40 Aniversario El México en el que surgió el Instituto Mora

40 Aniversario El México en el que surgió el Instituto Mora

Guadalupe Villa G.
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 55.

Corría 1981 y con la guerra fría aún condicionando las relaciones multilaterales, el gobierno de López Portillo echaba a andar un plan de desarrollo que, a la postre, tuvo resultados deficientes ante una economía dependiente del petróleo que se precipitó en picada. En medio de la inflación y fuga de capitales, la gente buscaba el solaz a su alcance, ya fuera en el cine o con la música de los artistas del momento.

Fachada de Bibliotecas Mexicanas A.C. durante su remodelación, julio de 1982. Biblioteca “Ernesto de la Torre Villar”-Instituto Mora..

Hace cuatro décadas el Instituto Mora asumió el reto de forjarse un nombre y buscar un lugar preponderante en el ámbito de la cultura.

¿Cómo era el México de aquel entonces? A pesar de la crisis económica que parecía asirse con fuerza al país, localmente había menos población, menos contaminación, menos ambulantaje. Era, quizá –ya adentrados en la nostalgia–, una ciudad con un paisaje urbano más amable, sin graffitis, una capital que se sentía menos amenazadora y hostil, aunque la inseguridad y los delitos sean perpetuos compañeros de las grandes urbes.

En aquel entonces el presidente de la república –a un año de cumplir su mandato– era José López Portillo y en 1981 ocurrieron cosas que sin duda hoy evocaremos, quienes las vivimos, y no dejarán de asombrar a los jóvenes que lean este número de BiCentenario.

El panorama internacional

En 1981 comenzó para México una nueva etapa en las relaciones diplomáticas con Estados Unidos de América. El exactor Ronald Reagan, presidente electo de ese país, se entrevistó con José López Portillo en la frontera de Ciudad Juárez y El Paso, Texas. “Nos reunimos para acordar reuniones”, escribió el presidente de México en sus Memorias. Hubo intercambio de regalos, entre ellos el obsequio a Reagan de un caballo árabe. Acompañaban al corcel los libros escritos por el presidente mexicano y sus símbolos quetzalcoicos. Con la “modestia” que siempre caracterizó al mandatario mexicano, expresó que le hizo a Reagan la descripción de los símbolos, “lo que le dio una ventaja no buscada y un carácter de intelectual del que no quería hacer ostentación”. El estadunidense, en correspondencia, lo agasajó con una carabina de mira telescópica y un vino “San Pascual”.

Al inicio de su administración, Reagan –apoyado por la británica Margaret Thatcher– se negó rotundamente a que Fidel Castro participara en la Reunión Internacional de Cooperación y Desarrollo, conocida como Cumbre Norte-Sur de jefes de Estado, a celebrarse en Cancún en agosto de 1981. Esta reunión ya había tenido la “sugerencia” del anterior mandatario James Carter de que Castro no asistiese a Cancún, pero Reagan lo consideró condición forzosa para confirmar su asistencia. Como pueden apreciar, aquella frase célebre de “comes y te vas”, de Vicente Fox, no fue el primer desaire que hizo un presidente mexicano al líder de más larga duración en Cuba. La presión del estadunidense se tradujo en “te invito a Cozumel, pero te abstienes de ir a Cancún”, porque a López Portillo no le quedó más remedio que tratar de subsanar el involuntario desaire a Castro, trayéndolo a México y atendiéndolo con gran esplendidez.

En el año que hoy rememoramos, México ingresó, por vez primera, en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, con Porfirio Muñoz Ledo como su representante. El mundo supo de los atentados contra Reagan y el papa Juan Pablo II y de la muerte de los presidentes Jaime Roldós, de Ecuador, y Omar Torrijos, de Panamá.

José López Portillo durante un evento público, 1981. Archivo General de la Nación, fondo Presidentes, JLP.

