Derechos humanos y salud mental. En el exilio rioplatense en México

Derechos humanos y salud mental. En el exilio rioplatense en México

Martín Manzanares
Universidad Iberoamericana

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  40.

Psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas argentinos y uruguayos tuvieron un papel destacado, tras su llegada al país en los años setenta del siglo pasado, en la recuperación mental de sus compatriotas y de otros latinoamericanos que escapaban de la opresión de las dictaduras. Su trabajo no tuvo como alcance únicamente resolver problemas de salud, se comprometieron y lucharon por denunciar y visibilizar las violaciones a los derechos humanos.

Ignacio Maldonado en Nicaragua, (s. f.). Colección particular de Ignacio Maldonado. Fotografía resguardada por el Museo Archivo de la Fotografía, Ciudad de México.
Ignacio Maldonado en Nicaragua, (s. f.). Colección particular de Ignacio Maldonado. Fotografía resguardada por el Museo Archivo de la Fotografía, Ciudad de México.

Durante la década de 1970 se hizo frecuente y notoria la necesidad de miles de argentinos y uruguayos de salir de sus países como consecuencia del ascenso del autoritarismo y la sistemática violación de los derechos humanos. La represión con la que se sometió a los habitantes cercanos al Río de la Plata provocó que buscaran refugio en el extranjero. La persecución de las dictaduras militares, coordinadas bajo el Plan Cóndor, hizo que argentinos y uruguayos –perseguidos políticos, mayoritariamente– se alojaran en otros países, principalmente de América Latina y Europa.

Dentro del clima de opresión en la parte sur del continente, México fungió un papel importante como destino para aquellos que buscaban huir de la tensión social y política que atentaba contra su vida y la de sus familias. Durante las décadas que van de 1950 a 1980, México recibió a miles de exiliados de América Latina. No obstante, la recepción de los diferentes exilios latinoamericanos de izquierda en México se desempeñó bajo una lógica de simpatía y apoyo para los extranjeros, pero de represión y censura en el caso de la izquierda mexicana.

En este contexto, un gran número de exiliados argentinos arribó a nuestro país -los cálculos hechos por diferentes actores y organizaciones promedian entre los 8 000 y 10 000, mientras que para el caso uruguayo rondaron entre los 2 500 y 3 000. Sin embargo, más allá de la cifra exacta, lo importante a resaltar dentro de esta comunidad que se instaló en México es la significación humana, profesional y cultural que la compuso pues llegaron músicos, gente de teatro, literatos, historiadores, politólogos, economistas, agrónomos, abogados, médicos, matemáticos y físicos. Entre ellos destacaban también psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, actores centrales de este trabajo.

Dos objetivos se plantea este artículo: el primero, ampliar la concepción de un profesionista que desde lejos puede ser apreciado bajo una imagen estereotipada ligada a una profesión liberal; segundo, reconstruir la actividad política en espacios públicos de solidaridad y denuncia de un puñado de actores, por lo que se abordará puntualmente la experiencia del grupo de Trabajadores de la Salud Mental y la trayectoria de Laura Bonaparte, psicoanalista con una intensa actividad ligada a la búsqueda de desaparecidos y a la promoción de los derechos humanos.

I

El exilio en México no fue sencillo. Lo que acontecía en Argentina y Uruguay llegaba a los rioplatenses a través de los periódicos y las charlas cotidianas. Marie Langer e Ignacio Maldonado,
dos de los psicoanalistas argentinos más reconocidos en el gremio y fuera de él, daban cuenta de lo difícil que fue establecerse en México y continuar con sus vidas: se lee:

Mataron a este compañero, a aquel otro. Se comenta espantado: ¿Supiste lo que le hicieron a Haroldo Conti?, dicen que enloqueció por la tortura, ¿Conoces a este chiquito que juega con mis hijos? Su madre se enteró ayer que habían matado a su esposo. Estamos en un grupo de estudios de la obra de Freud, llaman por teléfono a una de las presentes. Ella escucha y empieza a gritar: No, no puede ser. Mataron a mi hermano.

Estos acontecimientos iban de la mano con los sentimientos contradictorios por haber abandonado el Río de la Plata y haberse separado de los compañeros o conocidos que se quedaron en sus lugares de origen y con un destino incierto por el contexto de brutal represión.

