Roberto Fernández Castro
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 20.
Porfirio Díaz supo aprovechar la fotografía para cuidar una imagen sin emociones ni sentimientos, de un militar frío, inquebrantable y de mano dura. Ya en la ancianidad, se retrataba como un patriarca austero y benigno. De héroe militar republicano a estadista y constructor de una nación moderna. El culto porfirista sería sustituido luego de su caída por un antiporfirismo igualmente poderoso.
¿Qué clase de persona fue Porfirio Díaz? La pregunta que el periodista y caricaturista Carlo de Fornaro se hizo, y que con tremenda saña respondió en las páginas de su libro Díaz, zar de México (1909) no puede ser extraña para un biógrafo, pero a veces lo es para el historiador, sobre todo cuando nos olvidamos de la importancia de nuestro trato con las personas del pasado, o cuando la vida personal, incluyendo la propia, deja de ser el inicio y el fin de la historia. Para Fornaro, director artístico del suplemento dominical del Diario Ilustrado que dirigía Juan Sánchez Azcona, como ocurría con las biografías de la antigüedad, la descripción física de Porfirio Díaz ocupa el sitio de primera importancia: un hombre de mediana estatura que gracias a la excelente proporción de sus miembros parecía alto; de gesticulación mesurada y calmosa, con la frente baja, oblicua e intelectual.
Los ojos, como cuentas, penetrantes, eran algunas veces bondadosos y festivos, pero siempre observadores y suspicaces. La nariz deformada por sus ventanillas demasiado amplias, la barba ancha, las mandíbulas macizas y articuladas, las orejas grandes y afeadas por largos lóbulos, pero características de hombres y de razas destinados a la longevidad. El pelo y el bigote blancos, el cutis claro y salpicado de rojas manchas hécticas.
El objeto de tan minuciosa descripción era servir como contraste con los retratos de cuando Díaz tenía 37 años, para percibir una transformación tan maravillosa como increíble, pues merced al restregamiento, al estropajo, a los baños de regadera, al jabón y a la alimentación propia de la gente, el general se había transformado de un grasiento capitán de mercenarios en un completo zar blanco, algo así como el producto del cruzamiento de un prusiano Bismarck de frente estrecha y de un dorado Crispi azteca.
Díaz había concentrado además todas sus energías en el gran juego de la política y de su ambición personal, desechando todo aquello que para los hombres de su tiempo y de su posición resultaba atractivo: jugar, fumar, beber, poseer mujeres, asistir al teatro, aficionarse a las bellas artes, a los deportes o a la lectura.
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PARA SABER MÁS:
- Díaz y de Ovando, Clementina, Invitación al baile: arte, espectáculo y rito en la sociedad mexicana (1825-1910), México, UNAM, 2006, 2 vols. + 1 CD ROM.
- Fornaro, Carlo de, Díaz zar de México, México, Debolsillo, 2010.
- Garner, Paul, Porfirio Díaz: del héroe al dictador. Una biografía política, México, Planeta, 2010.
- Rosa Casanova, Francisco I. Madero, entre la imagen pública y la acción política 1901-1913, México, Museo Nacional de Historia INAH, 2012.