Darío Fritz
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 20.
La perfección reina por un instante en este patio frondoso de enredaderas y macetas, mientras un caballito de juguete guarda compostura sobre sus ruedas. En Tulancingo corre el año 1910. La figura esbelta de Adolfo Martínez posa orgullosa junto a su carro alegórico que simula una mariposa. El centenario de la independencia se festeja con mucha pompa en todo el país. Porfirio Díaz mostraba el esplendor de México, el esplendor de su marca personal. Abundan las inauguraciones, los edificios brillosos, las fiestas y los desfiles. En la cercana Pachuca se terminaba de construir el Reloj Monumental que lo identificaría como icono de la ciudad. Tulancingo no podía derramar tanta estirpe, pero los vecinos podían participar en un concurso de carros alegóricos que simboliza la primera centuria independentista. El creativo ebanista y carpintero Adolfo Martínez montó su espíritu ingenieril sobre dos bicicletas que al echarse a andar movían las dos alas de la mariposa. Parado junto a su obra, mostacho afilado, gorra con visera de época, reloj de cadena al cinto, solemne ante el fotógrafo, y seguramente admirado por sus familiares y vecinos detrás de cámara, Adolfo ajustó las medias dispuesto a montarse sobre una de las bicicletas para salir a recorrer las calles. Sería la última imagen de aquel constructor y sus sueños. En ese mismo año en el que a la par de los festejos se incubaban las primeras batallas de lo que sería la revolución mexicana, el carpintero ya no podría ver el comienzo de la transformación de México. En alguno de sus traslados, un burro le cayó encima antes de desbarrancarse por un desfiladero. Sobrevivió res meses. Falleció a los 33 años. Su muerte trajo como consecuencia el desperdigamiento familiar. Algunos rehicieron sus vidas en Tulancingo y unos pocos migraron a la ciudad de México. Él les dejo aquella imagen sepia y el fruto de su sueño: la mariposa libertaria obtendría el primer lugar del concurso de carros alegóricos. Al menos así se transmitió en la familia de generación en generación.