Al notar las situaciones emocionales de sus connacionales, algunos psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas se aglutinaron en el Comité de Solidaridad del Pueblo Argentino (COSPA), tutelado por el académico y escritor Rodolfo Puiggrós, en el local de la calle Roma núm. 1, donde prestaron servicios de asistencia para los que habían sido objeto de represión, en conjunto con algunos miembros del Círculo Psicoanalítico Mexicano.

Los profesionistas que allí se reunieron dependieron de la Secretaría de Salud y Asistencia Social y de la de Cultura e Investigación del COSPA. Compartieron tareas con los médicos generales, mismos que se ocupaban de todo tipo de servicios, los cuales incluían partos y atención de enfermedades comunes. Las circunstancias y el arribo de noticias de asesinatos, torturas o desapariciones, desataron la crisis que conllevó a establecer una comisión aparte de los servicios de salud general. Así se dieron los primeros pasos en la consulta y atención para los exiliados argentinos y uruguayos, y de América Latina. Se aglutinaron bajo la organización de los Trabajadores de la Salud Mental (TSM), nombre que recuperaba una experiencia de militancia y psicoanálisis en Argentina. Los TSM participaron en una serie de actividades vinculadas a expandir y consolidar abordajes y teorizaciones de la psique, en paralelo denunciaron lo acontecido en sus respectivos países, lo cual incluyó el dar cuenta del cierre de “experiencias terapéuticas piloto” surgidas antes del golpe de Estado y que disputaron el tratamiento del poder manicomial, asimismo denunciaron la vuelta a las viejas prácticas psiquiátricas impuestas desde la junta militar y la persecución de la que fueron objeto los trabajadores ligados a la salud mental con orientación progresista.

Otras labores en las que se vieron inmersos los TSM fueron encuentros y congresos dedicados a la salud mental al interior de México, donde hicieron patentes sus preocupaciones, pero donde también dieron cuenta de sus actividades y ofrecieron respuestas o alternativas desde sus profesiones, haciendo notar que el compromiso político era el eje alrededor del cual se aglutinaba su terapéutica. También participaron en el extranjero con el mismo espíritu, así acudieron a distintos países latinoamericanos, a Estados Unidos y a Francia. Estas actividades confirmaron su participación activa a nivel nacional e internacional que fue más allá de los consultorios y divanes.

En 1981 lanzaron la publicación Gaceta de los Trabajadores Argentinos de la Salud Mental. Al frente del comité de redacción quedaron Enrique Guinsberg y Sylvia Bermann. La Gaceta fue el resultado de más de seis años de residencia y trabajo en México, donde los psicoanalistas se habían insertado en las distintas organizaciones e integraron comisiones de salud mental, dando atención terapéutica a sus connacionales y a exiliados latinoamericanos. Lo que se buscaba a partir de esta publicación era visibilizar su trabajo y transmitir lo que se realizaba, así como invitar a sus colegas en el extranjero a participar a través de interrogar a la profesión, proponer alternativas y propiciar diálogos políticos y profesionales. Desde el número 2 se decidió cambiar el nombre de la revista por el de Trabajadores de la Salud Mental Latinoamericanos.

El giro no fue superficial, tuvo un carácter más incluyente desde el comité editorial hasta la publicación de artículos donde también se destacaron las experiencias de equipos de salud mental en El Salvador, Uruguay y Chile.

Como se ha señalado anteriormente, varios exiliados latinoamericanos convivieron en México durante los años setenta. Entre los refugiados latinoamericanos se encontraban militantes nicaragüenses del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), quienes habían llegado al Distrito Federal en el otoño de 1978, luego de la caída de la ciudad de Estelí en un enfrentamiento con los militares somocistas. Se encontraron con la comunidad de argentinos exiliados agrupados en el Cospa, y estos prestaron sus instalaciones para que los combatientes centroamericanos se resguardaran. A los Tsm se les comunicó que los centroamericanos habían comenzado a desmoralizarse y por ello una de las autoridades de los nica, Chaio, encargada de la asistencia médica, concertó una cita con quienes coordinaban el área de salud mental. De este encuentro dan cuenta Ignacio Maldonado y Marie Langer:

Para ellos, encontrarse con psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos podría significar ser considerados locos […] El compañero explicó, frente a caras bastante perplejas, la causa de la reunión […] Después nos presentábamos. Sylvia [Bermann] empezó, explicaba que éramos militantes antes que profesionistas, que ella tenía a una de sus hijas desaparecida y a su único hermano preso […] Sin embargo, cuando les pedimos que nos contaran ahora ellos de sus vidas y sus dificultades actuales se produjo el silencio más incómodo. Después un compañero, de aspecto muy agradable, algo mayor que los demás y de modales seguros empezó a hablar. Nos dimos cuenta, recién al rato, que a través de sus preguntas quiso averiguar realmente si podíamos servir para resolver sus problemas. Primero preguntó: “Sé que entre los chilenos exiliados hubo muchos casos de suicidio, ¿por qué será?” Nosotros, un poco descolocados, respondimos como pudimos. Y después, ya enfocado directamente en la problemática candente: “¿Por qué muchos de nosotros, acá en México, empezamos a darle al licor?” […] Nos sentimos acorralados por estas preguntas directas hasta que uno de nosotros dijo que no íbamos a juzgar a nadie, ni a pronunciar sermones y que ellos, a pesar de ser militantes muy conscientes, tenían muchas causas para sentirse mal y justo por eso nos acercamos a discutir con ellos su problemática, pero no así masivamente, sino en pequeños grupos.

A través de este encuentro comenzó el trabajo con los nicaragüenses. Poco antes del triunfo de la revolución sandinista, los refugiados en México conformaron un contingente internacionalista que se dirigió a la ciudad de Diriamba, Sylvia Bermann había sido invitada como responsable política. El grupo fue testigo de la caída de Somoza y el establecimiento del gobierno revolucionario. Las condiciones en las que el sandinismo tomó el país no eran las más óptimas, imperaba el analfabetismo, la pobreza, la desigualdad social, el desempleo y la falta de hospitales. Además, miles de adultos y niños padecían las secuelas traumáticas de haber vivido bajo el terror y la represión de la temible guardia nacional de Somoza, muchos “estaban francamente deprimidos por las múltiples pérdidas de seres queridos ocurridas durante la lucha revolucionaria. Las neurosis traumáticas y las psicosis eran comunes, con síntomas de apatía, repliegue emocional, ansiedad, debilitamiento intelectual, paranoia y baja autoestima”, señala Nancy Caro Hollander, quien fue cercana al grupo y atestiguó la participación del equipo internacional.

Con Sylvia Bermann en Nicaragua se fortaleció el trabajo entre los exiliados y los nicaragüenses. La ex presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras recibió la invitación para trabajar junto al gobierno revolucionario. Sin embargo, por las dificultades de cambiar de residencia y transporte, Bermann le pidió a Marie Langer conformar un equipo de trabajo que viajaría periódicamente. Así se creó el Equipo Internacionalista de Salud Mental México-Nicaragua, integrado por psicólogos, psiquiatras y psicopedagógos, entre los que se encontraban la propia Langer, Ignacio Maldonado, Beatriz Aguad, Leticia Cufrè, Alicia Stolkiner, Nora Elichiry, Cristina Botinelli, Estela Troya, el chileno Javier Licencio y los mexicanos Jorge Margolis y Mario Campuzano. El objetivo primario fue fortalecer el área de salud mental de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autó- noma de Nicaragua, en León. La tarea pronto se extendió, pues fueron solicitados por el propio ministerio de Salud en Managua.

Por último, cabe resaltar que el equipo internacional de los TSM no sólo participó en Nicaragua; también en Cuba pudieron incidir y trabajaron de la mano con los exiliados rioplatenses que allí se encontraban, en particular con Juan Carlos Volnovich.

II

Otro ejemplo de denuncia y constancia política entre la comunidad de profesionales de la salud mental que arribaron a México fue el de Laura Bonaparte, psicoanalista egresada de la Universidad de Buenos Aires. Proveniente de una familia politizada, desde su formación profesional se inmiscuyó en el hospital Lanús, recinto que se caracterizó por atender a las clases más bajas y por incluir al psicoanálisis como una herramienta terapéutica. Ahí laboró por más de diez años, participó en actividades de promoción de salud pública y mental en las zonas más desfavorecidas de la urbe argentina, y donde señalan algunos testimonios, dio muestra de sus incursiones como feminista.

