Paulina Martínez Figueroa
El Colegio de México
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 27.
Los hermanos Miguel y Jorge Henríquez Guzmán fueron amigos de Lázaro Cárdenas casi desde la infancia. Ellos serían un sostén económico fundamental para las aspiraciones presidenciales cardenistas. Hacer negocios con el Estado fue la manera en que le pagaron aquel favor y la construcción del Hotel Balneario de San José Purúa, en Michoacán, resultó un ejemplo. Pero cuando quisieron ser una alternativa política, aquella amistad no estaba para protegerlos.
El turismo y la hotelería moderna surgieron en México entre los años veinte y treinta del siglo XX gracias a la reunión de una serie de condiciones tanto económicas, como políticas y culturales que posibilitaron su desarrollo. Como suele suceder con cualquier actividad nueva, resultó necesario dotarlos de un marco jurídico que los ayudara a funcionar, integrarlos a la vida del país, dar a conocer su importancia y justificar la necesidad de su fomento, de manera que se pudieran incorporar, de forma paulatina, tanto al imaginario como a la realidad nacional.
La creación de una idea de turismo y la manera en que este fue reconocido oficialmente como una actividad formal, legal, viable y digna de apoyo, se consiguió principalmente a través de dos vías: por un lado, gracias a la intervención gubernamental -a través de leyes y dependencias que la supervisaran– y, por otro, debido a la intensa participación de la iniciativa privada que adoptó la actividad y la apoyó financiando infraestructura que la sustentara y la transformara en algo tangible.
A finales de los años treinta, las políticas gubernamentales para fomentar el turismo en la República Mexicana –que inició en la década de los veinte con el apoyo a la construcción de infraestructura carretera– eran importantes en el papel, pero desgraciadamente escasas en la práctica. La falta de organización, debilidad y pobreza del Estado, que apenas se recuperaba de la lucha revolucionaria de 1910-1920, propició la incursión de individuos presentes en la política mexicana como empresarios turísticos.
Estos hombres, gracias a sus posiciones en el gobierno, consiguieron espacios adecuados para desarrollar zonas turísticas que en algunos casos los enriquecieron, pero que en otros también resultaron un dolor de cabeza. Desde conflictos con los pobladores, escasez de ser- vicios básicos y abastecimiento de productos hasta problemas de salud ocasionados por las presiones financieras y los endeudamientos continuos, fueron trabas comunes con las que se toparon al tratar de crear lo que en su discurso consideraban nuevas fuentes de empleo y de desarrollo económico nacional.
Personajes como Juan Andrew Almazán, Abelardo L. Rodríguez, Alberto J. Pani o Pascual Ortíz Rubio se aventuraron como empresarios en los primeros años de la posrevolución. A ellos se unieron los hermanos Miguel y Jorge Henríquez Guzmán. Estos militares, casi desde niños, también fueron identificados en esta época por su clara y fraterna amistad con el general Lázaro Cárdenas, oriundo de Michoacán, el estado donde levantaron un nuevo y exitoso espacio turístico, San José Purúa. Hasta allí acudieron lo mismo visitantes extranjeros y nacionales que intelectuales, artistas y, claro está, la élite política del momento