Con el corazón en la boca

Con el corazón en la boca

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 53.

Representante de Agustín de Iturbide en el desfile histórico durante los festejos del centenario, 15 de septiembre de 1910, inv. 352043, SINAFO. Secretaría de Cultura-INAH-MEX. Reproducción autorizada por el INAH.

Hacia 1903, un biólogo estadunidense acuñó la palabra “clon” para dar identidad a lo que unos pocos científicos ya trabajaban con el fin de lograr la reproducción asexual de seres genéticamente idénticos. Tomado del griego klon y traducido como “retoño” o “rama”, así fue incorporada al léxico español. Mucho debe su popularización siete décadas después al renombrado Alvin Toffler y, a principios de este siglo, a la afamada Guerra de las galaxias. El ataque de los clones, aquella película mítica donde George Lucas crea su ejército de clones y al célebre comandante Cody. Desde entonces, clon se ha convertido en un anglicismo más de los tantos incorporados al uso cotidiano de la lengua. Lo asociamos a imitación, relegado de su significado científico.

En septiembre de 1910, los organizadores de las fiestas conmemorativas del centenario de la independencia hallaron el clon de Agustín de Iturbide y su caballo oscuro, tal como las pinturas presentaron al controvertido militar originario de Valladolid. El Iturbide de la foto, más bisoño que el original –el día de la proclamación de la independencia Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu cumplía 38 años– acierta en su barba mutton chops que da esa gracia de época, aunque quizá el cabello corto militar no acusara recibo comparado con el hombre que a la cabeza de varios miles de soldados llegaba a la ciudad de México, después de meses de atravesar caminos polvorientos y bajar cerros arriba de un caballo. Uno esperaría que el líder avanzara fulgurante de felicidad por esas calles, ahora de cemento, alzando su birrete –tan bien fijado aquí– y saludando al alborozo del pueblo que lo recibía.

Pero para 1921, la imagen de Iturbide sufría los desatinos de quienes lo comenzaban a ver con inquietud de venganza por su pasado antiinsurgente y aspiraciones autoritarias. Es probable que, a su paso, a nuestro clon le zumbaran al oído gritos perdidos y poco bondadosos para su figura, y por lo tanto transitara nervioso y con pesadumbre entre esa multitud reservada, respetuosa de la ostentación del espectáculo. Sí, no eran ya buenas épocas para este emperador. Comenzaba a parecerse más al Poncio Pilatos clonado, representado en la Pasión del Cristo de Iztapalapa.

Darío Fritz

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