Darío Fritz
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 31.
Quién no detesta estar varado en algún lugar, sin noticias sobre cuándo continuará el viaje, ansioso por llegar a destino y que alguien llegue para decirnos que estemos en calma porque la demora va para largo. Una huelga en la aerolínea, sobrecupo de pasajes, una tormenta que conflictúa llegadas y salidas, son razones suficientes para echar a andar la verborragia del desencanto. La impotencia toma cuerpo de enojo y derroche de bilis, mientras las agujas del reloj pasan a cuentagotas. El señor de barba de candado da sus explicaciones al grupo, atento a que le resuelva su encrucijada. La calma no se ha roto. Hay atención, pero no se ve exasperado. La sufren las maletas en su función de asientos mullidos. No había celulares por entonces para distraerse. ¿Caminamos hacia la izquierda?, podría decir el hombre con su gesto.
Era el 1 de diciembre de 1969 y aquellos jóvenes que en su mayoría no pasaban los 23 años estaban en tránsito en el aeropuerto de la ciudad de México para viajar a La Habana donde les esperaban tres meses de trabajo solidario en la dura zafra cubana. En realidad, fueron cerca de un centenar que pasaron por allí desde el 28 de noviembre, provenientes de Chicago, California o Misuri, y el abogado neoyorquino William Craig cumplía su papel de bombero ante las inclemencias de la guerra fría. El peligro de una detención o la posibilidad de que fueran regresados era real. Evitarlo era su misión. Por eso los servicios secretos mexicanos marcaron con una ‘X’ sobre la cabeza de Craig para señalarlo. Ellos mismos tomaron la foto de aquel hombre al que le seguían todos sus pasos desde días anteriores en que se alojó en un hotel en el Centro Histórico. Es posible que Craig les estuviera explicando que en grupos de cinco debían ir a una oficina del aeropuerto donde la Dirección Federal de Seguridad (DFS) les tomaría una foto conjunta para ser fichados. Algunos quedarían registrados con un número sobre el pecho como si entraría un reclusorio.
Podían sospecharlo o mantener algo de inocencia, pero la foto de cada uno de ellos tendría como destino también la oficina en México de la CIA, a tono con la cooperación permanente que se daba desde que a finales de los años cuarenta el gobierno de Harry Truman ayudó a que las pesquisas anticomunista mexicanas fueran eficientes.
La “Brigada Venceremos”, que integraban estos estudiantes, profesores, carpinteros, heladeros o contadores, según le declararon a la DFS, pretendía romper el bloqueo económico a Cuba y hacerle ver a su gobierno que el pueblo estadounidense desea la amistad con todos los pueblos. Fue una quimera aquello como sabemos. Tuvieron que pasar más de 55 años para que la relación Estados Unidos-Cuba comenzara en 2016 a tener cordura. México fue una bisagra de esos vínculos durante varias décadas, desde el momento en que los hermanos Castro, el Che y su gente fueran detenidos en la Ciudad de México antes de emprender el viaje revolucionario en el Granma. De eso se cumplen seis décadas en junio de este año. Algo que forma parte del baúl de la épica, al igual que el viaje solidario de estos jóvenes espiados como si fueran clones de José Stalin.