“Cuando la calle era nuestra”

“Cuando la calle era nuestra”

Daniela Lechuga Herrero
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 48.

¿Cómo era el México de los años treinta del siglo pasado en un barrio periférico como Mixcoac? Aquí lo relata Matilde Pereyra. Hoyos con agua, calles empedradas e inundadas muchas veces, con olor a árboles de trueno, escasas de automóviles y repletas de niñas y niños. Un pueblo de leyendas, cines, carpas y trenes destartalados.

Autobús de pasajeros de los años 30’s Tacubaya-Mixcoac-San Ángel, ca. 1977. Archivo General de la Nación, Fondo Hermanos Mayo, Concentrados, sobre 496/1-A.
Autobús de pasajeros de los años 30’s Tacubaya-Mixcoac-San Ángel, ca. 1977. Archivo General de la Nación, Fondo Hermanos Mayo, Concentrados, sobre 496/1-A.

Los recuerdos de Matilde Pereyra nos iluminan acerca de cómo era crecer en uno de los barrios con más tradición de la Ciudad de México. Entre las calles empedradas de Mixcoac los niños disfrutaban con posterioridad a la revolución del aroma de los árboles, caminaban por las milpas y jugaban en las piscinas de los hoyos llenos de agua que había dejado la fábrica ladrillera. Muchos otros barrios del Distrito Federal (D.F.) —denominación política que tenía en aquellos años— se encontraban también rodeados de naturaleza, lejos aún de las aglomeraciones y los automóviles.

Los niños que nacieron en la década de los años veinte y treinta del siglo pasado podían jugar en las avenidas y callejones. Ellos fueron parte de la generación que experimentó las nuevas políticas respecto a la infancia que instauraron los gobiernos posrevolucionarios con el fin de reconstruir el país y la ciudad. Asimismo, se convirtieron en el foco de atención, no sólo en México, sino también en América Latina, Estados Unidos, Canadá y Europa.

A diferencia de lo que había ocurrido en décadas anteriores, los menores tuvieron la posibilidad de sobrevivir a sus primeros años de vida, por lo que las aulas de las escuelas, así como otros sitios a lo largo de la ciudad, poco a poco se llenaron con sus risas. Para la década de los treinta, en la ciudad había 251 229 niños que se encontraban en un rango de cinco a catorce años, cifra que correspondía al 19% de la población, la cual era aproximadamente de 1 229 576 habitantes.

A partir de los primeros decenios del siglo XX, los infantes tuvieron mayor visibilidad en los espacios urbanos del D.F. Así, se construyeron nuevos parques a lo largo de la ciudad, se remodelaron otros, se levantaron tiendas departamentales en las que se vendían juguetes, se abrieron salas de cine en las colonias más alejadas del centro y se inauguraron nuevos teatros y carpas, que como las de teatro guiñol recorrieron los sitios más alejados de la capital. Por lo tanto, a partir de ese momento, los niños tuvieron acceso a nuevos lugares de diversión y, con su imaginación, construyeron los propios.

Por otra parte, los problemas de urbanización en la ciudad de México ocuparon la atención de médicos y políticos, puesto que la capital era de suma importancia para demostrar el triunfo de las políticas posrevolucionarias. En términos prácticos, se buscaba que la urbe funcionara mejor y que fuera ejemplo de la modernización que se estaba alcanzando en todo el país. Es el caso de los automóviles, que en 1928 transitaban unos 40 000 en toda la república mexicana y 15 000 sólo en el D.F, según daba cuenta el periódico El Universal.

Matilde Pereyra nació en el barrio de San Juan, Mixcoac, en 1924. Su familia estaba formada por su padre, madre y cinco hermanos. Como la mayoría de los menores de edad que crecieron en las periferias del D.F, estuvo inmersa en una dinámica distinta, puesto que muchas de las diversiones todavía se desarrollaban en el centro de la urbe, en lo que ella nombra como “México”.

La intención de recuperar su testimonio, resultado de la investigación acerca de los niños y la ciudad entre 1928 y 1941, es ubicar su experiencia como habitante de un barrio periférico durante las primeras décadas después de la revolución. Es importante rescatar la memoria de Matilde porque vivió su infancia en una época en la que el país, la ciudad y la vida de los niños se encontraba en plena transformación.