Las relaciones con Centroamérica y el Caribe

A principios de 1981 en la frontera sur de México empezaron a formarse campamentos de refugiados guatemaltecos que huían de la dictadura militar de su país, pues esta, en su lucha contra la guerrilla, asolaba los poblados del norte, principal escenario de la lucha revolucionaria.

Durante varios años oleadas de campesinos cruzaron la frontera, así que México se vio en la necesidad de darles refugio y crear campamentos. Alegando ser perseguidos políticos, varios de los refugiados solicitaron asilo, con lo que el gobierno mexicano asumió una cautelosa actitud. En reiteradas ocasiones cientos de guatemaltecos fueron deportados lo que motivó que a mediados de 1981, Amnistía Internacional pidiera formalmente el cese de las expulsiones.

La mirada atenta de observadores extranjeros daría mucho que decir sobre las relaciones de México con Centroamérica y el Caribe: Felipe González, presidente del Partido Socialista Español, opinó que la Junta de Gobierno de Nicaragua, instigada por la URSS, deseaba una sociedad marxista leninista a la que habría que oponerse; también se dijo que el gobierno mexicano subsidiaba a los sandinistas y a la guerrilla salvadoreña. La ofensiva fue tan dura que tiempo después el presidente se dolía: “La política republicana del gran garrote se está expresando en toda su abierta brutalidad.” Por esas fechas, Reagan, que ya había protestado por el “intervencionismo” mexicano en Centroamérica, dio las gracias y terminó toda intermediación diplomática de México entre Nicaragua y Estados Unidos, pues el gobierno de Reagan estaba determinado a aplastar a los sandinistas.

López Portillo sintetizó así ese asunto: “Fue el primer año del gobierno republicano de Reagan y de los últimos de las viejas jerarquías soviéticas. Capitalismo y comunismo hacían frontera en Cuba y tanto el Caribe como Centroamérica, eran una de las zonas de la disputa característica de la segunda mitad de este siglo, entre las dos grandes ideologías y potencias que han creado los sistemas políticos opuestos.”

La política interna

En 1981 el gobierno de López Portillo puso en marcha su “plan de planes”, el Plan Global de Desarrollo (PGD), la panacea que corregiría los problemas nacionales del empleo, precios, salarios e impuestos, un documento, a consideración de un analista, “parcial, limitado, incongruente, ambiguo, insuficiente, lleno de dudas, poco claro [que anunciaba] un retroceso en la participación del Estado y en la protección de las clases menos favorecidas”. El entonces secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid –exalumno del mandatario y futuro sucesor–, preparó el plan que pronto demostró su ineficacia.

Durante el IV Congreso de Economistas las críticas al Plan Global de Desarrollo se dieron en abundancia y se propuso un proyecto para “restituir al Estado el papel de aliado de las clases trabajadoras y ya no de los intereses económicos privados, a efecto de utilizar la fortaleza financiera derivada del petróleo para responder a los compromisos sociales soslayados”. Un joven Carlos Salinas de Gortari, en representación del presidente, dijo que “el PGD no estaba a discusión y que ése era el único proyecto nacional”.

El Plan Global acabó efectivamente en fracaso total. A partir de 1981, con la caída de los precios del petróleo, hubo escasez severa de divisas, las importaciones de bienes de consumo y capital subieron sin control, y hubo déficit tanto comercial como en la balanza de pagos; la fuga de capitales fue escandalosa, el fisco siguió inequitativo y el peso, sobrevaluado. A la deuda externa la gente comenzó a llamarla “la deuda eterna”.

Las fuertes críticas a la situación económica mexicana, menudearon aquí y en el extranjero, y estuvieron acompañadas por condenas a la corrupción, la simulación a la democracia, el narcotráfico y demás.

José López Portillo durante una reunión del Programa de Desarrollo del Autotransporte Federal, 1980. Archivo General de la Nación, fondo Presidentes, JLP.

La política del tapadismo

López Portillo anotó en sus Memorias: “el futurismo empieza a tomar cuerpo […] los secretarios me ven distinto. Se sonrojan con ciertas expresiones; cuidan otras, hay soslayos, pero en general están disciplinados. Alborotados, sin duda, pero respetuosos.”

