Faustino A. Aquino Sánchez
Museo Nacional de las Intervenciones
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41.
Cualquier pacto comercial con las potencias europeas o estadounidense a principios del siglo XIX, era tan necesario como desigual. Para los franceses, reacios a conceder reconocimientos de independencia, se trataba de una imposición antes que la búsqueda de mutuos beneficios y por eso instrumentaron una intervención militar al puerto de Veracruz, la primera, y que no sería la última.
Los líderes de las recién independizadas naciones hispanoamericanas vieron en la firma de tratados de comercio con las grandes potencias una manera de integrarse al mundo occidental. En Europa, las relaciones comerciales eran consideradas una muestra del grado de “civilización” de un pueblo, por lo cual podían dar aliados y respetabilidad a las nuevas naciones independientes. Las posibilidades de expansión que el mercado mexicano ofrecía a las potencias marítimas eran tan grandes que Inglaterra y Estados Unidos decidieron pasar sobre los derechos que Fernando VII, con el apoyo de la Santa Alianza, decía conservar sobre sus colonias, y otorgaron su reconocimiento a la independencia de México e Hispanoamérica. Así, México firmó con Inglaterra su primer tratado comercial en 1825 (con Estados Unidos se firmó en 1830), no obstante que era evidente la desventaja de tratar de igual a igual con la potencia manufacturera más desarrollada del mundo.
El caso con Francia fue más complicado. Francia era parte de la Santa Alianza y el llamado Pacto de Familia de los Borbones había sido restaurado en las personas de Luis XVIII y Fernando VII. El gobierno francés estaba entonces con la corona española y se negó a conceder su reconocimiento a ninguna nación hispanoamericana. Por el contrario, intrigó en la corte española con el objetivo de imponer en las nuevas naciones una serie de monarquías borbónicas y así lograr en el mediano plazo un lugar de privilegio en el mercado americano.
Esa intriga monárquica no fructificó y Francia comenzó a perder terreno en el mercado de México y el resto de Hispanoamérica en beneficio de ingleses y estadounidenses. Sus mercancías sí penetraban en dichos mercados, pero lo hacían en condiciones desventajosas. Esto produjo el descontento de sus navieros y comerciantes, quienes presionaron a su gobierno para que reconociera la independencia de Hispanoamérica y firmara tratados. El ascenso al trono de Carlos X en 1824, sin embargo, complicó más la situación, pues se trataba de un monarca recalcitrantemente absolutista y enemigo de los regímenes republicanos de América, por lo cual la formalización de las relaciones de Francia con el Nuevo Mundo tuvo que seguir esperando.
Los que no podían esperar eran los intereses comerciales de Francia, por lo cual el primer ministro, el conde Jean-Baptiste de Villèle, intentó establecer con México relaciones informales enviando a este país una serie de agentes oficiosos con la misión de obtener del gobierno mexicano algunas garantías para el comercio francés, el cual iba en continuo aumento con miles de toneladas de mercancías introducidas cada año (en 1827 se iba a llegar a las 12 000). Lo máximo que consiguió Villèle fue que en abril de 1826 se concediera a un oficial naval, llamado Alexandre Martin, el nombramiento oficioso de agente confidencial en México, en reciprocidad por el nombramiento del mismo tipo que se había concedido al agente mexicano Tomás Murphy en París. Por su parte, lo más que lograron de Francia los mexicanos fue la firma de un proyecto de tratado, que después fue conocido como Declaraciones de 1827, y que nunca llegó a tener valor oficial, pues tanto Luis XVIII como su sucesor Carlos X se negaron siempre a reconocer la independencia de México.
Desconfianzas
Las relaciones franco-mexicanas siguieron estancadas en la informalidad. Tal situación empeoró debido a que en México la repentina apertura al contacto con el exterior llevó a la población a reaccionar de manera negativa ante la creciente presencia de extranjeros, quienes llegaban al país para establecerse y dedicarse al comercio y diversos oficios. La xenofobia popular se expresó en una notable desconfianza e incluso agresividad contra los inmigrantes y sus intereses, de lo cual la expresión más violenta fue el saqueo de las casas comerciales extranjeras que se encontraban en el mercado conocido como El Parián, ubicado en la plaza central (hoy llamada Zócalo) de la ciudad de México, el 30 de noviembre de 1828, en medio del movimiento revolucionario que impuso en la presidencia al general Vicente Guerrero luego de que sus partidarios desconocieran el triunfo electoral del general Manuel Gómez Pedraza.
La inestabilidad condujo también a la bancarrota de las finanzas gubernamentales y, para paliar tal situación, se recurrió al expediente de imponer préstamos forzosos a la población, incluyendo a los extranjeros, quienes a su vez solicitaron la protección de sus respectivos representantes diplomáticos acreditados en México.