Durante la década de 1970, Laura Bonaparte fue víctima de la violencia dirigida desde el Estado, tres de sus cuatro hijos junto a sus respectivas parejas fueron asesinados por su militancia política, la tragedia no paró ahí pues su esposo, Santiago Bruschtein, también fue privado de la vida. La represión de la que fue objeto su familia llevó a Laura a trabajar de cerca con personas que, como ella, sufrieron agravios. Así, fue miembro de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sin embargo, por su intensa lucha y participación en la búsqueda de los desaparecidos fue objeto de un atentado, lo que la obligó a exiliarse en México por recomendación de familiares y compañeras de lucha.

Instalada aquí, compartió tareas con el grupo de los TSM y su compromiso se extendió por diversos frentes. Se relacionó con los demás comités de solidaridad argentino, entre ellos la COSAFAM. Denunció desde cuanta plataforma le fue posible las atrocidades cometidas por las dictaduras y desde esos mismos lugares exigió justicia. Impulsó una fuerte campaña a favor de los derechos humanos a nivel internacional para que la desaparición forzada de personas fuese considerada delito de lesa humanidad, a fin de que los delitos no prescribieran. Su activa participación la llevó a establecer vínculos con organismos de derechos humanos, entre ellos Amnistía Internacional, donde prestó servicio como observadora en los campos de refugiados de Guatemala y El Salvador, viajó a Líbano para denunciar las masacres cometidas por el ejército de Israel y en sus periplos internacionales visitó Bosnia y se solidarizó con las mujeres musulmanas, víctimas de la “limpieza étnica”.

Al interior de México trabajó de la mano con Rosario Ibarra de Piedra, quien fue víctima de la represión dirigida desde el Estado mexicano y activista importante en la lucha para el esclarecimiento de los desaparecidos políticos. Ambas participaron en agendas de lucha en común, lo que llevó a afirmar a Laura que “El dolor de las madres mexicanas es igual al nuestro”. Además, la psicoanalista argentina fue partícipe de grupos feministas, su labor en este tema quedó plasmada en la revista Fem y en las participaciones en diversos congresos. De tal forma, su labor no fue sólo por los desaparecidos, sino que incorporó otros temas a su lucha como igualdad de género, derecho al aborto y el respaldo al movimiento LGBTTTI.

Laura Bonaparte fue militante hasta su vejez, sólo frenada por el Alzheimer. Hoy es recordada por las organizaciones de derechos humanos mexicanas y rioplatenses.

III

Si bien aquí no se incluyó a la totalidad de profesionales de la salud mental que llegaron de Argentina y Uruguay, su heterogeneidad y riqueza, su presencia en México incidió de forma destacada en consultorios, hospitales, instituciones gubernamentales y universidades. A través de estas páginas se ha querido dar cuenta de un sector del exilio del que la historiografía se ha ocupado poco.

Se considera que los casos descritos ejemplifican la incidencia política y de denuncia de estos actores argentinos y uruguayos exiliados en México. Si hubiese que dar un criterio del porqué se da cuenta de estas experiencias y no otras, habría que señalar que se escogieron por su significación, alcance internacional y la documentación existente en torno a ellas. Son trayectorias que apelan a no victimizar a quienes fueron objeto del exilio, sino que recuerdan sus múltiples participaciones y solidaridad con otras batallas.

Para saber más

  • Bruschtein, Natalia, El tiempo suspendido, México-Argentina, Centro de Capacitación Cinematográfica, 2015, 68 min.
  • Dutrénit, Silvia, El Uruguay del exilio. Gente, circunstancias, escenarios. Uruguay, Trilce, 2006.
  • Hollander, Caro, Amor en tiempos del odio. Psicología de la liberación en América Latina, España, Homo Sapiens, 2000.
  • Yankelevich, Pablo, Ráfagas de un exilio. Argentinos en México, 1974-1983, México, Colmex, 2009.