Proyecto de Historia Oral del Instituto Mora
Entrevistas seleccionadas por Eva Salgado Andrade / CIESAS
BiCentenario #10
Con las palabras preservadas en el tiempo, volvemos a traer a nuestra memoria las voces de la gente de Emiliano Zapata, de aquellos que lo siguieron o que al menos lo trataron un poco. Nacen de testimonios que forman parte del Proyecto de Historia Oral del Instituto Mora y que se reunieron mediante un trabajo impresionante de rescate y preservación de diálogos, cuyo objetivo era dar voz a los protagonistas o testigos anónimos de la historia de México.
Estas voces comparten con nosotros la imagen del jefe revolucionario sureño, el del traje de charro, botonadura de plata y sombrero ancho; el que conocía caballos, los curaba y los trataba discreto y sencillo; el que hablaba con picardía, sin elegancia, pero a todos saludaba campechano, sin parar mientes en rangos y que, como tenía un deber con el pueblo, se comprometió a plenitud con la cuestión de la tierra.
Son testimonio, además, de las emociones que Emiliano –como le decían– despertaba entre su gente, que le tenía gran cariño y le daba toda la ayuda posible; entre quienes pelearon a su lado convencidos de que iban a redimir sus tierras; entre las mujeres que seguían a sus hombres que a su vez seguían a su general, a dónde éste lo pidiese. Nos cuentan de la tristeza que llenó sus espíritus cuando intuyeron que Zapata iba a morir o supieron que ya había muerto. Así, los recuerdos del personaje y las vivencias de quienes lo conocieron viajan a través del tiempo para refrescar nuestra memoria, para decirnos de dónde venimos y, tal vez, ayudarnos a imaginar hacia dónde iremos. Pues es éste, a fin de cuentas, el propósito último de la historia.
Eva Salgado Andrade
Platíquenos de su primer encuentro con Zapata.
[…] un día me dijo Everardo González: “Vamos a Atizapán”, y vamos hasta Atizapán, y en una casa de Atizapán, que llamaban cuartel general, estaba en un corredor Zapata y otros señores en una, sentados en cajones, y otro cajón sirviendo de mesa y unas cuantas botellas de aguardiente de caña, jugando baraja. Cuando entró Everardo y enfiló por el corredor, le dijo: “¡Emiliano!” “¿Qué hubo, Everardo, qué te trae?” “Te vengo a ver”. Llegó y lo saludó, y me dijo Everardo: “Espérame aquí tantito”. Se fueron a otro rincón y hablaron, y no supe lo que habían hablado. Lo que sí supe era cómo estaba Zapata: un hombre de ojos dulces, bigote más o menos grande, moreno aceitunado, vestido de charro, completo vestido de charro, con botonadura de plata. De cuerpo medio delgado, agradable, pero no dominante.
La primera vez que lo vio, ¿cómo iba vestido?Precisamente de camisa y blusa blanca [sic], pantalón de charro, su botonadura de plata y su sombrero ancho.
[…] Pues, no tuve ocasión más que de ver un indio respetuoso, como en general eran aquellos caballerangos, era un señor que conocía de caballo, os curaba, los atendía, recibía a las visitas, los ayudaba a montar, a otros los enseñaba, en fin. Era ya una categoría un tanto superior a la del campesino común y corriente, verdad, del que trabajaba la tierra. Hablaba muy poco, lo usual: “¿Cómo está el caballo?, etcétera; nos decía: Niños,en lugar de… ya éramos hombrecitos, “A, ¿verdad? Niño, qué tal el caballo; la pata del lado derecho” En fin, dándonos consejos de cómo debíamos tratar el caballo; muy sencillo, muy discreto.
¿Cómo era Zapata? […] No era ni muy chaparro, ni muy alto, de un cuerpo regular, con sus bigotes; tenía un lunar, no me acuerdo si en este ojo derecho o izquierdo, en el mero párpado del ojo tenía un lunar. Y no era chino, era lacio, y era muy misterioso, yo no sé cómo le fueron a ganar ahora que lo mataron, si era rete hábil para eso.
[…]Pues, era delgadito, ojo grande, bigotón, sí, sí, me tocó conocerlo […] Pues, era buena persona con nosotros, era amable, sincero.
[…]Nos trataba a gusto, era cariñoso, ¿verdad?, aunque cuando se enojaba era déspota, bueno, cariñoso; luego se le quitaba la muina y nos platicaba.
[…]Pues era un hombre muy fornido, alto. Por la buena era un buen cristiano, muy buen hombre, ¿verdad?, con todos. Era un hombre muy pasado por todo el mundo, muy decente.
[…]Muy amable, muy amable, muy gente, muy respetuoso, le hablaba a usted con una sinceridad, con los que no tenía confianza se ponía más bien renuente, pero así hablando con usted, pues nosotros los muchachos, con los que tenía confianza, se ponía hasta a reírse y a jugar.
[…]ése no quiso dinero, no, dice: “yo sigo peleando, yo quiero las tierras, porque ese compromiso lo tengo con los pobres, que tanto sufren.”
[…]Zapata entendió el problema agrario, ¿verdad?, de acuerdo con los conceptos históricos.
[…]Era el que (por si han de ver la estatua, cuando pasen) quería que repartieran las haciendas de aquí del estado de Morelos, que eran de españoles o de mexicanos ricos.
[…]Pues era un hombre. La historia de Zapata es buen [sic], mucho muy buena, también. No puedo hablar mal de Zapata, porque Zapata fue el primero en la cuestión del reparto de tierras. […] según su plática que nos hizo a sus más amigos […] nos narró que él cuando era joven su padre tenía terrenos de una hacienda y cultivaba para su sostén de la vida; pero cuando llegó el día en que el dueño de esa finca le recogió las tierras a su papá, él ya tenía, pues si no sobrada experiencia, pero se daba cuenta que comenzaba a ver la vida de sufrimiento y él mismo nos dijo que dijo al padre: “Si Dios no me quita la vida, yo tengo que vengar esto”. Ya su mente le avisaba las cosas.
¿Por qué hizo Zapata el Plan de Ayala?
Porque era el compromiso que tenía con el pueblo, para que creyera en él, que él no iba a pelear por dinero, que iba a pelear para defender las tierras; que él quería las tierras de aquí de Morelos para su pueblo. Con eso iba a pelear, por eso fue a pelear él, para darle vida al pueblo, porque el pueblo no tenía, sufría, porque el hacendado, pues, era pura caía, no los dejaban que sembraran milpa para comer maíz.
En 1913, antes de que mataran a Madero, nos llegó un Plan de Ayala, en una forma pues, incógnita, ¿verdad?, escondiditos. Entonces vimos y dijimos: “aquí está nuestra salvación”. Y ya nos empezamos a platicar entre los muchachos y nos juntamos 26 y nos fuimos a presentar […] Por la cuestión de las tierras, ¿no?, porque nosotros no podíamos sembrar sin permiso del hacendado. Entonces dijimos: “Bueno, pues aquí está nuestra salvación”.
[…]Pues, el pueblo sí lo quería, porque, porque ¡bueno!, ya Zapata no hacía cosas malas. Y los pueblos lo querían y allí lo protegían con maíz, con zacate para las bestias, y les daban de comer y todo eso,¿verdad?
[…]
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