Darío Fritz
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 21.
Las matemáticas no puede decirse que tengan buena prensa. Desde la niñez siempre han sido un quebradero de cabeza. Cuando se evalúa la educación de los hijos en casa, en la propia escuela o el mismo país siempre están allí para recordarnos que son la insignia que marca el horizonte. Por eso cuesta tanto formar ingenieros, transforman en imperiosa la necesidad de los contadores y nos dicen que sin conocerla a fondo no hay prosperidad posible. Pero siempre habrá un imprescindible maestro Francisco Escudero Hidalgo que pueda hacernos más legible el camino para domarlas y convivir con sabiduría con ellas.
La profesión de educar ha de ser una de las más nobles de las que nos rodean. Da todo sin pedir nada a cambio más que atención, no persigue el dinero, desalienta la fama y deja huellas imborrables en la memoria. Se puede educar al aire libre y hasta sin necesidad de pupitre. La nobleza está en transmitir el conocimiento.
Escudero Hidalgo daba clases como las de la imagen en el Hidalgo de 1909, y llevaba muy en las entrañas la enseñanza. Dirigió escuelas en su estado, Tlaxcala y el Distrito Federal, participó en debates nacionales sobre educación y también escribió textos sobre pedagogía e historia. A juzgar por el porte y su actitud directriz hacia la fórmula matemática del pizarrón, sin duda habría validado con creces el más complejo de cualquier examen de evaluación. Y sus doce atentos y atildados alumnos, a los que ni un mosco intentaría interrumpirlos, seguramente hubiesen superado con prestancia cualquier prueba ENLACE. Sólo la ausencia de niñas hace imperfecto el momento que captó el fotógrafo José Bustamante Valdés.