Un portavoz de la clase media en los Congresos de 1842, 1846 y 1847

Un portavoz de la clase media en los Congresos de 1842, 1846 y 1847

Cecilia Noriega, Alicia Salmeron
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 37.

Las emergentes clases medias se caracterizaban por su anhelo de independencia individual, su reconocimiento a la educación y al trabajo como los caminos para alcanzar esa libertad y la exigencia del derecho a representar y ser representado. Un político renovador como el jalisciense Mariano Otero fue uno de los más destacados portavoces de estas aspiraciones.

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Pedro Gualdi, Cámara de Diputados, litografía en Pedro Gualdi, Monumentos de México, México, Imprenta litográfica de Masse y Decaen, 1841.

Mariano Otero como diputado constituyente es una de las múltiples facetas del brillante jurista, político y sociólogo mexicano. Su elevada participación en los congresos constituyentes y extraordinarios de 1842 y 1846-1847 lo sitúa como gran defensor de los derechos individuales (de su garantías a  nivel de la carta magna) y, en consecuencia, de su lucha en contra de los privilegios de las corporaciones; también como un sincero federalista. Por todo esto el Otero constituyente es reconocido. Pero el paso del joven jurista jalisciense por estos dos importantes congresos tiene un significado más todavía que es indispensable destacar: su papel como representante de una nueva clase media que emergía en el país; su carácter de vocero de sectores sociales que crecían con distancia de las privilegiadas corporaciones de militares y eclesiásticos y de los grandes propietarios, mineros y comerciantes hasta entonces dueños de la política. Otero fue un representante convencido del valor de la clase media, de su clase “porque él era profesionista, sin riqueza ni alcurnia”. Como escritor y legislador hizo una estimación justa del lugar que ocupaban en la sociedad de su tiempo los abogados, ingenieros, médicos, profesores, jueces, empleados públicos y periodistas, así como los propietarios, agricultores y comerciantes medianos y pequeños. Se comprometía con la tarea de lograr que estos emergentes sectores medios ocuparan el lugar que les correspondía en la sociedad política y en la dirección del país.

El joven Otero tuvo una visión profunda de la sociedad y la capacidad para entender la cuestión social y política del momento que, precisamente, ponía entonces a una nueva clase media en el centro de la vida pública. De hecho, su lucha contra los fueros corporativos y en favor de los derechos individuales era, en sí misma, la reivindicación del lugar que debían ocupar los profesionistas y grupos medios de propietarios y comerciantes en la vida política del país. Porque una de las características de la clase media era, justamente, su anhelo de independencia individual, su reconocimiento a la educación y al trabajo como los caminos para alcanzar esa libertad y la exigencia del derecho a representar y ser representados. Otero tuvo la oportunidad de ser uno de los más destacados portavoces de estas aspiraciones en los congresos constituyentes de 1842 y de 1846-1847.

En 1842 Mariano Otero fue nombrado diputado por Jalisco al Congreso Constituyente y Extraordinario electo con el fin de elaborar una nueva carta magna. México había conocido una primera constitución federalista promulgada en 1824, desplazada luego por otra rígidamente centralista: las Siete Leyes de 1836. El país había nacido atravesado por fuertes tensiones entre el centro y las regiones que no lograban resolverse. De nueva cuenta, en 1841, militares con gran arraigo regional como Antonio López de Santa Anna, Mariano Paredes, José María Tornel y Gabriel Valencia se habían pronunciado en contra de las políticas del gobierno central y sus Siete Leyes, y habían hecho caer al gobierno nacional. De esta suerte, se imponía un nuevo esfuerzo por dar forma a un sistema político que lograra mejores equilibrios en el país. A pesar del carácter dictatorial del Plan de Tacubaya que había abanderado este último pronunciamiento y sustituido a las Siete Leyes en tanto se reunía el nuevo constituyente, la convocatoria al Congreso de 1842 fue muy abierta. Dio oportunidad de votar prácticamente a todos los hombres mayores de 18 años, con pocas limitaciones. De esa manera, fue posible elegir a diputados de sectores distintos a los de las élites tradicionales; se dio entonces entrada a las clases medias. Otero mismo, como miembro del Consejo de Representantes del gobierno santannista, participó en la elaboración de esa incluyente convocatoria.