El tapado, como se le llamaba a la práctica de adivinar quién era el elegido por el mandatario para sucederle, comenzó a tomar forma. Desde 1977 José López Portillo había revelado que se “interesaba por un cambio de generaciones en los más altos puestos políticos del país”, por lo que su sucesor debería tener unos 20 años menos que él. Pero López Portillo también le hizo creer a Jorge Díaz Serrano –director de PEMEX– que podía ser su relevo. Cuenta en sus Memorias que le dijo: “en voz de la opinión pública se te menciona como una posibilidad visible para ser candidato a la presidencia de la república. No tengo mucho que decirte, pero es importante que lo sepas.”

Díaz Serrano quedó convencido de que “ya la había hecho”, no obstante, poco después sería depuesto de su cargo. La caída de los precios del petróleo arrastró consigo al director, poniendo punto final a sus ambiciones y al fugaz periodo de abundancia. En diciembre de 1981, en medio del caos económico se dispararon los precios de las gasolinas. La Nova de 2.80 a 6.00 pesos el litro. El Diesel de 1 a 2.50 pesos el litro.

Vía la reforma política de Jesús Reyes Heroles fueron siete las candidaturas a la presidencia de la república en las elecciones del año siguiente: El Partido Revolucionario Institucional (PRI) nominó a Miguel de la Madrid; Acción Nacional (pan) a Pablo Emilio Madero; el Partido Demócrata Mexicano (PDM) a Ignacio González Gollaz; el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) a Cándido Díaz Cerecedo; el Partido Social Demócrata (PSD) a Manuel Moreno Sánchez; el Partido de los Trabajdores (PT) a Rosario Ibarra de Piedra –primera mujer en ser nominada a tan alto puesto–, y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) a Arnoldo Martínez Verdugo. El resultado de la competencia, lo conocemos todos.

La vida cotidiana

Entre los adelantos tecnológicos que en 1981 se impulsaron estaban los lectores de código de barras –que eliminaron para siempre las tediosas filas en las tiendas de autoservicio– y las novísimas máquinas de escribir electrónicas

En aquel año se descubrió durante las excavaciones para construir el edificio del Banco de México en la vieja calzada de Tacuba, el “Tejo de oro”, un lingote cuyo metal áureo, fundido por los españoles, procedía del tesoro de Moctezuma y que, en la Noche Triste, se perdió junto con muchas otras riquezas. El profesor Gastón García Cantú, director del INAH, envió al presidente la valiosa prenda. José López Portillo escribió en sus Memorias la impresión que le causó estar ante ese trozo de metal cargado de historia: se le “enchinó la piel” y durmió con el tejo bajo la almohada. Después, lo regresó para ser depositado en el Museo de Antropología.

En el panorama cultural, dos nuevos museos abrieron sus puertas al público del Distrito Federal: el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, en el Bosque de Chapultepec, y el Museo Nacional de las Intervenciones, ubicado al sur de la ciudad, en el exconvento de Churubusco. Ambos recintos comparten el júbilo de cumplir cuatro décadas ininterrumpidas de ofrecer a sus visitantes, además de sus colecciones permanentes, exposiciones temporales didácticas y formativas. En el rubro literario, el poeta y escritor Octavio Paz se hizo acreedor al Premio Cervantes de Literatura, Gabriel García Márquez publicó su novela Crónica de una muerte anunciada y José Emilio Pacheco su libro Batallas en el desierto.

En la escena política una mujer, la doctora Rosa Luz Alegría, fue designada como secretaria de Turismo. El presidente aseguraba que su nombramiento había sido una decisión “histórica”, pues ella era la primera mujer que ocupaba una secretaría de Estado en el país.

Por aquel entonces, ciertas áreas de nuestra gran urbe parecían zona de guerra, calles como bombardeadas debido a las obras de construcción del Metro, dirigidas a resolver uno de los problemas fundamentales de la ciudad, el transporte.

