La guerra contra Estados Unidos y las argucias políticas de Santa Anna

La guerra contra Estados Unidos y las argucias políticas de Santa Anna

Faustino A. Aquino Sánchez
Museo Nacional de las Intervenciones

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 37.

En el país dividido de la primera mitad del siglo XIX, la legalidad se pretendía manejar con discreción. Mariano Otero la sufrió en carne propia, por eso el impulso que le dio a la figura jurídica del juicio de amparo. Pero también tuvo su papel destacado como congresista en momentos cruciales en que se usaba la guerra para fines personales, incluso por encima de los intereses del país.

 

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Retrato de Antonio López de Santa Anna, óleo sobre tela, siglo XIX, Museo Nacional de Historia.

Luego de las derrotas de Padierna y Churubusco los días 19 y 20 de agosto de 1847, el general y presidente Antonio López de Santa Anna celebró un armisticio con los invasores estadounidenses para iniciar negociaciones de paz. Estaba empeñado en que el Congreso avalara esta decisión, pese a que las relaciones exteriores estaban fuera de la órbita del legislativo y caían exclusivamente en el ejecutivo. Se trataba de la culminación de la política santannista de echar sobre el Congreso toda la responsabilidad de la paz y sus consecuencias, política que, a lo largo de la guerra, Mariano Otero intentó bloquear.

Entre los juristas e ideólogos más conspicuos del siglo xix mexicano se encuentra Mariano Otero, quien además destaca por su precocidad. A los 24 años de edad, en 1841, se inició en la política como delegado en la Junta de Representantes del estado de Jalisco y en 1842 fue electo diputado al Congreso Constituyente. Tenía renombre como ideólogo gracias a su Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República Mexicana (1842) y diversos artículos y discursos pronunciados hasta entonces, que le dieron autoridad para criticar la vida política nacional. Igual que muchos, diagnosticó que la inestabilidad política del país, con sus constantes cuartelazos y guerras civiles, se debía al profundo divisionismo que existía entre las diversas corrientes ideológicas y que la única solución era que cada una sacrificara parte de sus ideales para lograr la unión.

La unión mediante el sacrificio político siempre resultó quimérica y el Constituyente de 1842 lo demostró una vez más: en noviembre de ese año el grupo de Otero presentó un proyecto de Constitución liberal que fue rechazado por los militares conservadores el siguiente diciembre, lo que llevó a la disolución del Congreso y al encarcelamiento de Otero y varios correligionarios. Fueron incomunicados y sujetos a un proceso que violó varias leyes y derechos civiles, lo cual dio origen a una demanda por parte de Otero en la que señaló tales irregularidades. De este alegato derivó una idea básica del pensamiento jurídico: el poder del Estado debe estar subordinado al derecho. A partir de entonces, se dedicó a diseñar un código de garantías y derechos que pudiera defender a los ciudadanos de cualquier abuso de poder, resultando de este esfuerzo la formulación del Juicio de Amparo, ideado por primera vez por Manuel Crescencio Rejón e incluido en la Constitución de Yucatán el 31 de marzo de 1841, y que Otero se propuso incorporar a la Constitución general en la primera oportunidad.

Texas y la invasión

Entre tanto, en Estados Unidos la cuestión de Texas estaba por convertirse en motivo de guerra. Luego de que esta provincia había vivido como nación independiente desde su separación de México en 1836, la prensa anexionista demócrata difundió el rumor de la existencia de una intriga británica, cuyo objetivo era apoderarse de Texas para liberar a los esclavos y, desde ahí, invadir el sur estadunidense para destruir la agricultura basada en el esclavismo y así dominar el comercio mundial. El presidente John Tyler, repudiado por el partido Whig, intentó congraciarse con los demócratas haciéndose eco del rumor y proponiendo al Congreso la pronta anexión de Texas, lo cual se logró el 4 de julio de 1845, cuando una convención soberana aceptó la incorporación al país vecino del norte. En México, el presidente José Joaquín de Herrera intentó evitar la anexión reconociendo la independencia texana mediante intermediación británica, pero los agentes estadunidenses fueron más rápidos. Meses después, en su mensaje al Congreso de diciembre, el recién electo presidente James K. Polk se burló de los intentos europeos de intervenir en los asuntos de su país, resucitó el mensaje de James Monroe y lo relanzó invitando a las naciones hispanoamericanas a oponerse a toda intervención del Viejo Mundo en el Nuevo e incluso anexarse a Estados Unidos.