 El barrio de San Juan en palabras de Matilde Pereyra

Yo siempre fui de escuela oficial. Mis primeros años los hice en el jardín de niños que estaba frente a la iglesia de San Juan, en lo que antes había sido la casa de Octavio Paz, y se llamaba fray Pedro de Gante. Mi papá era administrador de una fábrica de tabiques. Mixcoac, mi barrio, quitando esas dos construcciones de la iglesia de San Juan que es del siglo XVI, la casa de Octavio Paz, la casa de Valentín Gómez Farías, que era lo que era el centro, había sido hecha de la fábrica de tabiques que se llamaba Noche Buena y estaba donde está hoy el toreo, la Plaza México.

Todo era hoyo porque para la fabricación de tabiques tenían que sacar el barro, entonces esa parte estaba llena de hoyos. Mi casa, en una calle que se llamó la calle del Rosario en el número 18, estaba rodeada también de hoyos. De esa calle se llegaba a las milpas. Cuando yo estuve chica todavía esos hoyos los hicieron milpas y ahí también en esos hoyos iban a descargar material de electricidad, había mucho desperdicio de cobre.

[Las milpas] no estaban tan lejos, al final de la calle, en los hoyos que habían quedado de la fábrica y ahí se metían los chicos que habían sido ladrilleros e iban a robarse las cañas, que no son cañas de azúcar, pero sí se comían y nos las vendían o nos las regalaban.

Teníamos una infancia muy bonita porque la calle era nuestra. No había coches, la calle estaba empedrada, no había ningún peligro para nosotros. Inclusive había en la calle árboles, eran truenos.  Cuando entraba uno a esa calle olía a trueno. Ahora o mucho después cuando yo olía a trueno recordaba mi calle, son unos árboles que dan unas flores muy olorosas. Inclusive en esos árboles mis hermanos jugaban y hacían su casita del árbol, no una casita del árbol como ahora se ve en las películas o se las hacen a los niños, no, eran tablas y tablas que ellos arreglaban de manera que era su casita del árbol.

Esa calle [Rosario] en tiempo de lluvias se inundaba porque también ese barrio está debajo de lo que es la presa de Tarango, entonces cuando llovía mucho se desbordaba la presa y se inundaba la calle que ahora es Carracci. Mis hermanos se divertían mucho porque como se inundaba, toda la calle de Augusto Rodin también. Como había que atravesar de una acera a otra se divertían poniendo una viga para dejar que pasaran las personas, les daban 20 centavos, cinco centavos o dos centavos, para ellos era su pasadero.

Las niñas qué íbamos a hacer eso. No, al contrario, en esa época nos tocaba, casi siempre en mayo, ir a ofrecer flores a la iglesita de San Juan. Nos llevaban con el vestido de la primera comunión, de coronita, velito, muy arregladitas a ofrecer flores. Y era muy bonita la iglesia porque le ponían una escalera que iba como un puente frente a la virgen de Guadalupe, la patrona de esa iglesia, y entonces íbamos y depositábamos nuestro ramito de flores. Era muy divertido. Y a nosotras las niñas, cómo íbamos a salir en tiempo de lluvias si mandaban por nosotros a recogernos a la iglesia para poder atravesar las calles que estaban inundadas. Nos recogían en… cargándonos. Un primo, que era el mayor, nos llevaba a la casa cargadas una por una o, si podía, se llevaba de a dos. Así que era una diversión hasta por el transporte.

[Al centro de la ciudad] íbamos de compras porque no había un Liverpool más que en el puro centro, Palacio de Hierro en el puro centro. Todo era en el centro, las tiendas que había en Mixcoac pues a veces no satisfacían las necesidades de la mamá o de las tías. Entonces allá, en México, había mucho ruido, había mucho olor a gasolina, muchos coches. Claro que no había tantos como ahora, pero había. Por mi lugar se veía un coche allá de vez en vez, y el tren, ahí sí había mucho movimiento, pero no se puede comparar con lo que hoy se ve. No, era escasa la circulación.

Cerca de la casa de San Juan había una carnicería, una panadería, una tienda que se llamaba de Guadalupe y que después fue de ultramarinos. Y era bonito mi barrio, por ahí pasaba un tren que se llamaba Colonia del Valle o Mixcoac, un tren de esos que ya se iba desbaratando pero que a los chicos les encantaba. Pasaba el tren y se colgaban de donde está el trole y ahí iban gritando en el tren. Un trencito que hacía más ruido que lo que caminaba, pero teníamos tren que era lo que recorría lo que hoy es Augusto Rodin, iba al centro de Mixcoac, regresaba y daba la vuelta a todo ese barrio.

