Eder Antonio de Jesús Gallegos Ruiz
Una buena manera de acercarse a la problemática militar de la primera fase de la guerra de Independencia es la de plantear que la sublevación comenzó sin que los insurgentes dispusieran de armas apropiadas para pelear. Recordemos sólo una de los tantos relatos sobre su salida del curato de Dolores la madrugada del 16 de septiembre de 1810: “Los indios […] se adhirieron a Hidalgo, yendo todos a armarse, unos con lanzas, machetes y hondas que les entregó Hidalgo, y otros con las mismas armas, arcos, flechas y garrotes que ellos se procuraron.”
Pero como la necesidad es la madre de la inventiva, jefes y combatientes rebeldes se sirvieron de ella para armarse mejor y disponer incluso de artillería, la mejor expresión de la tecnología bélica en el siglo XIX. No de balde la palabra “artillería” proviene de la raíz latina Ars, artis, que en latín vulgar alude a un conjunto de engaños, intuiciones o máquinas, en suma, a que los avances en artillería son reflejo del ingenio y la invención.
El apremio insurrecto resultaba cuánto más acuciante ya que los peninsulares se contaban con este recurso bélico. La artillería se había desarrollado en el Imperio español, cuando se hizo también patente la importancia de tener un personal bien formado en técnica artillera. Felipe V de Borbón restableció las escuelas de artillería en el territorio peninsular: la Escuela de Artillería y Bombas de Cádiz en 1710 y las de Matemáticas y Artillería de Barcelona, Pamplona y Badajoz en 1722. Y Carlos III fundó en 1760 el Real Cuerpo de Artillería, la Compañía de Caballeros Cadetes y el Real Colegio de Artillería de Segovia, que fue el primer intento de una escuela militar para adiestrar oficiales.
En cambio, no hubo artillería americana más la llevada por las compañas de infantería enviadas en ese entonces al Nuevo Mundo, que además contaban con soldados que se hacían cargo del manejo de los cañones y demás piezas de gran calibre. Más aún, las primeras academias militares no se construyeron sino hasta muy avanzado el siglo, a fin de dar dignidad a las tropas allí establecidas, pero sobre todo por el gran temor de que Napoleón Bonaparte invadiera los territorios americanos.
La fabricación de armamento y municiones solía llevarse a cabo en la península ibérica, donde prosperó una industria consagrada a ello durante el siglo XVIII. Los pilares eran las maestranzas de artillería, las cuales, según el Diccionario de Autoridades de 1726 y la Real Academia Española de la Lengua, son los talleres y oficinas:
1. Donde se construyen y recomponen los montajes para las piezas de artillería, as. como los carros y útiles necesarios para su servicio.
2. Que se destinan a la artillería y efectos movibles de los buques de guerra.
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PARA SABER MÁS:
- JUAN ORTIZ ESCAMILLA, Fuerzas militares en Iberoamérica: siglo XVIII y XIX, México, El Colegio de México, 2005.
- Ver escena de la batalla de Puente de Calderón en la telenovela La Antorcha Encendida, en http://www.youtube.com/watch?v=qopCyUaOtj8.
- Visitar el Museo del Ejército y Fuerza Aérea de México (Filomeno Mata 6. Centro,México D.F.).
- Visitar la página electrónica de la Secretaría de la Defensa Nacional de México: http://www.sedena.gob.mx/index.php?id=81.