Herrera fue derrocado en diciembre de 1845 por el general Mariano Paredes Arrillaga, quien declaró su intención de ir a la guerra para recuperar Texas y convocó a un nuevo Congreso Constituyente con la evidente intención de instaurar una monarquía, pues su asesor principal y encargado de redactar la convocatoria era el monarquista Lucas Alamán, quien, junto con el ministro español Salvador Bermúdez de Castro trabajaba para entronizar a un príncipe de la casa de Borbón española. En efecto, Paredes tuvo que enfrentar el estallido de la guerra, pues el presidente Polk ordenó al ejército a cargo del general Zachary Taylor cruzar el río Nueces, que era el límite de Texas y avanzar hasta el Bravo, que los texanos reclamaban ilegítimamente. En abril hubo escaramuzas en la ribera de este río y Polk declaró la guerra el 13 de mayo afirmando falsamente que sangre estadunidense había sido derramada en suelo estadunidense.

Por su parte, los liberales, liderados por Valentín Gómez Farías, estaban convencidos de que Inglaterra y Francia, que habían intentado evitar la anexión de Texas aconsejando a Herrera reconocer su independencia, más que España, estaban detrás de Paredes y Lucas Alamán –quien no formaba parte del gobierno, pero mediante su periódico El Tiempo propagaba las ideas monárquicas–, y decidieron aliarse con el exiliado general Antonio López de Santa Anna para impedir la hipotética intervención monarquista. En junio de 1846, él y Valentín Gómez Farías acordaron acabar con el plan monárquico mediante el derrocamiento de Paredes y la reunión de un nuevo Congreso Constituyente, encargado de restablecer la Constitución de 1824, así como decidir todo lo relativo a la guerra, con lo que, de manera calculada, se despojaba al ejecutivo de la facultad de dirigir la política exterior.

Antes de que cuajara esta alianza, en febrero de 1846, Santa Anna se había acercado al presidente Polk mediante un agente secreto llamado Alejandro Atocha, quien le transmitió el mensaje de que el caudillo mexicano estaba dispuesto a ceder los ríos Bravo y Colorado como límite entre ambos países a cambio de 30 000 000 de dólares, y lo estimuló a hacer avanzar a su ejército hasta el primero para presionar a los mexicanos. Meses después, el 9 de julio, luego de concretar la alianza con Gómez Farías, Santa Anna expuso en La Habana a otro agente de Polk, llamado Alexander Slidell MacKenzie, el programa de dicha alianza: derrocar a Paredes e imponer una Constitución liberal en México para impedir la esperada intervención europea. A fin de lograrlo, Santa Anna se declaró dispuesto a ceder Texas, Nuevo México y California a Estados Unidos, por lo cual solicitó a Polk que hiciera avanzar a su ejército hasta Saltillo y San Luis Potosí y que su armada tomara los puertos de Veracruz y Tampico, con lo cual, esperaba, el pueblo mexicano derrocaría a Paredes y lo llamaría a él para ejercer el poder.

El avance estadunidense por el norte y una intensa propaganda en la prensa liberal a favor de Santa Anna dieron el fruto esperado: Paredes fue derrocado por un golpe militar en la capital el 6 de agosto, cuyo plan político, que sería conocido como Plan de la Ciudadela, llamaba a Santa Anna, convocaba a la formación de un Congreso Constituyente y establecía que, en adelante, este sería el encargado de decidir sobre todo lo relativo a la guerra. Diez días después, Santa Anna desembarcó en Veracruz con el permiso de Polk y su primer acto al pisar suelo mexicano fue declarar que su regreso tenía el objetivo de impedir la intervención europea; al mismo tiempo se alineó con la interpretación polkiana de la doctrina Monroe al advertir a las potencias europeas que, de seguir acosando a México, verían a todo el continente unido en su contra.

