Lourdes Roca
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 22.
Podemos ver la catedral y la plaza con todas sus esquinas desde un Angulo no tan común: oblicuo o inclinado y dirigido hacia el sur. Pero justo este es el propósito, apreciar la Catedral Metropolitana y su entorno con otros ojos: no vemos la clásica fachada del inmueble, que siempre aparece monumental. En esta toma podemos apreciar la cara que nunca vemos de la catedral, sus techos, torres y cúpula sobre todo. Observamos cual meticuloso plano, su planta y la del sagrario metropolitano, así como la del seminario, un vasto edificio casi de la misma proporción que la propia catedral, que para esos años todavía estaba en pie.
Lo que interesa aquí es poner la atención en el paréntesis que enmarcó al inmueble por casi medio siglo, un paréntesis que en gran medida condicionaba los usos de la propia catedral: quiénes la visitaban, cuándo, antes de qué o después de qué. Con claridad podemos ver no solo el Zócalo ajardinado, escasos años después de haber arrasado con los frondosos árboles que contenía la plaza, sino también las dos plazuelas que enmarcan el recinto eclesiástico, la de Seminario al oriente y la del Empedradillo al poniente. En ellas centraremos nuestra atención, buscando imaginar lo que rodeaba cotidianamente a la catedral del siglo XIX al XX.
Del lado oriente, a la izquierda de la fotografía, podemos ver lo que era la plaza de seminario, ajardinada y todavía con el monumento hipsográfico (en sus orígenes medía el nivel de las aguas del lago de Texcoco), pocos años antes de su traslado al otro lado de la catedral. Al fondo de la plaza, una construcción rectangular llama nuestra atención. Destinado a la venta de libros viejos, este kiosco permaneció desde los años ochenta del siglo XIX hasta cuatro décadas después en este ángulo, conviviendo con las opciones de divertimento típicas de los días festivos: carpas y teatros para tandas, títeres y zarzuelas, y hasta un circo, el de los Hermanos Orrin.
El kiosco de libros viejos en la Plaza de Seminario, ca. 1922.
Del lado poniente, a la derecha de la fotografía, observamos la plaza del Empedradillo, a su vez ajardinada y con un llamativo quiosco en su parte final, el quiosco de las flores que también permaneció ahí durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. La cotidianidad podemos imaginarla muy bien, a través de los sonidos, olores y colores que acompañaban estas instalaciones.
El kiosco de las flores en la Plaza del Empedradillo, ca. 1920.
El Zócalo siempre se ha destacado por los múltiples usos sociales de su espacio y su entorno. A pesar de permanentes esfuerzos por regularlos y de insistir en lo que se puede o no hacer en él, a lo largo de toda su existencia la población ha hecho gala de mucho ingenio a través de gran diversidad de manifestaciones y apropiaciones de este espacio urbano. Para el periodo que aquí referimos, des- de luego la venta de libros y de flores era cosa de todos los días. Después de asistir a misa, dos buenas opciones se encontraban en ambos lados del recinto.
Con motivo del aniversario de la catedral y próximos a poder disfrutar de nuevo del sonido de sus órganos, sirva rememorar que en su entorno siempre han prevalecido las alternativas de esparcimiento para la población, desde la concepción del Paseo de las Cadenas a mediados de los tiempos decimonónicos, hasta este periodo que revisamos, previo a la invasión vehicular de ambas plazuelas ya entrado el siglo XX, que duraría muchas décadas más hasta recientes propuestas de recuperación peatonal.
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