapo. Olga fue enviada a un campo de trabajo forzado y luego transferida al hospital psiquiátrico de Bernburg, vuelto centro de exterminio. Pereció en una cámara de gas con apariencia de ducha, en febrero de 1942.
La campaña internacional por la libertad de Prestes, para recuperar a Anita Leocadia y salvar a Olga
Las mujeres de la familia Prestes permanecían en Moscú hasta que llegó la noticia de la detención de Luis Carlos. Entonces la madre junto a Ligia, una de las hermanas, abandonó la URSS para encabezar una campaña de solidaridad que obligara a la liberación de su hijo. Inició su cruzada en la España republicana. Acompañada por María, “la del Socorro Rojo”, como se conocía entonces a Tina Modotti, hizo una gira de encendidos actos por el país. Pronto inició la Guerra Civil y Leocadia viajó a Francia e Inglaterra.
Esta mujer sexagenaria logró levantar un movimiento internacional de solidaridad con Prestes que fue la mayor campaña por la liberación de un preso político de su época. Incansable, visitaba periódicos, sindicatos, partidos, parlamentos y jefes de estado. Una verdadera lluvia de telegramas llegaba a Brasil. Provenían de intelectuales de la talla de Romain Rolland, André?Malraux, Pablo Neruda, de líderes políticos como Dolores Ibarruri, Lázaro Cárdenas, César Uribe y de todo tipo de organizaciones. Comités de solidaridad con Prestes surgieron en Estados Unidos, América Latina, Australia y Nueva Zelanda. Con la deportación de Olga a Alemania la campaña se intensificó. Leocadia y Ligia viajaron a Ginebra para obtener ayuda de la Sociedad de las Naciones y de la Cruz Roja Internacional. Las gestiones de estos organismos les permitieron conocer el nacimiento de la niña. En tres ocasiones fueron a Alemania a gestionar ante la Gestapo la libertad de madre e hija. Finalmente, lograron que el 21 de enero de 1938 la Gestapo les entregaría Anita Leocadia. Obtuvieron también la vaga promesa de que Olga, a la que nunca pudieron conocer, sería liberada más adelante.
México y Prestes
El caso Prestes, como bien señala Guillermo Palacio en su estudio sobre las relaciones entre ambos países, fue un permanente foco de tensión entre México y Brasil. Pese al importante papel que jugaba el petróleo mexicano en las importaciones brasileras desde el periodo de Calles y el Maximato, los dos países grandes del continente no sólo tenían modelos políticos enfrentados, sino una diferente concepción de la política exterior y las cuestiones religiosas. Las relaciones no habían sido tersas y el caso Prestes las agravó más aún. Aunque la llegada al gobierno de Cárdenas abrió tímidas esperanzas de mejoría, muy pronto los diplomáticos brasileros lo catalogaron como una “escalada comunista” y la mutua animadversión se intensificó.
La prisión de Prestes provocó una reacción inmediata de la intelectualidad mexicana que hizo llegar el 26 de marzo de 1936 una carta a Vargas en la que se exaltaba la figura del encarcelado, lo comparaban con Batlle y Ordóñez de Uruguay, Irigoyen de Argentina, y Madero en su esfuerzo por sintetizar las aspiraciones nacionales de las clases medias, los campesinos y los obreros. Fue la avanzada de una gran cantidad de telegramas presionando por su liberación. Carlos Alves de Souza, el encargado de negocios interino de Brasil en México, un nazifascista y antisemita confeso, no encontraba descanso en sus protestas ante la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana por la injerencia de personalidades del gobierno en la campaña Prestes. En tanto, las manifestaciones se sucedían frente a la embajada de Brasil, que pidió protección de una guardia armada. Aun más, en junio, el sindicato de la educación mexicana envió una carta a Vargas en la que le anunciaba que los 30 mil maestros de primaria de México se encargarían de hacer conocer a sus alumnos en cada escuela “el régimen de terror y de falta de libertad que se vivía en Brasil”.
La situación se volvió aún más grave en 1937, una vez instaurado el Estado Novo en Brasil con su Constitución totalitaria y corporativista. El nuevo embajador mexicano en Río, José Rubén Romero, catalogado en los círculos diplomáticos brasileros como un recién llegado del “ambiente rojo de España”, recibió varias solicitudes de asilo de militares, periodistas y profesionales vinculados con Prestes. La cancillería mexicana a cargo de Eduardo Hay no fue muy receptiva, ni deseó exponer aún más las relaciones. Aconsejó a Romero que lograra que los asilados abandonaran la sede diplomática, ya que el gobierno de Vargas le ofrecía garantías de respetar sus derechos. Romero actuó con un alto sentido humanitario y se rebeló, en lo posible, contra las instrucciones que recibió. Trató de embarcarlos en un navío que llevaba a asilados de la embajada argentina hacia Buenos Aires, pero sus protegidos se negaron a ser objeto de una deportación disfrazada. Debió solicitar apoyo policial para defender la embajada mexicana pues Acción Integralista, un agrupamiento político fascista, amenazaba asaltarla. En respuesta, la embajada de Brasil en México solicitó la protección correspondiente para defenderse de los manifestantes del 20 de noviembre en la ciudad de México. El gobierno de Cárdenas desprotegió totalmente la embajada de Brasil. Retiró el único policía que la custodiaba, para desacreditar la acusación. El alto control que ejercía sobre el movimiento sindical y popular hizo que, durante las celebraciones del aniversario de la revolución, la sede brasilera no fuera siquiera molestada. Cuando Romero dejó el cargo a principios de 1938, quedaba un solo asilado en la embajada de México en Río. Los demás se habían reintegrado al país y la protección mexicana fue suficiente para que no fueran detenidos por la temible policía varguista. Claro que en Brasil habían cambiado algo las cosas. Vargas abandonó sus efluvios fascistizantes y se alineó con la neutralidad que impulsaba Roosevelt, más adelante declaró la guerra y envió tropas a luchar contra el Eje.
México estaba decidido a distender las relaciones entre ambos países. Leocadia y Ligia solicitaron, en julio de 1936 visa en la embajada de México en París para promover la campaña. Se les negó entonces el ingreso. La Secretaría argumentó que su presencia era inútil dado que las gestiones para liberar a Prestes estaban a cargo del propio gobierno. En marzo de 1937, el general Francisco Mújica insistió ante la cancillería solicitando el ingreso de la familia. La inminencia de la derrota española y el palpable clima bélico europeo deben haber activado la decisión. Ellas sentirían seguramente urgencia por abandonar París y les aterrorizaba la suerte que pudiera correr la niña recién rescatada de la Alemania nazi. Aunque no se conocen las circunstancias exactas, por la correspondencia se sabe que en octubre de 1938, madre, hija y nieta encontraron refugio en México, asiladas por el gobierno de Cárdenas. Aunque los aires cambiaron a partir de la llegada de Manuel Ávila Camacho, la presencia de las Prestes en el país activó la solidaridad del gobierno mexicano. Hacia 1941 el Ejecutivo y la Cámara de Diputados se plantearon solicitar a Vargas que permitiera el traslado a México de Luis Carlos, en calidad de asilado. Lo hacían sin embargo con cautela, ya que la Secretaría instruyó al embajador para que el tema no generara la impresión de una intromisión en los asuntos internos de Brasil.
Poco conocemos de la vida de esa familia en el México cardenista y avilacamachista. Ellas continuaron la campaña por la liberación del Caballero de la Esperanza aunque limitada al ámbito latinoamericano. La guerra en Europa hizo que doña Leocadia perdiera contacto con las tres hijas que habían quedado en la Unión Soviética invadida y con Olga, prisionera en Alemania. Aunque tenía una confianza inconmovible en la derrota del nazifascismo, que finalmente no alcanzaría a ver, temía en cambio por la suerte de su nuera.Las Prestes vivieron rodeadas del mundo intelectual, político y sindical mexicano. El exilio español recién llegado fue también su medio. Mantuvieron una amistad estrecha con Tina Modotti quien frecuentaba su casa, al punto que Doña Leocadia presidió el velorio de la fotógrafa. Este amplio círculo social debe haber menguado en algo las angustias e incertidumbres que padecían. Ligia reconoció que no hubo alegrías durante su estancia en México, sino una larga espera de correspondencia y noticias. Los peligros que corría la familia obsesionaban a la madre. Por eso, entre marzo-abril de 1942, Leocadia consultó dos videntes. Ambas le aseguraron que su nuera había muerto. Según contó Neruda a un círculo de amigos, le envió un cable mientras el poeta visitaba Cuba diciéndole: “Dile a Prestes que Olga murió”. Neruda no encontró forma de hacerle llegar la noticia pero guardó el cable y se lo entregó a Luis Carlos luego de su liberación.
Una vez muerta la madre, Ligia y Anita Leocadia permanecieron en México. La hermana de Prestes recibió el ofrecimiento que le hicieron llegar el general Cárdenas y su esposa de adoptar la niña. En consulta con su hermano preso ambos tomaron la determinación de mantenerla junto a la familia. Ligia fue su madre adoptiva. Ambas regresaron a Brasil el 28 de octubre de 1945. Aunque el embajador de México en Brasil sugirió a la cancillería que costeara los gastos de traslado, obtuvo una negativa ante el temor de que fuera considerada una actitud injerencista. Se inició en México una colecta privada para financiar el traslado, que finalmente fue costeado desde Brasil por los partidarios de Prestes. Luis Carlos había sido liberado por las amnistías de Vargas y conoció entonces a su hija Anita Leocadia de nueve años. Fue un encuentro fugaz, porque al día siguiente se produjo un golpe de estado que derribó a Getulio y se inició una nueva persecución contra los comunistas. Prestes debió pasar a la clandestinidad. Prisión, clandestinidad y exilio siguieron acompañando a los Prestes durante gran parte de su futura vida. Con muchas luces y algunas sombras sobre la política mexicana de asilo, el caso Prestes se cerró en 1945. La distensión y las buenas relaciones predominaron entre ambos países hasta el golpe de estado de 1964, cuando una nueva ola de asilo político se derramó sobre la sede diplomática mexicana en Brasil. Entonces México había acuñado una amplia experiencia que sustentaría su política en años posteriores. De ella y de la sensibilidad social del país se favorecerían las nuevas oleadas del exilio sur y centroamericano del último tercio del siglo XX.
PARA SABER MÁS:
- Fernando Morais, Olga, Caracas, Monte Ávila, 2008.
- Guillermo Palacios , Intimidades, conflictos y reconciliaciones: México-Brasil, 1822-1993, México, SRE Acervo Histórico Diplomático, 2001.
- Olga, Brasil, 2004. Dirección: Jayme Monjardin. Guión: Rita Buzzar, sobre la novela de Fernando Morais.
- En DVD y en la red:
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