Un regreso tan abiertamente monroísta hizo que las sospechas de traición se generalizaran y que Santa Anna se viera obligado a continuar la guerra, no sin antes informar a Polk por medio de agentes estadunidenses que operaban en México que su plan era adjudicar al Congreso la responsabilidad de la paz y que, mientras no lo lograra, rechazaría la invasión mediante las armas. El presidente estadunidense acusó recibo y, según ha mostrado recientemente Amy S. Greenberg, nunca perdió la seguridad de que tarde o temprano Santa Anna cumpliría su compromiso de entregar territorio. En su mensaje al Congreso de diciembre de 1846, aclaró que había permitido el regreso del caudillo mexicano porque este representaba una garantía contra la intervención europea y que, por tanto, con apoyar su ascenso al gobierno de México podía evitarse una guerra intercontinental.

Aunque la prensa mexicana dio publicidad a estos hechos, la política nacional estaba dominada por la alianza liberal-santannista, de modo que los ataques contra Santa Anna no pasaron de simples rumores sobre su traición. Sin embargo, los aliados se dividieron debido a las evidentes intenciones del caudillo de hacerse dictador. Para prevenir esto, desde enero de 1847 los liberales radicales de Gómez Farías organizaron una coalición de estados que declaró su oposición a cualquier atentado contra la forma federal y democrática de gobierno, mientras que el ala moderada del liberalismo declaró su oposición a cualquier acuerdo de paz con el invasor mientras el territorio y las costas nacionales permaneciesen ocupados por el enemigo.

Obligado a sostener la guerra, el general Santa Anna inició una sospechosa serie de errores estratégicos. Desde su vuelta se negó a defender Saltillo, la posición clave en la Sierra Madre Oriental, capaz de detener el avance de la invasión proveniente del Bravo; después, al tomar Taylor esa ciudad, dio órdenes explícitas de que no se hostilizara a sus fuerzas cuando parte de estas marcharon a Tampico a fin de atacar Veracruz. Durante ese tiempo permaneció inactivo en San Luis Potosí y, luego de marchar al norte en febrero y librar la batalla de La Angostura cerca de Saltillo, se retiró teniendo el triunfo en la mano. Regresó a la capital en marzo so pretexto de disolver el motín de los polkos y, tras la caída de Veracruz, marchó a defender el paso montañoso de Cerro Gordo, donde se dejó flanquear por el general Winfield Scott.

Entre tanto, el gobierno del presidente sustituto Pedro María Anaya ordenó el levantamiento de poderosas fortificaciones en los pasos montañosos del camino a la capital, de modo que en esta se llegó a tener confianza en que iba a ser imposible que los invasores llegaran a amenazarla; pero el caudillo jalapeño, luego del desastre de Cerro Gordo, decidió retirarse dejando atrás esas fortificaciones para llegar a la ciudad de México a principios de mayo y anunciar que allí tendría que librarse la batalla decisiva. Esto acabó por poner en evidencia que su verdadera intención era allanar el camino a los invasores para que pudieran amenazar a la capital y así presionar al Congreso hasta obligarlo a aceptar una paz desventajosa.

El congreso

Mariano Otero fue testigo de tales desgracias e incluso participó en la reunión en la que se planearon las fortificaciones del camino a México, cuyo abandono denunció en su momento. Por ello es lógico pensar que su famoso voto particular, por el que llamó al Congreso a reformar la Constitución de 1824 y ponerla en vigor de inmediato, en los momentos mismos en que Santa Anna marchaba a la capital, no sólo tuvo el incentivo de elevar a rango constitucional el juicio de amparo, sino también evitar que el caudillo pudiera utilizar al Congreso para sus fines.