[En] mi calle del Rosario vivíamos la pura familia Pereyra. Empezábamos nosotros, mi tía Esther, mi tía Amparito, mi tío Agustín, mi tía Petrita. Todas en una calle y todas estábamos en el mismo lugar, así que parecía que los papás se ponían de acuerdo para tener familia porque tenía primos de mi edad, y así íbamos. Así es que algunas veces les tocaba irnos a dejar [a la escuela] a mi tía o a mi papá o a mi mamá, y se turnaban ellos. Quién sabe cómo arreglarían el turno, pero nos llevaban a la escuela y nos iban a recoger hasta que estábamos como en cuarto o quinto año, ya de cuarto año no recuerdo bien, ya nos íbamos solos y nos regresábamos solos, porque las calles no tenían tránsito. Las calles eran para nosotros, nosotros jugábamos allí, las calles eran nuestras.

[Mixcoac] era muy importante porque, además, fue el barrio de Valentín Gómez Farías y se contaban leyendas de Gómez Farías. Me acuerdo de que nos contaban que salía un carro de lumbre que entraba a la iglesia porque lo castigaba y tanta cosa con Valentín Gómez Farías, que fue el primer liberal que trataba de separar a la iglesia del gobierno. Este… ese era mi barrio.

La calle

Las niñas jugábamos en la casa. En la casa de Mixcoac, en la casa del Rosario, mi mamá había arreglado un cuarto. Mi casa estaba construida la mitad a nivel de la calle y la otra mitad estaba de medio hoyo que daba para otra casa, de manera que éramos de hoyos. Y ahí mamá tenía un gallinero, pero cuando vio que teníamos que jugar y no salir a la calle, ahí nos hizo una casita de muñecas, pero no una casita de muñecas como ahora se ven, no, improvisada, pero ahí teníamos cocinita, ahí jugábamos a la comidita, ahí jugábamos a la escuelita, ahí jugábamos a que éramos las señoritas y nos poníamos de las primas mayores las pieles y los sombreros y lo que ellas nos podían regalar. Eso en la casita que había improvisado mi mamá y como mi mamá era como muy apapachadora, ahí iban a dar todas las primas.

Tenía yo muchas primas. Mis primas Beatriz, Meche, Lupe, y todas iban a la casa, a la casita. Salíamos a la calle, sí, pero de tacones, de sombrero y de todo lo que habíamos juntado, a taconear y a regresar. Taconear era muy difícil porque había empedrado, tenía banqueta. Las niñas íbamos a lucir lo que habíamos recogido de las primas.

La calle del Rosario estaba empedrada y con poquitos árboles, pero tenía árboles de trueno. También desembocaba a un callejón que se llamaba callejón del Rosario que al final tenía otro callejón que daba a la calle de Augusto Rodin, era pues una pequeña colonita, nos llevábamos también con los vecinos. Pero las niñas nomás nos llevábamos con las primas, los hermanos sí jugaban con todo el vecindario y con todos los muchachitos de la calle.

Todo me gustaba, hasta corretearme con el tren. Sí, íbamos a la escuela, salíamos nosotros y se oía desde que venía donde terminaba la calle de Augusto Rodin, que no sé cómo se llamaba en aquella época, se oía que venía el tren, entonces lo esperábamos y empezábamos a ver que daba la vuelta y a ver quién llegaba a la esquina de la casa y echábamos carrera y por fin ganábamos nosotros o a veces nos ganaba el tren.

La [fiesta] de la iglesia era el 12 de diciembre. Era famosa porque no solamente era con el barrio y con Mixcoac, venían gentes de afuera a los fuegos artificiales porque mi tío, que fue presidente municipal, fue cuetero, de los que hacían los castillos y eso. Entonces a la virgen, que era la patrona de nuestro barrio, le daba los fuegos artificiales más hermosos y hacía verdadera fiesta de pirotecnia. Y venían gentes de fuera a verlos, así que era una fiesta grande.