Todo ello agrió las relaciones franco-mexicanas, máxime cuando el gobierno mexicano comenzó a evadir el pago de las reclamaciones presentadas por el sucesor de Martin, Adrián Cochelet, quien, además, a diferencia de otros diplomáticos, negó el derecho del gobierno a imponer préstamos forzosos a los extranjeros e invocó la protección de las Declaraciones de 1827, sin más resultado que el de que se le recordara la invalidez de ese documento. Para colmo, el comercio francés entró en decadencia, en 1829 se iba a reducir a 7 000 toneladas. En los círculos políticos se cobró conciencia de lo desventajoso que era el libre cambio para un país que tenía que crear una industria propia y surgieron voces a favor del proteccionismo, a la vez que se hostigó al comercio francés aumentando las tarifas aduanales; pero lo más doloroso para los franceses fue que se les prohibió comerciar al menudeo, que era su principal actividad económica.
Cochelet pintó a su gobierno un cuadro tan desfavorable sobre la situación política del país y el peligro que corrían los inmigrantes franceses, que en París comenzó a verse a México como un país bárbaro y a Francia como la nación llamada a ejercer el derecho y la obligación de imponerle una lección de civilización. El agente pidió la asistencia de fuerzas navales y el rey Carlos X ordenó entonces el envío de una escuadra de guerra y el bloqueo de las costas mexicanas.
El derrocamiento de Vicente Guerrero por Anastasio Bustamante y Lucas Alamán en diciembre de 1829 evitó el conflicto, pues el último, como ministro de Relaciones Exteriores, detuvo las represalias contra el comercio francés. Si bien poco después, en julio de 1830, Carlos X fue derrocado y sucedido por Luis Felipe de Orleans, el conflicto iba a resultar inevitable debido a que, no obstante, el advenimiento al trono de un rey favorable a la independencia hispanoamericana, los intereses contrapuestos no iban a solucionarse con el simple cambio de gobernantes.
Luis Felipe de Orleans, a pesar de que anunció su reconocimiento inmediato e incondicional a la independencia hispanoamericana, se encontró con que Hispanoamérica se estaba rebelando contra el libre cambio. En todo el subcontinente se mostró indiferencia ante el reconocimiento de facto del nuevo rey de Francia, a la vez que falta de entusiasmo por obtener el de jure mediante tratados. En el caso de México la repulsión a negociar con Francia no fue tan obvia como en las naciones sudamericanas, pues se firmó un tratado de comercio en París el 13 de marzo de 1831; sin embargo, al ser presentado al Congreso para su ratificación, fue rechazado porque el negociador mexicano, Manuel Eduardo de Gorostiza, había concedido a los franceses el derecho a comerciar al menudeo con absoluta libertad. Esto iba en contra del tratamiento de nación más favorecida que ya se había concedido a otras naciones mediante tratados, por lo cual el documento fue rechazado. Sin embargo, también reflejaba una nueva actitud por parte de los mexicanos: el presidente Bustamante declaró que su gobierno ya no estaba dispuesto a pactar lo que en el pasado se había pactado “con otros pueblos”, y en cambio estaba decidido a ejercer la soberanía para arreglar, “según nuestra conveniencia, nuestro comercio interior”.
Del fracaso al bloqueo
Se firmó un nuevo tratado el 15 de octubre de 1832 en el que los negociadores franceses tuvieron que retirar la cláusula sobre libertad para comerciar al menudeo. Este tratado también fracasaría debido a que el Congreso mexicano lo ratificó exceptuando algunos artículos, lo que produjo la inconformidad del primer ministro de Francia en México, el barón Antoine Deffaudis, quien en 1834 propuso firmar una convención provisional en previsión de que su gobierno rechazara la ratificación incompleta, pero con el verdadero propósito de que en una nueva negociación su gobierno lograra obtener del mexicano la libertad de comerciar al menudeo para sus connacionales, pues este tipo de comercio había alcanzado la nada despreciable cifra de 16 200 000 francos (el comercio al mayoreo alcanzaba los 8 000 000 de francos).
La maniobra del francés resultó inútil pues, en febrero de 1835, el Congreso decidió invalidar las ratificaciones dadas tanto al tratado de 1832 como a la convención de 1834. Esto evidenció, a juicio de Deffaudis, que México, igual que el resto de Hispanoamérica, estaba adoptando el proteccionismo. Para colmo, el representante francés polemizó con el gobierno mexicano sobre su supuesta obligación de indemnizar a sus connacionales afectados por la inestabilidad política del país, cuando la postura mexicana era que el derecho internacional no le obligaba a ello.
La evidente reticencia de los mexicanos a concretar un tratado y los incidentes entre la población y los inmigrantes franceses orillaron a Deffaudis a indisponer a su gobierno contra México, y así lograr que París lo apoyara con el envío de fuerzas navales. Desde 1835 se dedicó a coleccionar toda clase de quejas de sus compatriotas, justas o injustas, para presentarlas como reclamaciones diplomáticas, y a exigir la protección de las Declaraciones de 1827, así como libertad de comerciar al menudeo y la exención de los préstamos forzosos para aquellos.