Santa Anna y Gómez Farías habían acordado que el Congreso Constituyente por ellos convocado se encargara “absolutamente de todo” al regreso del caudillo, incluso de la guerra, porque un Congreso de ese tipo es dueño del poder constituyente, es decir, de la soberanía misma, durante la transición de una Constitución a otra, por lo que si dicho Congreso decidía ceder territorio tal decisión tendría un carácter soberano. Por ello es de notar que el voto particular de Otero incluyera una disertación en contra del abuso en el ejercicio de ese poder, pues era evidente que por más Congresos Constituyentes que se convocaban (para ese momento eran cuatro) no se llegaba a una Constitución definitiva. Otero llamó a no volver a ejercer ese poder, a respetar la legitimidad de la ley primigenia mediante la observación del principio de que “una nación sólo una vez se constituye” y por tanto, adoptar definitivamente la primera Constitución: la de 1824.

El voto particular de Mariano Otero fue opuesto al voto mayoritario de la Comisión de Constitución del Congreso, que recomendó dejar para tiempos más tranquilos la reforma de la Carta Magna. Puesto a elegir entre las dos opciones, el Congreso se decidió por el voto de Otero y reformó la Constitución de 1824 de manera apresurada en abril y mayo, lo que habla de la obviedad de la política santannista. Tal obviedad también se nota en la declaración de la coalición de estados un mes después, en el sentido de que desconocería cualquier tratado de paz que se firmara con la capital y el Congreso amenazados por las bayonetas yanquis.

Cuando Santa Anna entró a la capital luego de su retirada de Cerro Gordo estaba concluida la tarea del Congreso, que así perdió su carácter constituyente. Sin embargo, las disposiciones del Plan de la Ciudadela habían hecho de él un híbrido entre constituyente y ordinario por lo cual, lejos de clausurar sus sesiones, tuvo que seguir en funciones y cargando con la responsabilidad de la guerra. La política santannista sobrevivió así a la tenacidad de Otero, pero la oposición de este a que Santa Anna utilizara al Congreso siguió haciéndose notar en los sucesos posteriores.

Con el ejército estadunidense se encontraba el comisionado para negociar la paz, Nicholas P. Trist, quien había hecho llegar un proyecto de tratado al gobierno de Santa Anna. El caudillo llamó al Congreso a reunirse para analizar la propuesta pues, reiteró, de acuerdo con el Plan de la Ciudadela, era su responsabilidad decidir todo lo concerniente a la guerra. Los congresistas se resistieron, pero Santa Anna y su ministro de Relaciones les dirigieron un documento perentorio en que les recordaban su supuesta obligación, misma que fue refutada por una comisión, de la cual formaba parte Mariano Otero, en la que a su vez se recordaba al gobierno que la política exterior era facultad del ejecutivo y, por tanto, se eximían de toda responsabilidad.

La reacción de Santa Anna fue pedir al general Scott que atacara la capital y tomara sus defensas externas con la esperanza de que esto ablandara a los congresistas. Se dieron nuevas derrotas mexicanas en Padierna y Churubusco, y Santa Anna volvió a llamar al Congreso a reunirse, pero, según José María Roa Bárcena, los diputados –Otero entre ellos– se negaron a sesionar y decidir cualquier cosa presionados por el ejército enemigo y la aterrorizada población capitalina.

A pesar de estos hechos, Mariano Otero nunca perdió la corrección política; en uno de sus escritos declaró respecto al comportamiento de Santa Anna:

Ni merece crédito la sospecha de una traición, que no tendría una sola causa de tentación, ni puede exigirse del hombre que ha sido objeto de ella otra prueba en contra que su presencia en los lugares donde la muerte segaba a nuestros defensores.

¿Corrección política o prudencia ante posibles represalias? La política santanista de responsabilizar al Congreso fue sumamente sutil -tanto que hasta hoy ha pasado desapercibida-, en ese terreno y en el del disimulo tuvo que desarrollarse también la oposición.

PARA SABER MÁS:

  • Greenberg, Amy S., A Wicked War: Polk, Clay, Lincoln, and the 1846 U.S. Invasion of Mexico, Nueva York, Alfred A. Knopf, 2012.
  • Museo Nacional de las Intervenciones, Coyoacán.
  • Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.
  • “El cementerio de las águilas”, 1938, https://goo.gl/Uamzbo
  • “El Batallón de San Patricio”, 1999, https://goo.gl/5auRkC