Los perros no eran tan cuidados, los perros eran callejeros, empezando por el de mi casa. Se levantaba la casa y el perro salía y regresaba hasta que le daban de comer y hasta el otro día volvía a salir. Casi era de la calle, pero era de la casa. Después se murió y tuvimos otro que se llamó Firablas, pero también de la calle. Yo digo que no eran de la casa, no eran caseros, [cuando] se abría la casa para ir a la escuela, el primero que salía era el perro. Los perros andaban afuera, regresaban a comer y se volvían a salir a la calle.

Juegos y parques

Estaba el monumento a Álvaro Obregón, ahí también íbamos a jugar. Nos íbamos caminando de donde nosotros vivíamos en Carracci. Nos íbamos caminando por Insurgentes hasta llegar al monumento, salíamos dizque a correr para hacer ejercicio, entonces sí salíamos niñas, niños, todos. Salíamos corriendo a las cinco de la mañana, todavía a oscuras, corre y corre. Nos dejaban ir, no les daba miedo que nos fueran a robar o que nos fuera a pasar nada, llegábamos a Álvaro Obregón y en las alfardas del monumento nos echábamos de resbaladilla. Cuando llegábamos al suelo se apagaban las luces y veíamos o nos hacíamos creer, que nosotros habíamos apagado las luces del monumento, pero era otro de nuestros juegos ir al monumento a correr.

Todos salíamos a jugar en la tarde acabando de comer, como a la cinco. Terminaba la siesta de los papás y nos salíamos a sentar a la ventana de la casa de mi calle de donde vivíamos y ahí se sentaban mi papá, mi mamá, mis tías que ya eran, pues los papás, a echarnos la reata, a jugar a los quemados, a jugar y pasaba un dulcero de esos que traen canasta, como de esos que todavía traen canasta de Xochimilco con dulces mexicanos. Pasaban y nos compraban nuestro dulce. Esperábamos que llegara a pasar, algunas veces no llegaba el malvado dulcero, y ni modo, pero también pasaban unas mujeres con azucarillos y nos cantaban tu canción “Azucarillo, para niño…”, y te cantaban un versito con tu nombre. El azucarillo era un conito rellenito de azúcar.

También pasaban otros que vendían pirulís. Esos sí todavía hay, pero esos no cantaban. La que cantaba era esa mujer, yo creo que veracruzana o algo así, con su guitarra y sus azucarillos, y nos compraban nuestro azucarillo. La pasábamos muy bien las tardes con los papás, jugando a veces ellos con nosotros a las quemadas, o a echarnos la reata, o a poner las alturas a la reata. Era la calle no pasaba coche, pero ya como a las seis, cuando empezaba a oscurecer, cada uno a su casa.

También se hacían las posadas con los puros niños de la familia. En el patio de la casa se ponía una viga, de la casa de una de mis tías a la de nosotros, y ahí se colgaba la piñata. Eso sí, se tenía que cantar la letanía y se tenía que rezar cuando menos dos tramos del rosario y cantábamos: “Este niño no quiso cantar, colación no le hemos de dar”. Al final de la tronada de piñata uno acababa llorando, que otro acababa raspado… Nos daban todavía la colación en bolsas de estraza, de papel, con la jícama, la lima, la naranjita y una bolsita de colación. Esas eran nuestras posadas, pero cantabas y rezabas, cuando menos, nada de que “no ya bailen” y cosas por el estilo. Ni mis primos grandes ni nadie bailaba, todo era piñata y rezar y cantar la posada.

Nos quedaba el parque cerca y jugábamos mucho, ahí sí íbamos las niñas. De los hoyos que quedaban, quedó lo que hoy es el jardín. Se llamaba el parque Noche Buena porque fue en el hoyo en el que estaba la fábrica de tabique Noche Buena, que es en donde ahora está el reloj. Íbamos a jugar cuando llovía porque lo habían hecho de manera que tuviera canales para que corriera el agua. Y ahí iban mis hermanos y sus amigos, se llevaban con unos muchachos que les decíamos los yucatecos, y llevaban la batea donde ponía la ropa su mamá y dizque iban a remar. [Al parque] le habían hecho canales encementados y todo, y había cerritos y dentro de esos cerritos plantaron árboles. En mis tiempos eran varitas, ahora es un bosquecito.