Con un hábil manejo de notas diplomáticas, en junio de 1837 el barón Deffaudis obligó al ministro de Relaciones Exteriores, Luis G. Cuevas, a exponer la postura de México sobre los problemas mencionados y, aunque Cuevas intentó ser conciliador explicando en una nota fechada el 27 de junio que las reclamaciones necesitaban de un análisis que podía llevar tiempo, y que México tenía derecho a imponer préstamos forzosos a todos los habitantes del país y a arreglar su comercio interior como mejor le conviniese, el barón presentó ese documento ante su propio gobierno como un rechazo definitivo y tajante de las demandas francesas. En París, el primer ministro, conde Louis-Mathieu Molé, recomendó al rey el 1 de octubre el envío de fuerzas navales contra México, que tendrían la misión de presentar un ultimátum exigiendo la satisfacción de las reclamaciones. Con el objetivo de amedrentar a toda Hispanoamérica, se ordenó también una expedición contra Argentina, donde el cónsul general, Aimé Roger, había desarrollado una misión diplomática muy similar a la de Deffaudis y también había alertado sobre el proteccionismo hispanoamericano.
Intimidación
Las fuerzas navales dirigidas contra México, compuestas de siete buques, se presentaron en Veracruz en enero de 1838 y acogieron a bordo de uno de los barcos al barón Deffaudis, quien redactó el ultimátum mencionado. Tras acusar al gobierno mexicano de violar el derecho internacional y presentarlo ante el mundo como un país incivilizado, exigió, mediante amenaza de bloquear las costas del Golfo, el pago de las reclamaciones –valuadas arbitrariamente en 600 000 pesos–, así como la firma inmediata de un tratado de comercio que incluyera la exención de sus connacionales de los préstamos forzosos y les garantizase libertad absoluta para comerciar al menudeo.
Tales exigencias representaban un atentado contra la soberanía nacional, pues se pretendía imponer a la nación un acuerdo comercial. En consecuencia, el presidente Anastasio Bustamante rechazó esta burda coacción y la escuadra francesa procedió a bloquear la costa del Golfo. En París se pensó que los mexicanos no resistirían el bloqueo, pues la mayor parte de sus ingresos fiscales procedían de las aduanas marítimas, además de que Bustamante enfrentaba graves problemas políticos y económicos (un levantamiento federalista y falta de recursos para pagar a la burocracia). Sin embargo, se resistió ocho meses, lo que obligó al rey Luis Felipe a enviar una nueva escuadra de guerra, esta vez compuesta de 20 barcos y comandada por un marino veterano de las guerras napoleónicas, el contraalmirante Charles Baudin. La nueva fuerza naval llegó a Veracruz en noviembre de 1838 y, ante la renovada negativa mexicana a firmar un tratado bajo amenaza, Baudin procedió a bombardear la fortaleza de San Juan de Ulúa el 27 y a ejecutar un desembarco en el puerto el 5 de diciembre.
Mientras tanto, en Europa Luis Felipe de Orleans enfrentaba la inconformidad de otros países –sobre todo Inglaterra– por haber cerrado el mercado más importante de Hispanoamérica. En enero de 1839 una escuadra de guerra británica llegó a Veracruz con el ministro plenipotenciario británico, Richard Pakenham, con la misión de mediar entre los contendientes para solucionar el conflicto y reabrir los puertos mexicanos. Bustamante y Baudin accedieron a la mediación y abrir negociaciones de paz. El primero aceptó pagar las reclamaciones, por ser el punto que menos atentaba contra la soberanía nacional, pero se negó a firmar el tratado que el rey de Francia exigía. A cambio, se ofreció al contraalmirante dar al comercio francés el mismo tratamiento que se daba al de otras naciones, lo cual no incluía la exención de los préstamos forzosos ni la libertad para comerciar al menudeo. Consciente de las dificultades que su gobierno enfrentaba por causa del bloqueo de México, Baudin cedió y el 9 de marzo firmó en Veracruz un Tratado de paz con los representantes mexicanos Manuel Eduardo de Gorostiza y Guadalupe Victoria.
Luego de firmada la paz, y cuando la escuadra francesa se reabastecía para retirarse, el contralmirante Baudin se quejó de que la prensa mexicana estaba ridiculizando las reclamaciones francesas, a las que presentaba como “fundadas solamente por algunos pasteleros cuyas tiendas habían sido saqueadas”, lo cual llevó al marino francés a abrir un nuevo y ríspido intercambio de notas diplomáticas. Por este último episodio, la primera intervención francesa en México pasó a la historia como guerra de los pasteles.
PARA SABER MÁS:
- Aquino Sánchez, Faustino A., Intervención Francesa, 1838- 1839. La diplomacia mexicana y el imperialismo del libre comercio, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997.
- Ver “La guerra de los pasteles. Una novedosa interpretación”, Condumex, 2007, https://bit. ly/2yFHJm6 https://www.youtube.com/watch?v=tFaRBcNyKBc
- Visitar el Museo Nacional de las Intervenciones, 20 de agosto s/n, col. San Diego Churubusco, Del. Coyoacán, CDMX.