La última defensa del gobierno virreinal de Nueva España

La última defensa del gobierno virreinal de Nueva España

Eduardo Adán Orozco Piñón
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44.

Agustín de Iturbide entró a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821 tras una campaña militar de tan sólo siete meses, no exenta de enfrentamientos armados, pérdidas humanas y crisis alimentaria, aunque la versión más divulgada habla de un proceso incruento, ordenado y pacífico.

… seis meses bastaron para desatar el apretado nudo que ligaba a los
dos mundos. Sin sangre, sin incendios, sin robos ni depredaciones,
sin desgracias y –de una vez– sin lloros y sin duelos; mi patria fue
libre y transformada de colonia en grande imperio.

Agustín de Iturbide, Memorias escritas desde Liorna, 1823

Cuando hablamos de la guerra de la independencia lo primero que nos llega a la mente es su inicio. De aquel primer momento conocemos a los personajes, las acciones, el itinerario y las ideas de aquellos que se rebelaron contra el gobierno virreinal. Paradójicamente, la consumación del movimiento libertario es un tema muy poco entendido, sus personajes nos resultan más lejanos, las ideas se vuelven confusas, las motivaciones se hacen turbias. Baste como ejemplo que prevalece la versión de Agustín de Iturbide sobre una independencia ordenada y pacífica sin derramamiento de sangre, como si se hubiera tratado de un paseo militar por las provincias novohispanas. Es por ello que las siguientes líneas pretenden ofrecer un panorama de los últimos meses del gobierno virreinal con la intención de acercar a los lectores a una interpretación más compleja y completa de dicho proceso.

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Entrevista de los señores generales O’Donojú, Novella y Agustín de Iturbide, óleo sobre tela, ca. 1822, Museo Nacional de Historia. Secretaría de Cultura-INAH-Méx. Reproducción autorizada por el INAH.

El cerco

Tras la promulgación del Plan de Iguala y de la creación del Ejército de las Tres Garantías, comandancia tras comandancia de la Nueva España fueron cediendo ante el impulso independentista. Sorprende la rapidez del avance de las fuerzas trigarantes, pues en tan sólo seis meses lograron hacerse con el control de todas las zonas militares importantes. Para julio de 1821, el único punto fuerte que quedaba en manos del régimen virreinal era la ciudad de Puebla, que durante ese mismo mes se encontró bajo sitio. Ya entonces, amplias zonas del sur y el Bajío novohispano estaban controladas por la trigarancia.

Los jefes del movimiento independiente comenzaron a concentrarse sobre puntos específicos con la intención de aislar a la capital para imposibilitarle el abasto de recursos y tropas. José Joaquín de Herrera y Nicolás Bravo fueron sobre Puebla, Santa Anna cayó sobre el puerto de Veracruz, Antonio León sobre Oaxaca y Vicente Filisola aseguró Toluca.

Ante esta situación, algunos cuerpos armados leales al régimen español se replegaron a la ciudad de México, con la esperanza de concentrar allí una fuerza lo suficientemente grande para contrarrestar la rebelión de Iturbide. Pero los oficiales virreinales allí reunidos con el ánimo de actuar contra el movimiento trigarante se encontraron atados de manos debido a la inactividad del virrey Juan José Ruiz de Apodaca, conde del Venadito.

La estrategia de Iturbide para rendir a la ciudad de México se desarrolló de la siguiente manera: él se acercó por el oriente; Miguel Barragán desde Toluca; Vicente Filisola hizo lo propio desde Chalco y Anastasio Bustamante avanzó desde Cuautitlán. Estos movimientos comenzaron a realizarse a finales de julio de 1821. La correspondencia que mantuvo el primer jefe durante ese mismo mes con sus comandantes es ilustrativa de la ruta trazada por las tropas de ambos bandos en las inmediaciones de la capital. Una carta que le dirigió Luis Quintanar el 16 de agosto de 1821 muestra que la villa de Guadalupe era un punto estratégico, por ser una zona de entrada y salida para las tropas realistas: si las fuerzas independientes tomaban el control de ese lugar podrían bloquear la entrada de víveres y refuerzos para el gobierno español.

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Solemne y pacífica entrada del ejército de las tres garantías en la capital de México, el día 27 de septiembre del memorable año de 1821, óleo sobre tela, ca. 1822, Museo Nacional de Historia, Secretaría de Cultura- INAH-Méx. Reproducción autorizada por el INAH.

Otra carta, esta vez de Iturbide para el marqués de Vivanco, arroja luz sobre las intenciones trigarantes en la capital: las fuerzas de la vanguardia y la retaguardia, al mando de este y de Luis Quintanar, debían tomar posiciones desde Tlalpan hasta la hacienda de Santa Mónica en el actual Tlalnepantla, pasando por Tacubaya. El documento también ordenaba ocupar y proteger Chalco y que, en el momento de establecerse en las nuevas posiciones, las fortificaran de inmediato “con saquillos de tierra o de otra manera”. Iturbide recomendaba que “en caso de ser superiores las fuerzas enemigas debe excusarse la acción”, de igual manera, mandaba restablecer el suministro de agua a la capital, pues “sin hacer sufrir este mal a los habitantes de México, concluiremos en breve nuestra grande obra”.

Comenzaba así, durante el mes de agosto, el sitio de la ciudad de México. La cercana presencia de las fuerzas independientes provocó que creciera gradualmente la tensión en esta hasta desatarse una serie de escaramuzas en las localidades circundantes, situación que sólo tuvo final hasta que la trigarancia pactó con Juan O’Donojú.

Capital fortificada

El avance de las tropas trigarantes hacia la ciudad de México provocó reacciones adversas a la política seguida hasta ese momento por Apodaca. Tal vez si este gobernante hubiera dado la orden de combatir a fuego y sangre a la rebelión desde sus inicios, tarde o temprano esta habría sido contenida. No hay duda de que esa opinión prevalecía entre los comandantes de los regimientos expedicionarios aún leales al régimen virreinal, pues ante el desolador panorama decidieron dar un golpe militar la noche del 5 de julio de 1821, obligando al conde del Venadito a firmar su propia renuncia:

Entrego libremente el mando militar y político de estos reinos, a petición respetuosa que me han hecho los señores oficiales y tropas expedicionarias, por convenir así al mejor servicio de la nación, en el señor mariscal de campo D. Francisco Novella, con solo la circunstancia que por los oficiales representantes se me asegure la seguridad de mi persona y familia … y se me dé además la escolta competente y pasaporte del Sr. nuevo capitán general, para marchar en el siguiente día a Veracruz para mi viaje a España; dejando a cargo de dicho señor Novella, con toda la autorización competente, dar las disposiciones y órdenes para continuación del orden y tranquilidad pública […].

A pesar de esta drástica e impopular medida, el tiempo de tomar la ofensiva ya había pasado; el movimiento trigarante crecía en popularidad todos los días, volviéndose evidente para los realistas su propia inferioridad numérica.

En el momento en que los militares golpistas pusieron al mariscal de campo Francisco Novella, a la cabeza de la Nueva España, se encontraba en la capital un ejército realista compuesto por 5 379 hombres. Ello deja ver la intención de los militares –al menos por parte de los comandantes– de defender hasta las últimas consecuencias a la ciudad de México, último bastión del poder virreinal.

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