En 1981 las enormes salas cinematográficas estaban distribuidas en ejes: en el Centro-Lázaro Cárdenas se localizaban el Metropólitan, Palacio Chino, Alameda, Regis y Mariscal, entre otros. En Cuauhtémoc-Roma-Condesa, el Diana, Chapultepec, Latino, Insurgentes 70, Cinema 1 y Gabriel Figueroa. En la Villa-Lindavista-Vallejo, el Futurama, Javier Solís y Tepeyac. Pasarían años antes de que aquellos enormes complejos de entretenimiento desaparecieran, algunos por la acción del terremoto de 1985, otros fraccionados para albergar un número mayor de salas o, de plano, clausurados por incosteables cuando los videos hicieron de cada hogar una sala de proyección barata y segura. Los centros comerciales en Ciudad Satélite y Perisur, comenzaban a despuntar, pero sin el concepto del séptimo arte.

Las carteleras del Distrito Federal exhibían El imperio contraataca, un éxito de taquilla que siguió a La guerra de las galaxias y que se convertiría –junto con El regreso del Jedi– en un verdadero fenómeno económico y mercantil que produjo juguetes, ropa y toda clase de objetos. Estos filmes fueron los primeros en utilizar el sonido THX creado por George Lucas. Para los amantes del cine de terror estaba El exorcista, originalmente exhibida en 1973, y para los románticos María, con Fernando Allende y Tarin Power.

En la música en español sonaban, entre otros: Menudo, Mecano, Joan Manuel Serrat, Miguel Mateos, Raphael y Yuri. En inglés el grupo musical Pantera, Los Buggles, Mötley Crue, John Lennon, Queen, The Rolling Stones y Anthrax.

La televisión mexicana estaba restringida a los canales concesionados a Televisa: 2, 4, 5 y 8 –que luego se convertiría en 9–, canal 11 concesionado al IPN; llegarían luego el 7 y el 13 del Instituto Mexicano de la Televisión. Pasarían cinco años antes de que comenzara a operar la televisión por cable.

Pero el gran chisme fue protagonizado por el gobernador del estado de México, Jorge Jiménez Cantú, del grupo Atlacomulco, quien se permitió regalar al presidente López Portillo “un rancho de 70 hectáreas y 2 000 metros cuadrados de construcción con todo y torre de vigilancia. Todo iba bien hasta que Miguel Ángel Granados Chapa reveló, en el periódico Unomásuno, la operación”. López Portillo se sintió obligado a rechazar públicamente el regalo e incluso propuso una ley que convertía en delito que los funcionarios aceptaran regalos.

1981 fue, en palabras del presidente, un año crucial en su administración:

un cambio radical y repentino de corrientes económicas, correspondientes a factores políticos, tanto internos como internacionales, cortó cuatro años de ascenso continuo de nuestro desarrollo, sin precedentes en nuestra historia. Pasará tiempo para que se vuelva a presentar una oportunidad similar. En un mundo aplanado por la inflación y la recesión, nuestro crecimiento fue contrastante, subimos muy alto y, desde ahí caímos.

Después de un año tan caótico, y con una grave crisis económica, no queda más que preguntarse ¿qué motivó a López Portillo a establecer el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora? Una institución que, a lo largo de cuatro décadas, fue ganando reconocimiento y prestigio nacional e internacional en la formación de recursos humanos e investigación en el área de Historia y Ciencias Sociales.

Quizá, dar impulso a la cultura, fue una de las pocas cosas acertadas que en aquel 1981 realizó el gobierno federal, de lo contrario no estaríamos aquí celebrando estos primeros 40 años.

PARA SABER MÁS

  • Agustín, José, Tragicomedia mexicana 2. La vida en México de 1970-1988, México, Planeta, 1982.
  • Krauze, Enrique, La presidencia imperial, México, Tusquets, 1997.
  • López Portillo, José, Mis tiempos, México, Fernández, 1984-1985.

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