El Congreso Constituyente y Extraordinario nombrado con base en ella representaba una clase política renovada: entre sus cerca de 200 diputados hubo muchos jóvenes y numerosos miembros de la emergente clase media, abogados en su mayoría. Hubo también representantes de las corporaciones mercantiles y militares –así como sacerdotes, aunque del bajo clero–, pero dominaban los letrados. Esta situación resultaba ya, de entrada, un desafío a las corporaciones y a sus fueros. Ese fue el gran conflicto que finalmente frustró la labor del Congreso.

El Congreso de 1842 elaboró tres proyectos de ley fundamental. Finalmente, ninguno salió adelante. Los siete miembros de la Comisión de Constitución, entre quienes estaba Mariano Otero, eran federalistas –la autonomía de las regiones era su realidad, decían, por eso había que rescatar el federalismo–, aunque fuera “calladamente” para evitar reacciones en contra. Pero tuvieron desavenencias precisamente por el qué tan “calladamente” debían aparecer en la Constitución las exigencias de soberanía de los estados. Se dividieron entonces en mayoría y minoría. La postura encabezada por Otero, miembro de la minoría, era la más radical: había que abrazar el federalismo que era, por definición, integrador: permitiría que se fortalecieran las regiones y, a la par, el conjunto nacional. Y agregaba Otero: “una voz secreta me grita en el corazón que el Congreso Constituyente de 1842, reprobando el sistema de la mayoría y restableciendo el sistema federal con todas las reformas convenientes, llenará su misión dignamente y recibirá por premio la gratitud y el amor de la nación”. El sistema federal al que se refería y que proponía rescatar era el diseñado por la Constitución de 1824, aunque, desde luego, habría que hacerle ajustes importantes. Finalmente, los diputados constituyentes se pusieron de acuerdo en torno al tercer proyecto de ley fundamental. Sin embargo, enfrentaron una reacción mayor en contra por parte del gobierno y los altos mandos de todas las corporaciones, porque la nueva Constitución no sería sólo federal, sino también veladamente anticorporativa: establecía, si bien de manera muy sutil, un freno a los fueros.

El cuestionamiento del Congreso de 1842 a los privilegios de las corporaciones provocó una respuesta muy fuerte del alto clero, militares, corporaciones mercantiles, de mineros…, y como resultado de un artero pronunciamiento en Huejotzingo, Puebla, fue disuelto. La impugnación principal del Plan de Huejotzingo al proyecto de ley fundamental de 1842 no era contra el federalismo, sino contra esa juventud sobrerrepresentada en el Congreso, según las reticentes clases altas, que pretendía suprimir los fueros. Era el rechazo a esa nueva clase política representada en el Congreso, que desplazaba al alto clero, a los jefes militares y grandes propietarios. Acto seguido, quienes habían cuestionado el documento aprobado por el Congreso y alentado el pronunciamiento impulsaron la formación de otras juntas y congresos constituyentes. Estos resultaron ser la antítesis del de 1842.

Efectivamente, para el año siguiente comenzó a funcionar una Junta de Notables nombrada por el presidente Santa Anna que elaboró un nuevo documento constitucional: las Bases Orgánicas de la República Mexicana de 1843. Esta ley fundamental medió entre centralismo y federalismo de manera hábil, pero conservó los privilegios corporativos. Porque ese había sido el problema con los jóvenes diputados de clase media de 1842: no tanto la forma de gobierno, como el quiénes podían ser representantes del pueblo, ¿debían ser los notables o los profesionistas y medianos propietarios y comerciantes? La Junta que elaboró las Bases de 1843 estuvo integrada, como su nombre lo indica, por “notables”: grandes obispos, grandes militares, grandes comerciantes… Una composición social radicalmente distinta a la del Congreso de 1842. Otero, desde luego, no participó en ella. De hecho, acusado de alguna conspiración, en ese momento estuvo más bien en la cárcel.

