Gloria Estela Cano Cooley – Instituto de Investigaciones Históricas de la UJED.
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México / Durango, 450 años de historia, edición especial.
Se ganaron el respeto a golpe de coletazos, más en una tierra donde abundan desde los temidos güeros a los pululantes negros. Varias décadas atrás le pusieron letra de música, un primer paso para que los escorpiones pasaran a formar parte del orgullo duranguense.
Ai??Ai??Ai??
Desde tiempo inmemorial los escorpiones pueblan muchas regiones de M´rxico, sin embargo, fue Durango el que se ganó el mote de tierra de los alacranes por la variedad, cantidad, tamaño y ponzoña de sus arácnidos.
A diferencia de otros tipos, los alacranes de Durango son de los que sí se introducen en las casas (sin afán de picar hasta no verse agredidos), por lo que los habitantes tuvieron que acostumbrarse a coexistir con ellos y a reconocerlos principalmente por el color de su tegumento, vinculado con el grado de toxicidad.
El color de los alacranes duranguenses va desde las tonalidades claras hasta las más oscuras. Los amarillos, bautizados popularmente con el nombre de güeritos o aceitosos, son los más venenosos y abundantes en la ciudad, de particular manera en las casas antiguas construidas de adobe y/o de piedra de los barrios de Tierra Blanca, el Calvario y Analco; en las calles de Nogal, Florida y De la Cruz, así como en el cerro de Los Remedios. Los canelos son numerosos; su matiz rojizo los distingue de los cafés, cuyo tono más oscuro llega hasta los alacranes negros, que se dice habitaban por montón en el Cerro de Mercado.
La picadura del alacrán ha sido siempre muy temida. Está escrito que para el año 1749 la ciudad había jurado como su patrono contra esta plaga a San Jorge y, aunque este no existió, por muchos años los niños acostumbraban rezarle a san Jorge bendito antes de acostarse, para que amarrara a sus animalitos con su cordón bendito. En la actualidad, el 23 de abril de cada año se celebra en la catedral de Durango una romería en la que, con flores y velas, se invoca la protección del santo.
Los mayores recuerdan que en su infancia, cuando no había tantos juguetes y aparatos distractores, se entretenían largas horas examinando el comportamiento de los alacranes atrapados con tenazas en los huertos de sus casas y metidos con rapidez en un frasco de vidrio. Puestos después en un aguamanil para que no escaparan, observaban sus danzas –a lo mejor luchas de sobrevivencia o apareamiento. Gustaban de provocar su enojo soplándoles o tocándolos en el lomo con algún objeto para observar sus coletazos en todas direcciones, pero nunca vieron que uno se suicidara picándose a sí mismo, lo cual es un mito, como igual es que los alacrancitos se comen a la madre.
Se educaba en el temor y respeto a los alacranes. La gente conocía bien sus costumbres y tomaba medidas preventivas día a día. Antes de acostarse se revisaban las sábanas, y antes de ponerse los zapatos también, para que no tuvieran un alacrán escondido. De modo casi instintivo, antes de recargarse o de poner la mano en la pared, en las puertas de madera o en los marcos de cantera, se descartaba su posible presencia. Al agua con que se trapeaban los pisos y lavaban las paredes de las casas se le echaba un poco de creolina, pues se creía que su olor los ahuyentaba, y lo mismo se pretendía al tirar los cascarones de huevo en las cenizas ardientes de las estufas de leía o quemar con alcohol y fuego a los alacranes muertos.
A partir de 1943, cuando Miguel Ángel Gallardo escribió “Yo soy de la tierra de los alacranes” en la primera línea del popular “Corrido de Durango”, y este se cantó por el mundo, el animal pasó a ser imagen del orgullo duranguense. De allí que en los diferentes clubes deportivos haya existido siempre un equipo que lleve el nombre de los o las Alacranes(as) de Durango. Hay conjuntos musicales norteños formados por duranguenses, cuyos integrantes visten camisas, sombreros, botas y cinturones con un alacrán grabado; probablemente lo lleven tatuado en el cuerpo y, por la letra de sus canciones nostálgicas, llevan un alacrán grabado en el corazón.
Asimismo, sin dejar de ser una amenaza real, los alacranes se han convertido en recuerdo y recuerditos, siendo estos últimos parte notable de la artesanía popular de Durango. Los puestos de vendedores de recuerditos abarcan un área importante del mercado de la ciudad, y para los niños y jóvenes que no hayan visto un alacrán vivo, se exhiben varios güeritos trepando piedras volcánicas y los viejos en su cautiverio de vidrio. Al preguntar de dónde sale tanto alacrán, los locatarios ocultan la existencia de criaderos y responden que en la sierra existen aún muchos paninos de alacrán.
La labor de los alacraneros es aún fundamental, pues no sólo surten de materia prima al Centro Antialacránico, también a los artesanos que elaboran ceniceros, llaveros, relojes de pared, servilleteros, licoreras, hebillas, anillos, etc. Hasta el muy apreciado jamoncillo de leche es presentado en la forma del alacrán.