Ahí sí íbamos nosotras. Íbamos a verlos remar, a verlos jugar a los policías y ladrones. Por cierto, que los policías jugaron un día a que debíamos tener un tesoro al que íbamos a robar, entonces qué hicimos: nos pusimos zapatos y los escondimos. Pero no los supimos esconder, así que yo creo que los jardineros vieron y los zapatos se perdieron, y todas regresamos sin zapatos a la casa. ¡La regañiza y castigada que nos dieron…! porque esa sí era travesura. Íbamos nosotras. Éramos mi hermana, mi prima Biti, mi prima Lupe, éramos cuatro mujeres, y mis hermanos con los primos y con los yucatecos. Y perdimos todos los zapatos. Yo creo que los jardineros nos vieron esconderlos y se los llevaron. Ahora lo pienso, pero no se nos pudo olvidar a tanto niño dónde habían escondido los zapatos, llegamos todos descalzos. ¡Fue una castigada, pero de las buenas…!

También estaba el parque Murillo, que está cerca, frente al palacio municipal, donde hoy está la Universidad Panamericana. Decían en mi casa que antes había sido una fábrica de tela, ahí bajaba el río Mixcoac y ahí se hacían telas de algodón. Después se abandonó y fueron vecindades.

El parque Murillo tenía columpios, paralelas, argollas, bancas. Y a veces ahí se hacían eventos de box. Había ring, entonces uno de mis primos pagó 50 centavos porque se quería dar con otro, y ahí vamos a verlo pelear… Claro que a las niñas nos fue muy mal, pero fuimos a verlos pelear. Mi primo salió con la bata de baño de su papá para ser el boxeador, y ahí peleó con el que le pusieron. Perdió, pero se ganó sus centavos. Y ahí nosotras, aplaude y aplaude.

Cine, teatro, diversiones

Hubo dos cines en mi época de niña. Uno que se llamaba el cine Jardín, que estaba atrás de la [escuela] Olavarría, en la calle que después fue Tiziano, no sé cómo se llamaría en aquella época, pero ahí estaba.  En realidad, era un cine jardín, estaba el cine, sus butacas, pero todo alrededor y la entrada eran un jardín. Era bonito. Después se hizo el cine Revolución, pero yo estaba más grande, ya íbamos al cine en Tacubaya, que era el Hipódromo. Había otro cine ahí cerca que se llamaba El Primavera, cada semana cambiaba de programa. Vimos películas muy bonitas. Íbamos casi cada ocho días, había matiné. No era caro. Ya cuando fuimos en las tardes, fue a Tacubaya, al Hipódromo, con nuestros primos grandes.

Cuando tenía catorce años casi siempre íbamos al cine, [también] algunas veces al teatro. Sola, no, nos íbamos la palomilla de las primas de la edad. Fuimos algunas veces al teatro Iris. Ya más vieja conocí allí a Plácido Domingo joven, porque ahí presentaban zarzuelas sus padres, zarzuelas muy bonitas. A Mixcoac llevaban un teatro que se llamaba el teatro de Guillermina Ortiz, era una carpa, pero no de lona, una carpa de madera, bien hecho el cuarto, la estancia con su foro, sus buenas bocinas y sus sillas. Hacían representaciones de Aída, era de grandes vuelos e iban las familias de Mixcoac.

Los cambios

Todo fue pasando tan naturalmente que no le sorprendió a uno. Los cambios no eran bruscos, sino que eran lentos. Cambió cuando ya fuimos mayores. Sí nos llamaba la atención que, por ejemplo, en casa de mi tío había teléfono, pero en la mía no. Entonces toda la familia, que vivíamos en la misma cuadra, se comunicaba con ese teléfono. Así es que era la casa del teléfono.

[A la ciudad] me la imaginaba grande y cuando estuvimos aprendiendo geografía se me hacía como [cuando] estudiábamos el dominio de Canadá, porque entonces no se llamaba Canadá, Canadá, se llamaba el domino del Canadá. Eso nos enseñaban en geografía. Yo decía este es el dominio de Mixcoac.

2 comentarios

Genial crónica de San Juan Mixcoac! He vivido durante mis 48 años en Lómas de Plateros (antes Manicomio de la Castañeda) En verdad excelente rumbos, mucha historia en sus calles, faltó decir en su articulo que también se ubica casa de Francisco López de Lizardi (periquillo Sarniento) ahora Universidad Panamericana.

Saludos.

Excelente visión de México, lectura exquisita y sencilla que nos retrata toda una época

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *