Graziella Altamirano Cozzi – Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 1
El 23 de abril de 1811 los habitantes de San Felipe el Real de Chihuahua se arremolinaron en las principales calles de la villa para ver pasar a “la collera” que había llegado de Monclova, con el fin de que los presidiarios que la integraban fueran juzgados como cabecillas responsables de la insurrección iniciada hacía siete meses en el pueblo de Dolores. Desde el primer llamado a la rebelión, en septiembre de 1810, los caudillos iniciales habían encontrado eco entre la población, provocando que la revuelta popular se propagara rápidamente por muchos rincones del extenso Reino de la Nueva España y contara con miles de adeptos, sobre todo gente de campo desposeída, que se sumaba día con día al ejército insurgente. El movimiento había crecido de una manera inconmensurable y después de las primeras victorias, y de algunos intentos de reformas, como la abolición de la esclavitud y el cese de los tributos, publicadas en “El Despertador Americano”, periódico rebelde que se editaba en Guadalajara, siguieron las desavenencias entre los principales jefes, la indisciplina y las grandes derrotas militares.
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