El Congreso de 1842 se había dado en una coyuntura política muy difícil, en medio de la campaña por recuperar Texas que había iniciado ese año –Texas se había separado de México en 1836– y de pugnas entre los generales que habían firmado el Plan de Tacubaya. La promulgación de las Bases Orgánicas de la República Mexicana de 1843 fue una pobre respuesta para detener la inestabilidad política creada por la guerra y el faccionalismo, de manera que, en la práctica, entre 1843 y 1845, el país vivió una dictadura militar. Y en 1846, ya con la amenaza encima de la intervención estadunidense –provocada por el conflicto con Texas–, uno de los generales firmantes de aquel Plan de Tacubaya que había asestado un fuerte golpe al centralismo y desaparecido las Siete Leyes, lanzó un nuevo pronunciamiento y se hizo del poder. Este general era Mariano Paredes y Arrillaga. Carismático militar de Jalisco, Paredes era partidario de un sistema de gobierno respetuoso de las regiones –no quería una vuelta al centralismo de antes–, pero sí de signo corporativo. Tenía gran interés en mantener los fueros del ejército y de las corporaciones mercantiles y de mineros. Una vez al frente del gobierno nacional y apoyado por figuras de la talla de un Lucas Alamán, convocó a un nuevo Congreso Constituyente, sólo que este no estaría integrado por representantes de la ciudadanía en general, sino de clases y de acuerdo con el pago de contribuciones. La idea era dar forma a una asamblea de notables nuevamente, pero ahora más amplia y electa. Respondieron a la convocatoria, como estaba previsto, grandes propietarios de tierra, comerciantes, militares, alto clero y altos funcionarios de gobierno, de suerte que el Congreso se instaló ese mismo año de 1846. Sin embargo, este tampoco alcanzó a formular un proyecto de ley fundamental. El gobierno de Paredes se tambaleaba: por un lado, sufría fuertes presiones del ministro de España en México para encaminar al país hacia un sistema monárquico y traer un príncipe europeo para encabezarlo; por otro, la guerra con Estados Unidos se hizo realidad. Finalmente, un movimiento de federalistas encabezados por el general Mariano Salas y Valentín Gómez Farías, entre otros, entró a la capital y depuso al gobierno del general Paredes.

En medio de esos momentos tan difíciles para el país, con la guerra contra Estados Unidos en marcha y presiones monarquistas, pero con un movimiento federalista muy fuerte en la capital, se reunió un nuevo Congreso Constituyente que llamó a recuperar la ley fundamental de 1824. Apeló a ella como la más antigua que tenía el país, la “legítima”. En palabras de Otero, era con ella que “había que retomar el rumbo original [de la nación], si bien con ciertas correcciones”. Este nuevo Congreso fue el Constituyente y Extraordinario de 1846-1847, en el que Mariano Otero pudo volver a participar. Esta fue una asamblea más pequeña que la de 1842, pero la voz de la clase media volvió a escucharse. Y las propuestas que Otero y sus aliados habían hecho en aquel Congreso de 1842, fueron recuperadas en este nuevo. De hecho, Mariano Otero mismo redactó el nuevo documento constitucional: el Código Fundamental de los Estados Unidos Mexicanos y Acta Constitutiva y de Reformas de 1847. De acuerdo con esta ley fundamental, los estados recobraban su soberanía interna y seguían asociados bajo la forma federativa; asimismo, se incorporaban al Acta los derechos individuales y el derecho de amparo como su garantía, porque “la bondad de las leyes consiste en favorecer y proteger los derechos individuales de cada hombre” –palabras de Otero–. Triunfaron las propuestas de los representantes de la clase media. El Acta de Reformas de 1847 no sería la última Constitución del siglo xix, pero avanzó camino hacia la de 1857, en el marco de la cual se consolidaría el Estado mexicano. Mariano Otero no llegó ya a participar en el Constituyente de 1857. Falleció siete años antes, a la edad de 33 años, presa del cólera. Pero el camino para los representantes de los intelectuales, profesionistas y sectores medios de propietarios y comerciantes había quedado abierto por hombres como Otero desde la década de 1840.

PARA SABER MÁS:

  • Barragán Barragán, José, Mariano Otero, prólogo de Salvador Neme Castillo, México, Congreso Cámara de Senadores liii Legislatura, 1987.
  • Noriega Elío, Cecilia, El Constituyente de 1842, México, Unam-Iih, 1986.
  • Noriega Elío, Cecilia, “Mariano Otero” en Juan A. Ortega y Medina y Rosa Camelo, (coords.), Historiografía Mexicana. Vol. iii. El surgimiento de la historiografía nacional, México, Iih-Unam, 1997, pp. 277-304.
  • Otero, Mariano, Obras, edición de Jesús Reyes Heroles, México, Porrúa, 1967, 2 vols.